20 may 2013

Se perdió el muerto


Se perdió el muerto

El Coronel Gallardo era el Jefe de Inspectoría del Ministerio.  Era muy “verde”, es decir muy militar, tenía hasta el alma uniformada.  El estaba en el décimo piso del edificio.  Yo era Director de Cómputo Electrónico y mis oficinas estaban en el noveno piso.
Estaba sentado en mi escritorio, cuando escuché un grito y vi por la ventana caer un cuerpo y luego un golpe seco.  Me asomé a la ventana y vi, ocho pisos abajo,  un cuerpo inmóvil, con los brazos y piernas abiertos, sobre el Mercedes Benz del Cónsul de Australia, abollado y rodeado de vidrios rotos, en el estacionamiento de la segunda planta.  Tocaron la puerta ya la abrieron, sin esperar invitación, entró el Inspector, son el rostro congestionado.
- Juan – me dijo – préstamo tu teléfono, necesito hacer unas llamadas.
- ¿Qué ha pasado Coronel? – pregunté.
Cogió el teléfono y empezó a comunicarse, mientras su secretaria me informaba.
- Trataba de abrir la puerta de la oficina porque el Coronel estaba apurado pero mi llave no funcionaba.  El Coronel, impaciente, le dijo al conserje que se pase de ventana a ventana, entre a la oficina y nos abra la puerta.  Ya otras veces lo había hecho, pero esta vez resbaló y se cayó.  Son nueve pisos, Pablito tiene que haberse matado. El Coronel está llamando a una ambulancia.
Miramos por la ventana.  El cadáver estaba solitario, con las piernas y brazos abiertos sobre el techo del carro.  La terraza del segundo piso era una playa de estacionamiento, parecía que nadie más se había dado cuenta del incidente.
Dolido por la tragedia, seguí trabajando.  Al medio día, como siempre, bajé al restaurante de la primera planta para almorzar.  A mi mesa, se acercó misteriosa la secretaria del Inspector.  La invité a que me acompañe y se sentó frente a mí.
- Le voy a contar lo que ha pasado, ingeniero. ¡Huy!  ¡No se imagina!
- Cálmate, yo también estoy apenado. Pablito era muy bueno, un modelo de conserje.  Todos lo queríamos.
- Es que usted no sabe, ingeniero.  Cuando llegó la ambulancia bajamos a la playa de estacionamiento del segundo piso.  El portero no estaba así que entramos, nomás.  El carro del embajador estaba todo chancado, los vidrios de las ventanas todos rotas, pero el cuerpo de Pablito no estaba.
- ¡Pero si yo… nosotros lo vimos…!
- Salió el Cónsul y llamó a la policía.  El Inspector mandó a su gente a buscarlo pero se ha desaparecido.  Han pasado avisos para que se lo busque.
Lo buscaron todo el día sin encontrarlo.  Al día siguiente, apenas llegué a la oficina, me llamó el Inspector.
- Juan, necesito que me acompañes.  Tú eres testigo de lo sucedido. ¡Pablo, ven acá!
Para mi asombro, se presentó Pablito, cabizbajo, avergonzado.
- ¿Me puede decir qué está pasando? – pregunté.
- Solo que el suertudo de Pablo no se mató.  Estuvo inconsciente unos minutos.  Cuando recuperó la conciencia y vio el desastre que había ocasionado, el techo del Mercedes abollado, las lunas rotas, se escapó asustado.
- Es que de donde voy a pagar lo que he roto.  Lo que gano no me alcanza ni para vivir…
- No te preocupes Pablo – le dijo el Inspector – Yo he hablado con el Cónsul, le explique y me dijo que no va a reclamar nada.  El seguro va a pagarlo todo.  Pero quiero pedirte un favor, Juan…
- Si está a mi alcance, delo por descontado.
- Pablo es muy trabajador e inteligente y gana muy poco como conserje.  Además está estudiando Informática, quiere ser programador y analista.
Eso fue hace un año.  Tomé a Pablo como programador junior y no me decepcionó.  Ahora lo he mandado llamar para avisarle que han aceptado su nombramiento como analista de sistemas.  Se lo merece.

