20 may 2014

Quillabamba - 9 El sitio de la Quillabamba

El sitio de Quillabamba

La noche anterior habíamos estado con Benito y Tewfick conversando con unos amigos dirigentes de los sindicatos discutiendo las diversas opciones que tenían los campesinos. Había llegado un nuevo líder, Genaro Ledesma Izquieta que además era el abogado que los representaba y estaba en la ciudad, en un segundo piso de un hotelito de mala muerte en la plaza principal, frente al café de Altamirano.
Notamos a nuestros amigos algo nerviosos y al preguntarles el motivo se mostraron esquivos.  Bromeamos, creyendo que era por temor a que la gente del Servicio de Inteligencia los encontrara “complotando” con nosotros.  Claro que no era ningún complot, hablábamos de todo, de nuestras vidas, amistades, ocurrencias y eventualmente de política y doctrinas sociales.
Esa noche Avelino nos estaba contando de cosas que le había tocado vivir.
- En nuestra visión del mundo la tierra no pertenece a la gente, es la gente la que pertenece a la tierra. Primero los españoles con las Encomiendas y Repartimientos y ahora con los gamonales nos han quitado las tierras, la tierra de nuestros padres.
- Pero ustedes son de origen serrano, toda esta región antes era de los por nativos machiguengas y huachipaires.
- Eran, porque fue invadida por los poderosos, obteniendo las tierras como «denuncios» para ser «colonizados», a diez centavos la hectárea, o simplemente tomaban posesión de ellas regularizando sus propiedades a través de funcionarios corruptos.  Así fue como los Romainville adquirieron un territorio inmenso, desde el Vilcanota hasta el Apurímac. Los nativos, a pesar que lucharon tuvieron que refugiarse en la selva y los hacendados tuvieron que traer campesinos de la sierra explotándolos, aprovechando su pobreza y necesidad, pagados con el permiso para cultivar para ellos una parcela, bajo la figura de arriendo. Por eso se llaman arrendires.
-¿Y cómo los convencían para sacarlos de sus comunidades?
Las comunidades estaban superpobladas y eran en su mayoría tierras pobres.  Tenían muy poca tierra de cultivo.  La selva era para ellos maravillosa, los fascinaba su vegetación exuberante, aunque cuando llegaron sufrieron mucho por el cambio de clima y las enfermedades tropicales.
- ¿Cómo pagaban sus arriendos?
- Con las condiciones. El hombre con la “manipura” que eran jornadas de 12 horas, las mujeres y los hijos con servicio doméstico y la “palla” o cosecha y en las construcciones para la hacienda.  Como era tanto el trabajo del arrendire, éste contrataba bajo las mismas condiciones a otros para trabajar su parcela, se les llamaba “allegados”. El hacendado se creía un Dios.  Algunos tenían calabozos para los insurrectos. Violaban a su antojo a las mujeres e hijas de los campesinos.  En la hacienda San Lorenzo, Márquez arrojaba al río a sus hijos bastardos que tenía en las campesinas. Alfredo Romainville se hizo famoso por su crueldad. En Yanatile el hacendado Antonio Vitorino del valle de Lares tenía monedas acuñadas con sus iniciales, con las que pagaba a los campesinos por los trabajos extras, con esas monedas sólo podían comprar en su tienda a precios exorbitantes. Tenían sus sicarios.  Las autoridades y jueces estaban al servicio de los hacendados, nunca un campesino ganó un juicio.  También, cuando un arrendire fastidiaba mucho, los hacendados hacían los juicios de desahucio para sacarlos de sus tierras, por supuesto que ganaban todos los juicios. Y así podría pasar toda la noche contándote el infierno en el que hemos vivido.
- Bueno, pero ahora no se ve estos abusos.  ¿Qué pasó?
- Nos reunimos y nos organizamos en sindicatos.  Todos a una defendíamos a cada hermano campesino que fuera a ser abusado.
- ¿Cómo fue eso de los deshaucios?
