21 nov 2012

Omayra y Consuelo



Omayra y Consuelo


El miércoles 13 de noviembre de 1985, después de meses de dar señales de una creciente actividad, el volcán Nevado del Ruiz, de los Andes colombianos, entró en erupción. El intenso calor hizo que la nieve acumulada en la cima se derritiera, y millones de metros cúbicos de agua, corriendo cuesta abajo, formaron un gran alud de barro y ceniza volcánica, que sepultó el pueblo de Armero, con un saldo de más de 25,000 víctimas.
Doña María, la madre de la niña, se fue para Bogotá a realizar algunas gestiones, allí en su casa del barrio Santander de Armero se quedó Omayra de 12 años y su padre y su tía y su hermano menor.
A las once y media de la noche los cuatro no se habían acostado, porque estaban preocupados con aquella lluvia de arena y ceniza que había estado cayendo desde las cinco de la tarde. Habían acabado de cerrar la puerta, cuando sintieron un ruido espantoso y después el estrépito de las rocas y las aguas que derrumbaron las puertas y entraron en forma salvaje
A partir de ese momento, Omayra se sintió estremecida e aguas, sacudida, bamboleada y no supo nada más de su hermano ni de su padre ni de su tía. “Todo se me fue de la cabeza y cuando me desperté estaba debajo de esa cosa de cemento”, dice. Allí debajo de “esa cosa de cemento”, que en realidad es una plancha, permaneció toda la madrugada del jueves y hacia mediodía logró sacar la mano por una hendija que dejaba la plancha. Entonces Jairo, un socorrista espontáneo, vio aquella mano y con la ayuda de otros se puso a triturar la plancha. Escuchando la voz de la niña, trabajaron toda la tarde y la noche del  jueves y solo en la madrugada del viernes lograron despejar el cemento,  las tejas y las maderas que la estaban cubriendo.
Jalándola con sumo cuidado, lograron sacarla un poco, pero en determinado momento no pudieron seguir porque de hacerlo hubieran tenido que arrancarle las piernas. Lo único que hicieron fue construir como un nidito para que la pequeña pudiera girarla cabeza y su pecho hacia un lado y otro.
La pequeña se halla rodeada de escombros por todas partes, especialmente de tejas de zinc y techos de casas que fueron arrastrados por la corriente. A unos diez metros del pozo de lodo donde se halla la niña, el cadáver de una mujer, con apariencia de anciana, se halla recostado contra un tronco. Es un cuerpo tumefacto bajo el sol ardiente y varios gallinazos acechan desde un árbol cercano.
Omayra ni siquiera sabe qué pasó, no entiende que Armero fue borrado de la faz de la tierra por el río Lagunilla y que posiblemente todos sus 39 compañeros de escuela perecieron. Durante toda la mañana del viernes, varios socorristas y policías trataron de sacar a Omayra. Pero era imposible porque a cada momento el agua se encharcaba más y por instantes parecía que la pequeña se iba a ahogar. Entonces trajeron un neumático y se lo colocaron por debajo de los brazos y quedó como los niños en la piscina o los náufragos en el mar.
Cuando llegaron los reporteros, la mayoría de los socorristas se habían ido a guarecerse del sol que a las tres de la tarde picaba inclemente sobre los escombros de la ciudad. Estaba agachada sobre el neumático y cuando sintió las voces levantó la carita y nos miró.
¡Ay...! -  dijo pero no lloró, no nos miró con súplica, no estaba derrotada, sino que había mucho de valentía en su mirada. No dijo que le dolían las piernas sino que simplemente no las podrá mover.
Varios socorristas trataron de sumergirse entre el agua, que es una espesa sopa de lodo, y comprobaron que las piernas de la niña están incrustadas en algo así como una puerta, que había ladrillos y palos y que metiendo las manos más abajo se tocan cuerpos. Sí señor, yo siento que estoy pisando carne y esa es mi tía, y ojalá que no sea mi papá ni tampoco mi hermano”, dice la niña.
¡Siento frío! - dijo y nos dirigió una mirada profunda. Pero se le veía tranquila, valiente. Era una niña todo coraje.
Tengo miedo que el agua suba y me ahogue porque yo no sé nadar aunque soy de aquí, de tierra caliente, - balbuceó - no sé dónde está mi mamá en Bogotá, pero mi tío es celador en Expreso Bolivariano, mi papá trabaja cogiendo arroz y sorgo en una combinada.
 Apoyó su rostro sobre el neumático, como para descansar. Estuvo así unos cinco minutos. Todos permanecimos en silencio Después, otra vez levantó el rostro y pronunció unas frases un poco incoherentes y ya sus ojos estaban más rojos y se notaba algo de delirio.
- ¡Tengo sed! - dijo e intentó tomar un poco de aquella agua putrefacta.   Se lo impedimos y le pasamos otro vaso de agua.
Durante toda la mañana, Omayra estuvo un poco animada. Al mediodía le dieron primero un vaso de agua y después una gaseosa y un pan y Omayra dijo que deseaba comer algo de dulce. Preguntó qué día era y cuando le dijeron que era viernes, entonces respondió:
 Ay caramba, hoy era el examen de matemáticas - ella está en primero de bachillerato - voy a perder el año.
La niña la pasó cantando, increíblemente alegre aunque cansada. Hablando de su familia y pensando que le tocaba ir a estudiar, pensando y soñando en lo que ella quería ser cuando grande... No sabía la niña que era la última sobreviviente de la familia. Nada le impidió soñar, nada le impidió creer, ni siquiera su desgarradora situación. Esa niña tenía fe,  esa fe que a veces nos hace tanta falta;  en su mirada había valentía y esperanza...
Le dimos la mano. Le acariciamos la cabeza, hasta por un momento.  Sonrió y a las cinco de la tarde nos dijo:
Váyanse a descansar un ratico y después vengan y me sacan de aquí. 
Todos le dimos la mano y le dimos la espalda para que no nos viera llorar. Y nos fuimos llorando un puñado de periodistas, entre ellos varios norteamericanos que habían conocido la muerte en los arrozales de Vietnam. Apretamos los puños y nos quedamos mirando la llanura de lodo que cubre lo que antes fue Armero. ¡Una simple motobomba!  Desde las diez de la mañana los socorristas se la estaban pidiendo a los pilotos pero allí, en aquel  caos infernal de los escombros de Armero, nadie fue capaz de llevar en todo el día una simple motobomba.
¡Hijueputa vida! No puede ser que esta niña se vaya a morir porque en este país no sea capaces de haberle traído en 2 días una motobomba - pensó el periodista cuando se alejó de ella, y Omayra se quedó allí sola ahora ayudada por un neumático para que no se hundiera en el charco.
Después del mediodía, los ojos de Omayra se comenzaron a poner rojos. Se le hinchó un poco la cara y sus manos eran muy blancas, aunque ella es una morenita crespa, de cara redonda y de labios gruesos.
Así con sus ojos enrojecidos y su carita hinchada, hacia las tres de la tarde, cuando llegaron los enviados de El Tiempo y otros reporteros, especialmente extranjeros, Omayra ya estaba perdiendo la alegría para empezar a sumirse en los delirios de la agonía.
Seguimos allí hasta las Cinco de la tarde. Los Socorristas regresaron y después se volvieron a ir y señalaron que era imposible tratar de jalarla con toda la fuerza, porque eso sería destrozarla de la cintura para abajo o por lo menos perdería los pies. Dijeron que era indispensable traerla motobomba para sacar el agua y poder proceder a retirar la materia que la aprisionaba. Cuando los helicópteros pasaban sobre ella, Omayra levantaba sus ojos enrojecidos y los miraba alejarse.
Te juramos, Omayra que vamos ya. a traerte la motobomba para sacarte de aquí.  Nos miró con dignidad y nos dijo:
Váyanse a descansar y vuelvan a sacarme” Entonces le dimos la espalda y nos fuimos todos llorando, con rabia, carajo, como odiando a Dios, a los hombres y a la naturaleza... Ella quedaba allí solita, entre el charco, y la noche se aproximaba...
Jairo permaneció toda la noche abrazado de la niña, para darle calor, ambos metidos allí en el fango.  Cuenta que durante la noche le cantó varias canciones, le contó que había cumplido años el pasado 10 de noviembre y estuvo diciéndole que por ahí andaban su padre y su madre y que entonces le iban a volver a celebrar su cumpleaños.
Al principio de la noche estuvo aún consciente, sosteniendo con sus acompañantes conversaciones coherentes. Pero después de la una de la madrugada comenzó a delirar. Cantaba canciones extrañas y hacia las tres de la mañana dijo que ya el Señor la estaba esperando. 
- Después cantó la canción de los pollitos - afirma Jairo, que fue su acompañante durante tres noches de muerte.

