23 may 2014

Quillabamba - 6 Avelino Mar Arias

Avelino Mar Arias



 Era el año 1965. Con Benito, Edo y Tewfick compartíamos un dormitorio en la residencia de Técnicos de la ONRA, en Quillabamba. Con el tiempo, nuestra amistad se consolidó y profundizó hasta estos días. 
Benito llevaba cajas de mandarinas y mangos que eran vaciadas rápidamente por nuestros jóvenes estómagos.  Los cuatro compartíamos el gusto por la música clásica y la buena lectura.  Cuando íbamos al Cuzco o a Lima, nos proveíamos abundantemente de libros y discos. Recuerdo que hacíamos competencia de lectores apilando los libros que leíamos y midiendo la altura de la pila. En el tiempo que vivimos juntos pasamos el metro.
Muchas noches pasábamos horas comiendo fruta, escuchando música y conversando. Música, arte, literatura, religión y política.  El tema político era el más candente.  Éramos conscientes de los grandes abusos cometidos con los campesinos y nos considerábamos la mano del Gobierno que al fin les prestaba apoyo para su desarrollo económico y social.  Sin embargo, el Sindicato de Campesinos seguía activo con sus permanentes demandas.  A la vez, ONRA trabajaba con las Fuerzas Armadas y el Comandante Gallegos, que dirigía el Servicio de Inteligencia, estaba integrado a nuestro grupo y con él compartíamos la vida social.
Las autoridades vivían en estado de alerta.  Se esperaba en cualquier momento un paro campesino, con interrupción de las vías de comunicación y toma de las oficinas públicas.
A pesar de que el principal dirigente campesino provincial, Hugo Blanco, había sido detenido recientemente y estaba siendo enjuiciado,  el Servicio de Inteligencia había descubierto que el Sindicato había pactado con las guerrillas dirigidas por De la Puente Uceda y que las mismas habían llegado de Puerto Maldonado y estaban acampando en las alturas del Valle, meseta llamada Mesa Pelada, inhóspita y de muy difícil acceso.
Nuestra llegada al valle fue mal recibida tanto por propietarios como por campesinos.  Los propietarios porque pensaban que les íbamos a quitar sus tierras ya que íbamos a adjudicar a los feudatarios los terrenos que ellos ocupaban pagándoles un justiprecio por ellos: si bien esto terminaba con los conflictos por tierras, le quitaba una mano de obra barata, ingresos y otros beneficios del anterior régimen;  la verdad es que las “condiciones” de enfeudamiento ya no se cumplían por la rebelión de los campesinos y por la presión que hacían al Gobierno. Los campesinos no nos aceptaron al inicio porque no confiaban en el gobierno.
Este rechazo no duró mucho tiempo.  Los tres organismos que trabajábamos por la pacificación: la Oficina Nacional de Reforma Agraria encargada de la titulación y desarrollo rural, la Oficina de Cooperación Popular, que aportaba con materiales y dirección técnica de algunas obras, y el Cuerpo de Paz, organismo norteamericano que enviaba personal  para capacitación, asesoría y apoyo al campesinado,  todos estaban constituidos casi en su totalidad por gente joven.  Jóvenes profesionales que nos entregamos en cuerpo y alma al trabajo, creando una mística que nos unía y nos daba fuerza para afrontar situaciones difíciles.  Trabajábamos aún fuera de horarios y en días de descanso, sin ninguna presión ni exigencia, por el placer del trabajo realizado. Teníamos muchos amigos, nos hicimos querer tanto por propietarios como por campesinos.
Una noche, Benito se presentó con un amigo, Avelino Mar Arias.  Benito era el ingeniero encargado de la Oficina de Huayopata y en un recorrido por la zona, acompañado con Berta, una asistenta social, llego  a su predio.  Avelino había estudiado 2 anos de Agronomía y era un hombre inteligente, de nuestra edad, con mucha simpatía.  Se hicieron amigos de inmediato y frecuentemente Avelino lo visitaba en la Oficina para fumarse unos cigarros y tomarse un café.