- Si el hacendado quería deshacerse de un arrendire incómodo le iniciaba y ganaba un juicio de desahucio. Cuando se ordenaban el desalojo, iba la policía y empezaba a sacar las cosas de la casa por la puerta, mientras que nosotros que en gran número rodeábamos la casa, volvíamos a meter las cosas por la ventana.  La policía no se atrevía a atacarnos, éramos muchos. En un momento decidimos no gastar en abogados y dejar que nos ganaran todos los juicios de desahucio pero ya la policía no se atrevía a ejecutarlos. Los jueces se aburrieron de sentenciar en vano.
- Y las condiciones abusivas?
- Poco a poco los Sindicatos logramos que se disminuyan los días de condición y palla, también que se respetara las 8 horas de trabajo dispuestas por la ley y que se abolieran otros tipos de trabajo para el hacendado. Poco a poco fueron desapareciendo la «condición» y la «palla» además de otros abusos.
- ¿Pero no se resistieron los hacendados?
Les dimos donde más les dolió. Hicimos huelgas dejando paralizadas las labores en las haciendas.  Nuestras huelgas si eran efectivas, en el caso de los obreros no pueden hacer huelgas largas porque no reciben ingresos y no tienen como subsistir, en cambio en nuestras huelgas los campesinos no hacían condiciones ni pallas y dedicaban todo ese tiempo a las labores de sus arriendos. La huelga de solidaridad con los campesinos de Pasco duró 2 meses y la Chaupimayo 9 meses.  Los hacendados tuvieron que ceder poco a poco suscribiendo acuerdos y contratos menos injustos.  Además el Gobierno dio algunas leyes regulando los contratos y al final ha dado esta ley que permite la expropiación de los predios enfeudados dejando un área inafectable al hacendado, y la adjudicación a los campesinos de las tierras que poseían y trabajaban.
- Por eso estamos aquí, para hacer la reforma agraria.
- ¡No te equivoques Juan, la reforma agraria ya la hemos hecho nosotros! Ustedes solo vienen a oficializar nuestros derechos. Los políticos son muy vivos, ahora dicen que ellos han hecho la Reforma Agraria cuando nos ha costado nuestro esfuerzo, dolor y sufrimiento.  Aún quedan rezagos del abuso de los patronos.  Vas a conocer nuestra respuesta, silenciosa, pacífica pero efectiva.
Reconocí la veracidad de sus relatos.  Los campesinos de La Convención habían ganado el respeto del gobierno con sus paros y manifestaciones pacíficas y la respuesta éramos nosotros: hacerlos propietarios de las tierras que trabajaban y darles oportunidades para que se incorporen adecuadamente a la economía y sociedad.
El día siguiente fue memorable: era un día sábado y todo el personal estaba en Quillabamba.  Me levanté temprano y a las 7 de la mañana estaba en la cancha de tenis de La Granja, de los padres Dominicos, esperando a Brent Wall, un gringo del Cuerpo de Paz, al que humorísticamente habíamos cambiado su apellido Wall (pared) por su traducción al quechua: “Pircka” y su nombre al castellano, Manuel. Después de 2 horas de juego, desocupamos la cancha para dar turno a otros amigos que llegaron y me fui con Manuel Pircka a tomar un desayuno en La Esquina, cafetín de Altamirano en una esquina de la Plaza Principal. Fue allí donde observamos como llegaban cientos de campesinos en camiones e iban ocupando la Plaza, luego las calles. Altamirano nos hizo salir y cerró su negocio; lo mismo hicieron otros comerciantes por temor a los campesinos, que silenciosamente ocupaban las veredas.
Yo me quedé en la casa de los Cavero, en la otra esquina del Parque, en un balcón del segundo pisos, donde se podía ver como continuaba la invasión.
A las 11 de la mañana llegaron otros camiones con más campesinos, esta vez gritando
- ¡Compañerocunas, causachum sindicato!
-¡Causachum, causachum! – respondía la multitud.