Cuando amaneció ya estaba en camino hacia la agonía. Hacia las nueve de la mañana, cuando la motobomba que había llevado desde Bogotá el helicóptero de Helitaxi facilitado a El Tiempo para esta emergencia, ya la agonía se aproximaba a la muerte. Había doblado su cabeza sobre su pecho y la vida era apenas unos leves estremecimientos del cuerpo. La motobomba llevada desde Bogotá, y otra traída por el médico Fernando Posada, succionaban a veces con demasiada lentitud el agua y todos los presentes mirábamos con angustia con delirio, casi con fiebre. Pasaron los minutos. El agua fue lentamente descendiendo de nivel y entonces comenzó a aparece el cadáver en descomposición de la tía de Omayra. En determinado momento, todo fue claro: la niña yacía entre el cadáver de su tía y una plancha de cemento. Omayra estaba como arrodillada.


Los médicos se miraron. La niña agonizaba. Todos tenían los ojos empapados de lágrimas y empuñadas las manos. Los médicos se reunieron. Y llegaron a la conclusión de que la única alternativa sería cortarle allí ambas piernas a la altura de la rodilla o dejarla morir. Cortarle las piernas igualmente sería que ella muriera porque no había equipos de cirugía. No había más alternativa: había que dejarla morir.
Entonces todos, médicos, socorristas y periodistas enmudecieron; pasaron tal vez 10 minutos y la niña se estremeció, frunció los hombros y murió...
Se alejaron  llorando; al rato, volvieron y colocaron sobre Omayra varias puertas de madera y varias tejas de barro. No la sacaron porque habría que despedazar el cadáver. Y era mejor dejarla en su tumba, donde con tanto valor y con tanta alegría había luchado contra la muerte durante 72 horas.
Cuando nos alejábamos, entre un charco yacía la primera página de El Tiempo donde aparecía el rostro de Omayra, aún con vida, doce horas antes.  Caminábamos por el lodazal y pensábamos que el papel puede con todo, menos derrotar la muerte. Pero la vida continuaba.
En ese instante llega un médico voluntario y grita desde lo alto de una colina que cerca que una mujer medio sepultada en el barro, está a punto de dar a luz. Pide una motobomba.
Entonces la motobomba trasportada de Bogotá pero que llegó muy tarde para salvar a Omayra, es introducida en el helicóptero y tres minutos después éste se posa sobre la terraza de una casa, en el sector donde el estadio de fútbol contuvo en algo la avalancha, por lo cual varias casas apenas quedaron sepultadas hasta un poco más de la mitad.
Y allí desde el jueves al mediodía, es decir, dos noches, atrás, un grupo de voluntarios y de médicos trabajaban para tratar de desenterrar a la señora Carmen Cecilia. Ella estaba con su cuñada Gladys y con sus dos pequeños hijos, cuando la avalancha rompió las puertas y penetró en el interior de la casa. En una pieza quedó la Carmen Cecilia, de unos 25 años, con 8 meses de embarazo junto al cadáver de sus dos hijos y en la pieza contigua su cuñada Gladys de 19 años.
Quedaron incrustadas en el lodo y los pedazos de concreto hasta la cintura, aprisionadas de manera brutal. Dos socorristas las descubrieron al mediodía del jueves y desde entonces se juraron salvarlas. Con palas, sierras, picas y taladros trabajaron día y noche. Auxiliados por médicos y voluntarios lucharon contra todo, aún contra la putrefacción de los cadáveres de los niños que se hallaban aprisionados cerca de Carmen Cecilia. Durante las noches del jueves y del viernes los socorristas estuvieron allí acompañándolas, pues no había luz para trabajar. Entonces en la oscuridad las abrazaron toda la noche, para darles calor. Allí en la oscuridad les hablaban y las animaban y por momentos las mujeres semi sepultadas y los socorristas podían dormir algo.