Desde entonces, Avelino frecuentó nuestro dormitorio, a veces con otro amigo, y nos enfrascábamos en amenas conversaciones. Una noche nos estaba contando las duras condiciones en que había vivido el campesinado y yo aproveché para decirle que nosotros expresábamos la política del Gobierno que quería llevar el desarrollo a los campesinos.
- Eso no es cierto - me contestó Avelino.  El gobierno se comporta como el mal médico que receta una pastilla para calmar el dolor.  Cierto, cura el malestar pero la enfermedad subsiste.  Todo el país está enfermo.  Si no fuera por Hugo Blanco y De la Puente, los sindicatos y las guerrillas, ustedes no estarían aquí.  Fueron ellos, fue su presión, su sacrificio, sus muertos, los que obligaron al Gobierno a poner este parche en La Convención.  Ustedes, amigos, son solo un parche, para evitar que la infección se propague por todo el país.
- No pude ocultar que había mucho de verdad en los que decía.
- Pero ¿Tú crees que esto justifique la violencia?  La lucha trae dolor, muerte, infelicidad.
- Dolor, muerte, infelicidad, injusticia, abuso.  Eso es lo que tenemos ahora.
- Pero el mundo evoluciona.  Se dan leyes para que progresivamente llegue el desarrollo económico y social a todo el país.
- Juanacho, me haces pensar que no eres ingeniero sino ingenuo.  Las leyes las dan los poderosos que gobiernan para defender sus intereses.  Si se avanza algo es por presiones, como en este caso. Y ya no se puede esperar más, si nó mira los cerros alrededor de Quillabamba: todos pelados, antes eran bosques. La falta de respeto a la Pachamama, a la naturaleza, está destruyendo el país.  La erosión, pérdida de tierras arables, contaminación de las aguas y los aires, liquidación de la biodiversidad.  Todo por la visión mercantilista de nuestros gobiernos que pretenden matar las raíces incaicas de nuestro pueblo.  ¿Qué sabes del Taqui Oncoy?
- ¿Nada, primera vez que lo escucho.
- ¿Conoces la cosmovisión andina?
- Ni idea.
Otro día vamos a conversar extensamente de eso.
Se despidió y me dejó pensativo, avergonzado. Tenía razón, y además había adoptado una posición compatible a sus ideas. ¡Qué vacío e insignificante me sentí!  Decidí averiguar más cosas sobre Avelino, conocerlo más.
Benito me contó de él. Su padre era arrendire de Benjamín la Torre. Avelino le contó cuando niño vio a su padre encaró al hacendado por hacer trabajar a los arrendires por más de doce horas bajo lluvia, sin descanso y además al fin del día tenían que acarrear leña a la casa hacienda, desde entonces nació en él el deseo de reivindicación. Su padre sufrió represalias por que lo envió con su hermano al Cuzco, con grandes sacrificios, a estudiar. A los 17 años falleció su madre y él ingresó a La Universidad para estudiar Agronomía. La rebelión del campesinado cuzqueño contra los hacendados iba creciendo y necesitaban organizadores en esa lucha, y sintiéndose necesitado, hizo un pacto con su padre y su hermano menor.
- Padre le dijo: ayúdame en todo lo que puedas para que yo pueda viajar por  las comunidades organizando a nuestros hermanos -  y al hermano le dijo, - tú acaba tu carrera y ayuda a la familia.
Recién me expliqué porqué solo venía en las noches.  Era dirigente del Sindicato y el Servicio de Inteligencia tenía los ojos puestos en él.  Llegaba a vernos aprovechando la nocturnidad, a ocultas.
Una noche se presentó con una muchacha.
- Voy a presentarles a Cecilia.  Amiga de un amigo de Lima, que ha venido a visitarnos.
Vinieron los saludos, formales y corteses, y luego la conversación se hizo un poco tensa.
-Vamos, Cecilia.  Una delicada y dulce señorita, poetisa, citadina. No esperamos que comprendas nuestras ideas de justicia social.
