El
sitio de Quillabamba
La noche
anterior habíamos estado con Benito y Tewfick conversando con unos amigos
dirigentes de los sindicatos discutiendo las diversas opciones que tenían los
campesinos. Había llegado un nuevo líder, Genaro Ledesma Izquieta que además
era el abogado que los representaba y estaba en la ciudad, en un segundo piso
de un hotelito de mala muerte en la plaza principal, frente al café de
Altamirano.
Notamos a
nuestros amigos algo nerviosos y al preguntarles el motivo se mostraron esquivos. Bromeamos, creyendo que era por temor a que
la gente del Servicio de Inteligencia los encontrara “complotando” con
nosotros. Claro que no era ningún
complot, hablábamos de todo, de nuestras vidas, amistades, ocurrencias y
eventualmente de política y doctrinas sociales.
Esa noche
Avelino nos estaba contando de cosas que le había tocado vivir.
- En nuestra
visión del mundo la tierra no pertenece a la gente, es la gente la que
pertenece a la tierra. Primero los españoles con las Encomiendas y Repartimientos
y ahora con los gamonales nos han quitado las tierras, la tierra de nuestros
padres.
- Pero ustedes
son de origen serrano, toda esta región antes era de los por nativos
machiguengas y huachipaires.
- Eran, porque
fue invadida por los poderosos, obteniendo las tierras como «denuncios» para
ser «colonizados», a diez centavos la hectárea, o simplemente tomaban posesión
de ellas regularizando sus propiedades a través de funcionarios corruptos. Así fue como los Romainville adquirieron un
territorio inmenso, desde el Vilcanota hasta el Apurímac. Los nativos, a pesar
que lucharon tuvieron que refugiarse en la selva y los hacendados tuvieron que
traer campesinos de la sierra explotándolos, aprovechando su pobreza y
necesidad, pagados con el permiso para cultivar para ellos una parcela, bajo la
figura de arriendo. Por eso se llaman arrendires.
-¿Y cómo los
convencían para sacarlos de sus comunidades?
Las
comunidades estaban superpobladas y eran en su mayoría tierras pobres. Tenían muy poca tierra de cultivo. La selva era para ellos maravillosa, los
fascinaba su vegetación exuberante, aunque cuando llegaron sufrieron mucho por
el cambio de clima y las enfermedades tropicales.
- ¿Cómo pagaban
sus arriendos?
- Con las
condiciones. El hombre con la “manipura” que eran jornadas de 12 horas, las
mujeres y los hijos con servicio doméstico y la “palla” o cosecha y en las
construcciones para la hacienda. Como
era tanto el trabajo del arrendire, éste contrataba bajo las mismas condiciones
a otros para trabajar su parcela, se les llamaba “allegados”. El hacendado se
creía un Dios. Algunos tenían calabozos
para los insurrectos. Violaban a su antojo a las mujeres e hijas de los
campesinos. En la hacienda San Lorenzo,
Márquez arrojaba al río a sus hijos bastardos que tenía en las campesinas.
Alfredo Romainville se hizo famoso por su crueldad. En Yanatile el hacendado
Antonio Vitorino del valle de Lares tenía monedas acuñadas con sus iniciales,
con las que pagaba a los campesinos por los trabajos extras, con esas monedas
sólo podían comprar en su tienda a precios exorbitantes. Tenían sus
sicarios. Las autoridades y jueces
estaban al servicio de los hacendados, nunca un campesino ganó un juicio. También, cuando un arrendire fastidiaba
mucho, los hacendados hacían los juicios de desahucio para sacarlos de sus
tierras, por supuesto que ganaban todos los juicios. Y así podría pasar toda la
noche contándote el infierno en el que hemos vivido.
- Bueno, pero
ahora no se ve estos abusos. ¿Qué pasó?
- Nos reunimos y
nos organizamos en sindicatos. Todos a
una defendíamos a cada hermano campesino que fuera a ser abusado.
- ¿Cómo fue eso
de los deshaucios?