Cuando llegó la motobomba,  hacia las once de la mañana, Carmen Cecilia (la embarazada) y Gladys, la cuñada, yacían como hincadas entre el fango y el concreto, con los ojos enrojecidos y con máscaras médicas, para protegerse de la putrefacción. Eran dos mujeres padeciendo el más profundo y doloroso sufrimiento del mundo. Pero lo miraban a uno esperanzadas, como pidiendo piedad. 


Entonces vino ese frenético e intenso trabajo. El helicóptero iba y venía trayendo tanques de oxígeno, sierras, ampolletas para el dolor, relevo para los médicos y entretanto los voluntarios luchaban y luchaban ahí, succionado el lodazal con la motobomba, triturando los muros de concreto con picos, poco a poco, tratando de ir destapando el cuerpo de las dos mujeres. Entonces lentamente fue emergiendo del fango el vientre hermoso de Carmen Cecilia, con sus ocho meses de embarazo. Más tarde le pudieron liberar una pierna y después otra. Y vino el momento dramático en que se pudo sacar a toda la mujer.
No siento el niño - dijo ella cuando se sintió libre. La colocaron sobre una camilla y allí los médicos procedieron a realizar la cesárea. Fueron minutos dramáticos, de suspenso. Así como horas antes habíamos esperado con angustia la muerte de Omayra, ahora esperábamos con la misma angustia el nacimiento de un ser humano.
Fue una niña - dijo el médico, - y está viva pero puede morirse si no la sacamos ya de aquí -  agregó.
Que se llame Esperanza -  gritaron unos.
No, Consuelo - respondieron otros en coro.
¡Consuelo! - dijo la madre, con palabras que salían por entre el fango que estaba en su boca.
¡Consuelo!  gritamos todos.
Entonces introdujeron a la madre ya la niña, y el helicóptero se elevó y todos quedamos allí llorando de alegría. No sabíamos si las dos finalmente iban a sobrevivir pero ahora las dos habían luchado contra la muerte durante tres días y dos noches, las dos allí sepultadas, en el fondo del fango y del martirio.
El dolor, la ternura, la vida, la muerte, la esperanza, la impotencia, la rabia, el consuelo. Cada segundo muere una ilusión y un nace una esperanza. Un maremoto: 250,000 muertos. Un terremoto: 25,000 muertos.
No podríamos vivir siendo conscientes de tanto dolor si no supiéramos que cada segundo nacen nuevas vidas, jóvenes se besan mirándose los ojos, madres acunan en su seno a sus pequeños. Después de cada invierno hay una primavera. Así está hecha nuestra vida, de lágrimas y risas, dolor y placer, pena y felicidad. Vivamos intensamente, sin temor, pero sobre todo, vivamos conscientemente con los ojos abiertos: lo que podamos sufrir, lo que podamos gozar, será la medida de nuestra grandeza.

31 ene 2012

24 horas





24 horas


Miró el reloj: las 6 de la tarde.

¡Click!
- Aló, si…?
-  Aló, señora, usted no me conoce.  Me apena pero tengo que contarle que su marido la engaña.  Hoy, dentro de una hora, a las siete de la noche, se va a encontrar con su amante en el bar de la esquina de su oficina.  Le cuento esto por su bien.  Adiós.
Algo se quebró en ella. Se miró en el espejo. ¿Hace cuanto tiempo que no iba a la peluquería, o se hacía la manicure, o se maquillaba? ¿Cómo así había desatendido a su marido? Estaba tan dedicada a sus dos pequeños que había descuidado la relación con su esposo. Pero no lo podía creer, tendría que verlo con sus propios ojos. 
Le dijo a la empleada que no se preocupen por ella porque iba a llegar tarde.  Dio un beso a sus hijos y los dejó jugando, salió de casa y tomó un taxi.
- Señor, estacione su taxi cerca de ese bar. Vamos a esperar.
- Pero señora…
- Tome cien soles por dos horas ¿está bien?