Gasolinear


Gasolinear 

Un bobo es un individuo que se deja engañar fácilmente.
Si tuviera que hacer una estatua a un bobo haría una persona con una sonrisa tonta en los labios, la mano en alto despidiendo con asombro y simpatía al individuo que lo ha engañado y se aleja.
Yo no soy bobo, soy “mosca”,  “smart”.  Por eso conseguí este trabajito por tres meses en Caracas, con un buen sueldo en dólares. Llegué en febrero de 1983, y el 18, el “viernes negro” ocurrió lo impensable: del gobierno decretó una devaluación traumática del bolívar del 46.5 %.  Por supuesto que, para mi sorpresa y satisfacción, el poder adquisitivo del dólar subió en consecuencia.
Cumplí un mes de trabajo y con mis dólares en el bolsillo me sentí un potentado. 
Fui donde mi amigo que vendía un carrito de segunda mano.  Este era un Volkswagen convertible, parecido al carrito del Pato Donald.  600 dólares y trato hecho.  Lo llevé al grifo y pedí tanque lleno.  El muchacho de servicio me miró extrañado.  Un peruano en Venezuela tiene que ir conociendo los usos y costumbres de esa tierra.  La gasolina era tan barata que todo el mundo, pagaba un dólar y le llenaban el tánque sin hacer preguntas.

Los sifrinos[1] tenían un dicho:  “vamos a gasolinear”, esto es gastar gasolina, van dos o tres parejas “mandibuleando”, comiendo arepas, recorriendo bares, cafeterías, plazas, playas… gastando el dinero que llegaba tan fácilmente a sus manos y sintiendo el placer de vivir en una tierra tan rica y próspera.
La gente era alegre, gustaba del canto, del baile, de la buena comida y bebida.  Los hombres se preciaban mucho de su “cultura alcohólica” (amplio conocimiento de bebidas espirituosas, vinos, whiskys, vodkas, rones, etc.), las mujeres se ufanaban de su belleza, de su sensualidad, de sus ganas de vivir y gozar, de dar y recibir placer.  Un pueblo libre y feliz.
Un muchacho sin carro era casi un minusválido, y con él, era un pachá.  Por eso me sentí todo un conquistador mientras manejaba despacio bordeando la vereda.  Fue entonces que la vi: una hermosa muchacha, una sifrina de no más de 20 años, todo curvas ella, morena de ojos verdes, sonriente, sensual, hechicera.  Estaba en la sombra de un parador esperando el bus.  Casi en trance, estacioné mi carrito y me dirigía a ella.
- Amiguita, el fiscal de tránsito debería multarte.  Con esas curvas tan peligrosas puedes ocasionar muchos accidentes.
Me miró coqueta, sonriente.
- Me parece que eres muy atrevido, gafo[2] – contestó.
- Es que eres la flor más bella que he visto en estas tierras.
- Tienes dejo de peruano.
- Si.  Recién llevo un mes acá y necesito una guía que me haga conocer este hermoso país. ¿Qué estás haciendo?  ¿No te gustaría ser mi guía?
- Estaba esperando el bus para ir a visitar a una amiga.
- Te propongo una cosa.  Te llevo donde tu amiga, nos juntamos un grupito y nos vamos a “gasolinear”.  Yo corro con todos los gastos.  Podemos ir a tomar unos tragos, a darnos un buen baño en Coro y pasear por las dunas, quedarnos a dormir en la playa haciendo fogatas…
- Pero yo no te conozco, tú no me conoces. 
- Mira, mientras llegamos a la casa de tu amiga conversamos y  nos conocemos.
Después de un momento de indecisión, se iluminó el rostro y subió al carro.
- Vamos, vale[3] – dijo.
Alegre, intenté arrancar el carro, una, dos… tres veces.  Me acordé que había estado guardado más de un mes por lo que la batería estaba baja.
- No te asustes – le dije – es la batería que está descargada.  Es que ha estado sin uso más de un mes.  Basta con un empujoncito y arranca, luego se carga sola.  ¿Sabes manejar?
- Desde los 10 años – contestó – la duda ofende.
- Ya sabes.  Enciende el motor, pon en segunda, yo empujo y cuando cobre velocidad sacas el pié del embrague y…
- ¿Qué te crees?  ¿Qué soy una pendeja?[4]  ¡Empuja nomás que yo sé que hacer!
Empujé el carro.  Felizmente la pendiente nos favorecía y rápidamente cobró velocidad.  Arrancó el carro y ella lo corrió unos 20 metros y se detuvo con el motor prendido, acelerando en neutro.  Me paré en medio de la pista, limpiándome las manos y ella, volteó sonriente, me dio un beso volado como diciendo ¡triunfamos!  Ella se acomodó en el asiento y partió. 
- ¡Chao, Pato Donald! – me gritó levantando el brazo haciéndome adiós.
Yo sonriente levanté la mano correspondiendo a su adiós. 
¡Sí… partió! 
Aceleró, perdiéndose poco a poco en la distancia  mientras yo, como una estatua en medio de la pista,  ponía cara de estúpido, de estúpido sonriente, haciendo adiós a la bella ladronzuela que acababa de robarme el auto.
¡Bobo!