- Si el
hacendado quería deshacerse de un arrendire incómodo le iniciaba y ganaba un
juicio de desahucio. Cuando se ordenaban el desalojo, iba la policía y empezaba
a sacar las cosas de la casa por la puerta, mientras que nosotros que en gran
número rodeábamos la casa, volvíamos a meter las cosas por la ventana. La policía no se atrevía a atacarnos, éramos
muchos. En un momento decidimos no gastar en abogados y dejar que nos ganaran
todos los juicios de desahucio pero ya la policía no se atrevía a ejecutarlos. Los
jueces se aburrieron de sentenciar en vano.
- Y las
condiciones abusivas?
- Poco a poco
los Sindicatos logramos que se disminuyan los días de condición y palla,
también que se respetara las 8 horas de trabajo dispuestas por la ley y que se
abolieran otros tipos de trabajo para el hacendado. Poco a poco fueron
desapareciendo la «condición» y la «palla» además de otros abusos.
- ¿Pero no se resistieron
los hacendados?
Les
dimos donde más les dolió. Hicimos huelgas dejando paralizadas las labores en
las haciendas. Nuestras huelgas si eran
efectivas, en el caso de los obreros no pueden hacer huelgas largas porque no
reciben ingresos y no tienen como subsistir, en cambio en nuestras huelgas los
campesinos no hacían condiciones ni pallas y dedicaban todo ese tiempo a las
labores de sus arriendos. La huelga de solidaridad con los campesinos de Pasco
duró 2 meses y la Chaupimayo 9 meses.
Los hacendados tuvieron que ceder poco a poco suscribiendo acuerdos y
contratos menos injustos. Además el
Gobierno dio algunas leyes regulando los contratos y al final ha dado esta ley
que permite la expropiación de los predios enfeudados dejando un área
inafectable al hacendado, y la adjudicación a los campesinos de las tierras que
poseían y trabajaban.
- Por eso
estamos aquí, para hacer la reforma agraria.
- ¡No te
equivoques Juan, la reforma agraria ya la hemos hecho nosotros! Ustedes solo
vienen a oficializar nuestros derechos. Los políticos son muy vivos, ahora
dicen que ellos han hecho la Reforma Agraria cuando nos ha costado nuestro
esfuerzo, dolor y sufrimiento. Aún
quedan rezagos del abuso de los patronos.
Vas a conocer nuestra respuesta, silenciosa, pacífica pero efectiva.
Reconocí la
veracidad de sus relatos. Los campesinos
de La Convención habían ganado el respeto del gobierno con sus paros y
manifestaciones pacíficas y la respuesta éramos nosotros: hacerlos propietarios
de las tierras que trabajaban y darles oportunidades para que se incorporen
adecuadamente a la economía y sociedad.
El día siguiente
fue memorable: era un día sábado y todo el personal estaba en Quillabamba. Me levanté temprano y a las 7 de la mañana
estaba en la cancha de tenis de La Granja, de los padres Dominicos, esperando a
Brent Wall, un gringo del Cuerpo de Paz, al que humorísticamente habíamos
cambiado su apellido Wall (pared) por su traducción al quechua: “Pircka” y su
nombre al castellano, Manuel. Después de 2 horas de juego, desocupamos la
cancha para dar turno a otros amigos que llegaron y me fui con Manuel Pircka a
tomar un desayuno en La Esquina, cafetín de Altamirano en una esquina de la
Plaza Principal. Fue allí donde observamos como llegaban cientos de campesinos
en camiones e iban ocupando la Plaza, luego las calles. Altamirano nos hizo
salir y cerró su negocio; lo mismo hicieron otros comerciantes por temor a los
campesinos, que silenciosamente ocupaban las veredas.
Yo me quedé en
la casa de los Cavero, en la otra esquina del Parque, en un balcón del segundo
pisos, donde se podía ver como continuaba la invasión.
A las 11 de la
mañana llegaron otros camiones con más campesinos, esta vez gritando
-
¡Compañerocunas, causachum sindicato!
-¡Causachum,
causachum! – respondía la multitud.