- Claro, “con la plata baila el mono”, no hay problema.
Esperaron diez minutos antes de que llegue el carro de su marido.  Ella se escondió para ver sin que la vieran.  Estacionó en la puerta del bar, dio la vuelta al carro para abrir la puerta a una rubia muy sexy, claro… ¡su secretaria! - ¡Desgraciado, a mí nunca me abres la puerta…! - pensó. Siguieron esperando. A la media hora se abrieron las puertas y salieron tomados de la man y subieron al auto.
- Sígalos, no los pierda de vista.
- Usted ordena patrona.
Un motel en una calle solitaria.  El carro de los amantes ingresó por el portón y ella se quedó en la soledad más completa.  Desde que le pasaron el chisme su rostro había quedado impasible.
- Regrese al mismo bar, por favor.
- Como no.  Señora, déjeme decirle que lo lamento, yo…
- Gracias, comprendo, no se preocupe.
Se sentó en la barra y pidió un coñac.  Un elegante caballero a su lado, la miró intrigado. ¿Qué podría estar haciendo en la barra de un bar esa ama de casa (era la impresión que daba y no se equivocaba) frente a un trago de hombres?
Apuró el coñac, sintió el impacto y se estremeció.  De repente la decepción, el dolor, la vergüenza rompieron el dique de su educada elegancia y estalló en sollozos incontrolables.  El caballero sorprendido le dio su pañuelo para que se enjugase las lágrimas y la cogió por los hombros.  Ella pegó su rostro a su pecho pero siguió sollozando silenciosamente.  Él hizo una señal al mozo y entre ambos la llevaron a una mesa aislada.  Él pidió dos cafés expresos dobles y esperó que se calme.
- Señor, estoy desolada, avergonzada.  ¿Cómo pude…?
- Ni vergüenzas ni nada. Solo serénese.
- Es que…
- Mire, tome su café que se enfría.  Después hablamos.
Pasó un rato largo hasta que ella tímidamente levantó la vista. La estaba mirando con una leve sonrisa.  Le devolvió la sonrisa.  Ahora estaba calmada, pero enfurecida.  Primera vez en su vida que sentía esa ira, ganas de golpear, de herir y ser herida.
- No sé como…
- Lo sé.
- En realidad, me ha sucedido algo que…
- Lo sé.
- Tengo que decirle…
- Nada.  No tiene que decirme nada, pero si quiere contarme su drama soy su escucha.
- Pero usted no me conoce.
- La conozco.  La vi llorar.  ¿Usted, porque está hablando conmigo?
- No sé.  Me inspira confianza.
- Pues bien, usted hace que me sienta bueno.  Me hace sentir como un caballero andante que tiene que salvar a su dama de las garras de un dragón.
- Ningún dragón.  Es mi marido, al que amo tanto.  ¡Nooo…! Al que odio.
- No amiga, usted no es de las que saben odiar.
- Pues nunca es tarde para aprender.  Le voy a contar lo que me ha pasado.
Quizá por el coñac, quizá por el desencanto o por la confianza que le inspiraba le contó lo sucedido en ese negro día.  La escuchaba con atención.  La catarsis fue saludable.
- ¿Sigues odiándolo?
- A ti te lo puedo decir (sin darse cuenta ya se tuteaban).  Jamás odié a nadie, siempre fui una mujer ejemplar, me casé con mi primer y único amor, ahora creo que también el último,  pero me traicionó y nunca podré perdonarlo.  Mañana mismo me voy con mis hijos donde mis padres.
- Te voy a decir una cosa, tú también tienes la culpa.  Te casaste con él para estar siempre juntos, en las buenas y en las malas.  ¿Te vas a rendir a la primera “mala”?
- Es que me ha traicionado, me es infiel.  Imposible perdonarlo.
- Comprendo.  Como eres “doña perfecta” nadie puede fallarte porque no sería digno de ti.  Dime, ¿con cuántos otros hombres has estado, además de tu marido?-
- ¡Con ninguno, por supuesto!, hasta la pregunta ofende. - Pídeme otro coñac..
- ¡Mozo, dos coñac!... - ¿Pero, has tenido tentaciones?
- ¡Claro!  Pero he sabido comportarme, he sido fuerte.
- Amiga.  Primera lección.  Tú no eres fuerte.  Te has derrumbado por una pequeñez.  ¡Shhh...!  No protestes, escucha.  No confundas la virtud con la cobardía.  Por lo que me has contado tú tienes una enfermedad que llamaría “biofobia”.  Tienes miedo de vivir.  Miedo a la aventura, al peligro, al dolor, al placer, a equivocarte, a descubrirte a ti misma y desenterrar tu “mujer biológica”.
Se sintió herida.  Reconocía la verdad en lo que le dijo y sentía una rabia e impotencia que la hizo apretar los dientes.  No, lo seguía odiando, nunca perdonaría su infidelidad. ¿Con cuantas mujeres habría estado mientras ella permanecía en casa, como una estúpida mirando sus telenovelas?  Cerró los ojos con fuerza mientras se decía: “me voy a vengar, en la primera oportunidad voy a devolverle ese golpe bajo, si… lo haré”.
Pasaron unos minutos de reflexión calentando el coñac entre las manos y saboreándolo sorbo a sorbo.  Abrió los ojos y el caballero de ojos verdes la estaba mirando. ¡Qué guapo es! pensó, y  luego en voz baja:
- Ya sé lo que voy a hacer.
- ¿Qué dices…?
- Que quiero que me hagas el amor.
- ¡Queeeé…!
- ¡QUIERO QUE ME HAGAS EL AMOR! – gritó.
Todos los presentes voltearon a mirar.  Los dos se miraron asustados, sorprendidos, luego avergonzados, mientras la gente aplaudía.  Él, sonrojado, dejó un par de billetes en la mesa, la tomó de la mano y la sacó apurado del bar, entre sonrisas cómplices, felicitaciones y silbidos.
No se volvieron a dirigir la palabra para nada, todo estaba sobreentendido.  La llevó a su departamento, a oscuras, la desvistió lentamente, luego la besó suave, dulcemente, y empezó a acariciarla.  Ella se dejaba hacer mientras su cuerpo se estremecía por este placer prohibido. Temerosa primero, tierna luego y de pronto se desató la pasión.  Seguían acariciándose, su cuerpo ruborizado se endurecía, se estremecía y se tornaba cálido, extrañas pero gratas sensaciones la invadían, y todo eso era nuevo para ella.  Terminó palpitante, rígida, con las uñas clavadas en la espalda de su pareja, ambos agitados, hasta llegar al clímax: sí, era la pequeña muerte.  Luego, el reposo del guerrero, descansar sobre su velludo pecho en una paz absoluta.  Cinco minutos de silencio.
- Hola, ¿qué tal?
- Hola, gusto de conocerte.
- ¿Cómo te llamas?
- No me llamo, me llaman “el mago”.
- ¿Porqué mago?
- Porque hago milagros, no milagros, magia: creo personajes, fabrico paisajes, convierto lo malo en bueno y lo feo en bonito, hago emocionar, llorar o reír a la gente.
- ¿Por qué me quieres engañar?  Dime la verdad.
- Es la verdad, soy escritor, director de teatro… y también actor.
- Te faltó algo, también eres el amante perfecto.  Eres un mago de verdad.  Con un pase has convertido mi pena en gozo, mi tortura en paz.
- No me has dicho tu nombre, ¿cómo te llamas?
- No tengo nombre. Yo soy nadie.
- Bonito nombre, “Nadie”, como Ulises.  Dime Nadie, ¿sigues odiando a tu marido?
- Eres un maldito.  ¿Cómo lo sabes?  Ya no lo odio, lo amo lo extraño. ¿Qué me ha pasado? ¿Porqué, Dios mío, porqué?!!!
- Bienvenida al club de los pecadores.  Recién ahora puedes ser tan humilde como para conocerte a ti misma.  Para poder perdonar primero hay que conocer el pecado.
- ¡Pecadora! ¡Bravo, por fin he pecado…!  Pero dime, ¿por qué no estoy arrepentida?
- Bienvenida al club del amor.  Porque hemos tenido sexo con humanidad, ternura y cariño.
-  ¡Pero si yo amo a mi marido!
- Y a mí.
- ¡Mentira, eso no puede ser! No se puede amar a dos hombres a la vez.
- Tonta.  Si amas a un solo hombre eso es posesión, egoísmo.  El que siente el verdadero amor ama a todos.  La moral, o sea las costumbres, te pide que tengas sexo solo con tu cónyuge, pero amas a tus padres, a tus hermanos, a tu esposo, a tus hijos, a tus amigos…
- Pero contigo, ¿Qué es lo que siento?
- Que me amas como amigo.  Nuestro sexo es pasajero. Hoy vas a regresar con tu esposo, lo vas a perdonar…
- ¡Ya lo perdoné!
- … y vas a cambiar tu vida.
- Si, te lo juro.  Pero, por favor, quiero más…
- Yo también, pero cierra los ojos…
Se dejó hacer.  Sin apuros, lentamente como si no quisieran que acabara el bíblico “tiempo para amar”.  Se conocieron.  Para ella, era nueva esa entrega total,  esa comunión en el placer.  Él era un tierno artista que interpretaba obras maestras tocando su cuerpo como un cálido instrumento.  Sin apuros recorrió sus valles y montañas aprendiendo ambos la geografía del placer, entre gemidos y sonrisas.  Se amaron una y otra vez hasta caer rendidos entre risas cómplices y besos tiernos y sin separarse - ¡ni se te ocurra! - y a la sombra del humo de un  cigarrillo, libres de vergüenzas y pudores, se contaron sus historias.
Por primera vez vio todo claro. Sí, ella, educada por las monjas, era la pacata, era culpable. Pero ahora había cambiado completamente, se sentía; una mujer nueva, diferente, opuesta, libre, en paz, feliz.
       Se acomodó en sus brazos meditando.  Sí, lo quería ¿Cómo era posible que en un par de horas supiera tanto de este hombre y él de ella? La Biblia tiene razón, cuando dice “David conoció a Betsabé” en vez de decir “hizo el amor con”.
- ¿Pero como hago para recuperar su cariño?
- Tú eres hermosa y no lo aprovechas, vístete sexy, maquíllate, excítalo, provócalo, sé sensual, atrevida, coqueta, juega con él.   Vivan aventuras juntos.  Que sus vidas se renueven día a día.  Huye de la rutina.
- ¿Podré hacer todo lo que pides?  Me siento tan inútil.
- Ahora soy tu amante pero siempre seré tu amigo, y como amigo, me tienes a tu disposición.  Vamos a pensar en algo, pero antes, déjame despedirme de tu cuerpo.