[1] Sifrinos, pitucos, tipo de chicos que se creen gran cosa tengan o no tengan dinero, que solo hablan de moda, de autos de lujo, celulares y todas esas babosadas. Reconoces a un sifrino por su manera de hablar, "mandibuleo"; mueven mucho la "quijada" y utilizan un tono donde las frases "las dejan caer" y tuercen el "pico" y generalmente terminan sus frases con un "osea", “pucha”, o un "obvio".
[2] Gafo: tonto, torpe.
[3] Vale: cuate, amigo
[4] Pendeja; tonta

17 may 2013

Godínez



Godínez

- Hola, Juan.  Dime qué está pasando.  En la oficina de al lado he visto a un hombre llorando, rodeado de tus amigos.
- ¡Hola!... ¡Ah!  Es Godínez y le acaban de comunicar que su mujer ha muerto.
- ¡Pobre hombre!  La de haber querido mucho… ¡si vieras cómo llora!
- Es una historia extraña.  Siéntate, tomaremos un café mientras te la cuento.
Llamé a la secretaria quién inmediatamente nos preparó sus famosos “nescafés batidos”, su especialidad.  Nos acomodamos, di un sorbo al café y comencé el relato.
- Godínez es un colega, compañero de la Universidad, de la promo del 60, hace 30 años de esto.  Es un buen amigo, nacido en Iquitos, medio chamán, cree en la brujería y ciencias ocultas.  Pero tiene un defecto, una enfermedad diría yo: es un avaro.
- Bueno, mucha gente es ahorrativa, avara,  pero se justifica porque lo hacen por el porvenir suyo y de su familia…
- ¡Nada que ver!  Lo de Godínez es patológico. Te voy a contar.  Muy joven se casó con una mujer rica, creo que lo hizo por el dinero que heredaría de sus suegros.  Desde allí comienza su historia de calamidades.  Se convirtió en el tipo más “salado” de la tierra.  La mala suerte lo perseguía. ¡Imagínate!  Su suegro perdió toda su fortuna, sus propiedades, quedó tan pobre que la mujer de Godínez tuvo que trabajar para ayudar a sus padres.
- Como dice el refrán: “No te cases con fea, por la moneda.  La moneda se acaba y la fea queda”.
- ¡No, no es así!  Su mujer era buena y hermosa y Godínez le dio una vida miserable con su avaricia.  Te voy a contar una historia: En una oportunidad, Godínez y yo conseguimos un buen contrato de trabajo en Venezuela. Tres meses ganando en dólares en una empresa de mucho prestigio. Yo me alojé en un buen hotel y Godínez, que viajó con su mujer, tomó una pensión a una cuadra de mi hotel. A las 7 de la mañana, bajaba al comedor a tomar mi desayuno y allí me esperaba Godínez, para que le invite a desayunar.  Al terminar, sacaba una bolsa de papel y se llevaba el pan, mermelada, mantequilla sobrante para su mujer.  Un día lo acompañé a su pensión.  Un cuartito pequeño, baño común.  Su mujer hirviendo agua en una cocinita a kerosén, (se cocinaba en el cuarto), un solo catre de fierro de plaza y media.  Esto lo hacía para ahorrar y la pobre tenía que sufrirlo callada.
- ¡Pobrecitos!
- Lo trágico fue cuando terminó nuestro trabajo, a los 3 meses.  Tomé mi desayuno como todos los días y me acompañaron Godínez y su esposa.  Luego pedí la cuenta del hotel y mis consumos.
- No tiene por qué preocuparse, – me dijo el mozo – nosotros trabajamos con su empresa que paga el consumo de sus trabajadores.  Ya todo está facturado y pagado por su empresa.
- ¡Malditos, Malditos…! – Bramaba Godínez - ¿Por qué no me avisaron?  ¡Yo me he sacrificado y gastado por tres meses sin saber que la empresa pagaba nuestros gastos… ¿Malditos, Malditos…!