- Yo viví mucho tiempo en la sierra. Papá es ingeniero civil y yo siempre lo acompañaba. Si me dediqué a la poesía fue en parte para poder protestar contra tanta injusticia que he vivido. Cuando vivía en Huariaca he conocido a los señores feudales, de horca y cuchillo. Ellos decretaban las leyes y las ejecutaban abusivamente. Me ha tocado ver ahorcar a un campesino por robar unas papas para su familia, he visto los pequeños ejércitos de mercenarios persiguiendo hasta matar a los rebeldes, he conocido del derecho de pernada contra las bellas muchachitas. Ahora saben de qué parte estoy.
- ¿Cecilia, cuál es tu papel en esta lucha por la justicia social?
- Soy poeta y debo luchar con mis armas, mis poemas.
Una chispa brilló en mi mente.  Me había sentido mal cuando estaba con Avelino.  Siempre me preguntaba si lo que hacía era lo correcto, si no debería tomar compromisos más directos con los rebeldes y ella me daba una respuesta: Soy ingeniero y debo luchar con mis armas. Un premio nacional de Poesía, Cecilia, me abría los ojos.
En mis discusiones con Avelino, yo como admirador de Gandhi, era enemigo de la violencia y Avelino, aunque la justificaba, no la tomaba como opción. Cuando fue elegido como Secretario de Prensa y propaganda del Sindicato de Campesinos de la Convención, le pregunté si apoyaría a las guerrillas.
- Luis de la Puente me ha pedido apoyo y yo le contesté que le daría todo mi apoyo personal pero no involucraría al Sindicato porque la masa campesina no comprendería el propósito de la lucha armada del Movimiento Independiente Revolucionario, MIR.
Daniel era un muchacho de 18 años, que vivía con su madre en su arriendo de Echarate.  Era inteligente y generoso. Le enseñé algunas técnicas simples de ingeniería, como construir retretes, filtros para agua potable, muros de contención, y el ayudaba con sus conocimientos a sus vecinos.
 Cuando pasaba cerca a su casa, paraba la camioneta mientras conversábamos y tomábamos un café, y su madre nos atendía con mucho cariño.  Nunca me dejaba ir sin darme una caja de mandarinas o de mangos, sabiendo lo mucho que me gustaban. Entre nosotros se estableció una fuerte amistad y estima.
Fue una semana agitada. Las noticias eran alarmantes.  Se decía que los guerrilleros estaban en Mesa Pelada, meseta, puna, en las alturas del valle.  Muy poca gente había subido a Mesa Pelada.  Llegaron unos militares de Lima llevando fotografías aéreas buscados planos del área, que no existían.  Decían que allí estaba De la Puente.
El lunes, me embarque en mi camioneta conducida por Juan Quintanilla, mi compadre, a Echarate. Allí me reuní con Arturo Chávez, el jefe de la Oficina, Sonia Cuentas, la asistenta social y los dirigentes del Sindicato, para organizar la construcción de un Centro Comunal.  Nos citamos en la carretera, frente al Platanal.  Este era un lugar poco accidentado cubierto con una plantación caduca de plátanos.  Encontramos reunidas unas cincuenta personas.  Organizamos inmediatamente los trabajos.  Marqué con estacas los cuatro vértices del terreno sobre el que íbamos a construir e inmediatamente los cincuenta campesinos entraron con sus machetes a tumbar y desenraizar los plátanos.  Mientras tanto, con otros hombres buscamos un lugar aparente para extraer la arcilla para fabricar los adobes.  Un carpintero se encargó de los moldes, y otro grupo se puso a recolectar paja para los adobes y piedras para los cimientos. A medio día llegaron las mujeres con sus ollas de comida.  Al poco rato llegó el tractor y bajo mi dirección realizó el corte y relleno del terreno hasta dejarlo completamente plano.  Ya se había comenzado la construcción de adobes. Con mi teodolito y una wincha, marqué con yeso el perfil de los cimientos.  Dejé encargado a Rojas, el maestro albañil, la dirección para la excavación y relleno de los cimientos, así como de la fabricación del número requerido de adobes, y nos citamos con el Sindicato para dentro de cuatro días. Me retire, cansado pero contento a la oficina.  Mientras estábamos tomando un café reparador, me llamó mi chofer, mi compadre Juan Quintanilla.
