Se perdió el muerto
El Coronel Gallardo era el Jefe de Inspectoría del Ministerio. Era muy “verde”, es decir muy militar, tenía
hasta el alma uniformada. El estaba en
el décimo piso del edificio. Yo era
Director de Cómputo Electrónico y mis oficinas estaban en el noveno piso.
Estaba sentado en mi escritorio,
cuando escuché un grito y vi por la ventana caer un cuerpo y luego un golpe
seco. Me asomé a la ventana y vi, ocho
pisos abajo, un cuerpo inmóvil, con los
brazos y piernas abiertos, sobre el Mercedes Benz del Cónsul de Australia,
abollado y rodeado de vidrios rotos, en el estacionamiento de la segunda
planta. Tocaron la puerta ya la
abrieron, sin esperar invitación, entró el Inspector, son el rostro
congestionado.
- Juan – me dijo – préstamo tu teléfono, necesito hacer unas llamadas.
- ¿Qué ha pasado Coronel? – pregunté.
Cogió el teléfono y empezó a comunicarse, mientras su secretaria me
informaba.
- Trataba de abrir la puerta de la oficina porque el Coronel estaba apurado
pero mi llave no funcionaba. El Coronel,
impaciente, le dijo al conserje que se pase de ventana a ventana, entre a la
oficina y nos abra la puerta. Ya otras
veces lo había hecho, pero esta vez resbaló y se cayó. Son nueve pisos, Pablito tiene que haberse
matado. El Coronel está llamando a una ambulancia.
Miramos por la ventana. El cadáver estaba solitario, con las piernas
y brazos abiertos sobre el techo del carro.
La terraza del segundo piso era una playa de estacionamiento, parecía
que nadie más se había dado cuenta del incidente.
Dolido por la tragedia, seguí trabajando.
Al medio día, como siempre, bajé al restaurante de la primera planta
para almorzar. A mi mesa, se acercó
misteriosa la secretaria del Inspector.
La invité a que me acompañe y se sentó frente a mí.
- Le voy a contar lo que ha pasado, ingeniero. ¡Huy! ¡No se imagina!
- Cálmate, yo también estoy apenado. Pablito era muy bueno, un modelo de
conserje. Todos lo queríamos.
- Es que usted no sabe, ingeniero.
Cuando llegó la ambulancia bajamos a la playa de estacionamiento del
segundo piso. El portero no estaba así
que entramos, nomás. El carro del
embajador estaba todo chancado, los vidrios de las ventanas todos rotas, pero
el cuerpo de Pablito no estaba.
- ¡Pero si yo… nosotros lo vimos…!
- Salió el Cónsul y llamó a la policía.
El Inspector mandó a su gente a buscarlo pero se ha desaparecido. Han pasado avisos para que se lo busque.
Lo buscaron todo el día sin encontrarlo.
Al día siguiente, apenas llegué a la oficina, me llamó el Inspector.
- Juan, necesito que me acompañes.
Tú eres testigo de lo sucedido. ¡Pablo, ven acá!
Para mi asombro, se presentó Pablito, cabizbajo, avergonzado.
- ¿Me puede decir qué está pasando? – pregunté.
- Solo que el suertudo de Pablo no se mató.
Estuvo inconsciente unos minutos.
Cuando recuperó la conciencia y vio el desastre que había ocasionado, el
techo del Mercedes abollado, las lunas rotas, se escapó asustado.
- Es que de donde voy a pagar lo que he roto. Lo que gano no me alcanza ni para vivir…
- No te preocupes Pablo – le dijo el Inspector – Yo he hablado con el
Cónsul, le explique y me dijo que no va a reclamar nada. El seguro va a pagarlo todo. Pero quiero pedirte un favor, Juan…
- Si está a mi alcance, delo por descontado.
- Pablo es muy trabajador e inteligente y gana muy poco como conserje. Además está estudiando Informática, quiere
ser programador y analista.
Eso fue hace un año. Tomé a Pablo
como programador junior y no me decepcionó.
Ahora lo he mandado llamar para avisarle que han aceptado su nombramiento
como analista de sistemas. Se lo merece.