- ¡Qué tal chasco! – comentó mi amigo.
- ¿No te dije que estaba “salado”?… Te sigo contando.
En su casa vivían controlando la luz y el agua.  ¡Y los alimentos!  Vivian en Orrantia, cerca al mar, y los sábados y domingos mandaba a sus tres hijos a pescar borrachos, tramboyos, pejerreyes, lornas… lo que picara, para armar las comidas.  Pero era mi amigo.  Nos queríamos.  A veces lo aconsejaba, pero… genio y figura, hasta la sepultura.  Cierta vez que estuvo solo en su casa me invitó a almorzar.  Conociéndolo, yo llevé unas empanadas para llenar el estómago, y un vinito. 
- Te voy a invitar una sopa deliciosa – me dijo.  Puso a hervir agua en una olla, luego sacó del congelador un pocillo con una masa de fideos cocidos, vertió los fideos en el agua hirviendo hasta que se hizo una sopa lechosa, una cucharadita de sal, una pizca de saborizante y una cuchara de avena.  Luego coló la sopa quedando los fideos en el pocillo que luego guardó en el congelador, para otro futuro uso.  La verdad que la sopa estaba muy rica y con las empanadas, el vino y la conversación, tuvimos un almuerzo muy agradable.
- ¿Y de qué conversaban?
- Del trabajo, sus problemas con los hijos y su mujer, de esoterismo, brujería.  El era muy creyente.  Otra vez nos invitó a sus compañeros de oficina a una fiesta celebrando los 21 años, la mayoría de edad de su hijo.
- ¿Como dices que era avaro?  Seguro gasto sus buenos cobres en la fiesta.
- Ni creas.  Como los conocíamos, nos pusimos de acuerdo para llevar trago y bocaditos. Pero deja que te cuente.  Cuando estaba por dar las 12 de la noche, paró la música y Godínez bajó con una maleta en la mano y ante el silencio y asombro de los presentes, se dirigió a su hijo y le dio un pequeño discurso:
- Hijo, en estos momentos eres mayor de edad, termina mi responsabilidad contigo.  Te he cuidado, alimentado, educado, conseguido trabajo y ahora estás listo para hacer tu vida independiente.  Lo acompañó a la puerta, lo abrazó, le dio la maleta con sus cosas, lo hizo salir y cerró la puerta.
- ¡Qué desgraciado!
- A nosotros nos asombró y disgustó el hecho, pero pensándolo mejor, cuando lo conversamos, acordamos que estaba en lo correcto.  Sus hijos, criados entre privaciones, se hicieron fuertes y supieron afrontar la vida con éxito.  Vamos, te lo voy a presentar.
Godínez estaba en una oficina cercana, rodeado de algunos amigos, y seguía lamentándose.
- Alfredo, mira, te presento a Manuel, un buen amigo.
- Señor Godínez, me he enterado de la muerte de su esposa y le doy mi más sentido pésame.  Estoy segu…
- ¡Maldita, maldita! – estalló Godínez.  ¡Cómo me hace esto!  ¡Hace un año que estoy gastando mis ahorros en divorciarme de ella, se quedó con la mitad de mis cosas, ayer el juez firmó la resolución de divorcio y hoy a la maldita se le ocurre morirse!  ¡Esperó joderme antes de morirse!  ¿Por qué no se murió antes la desgraciada?  ¡Maldita, maldita!
Pobre Godínez, la mala suerte lo persiguió hasta el fin. Años después, un día sus hijos lo encontraron muerto en la austera y pequeña habitación donde vivía. Sin embargo dejó un edificio, una casa y mucho dinero en el banco. Pasó tanto tiempo ahorrando que no le alcanzó la vida para gastar lo ganado.