- Inge, hay unos señores que quieren verlo.
Eran cuatro individuos, mal encarados y se notaban que no eran de la zona.
- Tenemos un encargo para usted, ingeniero - y me alcanzaron un papel doblado. “Benjamín, necesito una camioneta en Echarate para esta noche, urgente.” Firmaba el Comandante Gallegos, Jefe Inteligencia.  Abajo decía:  “Juan, dale la camioneta con chofer a los portadores de la presente.  Mañana a primera hora te la devuelven”. Firmaba Benjamín Samanéz, mi jefe.
Sin sospechar nada di la orden a Quintanilla entregándole la camioneta a los militares (ahora estaba seguro, del SIN).
Al día siguiente, llegamos con Arturo y Sonia al Platanal. Nos recibieron los del Sindicato, muy contentos. Había una buena cantidad de abobes, para medio día estarían terminados.  El maestro Rojas estaba dirigiendo el vaciado de los cimientos.  Todo marchaba bien. Me despedí: - Nos vemos el viernes.
Avanzamos un trecho y me acordé de Daniel.
- Compadre, paras donde Daniel, que quiero saludarlo.
- No Inge, mejor no.
- ¿Qué pasa, tocayo? ¿Por qué no quieres llevarme?
- Seguro que no está.
- ¿Tú cómo sabes?  ¡Vamos no más!
Llegamos, me bajé, la puerta estaba abierta, llamé, volví a llamar más fuerte, no contestaron, entré.  Recién reparé en el desorden, todo estaba movido.  Intrigado y un poco asustado, revisé las habitaciones.  No había nadie.  Al fondo de la casa había un matucancha, un área con piso de cemento para el secado de la coca.  Una mancha oscura, como si hubieran arrastrado algo mojado, legaba al borde del matucancha, al huerto.  Regresé a la camioneta.
- Juan, vas a decirme qué sabes de lo que ha pasado.
- No sé nada, Inge.
- No me engañas.  Habla.
- No puedo, Inge.  Me han prohibido.
- Tú eres mi compadre. Tienes que contarme, si no tendría que denunciarlo a la policía y contar esto en la oficina.
- No Inge.  No debe hacer eso. Le voy a contar.
- No voy a repetirlo, habla sin temor.
- Los tipos de anoche eran del Servicio de Inteligencia. Anoche me hicieron traerlos aquí, rodearon la casa y entraron con sus armas listas a disparar.  Después empecé a escuchar gritos y llantos y por curioso, me acerqué a mirar.  Estaban torturando a Daniel. Uno agarraba a su mamá, doña Lucía. Dos lo tenían amarrado, cogido de los brazos y metían una y otra vez su cabeza a un balde de agua, cuando estaba por ahogarse la sacaban y el jefe preguntaba: ¿Dónde están las armas, habla?  Daniel no quiso hablar y cambiaron de tortura. Lo agarraron entre tres y el jefe empezó a levantarle las uñas con un desarmador.  Daniel gritaba y gritaba hasta que se desmayó. Le echaron agua a la cara hasta despertarlo.  Su mama tenía un pañuelo metido en la boca y solo se oían sus gemidos, pero la tenían agarrada. Siguieron torturándolo pero no habló.  Entonces uno de ellos le dijo algo al oído al jefe y se pusieron a reír. Fueron donde estaba doña Lucía y le quitaron el pañuelo de la boca y la ropa; dos la sostenían mientras el otro la violaba. Parecía el infierno, dos gritaban y cuatro reían.  Daniel no pudo más y empezó a hablar: “Las armas están enterradas entre los dos mangos del huerto.  El jefe volteó hacia mí y me dijo: - Tú tienes una pala y un pico en la camioneta (todos los llevábamos, por los atascones en el barro), rápido, tráelos. ¡Y no has visto nada, sino te mueres! ¿Entiendes? - Tuve que obedecerles, desenterraron las armas y las subieron a la tolva. Regresaron a la casa y siguieron violando a doña Lucía. Sus gritos eran desgarradores, para hacerla callar le metieron el palo de la escoba empujándolo una y otra vez en su vagina. Daniel dio un solo gemido y quedo quieto. Cuando terminaron llevaron los cuerpos al hueco entre llos mangos y los tiraron, doña Lucía todavía se movía cuando echaron la tierra encima y los enterraron. Cuando los dejé me volvieron a decir: -“Si hablas, mueres”.