Paró un camión frente a la Municipalidad y bajaron a un hacendado que había querido abusar de una campesina, con las manos atadas a la espalda y pintado de pies a cabeza de color amarillo, símbolo de la cobardía. La policía tenía órdenes de no llegar a la violencia y observaban parados, con el fusil cruzado en el pecho, esta manifestación campesina de poder.  Al hacendado lo hicieron caminar alrededor de la plaza como un símbolo de su intolerancia a los abusos de los patronos, hasta llegar a las puertas de la Comisaría donde pararon y permitieron que el aterrado hacendado se refugiara como pidiendo asilo.
Los campesinos hicieron de un camión su tribuna y dos dirigentes de los sindicatos y su abogado, Ledezma Izcueta, flamante líder, comenzaron sus discursos declarando su independencia y su derecho sobre las parcelas que poseían.
Nosotros, silenciosamente nos escabullimos entre los campesinos hasta llegar a Coordinación, nombre que le habíamos dado a las casas, alojamientos de los empleados de la ONRA.
Los campesinos ocuparon las calles y todo el pueblo había cerrado sus casas trancando las puertas, atemorizados por la invasión, temiendo que en cualquier momento se desate la violencia.  Se esperaba que tras unas horas se retiraran los invasores, pero pasaron las horas  y seguían pacientemente sentados en las veredas.  Habían llevado víveres y mantas, a la vista estaba que no pensaban retirarse.
Se veía de vez en cuando que algunos salían de sus casas e iban a tocar las puertas de las tiendas o al mercado a comprar provisiones.  Lo mismo hicimos nosotros, la ecónoma (encargada de la alimentación financiada por nuestro aporte mensual) se acompañó de dos educadoras familiares y salieron a buscar víveres.  Nosotros, el personal de la ONRA, éramos generalmente bien recibidos por los campesinos, que además, por confesión de Avelino Mar, había optado por una resistencia pasiva, pacífica, sin embargo, unos pocos, como el Jefe de Ingeniería, un ingeniero de unos 50 años, cortado a la antigua, estaban aterrorizados y clamaban porque se pida por radio al Cuzco que envíen un helicóptero para rescatarnos.  Fue por ellos que se puso una guardia armada en las puertas de las viviendas, para que nos avisen de cualquier incidente peligroso.
Nosotros, los jóvenes que trabajábamos día a día con los campesinos, aprovechamos la oportunidad para descansar, leer, escuchar música, jugar…
Llegó la noche y vimos como entraban camiones con víveres  para los invasores, que sin temor se prepararon para pasar la noche: en la ciudad del Eterno Verano, Quillabamba, las noches eran cálidas y agradables.
Al día siguiente, los habitantes ya estaban preocupados.  A medio día se repitieron los discursos en la Plaza, la situación no varió, los campesinos seguían ocupando la ciudad, la policía encerrada en la Comisaría, las Autoridades no querían enfrentarse a los campesinos que ahora eran varios miles.
En 1965 los teléfonos se monitoreaban en forma manual a través de tableros y cables de una central.  Hilda, la telefonista no quiso meterse en problemas y abandonó la central, con la complacencia de los campesinos que veían así incomunicados a los citadinos.
El sitio y ocupación de una ciudad era cosa nueva, la gente estaba asustada, sin embargo, esa tarde nos escabullimos un grupo a jugar Golpeado en la casa de “El Rayo”, que tenía un taller de mecánica y su rubia y opulenta mujer nos atendía mientras, entre cervezas , bromas y carcajadas, jugábamos Golpeado.
- ¡Juega, ya, Rayo! – reclamó Benjamín.  El apodo lo había recibido precisamente por la demora en jugar en su turno.  Sin embargo, calmosamente contestó:
- Hay mucha gente que está preocupada por la invasión de campesinos.  Tiene miedo de que pueda surgir la violencia, y sabemos que la policía tiene órdenes de no intervenir.  No sabemos cuánto puede durar esto.