10 may 2013

Holocausto

Holocausto
(me contaron en un e-mail)




Este es un relato, que una amiga recibió en hebreo y que me conmovió mucho.
Un muchacho religioso iba por la calle que une Bnei Brak con Ramat Gan, si no me equivoco la calle Shabotinski. En uno de los carteles de avisos, le llamó la atención uno de un muchacho joven, enfermo de leucemia que busca con urgencia donantes de médula ósea.
Impresionado, fue a hacerse la prueba  para saber si podía hacer la donación.
Pasados unos días recibió la noticia de que la prueba era satisfactoria.
Fue a hablar con el médico que tenía que hacer el trasplante y le dijo que quería conocer  a la persona que recibiría la donación.
Se encontró con un muchacho laico, simpatizaron en seguida y charlaron largas horas sobre la enfermedad... sobre religión y por supuesto sobre la vida de cada uno. Se sintieron identificados como si se hubieran conocido de toda la vida.
Volvió el muchacho religioso a su casa y le contó a su padre sobre el interesante encuentro que tuvo. El padre escuchó con atención todo el relato y preguntó quién era el muchacho  y de qué familia venía. En el momento que escuchó el nombre del muchacho y el apellido de su padre, dio un grito tremendo y dijo
- ¡¿Quién…  él?!"  Te prohíbo que le dones nada. ¡Sólo sobre mi cadáver! - El hijo se asustó al ver la reacción de su padre.
- ¡Pero papá, es una cuestión de conciencia!
Pero el padre muy enojado le prohibió volver a tocar el tema.
El hijo no entendía que le paso a su padre, entonces fue a ver a su rabino a pedirle consejo. El rabino fue con urgencia a ver al padre, trato de hablarle a su corazón y a preguntarle la razón de su actitud.
El padre le dijo: Honorable rabino, Yo respeto su presencia y por supuesto no lo echare de mi casa, pero si insiste  sobre el tema, seré yo quien salga.
Le contesto el rabino: todo el que salva un alma en Israel es como si salvara un mundo.
El padre no se inmuto, y ante los ojos asombrados de los presentes, abrió la puerta de calle y salió.
El rabino estaba indignadísimo, y le dijo al muchacho: Hay acá un gran secreto y yo lo tengo que revelar
Dijo el joven: Mi padre es un hombre muy reservado, pero cuando toma vino su corazón se abre. Se acerca el seder de Pesaj y por supuesto va a tomar algunas copas, si usted pudiera venir y honrarnos con su presencia, al final del seder puede ser que pueda hablarle a su corazón.
Y así fue que llego el rabino.  Al final del seder, el padre que ya estaba algo entonado por los brindis, se dirigió al rabino y le pidió disculpas por su comportamiento anterior.
- Le contaré porque me negué a que mi hijo le done médula ósea al hijo de esa persona. No tengo duda de que después que me escuche estará de acuerdo conmigo - El rabino escuchó con atención.
- “Yo viví el Holocausto. En el gueto estábamos unos cuantos hombres en una pequeña habitación. Trabajábamos muy duro y no nos daban comida. Mi pequeño hijo estaba con nosotros, pero los alemanes no sabían de su existencia, porque lo escondíamos en el cielo raso de madera de la habitación. Por la noche lo bajábamos, y él salía y, escondiéndose, robaba comida de los alemanes y nos la traía.
La persona de la que hablamos, que ustedes imploran que permita que mi hijo done médula ósea para salvar la vida de su hijo, era especialista en hacer bombas, y eso hacía para los nazis, por eso ellos lo respetaban, y siempre rondaba por el gueto acompañado de dos guardias.
Un día entró a la habitación y con un palo empezó a golpear las paredes hasta que llego al cielo raso, al golpear con fuerza cayeron algunas maderas y también mi hijo, que allí se escondía. Él lo tomo por el cuello, le torció la mano, lo saco afuera cerró la puerta y se oyeron dos disparos. Dos tiros que marcaron mi corazón para siempre.
Ahora dígame respetable rabino ¿cómo puedo perdonar? Mi hijo no salvará a su hijo”.
El rabino, con los ojos llenos de lagrimas se dirigió al hombre y le dijo"
- Yo entiendo el dolor de tu corazón, pero ¿qué culpa tiene el hijo?  Puede ser que aquí haya un dilema que nosotros no comprendemos, pues oscuros son los caminos del Señor.  Y aparte de eso, hay aquí una oportunidad de hacer una gran ofrenda a Dios.  Vamos a hablar con ese hombre.
Después de muchas horas de intentar convencerlo, por fin el padre accedió.
Llegaron a la puerta de la casa y cuando el hombre salió y se cruzaron sus miradas, el padre casi se desmaya de la conmoción. Pero el hombre le dijo:
- “Usted está enojado conmigo durante muchos años.  Toda la vida he esperado el momento de verlo para que sepa la verdad, y el cielo nos marcó el momento para que sea ahora.
Los alemanes querían matar a todos los hombres que había en tu habitación porque supieron que ocultaban un chico. Quise que el daño fuera menor y les dije que yo iba a entrar a matar al chico, para salvar a todos ustedes.
Cuando lo saqué afuera no pude matarlo, pero los guardias estaban junto a mí, por eso tire dos disparos y los maté.  De ahí me escape con el niño y lo llevé a un convento cercano.
Los alemanes supieron que los traicioné pero no podían matarme porque me necesitaban por mis conocimientos en hacer bombas, por eso me torturaron de tal manera que me dejaron estéril de por vida.