- También yo lo estaba deseando.  Son seis veces y yo nunca antes... ¿No seré ninfómana?
- No, querida, solo eres una bella durmiente que ha despertado con un beso sincero y has despertado con unas ganas terribles, creo.  Y yo me siento el sapo convertido en príncipe con tu primer beso.
La bella durmiente y el sapo se rieron como ríen los niños inocentes de cualquier tontería.  Ella le hacía cosquillas y él le correspondía, hasta que las risas se fueron convirtiendo en gemidos, susurros, y tiernas caricias.  Lentamente, solemnemente, dulcemente, volvieron a “conocerse”  y descorrieron el séptimo velo.
Llegó a casa en la madrugada.  Él dormía profundamente. Despacito, se acostó a su lado, le dio un tierno beso en la mejilla y se durmió como un bebé.
Despertó sobresaltada, era las ocho de la mañana del sábado y los Bancos abren a las nueve.  Su esposo estaba en el baño.
- Hola, amor, anoche llegué un poco tarde.
- Sí querida, en la madrugada. La chica me avisó que ibas a ir a una fiesta de tus amigas. ¿Te divertiste?
- No te imaginas cuanto.  Tengo que ir al banco a sacar dos mil dólares para cancelar mis cuentas de las tarjetas.  ¿Me acompañas?
- Pensaba jugar tenis en el club…
- No seas malo, mira que no me gusta caminar con tanto dinero en la cartera, me pueden asaltar.
- Bueno, tomamos desayuno y salimos.
Estacionó su Volvo en el segundo sótano del centro comercial, fueron al banco y ella sacó dos mil dólares.  Regresaron al vehículo y él metió las manos al bolsillo para sacar las llaves.  De repente, él sintió que bruscamente le torcieron el brazo tras la espalda y le pusieron una pistola en la sien.
- ¡Silencio mierda!, ¡no se muevan o los quemo, no volteen, de cara contra la pared!
- Querida, hazle caso,  no grites, tranquilízate, no va pasar nada.
No pudo seguir hablando, un pañuelo con cloroformo en su cara y perdió el conocimiento.  
No sabía cuánto tiempo había transcurrido cuando despertó. Negrura absoluta, estaba atado de pies y manos, se movió y sintió otro cuerpo cálido pegado al suyo ¡Estaban en la maletera de un auto!  En la oscuridad reconoció el perfume de su mujer.
- Querida, ¿Cómo estás, que te han hecho?
- Estoy asustada.  Nos han secuestrado.  Me quitaron los dos mil dólares y mi tarjeta Master Card.  El tipo me amenazó con matarte y he tenido que darle la clave de la tarjeta de crédito, pero amor, con el susto me confundí y le di la clave de la tarjeta Visa.  Tengo mucho miedo amor, cuando regrese nos va a matar.
- Tienes que ser valiente cariño. ¿Sabes dónde estamos?
- Creo que hemos viajado más de una hora y se siente el sonido del mar. Debe ser alguna playa del sur.  Hace diez minutos que se fue, tenemos como una hora antes que regrese.
Intentaron desatarse pero fue en vano.  Estaban atados frente a frente, cabeza con cabeza.  Él presentía lo peor y quiso contarle todo.  Es más fácil confesarse en la oscuridad. La beso dulcemente y le dijo:
- Cariño, quizá sea esta la última oportunidad de hablar solos.  Voy a decirte algunas cosas que tú no conoces.  ¿Recuerdas la Universidad?  Yo estaba en quinto año de Ingeniería Civil y tú estabas en segundo año de Arquitectura.
- Sí, pero ya nos conocíamos como amigos de barrio, tú no me dabas bola.
- No te molestes pero en esa época no eras una muchacha agraciada. Tenías una nariz ganchuda, que afeaba tu cara.  Yo estaba enamorado de una rubia compañera tuya que cuando me declaré se rió de mí y me mandó a rodar.  Conversando de mujeres con mi collera alguien se acordó de ti, decían que no ibas a encontrar a nadie que te soporte.  Yo te estimaba y eso me dolió y protesté.  Me desafiaron y me apostaron un chifa que yo no me declaraba a ti.  De pura cólera acepté.  ¿Recuerdas como te pedí que fueras mi enamorada?  Tenía la esperanza de que no aceptes, pero dijiste que sí.
- Yo estaba enamorada de ti en el barrio desde los nueve años.  Ese fue el momento más emocionante de mi vida.  Lo que menos esperaba y lo que más deseaba, sucedió.
- Tuve que besarte maniobrando para no chocar con tu nariz ganchuda. Me agradaba tu compañía, me acostumbré a ti, pero no pensaba casarme contigo.  Eras mi cómoda amiga-novia.  Tú no pedías nada y me soportabas todo.  ¿Qué más podía pedir?
- Entonces, ¿por qué terminaste conmigo aquella vez?  Eso me destrozó.
- Me enamoré de otra chica, era una belleza.  No era del barrio.  Estuve con ella unos meses y la encontré muy vacía, tonta.  Ella me encontró muy exigente, muy vivo y peleamos. Hasta ahora no sé quién dejó a quién.  Después tuve vergüenza de regresar contigo.
- Pero volviste. ¿Por qué te casaste conmigo?