- Mira Rayo, no te preocupes - contesto Benjamín -  He estado hablando con el Pavo Gallegos y la orden de Lima es evitar cualquier enfrentamiento. Lo que quieren los sindicatos es sencillamente mostrarnos su fuerza. Al maldito ese, que ha querido violar a una niña, ¡Bien hecho, que lo paseen pintado por las calles!  Tranquilos nomás.  No salgan mucho a las calles ni abran los negocios, que aquí no va a pasar nada.
El Coronel Gallegos era el jefe político del área que coordinaba las acciones de la Policía, el Servicio de Inteligencia y la oficina de Reforma Agraria.
Sin embargo, pasó otro día y la ciudad seguía sitiada. Mis compañeros no sabían que estaba sucediendo, pero yo sabía más.  Margarita, linda quinceañera que me tenía mucho cariño, conversando en la mañana, me había contado que la gente estaba dispuesta a cualquier cosa por salir de esa incómoda situación de la invasión campesina.  Habían acordado reunirse en la noche en la casa de Portugal para ver qué acción tomaban. 
En la calle me había encontrado con Pancho Cavero que ratificó – en secreto - lo dicho por Margarita.
- Tienes que ir, Juan – me dijo – es a las 9 de la noche y van a ir el loco Navarro, el Rayo, La Torre, y otros.  Por lo menos 1 por cada manzana de la ciudad y este tendrá que avisar al resto de la manzana lo que se decida.  Pero esto tiene que ser completamente secreto.  ¡Júrame que no vas a contarlo a Benjamín ni a tus compañeros!
Se lo prometí pero decidí que iría a la reunión, a título personal, porque nosotros no estábamos contra los campesinos sino de parte de ellos.
A las 8 de la noche quise dirigirme a la casa de Portugal pero casualmente se había reunido un grupo grande de campesinos cerca a la salida de nuestra vivienda.  Recordé que el fondo de la casa daba al huerto de nuestro vecino por el cual probablemente podía escabullirme hasta salir a la calle, así que conseguí una escalera y me descolgué al huerto vecino.  Parecía abandonado y caminé para llegar a un pasadizo que parecía dar a la calle.
De repente apareció tras mí un enorme perro gruñendo, y avanzó hacia mí ladrando desaforadamente. Cogí un palo del suelo para defenderme, pero me acorraló contra una pared.
- ¡Bruno, ven acá! – el perro se acomodó sumiso al lado de su ama.  Ella era una joven mujer que me miraba intrigada, con una sonrisa burlona en los labios. Era 1965 y en Quillabamba no existía la delincuencia, por eso no estaba asustada sino intrigada.
- ¿Quién es usted y que hace en mi casa? – preguntó.
- Soy ingeniero de la ONRA y vivo en la casa de atrás.  Tenía que salir pero había muchos campesinos frente a mi casa y decidí venir por este camino, con su permiso, claro.
- Y ¿qué es tan importante para que invada mi casa?  ¿Una cita romántica acaso?
- ¡No, no!  Es que me había invitado a una reunión de vecinos, al lado de la casa de Winter, en la casa de Portugal.
- ¿Reunión de vecinos?  ¿Qué están tramando?  Tiene que contarme, yo también soy vecina y no sé nada de eso.  Pase adelante. Nos tomaremos un café mientras me cuenta.
Entré a su casa y me senté a la mesa mientras preparaba el café.  Iniciamos una conversación banal. Nos presentamos. Yo hablé de mi trabajo, mi familia, mis expectativas.  Ella me contó que era viuda desde hace 3 años, su esposo la había dejado bien acomodada, era profesora, estaba sola en la casa porque las 2 mujeres que vivían con ella eran campesinas que se habían incorporado al paro.  Yo le conté como me había enterado del complot ciudadano para liberar Quillabamba.  Era una mujer mayor que yo, pero hermosa, opulenta, inteligente, incitante, coqueta.  Me aconsejó que no fuera a la reunión de la gente convocada porque no siendo quillabambino y siendo amigo de los campesinos podrían considerarme como espía.  Ella se ofreció a ir y me dejó en su casa a la espera de noticias.