Cuando terminó la guerra y sabiendo que no puedo tener hijos, me fui al convento a buscar al niño que dejé. Me lo entregaron y lo crié todos estos años con amor. Ese chico es tu hijo. ¡El trasplante de médula es para salvar la vida de "tu" hijo!”

9 may 2013

Hotel Europa





Hotel Europa

Los 70. Chiclayo es una ciudad fenicia donde se concentra el comercio para una basta región de costa, sierra y selva.  Debido a mi trabajo visitaba la ciudad una o dos veces a la semana. Mis sitios preferidos era el restaurante Roma donde almorzaba degustando un exquisito lomo fino regado por una media botella de vino Tacama Fond de Cave cosecha 1956, y el hotel Europa.
El hotel Europa era una antigua casona con la elegancia aristocrática del siglo XIX, puertas y vigas talladas de madera, paredes empapeladas, sillones de cuero, jardines internos, habitaciones pequeñas pero acogedoras, con ventanas enrejadas a los jardines por donde penetraba el delicioso aroma de jazmines. 
Me registré, dejé mi maletín en mi habitación, metí mi llave en el bolsillo y me ubiqué cómodamente en un sillón de cuero de la sala, donde dejé pasar el tiempo tomando un café y leyendo el periódico local.
Llegó la hora de la cena y pasamos los huéspedes al comedor, en la puerta le cedí el paso a una hermosa mujer que me sonrió educadamente, agradeciendo el gesto. Nos ubicamos frente a frente, en la gran mesa del comedor y durante la cena hicimos amistad.  Ella era una mujer interesante, hermosa, sensual, inteligente, y mantuvimos una amena conversación durante la cena, mientras saboreábamos el menú familiar que nos ofrecía el hotel. 
Terminada la cena, nos despedimos y ella se retiró a sus habitaciones mientras yo me dirigí al salón donde jugué una interesante partida de ajedrez con otro huésped, escuchando música suave y  calentando el cuerpo con un Anís del Mono. Luego, fui a mi habitación, la 123.  Ingresé cerrando la puerta tras de mí.  Al voltear quedé paralizado, con la boca abierta por la sorpresa: mi bella dama, compañera de cena, estaba echada en la cama con un camisón semitransparente que destacaba su sensual cuerpo. En la mano tenía un libro abierto y mostraba tanta sorpresa como yo.
¿Qué hace usted aquí? – preguntó asustada.
Lo mismo le iba a decir yo – contesté – Temo que usted se ha equivocado de habitación.  Este cuarto es mío, mire mi ma… - ¡Mi maletín! No estaba y en cambio había una maleta ajena.
Este es mi cuarto, el 123.
No, el 123 es mío – dije, mientras sacaba del bolsillo el llavero que me dio el conserje del hotel, mostrándoselo, y ¡oh sorpresa! Era el número 132. Quedé estupefacto, mientras ella se reía de mi turbación.  Los colores subieron a mi rostro, no sabía que decir…
Le ruego me perdone, soy un distraído, no quise ofenderla, me retiro…
No te preocupes – me dijo tuteándome – tu error es comprensible.  Mira, estaba por tomar un café. ¿No quieres acompañarme?  Así acabaremos la conversación tan interesante de la cena.
¡Claro que sí! – contesté.
Conversamos, nos gustamos, intimamos, pero como soy un caballero, me retiré de su alcoba… al día siguiente.