18 may 2014

Quillabamba - 11 Miskiunuyoc

Misquiunuyoc


Un estudio de vivienda rural.  Ese era el encargo y para realizarlo tenía que visitar todos los diversos tipos de viviendas del valle.  La casa-hacienda de los poderosos, las casas de los feudatarios, con matucancha (patio empedrado) para secar la coca y porches para el descanso vespertino, cabañas mínimas de los más pobres…
La manera de usar las viviendas, las tareas caseras, los usos y costumbres estaban a cargo de una educadora familiar: Elizabeth,  yo le cambié el nombre a Betty, por, por su naricita respingada, su carita redonda y pecosa, su aire de inocencia que me hacía recordar a Betty Boop, muchachita inocente y coqueta de los antiguos dibujos animados.
Betty era algo mayor que yo, una mujer hecha y derecha, tenía su novio en Cuzco y era muy querida por su carácter alegre y sencillo.
Desde que nos conocimos nos hicimos buenos amigos, sin ninguna pretensión de enamorar, mutuo respeto.
Fueron semanas en los que recorrimos en camioneta todo el valle, las horas de viaje las amenizábamos cantando, conversando, discutiendo, riendo frecuentemente. Éramos dos jóvenes alegres que gozaban haciendo su trabajo.
Éramos bien recibidos por los campesinos que, cuando sabían nuestra misión, nos enseñaban sus viviendas y contestaban sin temor todas nuestras preguntas.
Mientras yo, con mi wincha medía las habitaciones, dibujaba los planos, los muebles, las instalaciones, examinaba las condiciones sanitarias, Betty conversaba con la mujer de la casa, averiguaba de sus comidas, de su medicina, de las actividades domésticas como crianza de los niños, educación, cocina, costura, limpieza, origen del agua y alimentos, etc.
Recogíamos frutas de sus huertos, para el camino.  Yo le enseñé a Betty como comer mango: con una toalla como babero, comiendo la cáscara, mordiendo la pulpa, chupando la pepa hasta quedar con la cara toda embarrada del jugo, como niños hambrientos.  Si alguno tenía remilgos para no ensuciarnos, el otro untaba su cara con el néctar de mango, como en un carnaval, un castigo acompañado de ayes y risas.
Un día fuimos a Miskiunuyoc,  una humilde aldea situada en la parte alta de unos cerros empinados.  La camioneta nos dejó en la carretera, donde iba a esperar nuestro regreso y nosotros emprendimos la caminata cuesta arriba. Íbamos los dos solos por un estrecho sendero y tras dos horas de andar sin encontrarnos con una sola persona, llegamos a una amplia cabaña donde se escuchaban voces y gritos de niños: una escuelita.  Los perros anunciaron nuestra presencia y salieron dos simpáticas muchachas seguidas por una veintena de niños.
Les explicamos el motivo de nuestra visita y dieron recreo a los chicos mientras nos acompañaban en nuestra tarea.
Nos contaron su historia: eran dos humildes maestras de Lima, recién egresadas: una era del Rímac y otra de La Victoria.  Habían pedido ser destacadas a un medio rural y nunca se imaginaron donde iban a caer.  Estaban 6 meses sin cobrar sus sueldos, pero no querían regresar.  Adoraban su escuelita y lo que estaban haciendo: en las mañanas, clases a los niños y en las tardes, alfabetización de adultos.  Se sostenían con los pocos alimentos que les daban los padres de familia. ¡Una joya de apostolado!
Nos llevaron a visitar dos viviendas y nos ayudaron con el trabajo. Una vez terminado quisieron invitarnos a almorzar (era las 3 de la tarde) pero no quisimos interrumpir sus clases, ni quitarle sus pocos alimentos, así que emprendimos el regreso, solo aceptamos una bolsa de sabrosos mangos para el camino.
Había un sol ardiente, probablemente 34 grados de calor, estábamos cansados, sedientos, hambrientos, sudorosos y, sin darnos cuenta, perdimos el camino.  Caminamos hasta encontrar un sendero y lo seguimos.  De repente, llegamos a una pequeña cascada, en una sombreada quebrada, entonces recordé: esa cascada daba nombre al lugar,  Misquiunuyoc, agüita dulce.
La cascada formaba un pequeño estanque.  
Sin pensarlo dos veces, me desvestí quedando solo en calzoncillos y me metí de cabeza en el agua gozando del alivio del calor que las frescas aguas me daban.  Cuando saque la cabeza del agua, Betty estaba a mi lado, en una camiseta que mojada mostraba la forma sensual de sus senos puntiagudos, agresivos, desafiantes.  
- No me mires - me gritó riendo.
- No seas creída - contesté - y tú tampoco.
Limpios del sudor y el polvo, refrescados, bebimos en la mano el agua dulce y fresca del manantial.
Una punzada en el estómago me hizo recordar el hambre, me acerqué a la orilla y saque dos mangos y le di uno a ella.  Sin salir del estanque, decidí saborearlo lentamente y comencé a pelarlo y morderlo poco a poco.  La miré y ella estaba embarrada la cara con el mango, me volteé para no mirarla y ella se acercó despacio por atrás y me embarró la cara con el mango (así jugábamos) gritando: carnaval, carnavilspi liberascuni  (quechua: en carnaval eres libre de hacer lo que quieras).  Me volví y la cogí por la espalda frotando mis manos de mango por su cara, por su cuello, por sus brazos, bajo su camiseta, por su pecho, por sus senos…  y de repente nuestras risas callaron, terminé de sacarle la camiseta y quedamos desnudos abrazados, nos miramos sonrientes.  
Sí, nos teníamos hambre, probé su boca, dulce del mango y seguimos besándonos, sintiendo que la pasión nos embargaba y nos hicimos y dejamos hacer hasta terminar tendidos en la orilla, abrazados, agitados, satisfechos, un poco (muy poco) avergonzados.  Volteamos la cabeza al mismo tiempo para mirarnos a los ojos y soltamos la risa, ambos.
- Juancha, aquí no ha pasado nada, olvida todo, ¿ya?
- Claro, aquí no ha pasado nada, pero antes de olvidar “nada”, ¿Qué tal si “no pasa nada” otra vez?
- Pero que sea la última ¿eh?
Terminamos la segunda vez abrazados, mientras la ropa se secaba sobre una roca.  Después de un breve sueño, sin hablar, nos vestimos y recién nos miramos.
- Hola, Juancha, ¿dónde has estado?
- Hola amiga, por ahí, calmando mis hambres y mi sed.
Y sonrientes seguimos el camino.  Sabíamos que no había pasado nada. Simplemente calmamos nuestra sed y nuestras hambres, civilizadamente, con ternura, como amigos, y como amigos solamente seguimos.

Amor que llegas de noche
y en la mañana te vas,
amor que no quieres irte
pero sabes que te irás.

No me pidas que me quede
yo no te quiero engañar,
amémonos en silencio
y dejémonos pasar.

No me pidas que te diga
porqué me voy a marchar,
soy un viajero en la vida
y mi destino es andar.

Los dos nos hemos gustado
y amado en la  intimidad,
una entrega sin perjuicios
que terminó en amistad.

El cariño que nos dimos,
la pasión que nos unió,
fue tan grande, tan sincera,
que no nos comprometió.

Tú te vas por tu camino,
por el mío me iré yo,
pero el amor de ese día
en nosotros se quedó.

Mañana, al encontrarnos
nos miraremos tu y yo,
y sabremos al mirarnos

que ese amor nunca murió.

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