Estaba desolado.  Llegué a Quillabamba y sin hablar con nadie me encerré en mi habitación.
¡Esa era la Democracia de Belaunde! Un quijote soñador de presidente.  Fue mi profesor en la Universidad y todavía recordaba sus sentidos discursos. ¿Acaso sabía lo que estaba pasando?
Al día siguiente me enteré de que Avelino había sido apresado, acusado de apoyar a las guerrillas (traición a la Patria con pena de muerte).
En la casa de Avelino habían encontrado un almacén con víveres, que según él era de las cooperativas. En realidad, ayudaba a De la Puente, jefe de las guerrillas del MIR, pero de forma personal, nunca quiso comprometer a los campesinos del Sindicato.
 Cuando encontraron por el lugar unas pintas de color naranja de la hoz y el martillo, Edo explicó que era una broma de la gente de la brigada de Távara que fueron a hacer un levantamiento topográfico a pedido de unos ganaderos de Chaullay para solicitar las tierras y aprovechar los pastos, todo ello con la autorización del Ingeniero Samanéz.
Cuando capturaron a Avelino Mar lo subieron a un helicóptero y lo obligaron a propalar por un parlante que estaba en desacuerdo con la lucha armada del MIR. Lo hizo para evitar represalias contra el Sindicato.
Muchos años después me enteré de la muerte de Avelino.  Había sido  indultado por Velazco y continuó su labor organizativa fundando la Liga Agraria de la Convención y Lares y la Federación Agraria Revolucionaria Túpac Amaru. Tenía un apodo que proclamaba su honradez:  “Manos Limpias”. Era muy querido por todos los campesinos. Luego fue Presidente de la Confederación Nacional Agraria.  Fue elegido Constituyente como independiente en las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1979, año en que se casó con Luz Marina Figueroa, socióloga limeña que tuvo que romper con su familia para casarse con un dirigente campesino. Regresó a la agricultura, en su predio de Huayopata dedicándose a ella y a su primer hijo nacido con el síndrome de Down a quien adoraba. Un tumor maligno acabo su vida el 28 de mayo del 2005.
Yo estaba en Lima cuando, manejando mi carro en la Av. Alfonso Ugarte, cerca de la Plaza Bolognesi y la Plaza Jorge Chávez, me enteré de su muerte.
Bolognesi, “hasta quemar el último cartucho”, Alfonso Ugarte y el morro de Arica, Jorge Chávez “arriba, siempre arriba”, Leoncio Prado morir con una taza de café en la mano”.  Esos no son mis héroes, pensé, son “figuretis”, héroes fabricados para sostener un falso patriotismo: un detalle elegante graba su memoria para la posteridad.  ¿Y mi amigo Daniel? ¿Y Avelino Mar, “manos limpias”, que dedicó su vida a buscar justicia para los campesinos?  ¿Acaso solamente fueron soñadores?
Shakespeare lo dijo: “El hombre está hecho de la misma materia que sus sueños” y sus sueños fueron la justicia y la paz, la equidad, la felicidad de sus hermanos.
Gracias Avelino, honor y gloria a tu memoria.

-o0*0o-


1 comentario:

  1. Avelino Mar falleció los últimos días de mayo del 2005.

    Este enlace ojalá te interese. http://es.scribd.com/doc/79388207/Daniela-Rubio-Giesecke-Las-guerrillas-peruanas-de-1965

    Buena narración de hechos históricos. Felicitaciones.

    Mi blog: http://fiscalizacionperu.blogspot.com/

    ResponderEliminar