Paró un camión
frente a la Municipalidad y bajaron a un hacendado que había querido abusar de
una campesina, con las manos atadas a la espalda y pintado de pies a cabeza de
color amarillo, símbolo de la cobardía. La policía tenía órdenes de no llegar a
la violencia y observaban parados, con el fusil cruzado en el pecho, esta
manifestación campesina de poder. Al
hacendado lo hicieron caminar alrededor de la plaza como un símbolo de su
intolerancia a los abusos de los patronos, hasta llegar a las puertas de la
Comisaría donde pararon y permitieron que el aterrado hacendado se refugiara
como pidiendo asilo.
Los campesinos
hicieron de un camión su tribuna y dos dirigentes de los sindicatos y su
abogado, Ledezma Izcueta, flamante líder, comenzaron sus discursos declarando
su independencia y su derecho sobre las parcelas que poseían.
Nosotros,
silenciosamente nos escabullimos entre los campesinos hasta llegar a
Coordinación, nombre que le habíamos dado a las casas, alojamientos de los
empleados de la ONRA.
Los campesinos
ocuparon las calles y todo el pueblo había cerrado sus casas trancando las
puertas, atemorizados por la invasión, temiendo que en cualquier momento se
desate la violencia. Se esperaba que
tras unas horas se retiraran los invasores, pero pasaron las horas y seguían pacientemente sentados en las
veredas. Habían llevado víveres y
mantas, a la vista estaba que no pensaban retirarse.
Se veía de vez
en cuando que algunos salían de sus casas e iban a tocar las puertas de las
tiendas o al mercado a comprar provisiones.
Lo mismo hicimos nosotros, la ecónoma (encargada de la alimentación
financiada por nuestro aporte mensual) se acompañó de dos educadoras familiares
y salieron a buscar víveres. Nosotros,
el personal de la ONRA, éramos generalmente bien recibidos por los campesinos,
que además, por confesión de Avelino Mar, había optado por una resistencia
pasiva, pacífica, sin embargo, unos pocos, como el Jefe de Ingeniería, un
ingeniero de unos 50 años, cortado a la antigua, estaban aterrorizados y
clamaban porque se pida por radio al Cuzco que envíen un helicóptero para
rescatarnos. Fue por ellos que se puso
una guardia armada en las puertas de las viviendas, para que nos avisen de cualquier
incidente peligroso.
Nosotros, los
jóvenes que trabajábamos día a día con los campesinos, aprovechamos la
oportunidad para descansar, leer, escuchar música, jugar…
Llegó la noche y
vimos como entraban camiones con víveres
para los invasores, que sin temor se prepararon para pasar la noche: en
la ciudad del Eterno Verano, Quillabamba, las noches eran cálidas y agradables.
Al día
siguiente, los habitantes ya estaban preocupados. A medio día se repitieron los discursos en la
Plaza, la situación no varió, los campesinos seguían ocupando la ciudad, la policía
encerrada en la Comisaría, las Autoridades no querían enfrentarse a los
campesinos que ahora eran varios miles.
En 1965 los
teléfonos se monitoreaban en forma manual a través de tableros y cables de una
central. Hilda, la telefonista no quiso
meterse en problemas y abandonó la central, con la complacencia de los
campesinos que veían así incomunicados a los citadinos.
El sitio y
ocupación de una ciudad era cosa nueva, la gente estaba asustada, sin embargo,
esa tarde nos escabullimos un grupo a jugar Golpeado en la casa de “El Rayo”,
que tenía un taller de mecánica y su rubia y opulenta mujer nos atendía
mientras, entre cervezas , bromas y carcajadas, jugábamos Golpeado.
- ¡Juega, ya,
Rayo! – reclamó Benjamín. El apodo lo
había recibido precisamente por la demora en jugar en su turno. Sin embargo, calmosamente contestó:
- Hay mucha
gente que está preocupada por la invasión de campesinos. Tiene miedo de que pueda surgir la violencia,
y sabemos que la policía tiene órdenes de no intervenir. No sabemos cuánto puede durar esto.