Me apoltroné en la sala y puse música. Buscando entre sus discos encontré una buena selección de música del recuerdo. Ya era las 10 de la noche y ella no regresaba. Me quedé dormido echado en el sofá.
Al día siguiente me despertó temprano el rico aroma del café.  Ella ya se había levantado y me estaba esperando con un suculento desayuno y las noticias frescas: los vecinos se habían organizado habiendo asistido un delegado por manzana. A las 11 de la mañana saldrían todos a la vez a las calles, las mujeres con ollas y cucharones haciendo bulla y los hombres con palos, para ahuyentar a los invasores.  Nada de armas de fuego, porque podría ocasionarse una batalla. Después nos reuniríamos en la plaza de armas para celebrar la liberación, se organizarían brigadas que patrullarían todo el día y la noche para evitar el regreso.
Con ella fue un encuentro breve pero selló una gran amistad entre los dos. Un beso en la mejilla, y un apretón de manos fue su despedida. Me acompañó al fondo de su huerto y me ayudó a trepar a la pared y pasar a mi casa.  Llegué a mi cuarto sin ser visto y un rato después me reuní con el resto.  Para mi decepción, nadie había notado mi ausencia de la noche anterior.
Todos los empleados foráneos estábamos alojados en dos antiguas casas, y la paranoia de algunos ingenieros había provocado que pusieran centinelas armados en las puertas y se permitiera salir a nadie. Yo no conté nada a nadie, solo esperé los acontecimientos.
Efectivamente, a las 11 de la mañana, se escuchó un a gran bulla y griteríos, salimos a la puertas y vimos a cientos de campesinos que corrían a las salidas del pueblo mientras que los ciudadanos iban atrás blandiendo sus palos y asustándolos con sus gritos.
Todo ocurrió rápidamente.  La gente estaba feliz, radiante, saboreando el triunfo.  Salimos todos y nos reunimos en la plaza de armas.
Un grupo de vecinos entró al hotelucho donde se alojaba el abogado Ledesma Izcueta, el nuevo líder campesino llegado del Cuzco en apoyo a la Federación. Por el balcón del segundo piso empezaron a salir volando la ropa, papeles, maletas del líder, acogido este hecho con la risa de la multitud.
Nos dirigimos a la Municipalidad y se improvisó una tarima. Emocionado, subió uno de los organizadores, tomó un megáfono y empezó a dar vivas al pueblo, la emoción se hizo colectiva y no se sabe de dónde surgió una voz con el himno nacional.  Cantamos todos y dimos vivas al Perú y a Quillabamba. Otro de los organizadores tomó el megáfono para hablar, pero de repente se hizo el silencio total.  Un camión cargado de campesinos ingresaba a la Plaza, sin conocer los últimos acontecimientos. 
- ¡Causachum sindicato! - gritaba una voz y los campesinos contestaban - ¡causachum, causachum!
Era una escena extraña… A la plaza ingresaba un camión cargado de campesinos, dando vivas y gritos entusiastas – no sabían las últimas noticias y una multitud los miraba extrañada.  Poco a poco se dieron cuenta los invasores de la realidad y silenciaron sus gritos mientras la multitud tomó conciencia de la situación hilarante y explotó en carcajadas.
- Pancho Cavero, se puso frente al camión, que paró en seco, abrió el capot y desconectó los cables mientras la gente se ubicaba tras el camión y formaba un callejón por donde caminaron los intrusos bajo una lluvia de golpes, improperios y risas.  La comisaría que había recibido órdenes de no intervenir, acudió para llevar a los campesinos a las celdas, a buen recaudo, defendiéndolos de cualquier desmán de los ciudadanos.
Fue un día de fiesta. Me recuerdo tocando acordeón y cantando con un grupo de vecinos, en la tolva de una camioneta, con 4 cajas de cerveza de combustible para la noche mientras hacíamos el patrullaje alrededor del pueblo.

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