- Esto es lo más duro: un día me llamó tu padre, me dijo que tú estabas destrozada por mi ausencia. Me rogó que regrese contigo, que tú me amabas, que me daría trabajo en su empresa, me pidió que me casara contigo.
- Lo sé.  Estaba escuchando tras la puerta.  ¿Y por qué aceptaste si no me querías?
- No sé.  Te quería pero como a una hermanita menor.  Además estaba decepcionado: dos enamoradas me habían rechazado, ya había presentado mi tesis y obtenido el título de ingeniero y estaba sin trabajo.  Además tú me querías.
- ¿Y por qué has dejado de quererme?  ¿Qué hay con tu secretaria?
- ¿Quéeee?!!! ¿Cómo? ¿Cómo sabes…? Yo…, bueno, te voy a contar todo.
Antes de casarnos te operaste de la nariz y te convertiste de patito feo en bello cisne.  Me impresionaste, pero nuestra luna de miel fue casi un fracaso ¿recuerdas?
- Para mí fue muy doloroso para mí la primera vez.  Además no estaba preparada para eso, ni las monjas ni mamá me contaron lo que iba a suceder.
- Cuando llegaron los niños todo cambió, me robaron el corazón.  Tú fuiste una madre perfecta y aprendí a admirarte.  Día a día te quería más y estaba más orgulloso de ti.  Tú en cambio te distanciabas, volcabas todo tu amor en los chicos y no quedaba nada para mí.   Muchas veces quería estar contigo y me rehuías.
- Y por eso te fuiste con tu secretaria.  ¿Desde cuándo estás con ella?
- Querida, no te puedo negar que he estado inquieto y pensado en otras mujeres.  No sé si es la “picazón del séptimo año”, tu indiferencia a mi deseo o ambas cosas, pero te juro que nunca te he sacado la vuelta. Mi secretaria viene insinuándose hace tiempo y ayer me sedujo.  Yo caí como un estúpido y te pido perdón por eso.  La llevé a un motel pero a la hora de la verdad no pude hacerlo, mi cuerpo no respondía, yo sólo pensaba en ti.  Mi secre quedó despechada, creo que con eso ya está curada.  Imagínate, cree que soy maricón.
-¿No me mientes?
- ¡Te lo juro por nuestros hijos, y tú sabes cuánto los quiero!
- Te creo, amor, pero bésame que siento ruidos.  Está estacionando su carro, ya ha regresado.  Tengo miedo…
- Se valiente querida, tenemos que estar preparados para lo peor, pero si salimos de esta te juro que viajamos de inmediato a algún lado solos tú y yo.
El secuestrador entró al garaje dando un portazo y gritando groserías.   Los sacó de la maletera del Volvo y, tirándolos al suelo, los  pateó.
- ¡Perra desgraciada! ¡Me has engañado. Puta, puta, puta, te voy a enseñar a mentir!
- ¡No, no, no,  perdóneme señor, me equivoqué de número, perdón, perdón!!
- ¡Qué perdón ni qué carajo!  ¡Ahora vas a ver!
Sacó su pistola, liberó sus manos y pies de las cuerdas, la levantó del suelo, y encañonándola con el arma, la abrazó y comenzó a besarla en el cuello, en la cara.  Ella rehuía, se retorcía, trataba de quitar su boca, gritaba.
- ¡No, por favor, no, no, nooo…!
- ¡Conchetumadre! ¡Hijoeputa! ¡Deja a mi mujer! Yo te daré todo la plata que tengo, pero suéltela maldito!
Él, riéndose le abrió la blusa de un titón,  le bajó el sostén y empezó a besarle los senos y acariciar su trasero.  Le puso la pistola en el pecho mientras ceñía su cintura con el brazo libre, apretándola contra sí.  Ella gritaba, su marido blasfemaba y sollozaba retorciéndose en el suelo.  Ella quiso liberarse y en medio del forcejeo sonó un disparo.  
Se hizo la quietud y el silencio, ella con la boca abierta, una mueca de asombro y terror en la cara, sacó de entre ambos la mano ensangrentada.  El marido dio un grito espeluznante de dolor.  
El secuestrador lentamente, dobló las rodillas y cayó al suelo, con la camisa manchada de sangre y una mueca de horror e incredulidad en el rostro y así quedó.  Ella consternada gritaba: ¡Lo maté, lo maté, lo maté…!
Se acercó y puso sus dedos en el cuello buscándole el pulso, cogió un trapo del suelo y le tapó el rostro.
- ¡Está muerto!
- Calma querida, desátame que yo me encargo. No toques nada, voy a limpiar tus huellas.
Ella buscó en sus bolsillos recuperando la tarjeta de crédito y los dos mil dólares.  No tenía nada más.  Se arregló la ropa, recogió su cartera.  
Revisaron el lugar, era un rancho de playa vacío.  Su Volvo fiel los esperaba con las llaves puestas. Afuera estaba el auto del secuestrador, no había un alma en los alrededores: una trocha de cien metros y la Panamericana.
Llegaron a casa a las cuatro de la tarde. La abuela los esperaba con la comida servida caliente. Abrazaron a los niños y los dejaron jugando al cuidado de su nana.    
- ¡Gracias, mamá! – dijo ella – enseguida nos vamos a dar un duchazo y luego nos vamos a Punta Sal, ¿puedes quedarte por una semana con los niños?  
- Compraré los boletos por Internet.  Apúrate que son las cinco y el vuelo es a las siete.