- Mira Rayo, no
te preocupes - contesto Benjamín - He
estado hablando con el Pavo Gallegos y la orden de Lima es evitar cualquier
enfrentamiento. Lo que quieren los sindicatos es sencillamente mostrarnos su
fuerza. Al maldito ese, que ha querido violar a una niña, ¡Bien hecho, que lo
paseen pintado por las calles!
Tranquilos nomás. No salgan mucho
a las calles ni abran los negocios, que aquí no va a pasar nada.
El Coronel
Gallegos era el jefe político del área que coordinaba las acciones de la
Policía, el Servicio de Inteligencia y la oficina de Reforma Agraria.
Sin embargo, pasó
otro día y la ciudad seguía sitiada. Mis compañeros no sabían que estaba
sucediendo, pero yo sabía más.
Margarita, linda quinceañera que me tenía mucho cariño, conversando en
la mañana, me había contado que la gente estaba dispuesta a cualquier cosa por
salir de esa incómoda situación de la invasión campesina. Habían acordado reunirse en la noche en la
casa de Portugal para ver qué acción tomaban.
En la calle me
había encontrado con Pancho Cavero que ratificó – en secreto - lo dicho por
Margarita.
- Tienes que ir,
Juan – me dijo – es a las 9 de la noche y van a ir el loco Navarro, el Rayo, La
Torre, y otros. Por lo menos 1 por cada
manzana de la ciudad y este tendrá que avisar al resto de la manzana lo que se
decida. Pero esto tiene que ser
completamente secreto. ¡Júrame que no
vas a contarlo a Benjamín ni a tus compañeros!
Se lo prometí
pero decidí que iría a la reunión, a título personal, porque nosotros no
estábamos contra los campesinos sino de parte de ellos.
A las 8 de la
noche quise dirigirme a la casa de Portugal pero casualmente se había reunido
un grupo grande de campesinos cerca a la salida de nuestra vivienda. Recordé que el fondo de la casa daba al
huerto de nuestro vecino por el cual probablemente podía escabullirme hasta
salir a la calle, así que conseguí una escalera y me descolgué al huerto
vecino. Parecía abandonado y caminé para
llegar a un pasadizo que parecía dar a la calle.
De repente
apareció tras mí un enorme perro gruñendo, y avanzó hacia mí ladrando
desaforadamente. Cogí un palo del suelo para defenderme, pero me acorraló
contra una pared.
- ¡Bruno, ven
acá! – el perro se acomodó sumiso al lado de su ama. Ella era una joven mujer que me miraba
intrigada, con una sonrisa burlona en los labios. Era 1965 y en Quillabamba no
existía la delincuencia, por eso no estaba asustada sino intrigada.
- ¿Quién es
usted y que hace en mi casa? – preguntó.
- Soy ingeniero
de la ONRA y vivo en la casa de atrás.
Tenía que salir pero había muchos campesinos frente a mi casa y decidí
venir por este camino, con su permiso, claro.
- Y ¿qué es tan
importante para que invada mi casa? ¿Una
cita romántica acaso?
- ¡No, no! Es que me había invitado a una reunión de
vecinos, al lado de la casa de Winter, en la casa de Portugal.
- ¿Reunión de
vecinos? ¿Qué están tramando? Tiene que contarme, yo también soy vecina y
no sé nada de eso. Pase adelante. Nos
tomaremos un café mientras me cuenta.
Entré a su casa
y me senté a la mesa mientras preparaba el café. Iniciamos una conversación banal. Nos
presentamos. Yo hablé de mi trabajo, mi familia, mis expectativas. Ella me contó que era viuda desde hace 3
años, su esposo la había dejado bien acomodada, era profesora, estaba sola en
la casa porque las 2 mujeres que vivían con ella eran campesinas que se habían
incorporado al paro. Yo le conté como me
había enterado del complot ciudadano para liberar Quillabamba. Era una mujer mayor que yo, pero hermosa, opulenta,
inteligente, incitante, coqueta. Me
aconsejó que no fuera a la reunión de la gente convocada porque no siendo
quillabambino y siendo amigo de los campesinos podrían considerarme como
espía. Ella se ofreció a ir y me dejó en
su casa a la espera de noticias.
Me apoltroné en
la sala y puse música. Buscando entre sus discos encontré una buena selección
de música del recuerdo. Ya era las 10 de la noche y ella no regresaba. Me quedé
dormido echado en el sofá.
Al día siguiente
me despertó temprano el rico aroma del café.
Ella ya se había levantado y me estaba esperando con un suculento
desayuno y las noticias frescas: los vecinos se habían organizado habiendo
asistido un delegado por manzana. A las 11 de la mañana saldrían todos a la vez
a las calles, las mujeres con ollas y cucharones haciendo bulla y los hombres
con palos, para ahuyentar a los invasores.
Nada de armas de fuego, porque podría ocasionarse una batalla. Después
nos reuniríamos en la plaza de armas para celebrar la liberación, se
organizarían brigadas que patrullarían todo el día y la noche para evitar el
regreso.
Con ella fue un
encuentro breve pero selló una gran amistad entre los dos. Un beso en la
mejilla, y un apretón de manos fue su despedida. Me acompañó al fondo de su
huerto y me ayudó a trepar a la pared y pasar a mi casa. Llegué a mi cuarto sin ser visto y un rato
después me reuní con el resto. Para mi
decepción, nadie había notado mi ausencia de la noche anterior.
Todos los
empleados foráneos estábamos alojados en dos antiguas casas, y la paranoia de
algunos ingenieros había provocado que pusieran centinelas armados en las
puertas y se permitiera salir a nadie. Yo no conté nada a nadie, solo esperé
los acontecimientos.
Efectivamente, a
las 11 de la mañana, se escuchó un a gran bulla y griteríos, salimos a la
puertas y vimos a cientos de campesinos que corrían a las salidas del pueblo
mientras que los ciudadanos iban atrás blandiendo sus palos y asustándolos con
sus gritos.
Todo ocurrió
rápidamente. La gente estaba feliz,
radiante, saboreando el triunfo. Salimos
todos y nos reunimos en la plaza de armas.
Un grupo de
vecinos entró al hotelucho donde se alojaba el abogado Ledesma Izcueta, el nuevo
líder campesino llegado del Cuzco en apoyo a la Federación. Por el balcón del
segundo piso empezaron a salir volando la ropa, papeles, maletas del líder,
acogido este hecho con la risa de la multitud.
Nos dirigimos a
la Municipalidad y se improvisó una tarima. Emocionado, subió uno de los
organizadores, tomó un megáfono y empezó a dar vivas al pueblo, la emoción se
hizo colectiva y no se sabe de dónde surgió una voz con el himno nacional. Cantamos todos y dimos vivas al Perú y a
Quillabamba. Otro de los organizadores tomó el megáfono para hablar, pero de
repente se hizo el silencio total. Un
camión cargado de campesinos ingresaba a la Plaza, sin conocer los últimos
acontecimientos.
- ¡Causachum
sindicato! - gritaba una voz y los campesinos contestaban - ¡causachum,
causachum!
Era una escena
extraña… A la plaza ingresaba un camión cargado de campesinos, dando vivas y
gritos entusiastas – no sabían las últimas noticias y una multitud los miraba
extrañada. Poco a poco se dieron cuenta
los invasores de la realidad y silenciaron sus gritos mientras la multitud tomó
conciencia de la situación hilarante y explotó en carcajadas.
- Pancho Cavero,
se puso frente al camión, que paró en seco, abrió el capot y desconectó los
cables mientras la gente se ubicaba tras el camión y formaba un callejón por
donde caminaron los intrusos bajo una lluvia de golpes, improperios y
risas. La comisaría que había recibido
órdenes de no intervenir, acudió para llevar a los campesinos a las celdas, a
buen recaudo, defendiéndolos de cualquier desmán de los ciudadanos.
Fue un día de
fiesta. Me recuerdo tocando acordeón y cantando con un grupo de vecinos, en la
tolva de una camioneta, con 4 cajas de cerveza de combustible para la noche
mientras hacíamos el patrullaje alrededor del pueblo.
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