- Anda preparando tu maleta, luego haré la mía rápido, mientras subo por mi cartera y doy un telefonazo.

Era una segunda luna de miel (¿o tercera, considerando la de anoche?).  Era el comienzo de un nuevo capítulo en su vida, pero antes tenía que cerrar el anterior.
- Aló,…
- Aló, ¿Nadie?
- ¡Maldito, me asustaste, creí que te había matado de verdad!
- Te lo dije, soy buen actor, buen director de escena y además un mago.
- Todo bien, no puedo hablar mucho porque él me está esperando. Eres un verdadero amigo y maestro.  Te quiero.  Gracias, adiós, y hasta nunca.
- También te quiero, amiga, pero jamás digas nunca... Adiós.
¡Click!

Miró el reloj: las 6 de la tarde.



29 ene 2012

La llorona


La Llorona
¿Tienen vida propia mis manos,?
Pese a mis 17 años, mis manos tenían el dorso arrugado, curtido por la sal y el sol, cubierto de cicatrices.  Había estado observando las manos de mis amigos y todas ellas eran lisas, delicadas. 
Sin embargo, me gustaban mis manos.  Sensibles para la pesca al cordel, para la búsqueda de peces, cangrejos y pulpos  escondidos bajo las rocas.  Yo era un “avis raris” en mi grupo de jóvenes que veníamos año tras año a vacacionar a las playas de Tortugas.  A diferencia de ellos, me gustaba la soledad de las largas caminatas por las playas vecinas, de las esperas sentado en las rocas o en el muelle, mar afuera, pescando,  en la caza de pulpos y cangrejos.  En los atardeceres, amistosos pero furiosos partidos de fútbol, en las noches lánguidas conversaciones en grupos de chicos y chicas, caminando en la playa o sentados alrededor de fogatas.
Esta mañana había encontrado una gran roca a pocos metros de la orilla y decidí buscar peces, cangrejos y eventualmente pulpos escondidos en sus oquedades. Me sumergí y empecé la búsqueda.  De pronto me encontré con un enorme pulpo alojado en una grieta, a metro y medio bajo el agua. El pulpo estaba en posición de caza, cuatro tentáculos con las ventosas mostrándose agresivas, dispuestas a pegarse a cualquier objeto al primer roce y rodearlo, abrazarlo, atraerlo hacia el centro de los tentáculos  donde estaba su boca provista de un duro pico con el que cortaba e ingería pedazo por pedazo a sus víctimas.
Dejé atrapar mi mano, ofreciendo poca resistencia, la suficiente para que no llegue a su boca.  Con la otra mano comencé a despegar los tentáculos y la lucha cobró forma: el pulpo comenzó a jalar con más fuerza y yo a resistirme mientras trataba de despegar los tentáculos que lo sostenían a la roca.  Poco a poco iba ganándole la batalla.  Cuando el pulpo se sintió perdido, soltó su tinta oscureciendo las aguas para poder huir. En el momento que se soltó para escapar nadando, lo cogí por la cabeza que tiene un pliegue donde metí mi mano, quedando a mi merced.  Salí del agua, sin embargo sus largos tentáculos seguían adheridos a mis brazos, a mi pecho, pero liberando una mano pude poco a poco desprenderlos todos. 
Procedí a golpear al pulpo contra la superficie del mar; era un hermoso ejemplar de un metro.  Con los golpes, fue perdiendo fuerzas hasta quedar, lacio, moribundo.  Abrí mi bolsa de mariscos y lo deposité.  Me lave la sustancia gelatinosa de los brazos y pecho con agua marina, me senté en una roca, y quedé mirando mis manos heridas en la lucha por las rocas.  La sal cicatrizaba los cortes, diplomas de mi cacería.
¿Piensan mis manos? Las sentía agradecidas, felices de entrar en acción, adoloridas pero contentas.
- ¿Estás enamorado de tus manos?
Era Lida, la hija del alcalde, a sus 20 años la naturaleza la había dotado de un rostro bello y su bien torneado cuerpecito la había convertido en el personaje de nuestros sueños eróticos.  Sin embargo la mirábamos de lejos y en nuestras reuniones de playa, era motivo de conversación de los chicos y celos rabiosos de las chicas.
- Hola, eres Lida, ¿no?
- Sí, y tu ¿cómo te llamas?
- César.
- Te vi mientras cazabas tu pulpo.  Ya me iba a pedir ayuda; has estado más de 2 minutos sumergido, creí que te habías ahogado.
- No, lo que pasó es que me tocó un pulpo difícil.  Grande y combativo.
- Todavía tienes marcado las huellas de sus tentáculos en el pecho y los brazos. ¿Es que no tienes miedo?
- Cuando sentí que me succionó con los tentáculos, me dio algo de temor, pero cuando acepté el desafío, todo se borró.  Solo quedamos el y yo en el universo, era una pelea de vida o muerte.
- ¿Y porqué practicas algo tan peligroso?
- No sé.  Será porque me gusta.
- Tienes heridas en las manos, ¿no te duelen?
- Es del roce con las rocas en la pelea.  No me duelen, aunque afeen mis manos.
- A mí me gustan tus manos.
- Son feas, Arrugadas, toscas, llenas de cicatrices.
- Son hermosas.  Están llenas de vida, no son cicatrices, son medallas al valor.
- Para tener valor hay que tener miedo y vencerlo, y yo no tengo miedo.
- ¿No te asusta la oscuridad? ¿Lo desconocido?
- La oscuridad, no.  Lo desconocido me atrae.
- ¿Y los fantasmas, los espíritus?
- Tendría que verlos.
- ¿No te asusta “la llorona”
Pegada al mar, había una franja de unos 300 metros de largo, ocupada por el antiguo cementerio del pueblo.  Contaban que desde 3 meses atrás, habían visto los viernes en la noche a una dama de blanco paseando por el cementerio, llamando con lamentos a los que se acercaban.  Contaban que a todos los que la habían visto les había ocurrido una desgracia, por lo que nadie se acercaba a esos lugares en esos días. 
- No creo que exista, en todo caso, no me asusta.
- Te la das de valiente.  Hoy es viernes, te apuesto que no eres capaz de pasar a las 12 de la noche por el cementerio viejo.
- ¿Por qué  lo habría de hacer?
- Por un premio.  Te doy un premio si ganas y me das un premio si pierdes.
- Acepto.  Esta noche iré.
- ¿Palabra de honor?
- Te doy mi palabra.
Nos despedimos con un apretón de manos sellando la apuesta.
Llevé mi presa a casa donde mamá preparó un delicioso “Pulpo al Olivo” disfrutado por toda la familia.  En la tarde fútbol, en la noche fogata con cuentos de horror.  Por supuesto no faltó la mención de “la llorona”.  Estaba un poco inquieto.  No creía en el “daño”, malojo o mala suerte que pudiera darme el ver a la llorona, pero tenía un poco de temor y mucho de curiosidad.
Cercana la media noche, me puso una chompa y me dirigí al cementerio antiguo.  Fui por la playa hasta un sendero que subía unos metros a la pequeña loma donde estaba el cementerio y me escondí tras una tapia para esperar la medianoche.
La luna estaba en cuarto menguante y negros nubarrones oscurecían el cielo, dejando el cementerio casi en tinieblas.  Me puse a meditar aspirando profundamente el agradable aroma de la fresca brisa marina. De pronto, entre las tumbas apareció una figura cubierta hasta los pies con una tela blanca, caminando de un lado a otro del cementerio y dando leves gemidos.
Un escalofrío recorrió mi espalda, respiré hondo para tranquilizarme.  No era un espíritu, el porte y la voz era de una mujer, pero ¿qué sentido tenía todo esto?
Seguí oculto tratando de entender, cuando un ruido distrajo mi atención.  Un bote a remos, con hombres y bultos  estaba llegando a la playa.   Comprendí de golpe: ¡Contrabando!
De una cueva cercana, a unos 50 metros de donde yo estaba, salieron 2 hombres y ayudaron a desembarcar la mercadería y llevarla a la cueva. Terminando, los hombres subieron al bote y se alejaron de la orilla, hasta que la oscuridad los cubrió.
La llorona era “la campana” que avisaba si alguien venía y a la vez aprovechando la credulidad de los sencillos pobladores, los asustaba para que no se acerquen al lugar.  Pasó cerca a mí, que seguía oculto, bajó a la playa y entró a la cueva. 3 hombres salieron de la cueva cargando bultos, seguramente cigarrillos y licores.  Pasaron por mi lado y se alejaron.  Esperé que saliera la llorona, hasta que no pudiendo más con la curiosidad, me acerqué cautelosamente y entré.  Me encontré frente a frente con ella.
Cayó su manto y apareció bella, majestuosa, sensual… ¡la hija del alcalde!
- ¡Lida!
- Sabía que vendrías, te estaba esperando.
Sonriendo se acercó a mí y me beso.  La besé.
- Ganaste tu regalo - se abrazó a mí y con una sonrisa pícara, dijo:
- ¿No lo desenvuelves…??