31 ene 2012

24 horas





24 horas


Miró el reloj: las 6 de la tarde.

¡Click!
- Aló, si…?
-  Aló, señora, usted no me conoce.  Me apena pero tengo que contarle que su marido la engaña.  Hoy, dentro de una hora, a las siete de la noche, se va a encontrar con su amante en el bar de la esquina de su oficina.  Le cuento esto por su bien.  Adiós.
Algo se quebró en ella. Se miró en el espejo. ¿Hace cuanto tiempo que no iba a la peluquería, o se hacía la manicure, o se maquillaba? ¿Cómo así había desatendido a su marido? Estaba tan dedicada a sus dos pequeños que había descuidado la relación con su esposo. Pero no lo podía creer, tendría que verlo con sus propios ojos. 
Le dijo a la empleada que no se preocupen por ella porque iba a llegar tarde.  Dio un beso a sus hijos y los dejó jugando, salió de casa y tomó un taxi.
- Señor, estacione su taxi cerca de ese bar. Vamos a esperar.
- Pero señora…
- Tome cien soles por dos horas ¿está bien?

- Claro, “con la plata baila el mono”, no hay problema.
Esperaron diez minutos antes de que llegue el carro de su marido.  Ella se escondió para ver sin que la vieran.  Estacionó en la puerta del bar, dio la vuelta al carro para abrir la puerta a una rubia muy sexy, claro… ¡su secretaria! - ¡Desgraciado, a mí nunca me abres la puerta…! - pensó. Siguieron esperando. A la media hora se abrieron las puertas y salieron tomados de la man y subieron al auto.
- Sígalos, no los pierda de vista.
- Usted ordena patrona.
Un motel en una calle solitaria.  El carro de los amantes ingresó por el portón y ella se quedó en la soledad más completa.  Desde que le pasaron el chisme su rostro había quedado impasible.
- Regrese al mismo bar, por favor.
- Como no.  Señora, déjeme decirle que lo lamento, yo…
- Gracias, comprendo, no se preocupe.
Se sentó en la barra y pidió un coñac.  Un elegante caballero a su lado, la miró intrigado. ¿Qué podría estar haciendo en la barra de un bar esa ama de casa (era la impresión que daba y no se equivocaba) frente a un trago de hombres?
Apuró el coñac, sintió el impacto y se estremeció.  De repente la decepción, el dolor, la vergüenza rompieron el dique de su educada elegancia y estalló en sollozos incontrolables.  El caballero sorprendido le dio su pañuelo para que se enjugase las lágrimas y la cogió por los hombros.  Ella pegó su rostro a su pecho pero siguió sollozando silenciosamente.  Él hizo una señal al mozo y entre ambos la llevaron a una mesa aislada.  Él pidió dos cafés expresos dobles y esperó que se calme.
- Señor, estoy desolada, avergonzada.  ¿Cómo pude…?
- Ni vergüenzas ni nada. Solo serénese.
- Es que…
- Mire, tome su café que se enfría.  Después hablamos.
Pasó un rato largo hasta que ella tímidamente levantó la vista. La estaba mirando con una leve sonrisa.  Le devolvió la sonrisa.  Ahora estaba calmada, pero enfurecida.  Primera vez en su vida que sentía esa ira, ganas de golpear, de herir y ser herida.
- No sé como…
- Lo sé.
- En realidad, me ha sucedido algo que…
- Lo sé.
- Tengo que decirle…
- Nada.  No tiene que decirme nada, pero si quiere contarme su drama soy su escucha.
- Pero usted no me conoce.
- La conozco.  La vi llorar.  ¿Usted, porque está hablando conmigo?
- No sé.  Me inspira confianza.
- Pues bien, usted hace que me sienta bueno.  Me hace sentir como un caballero andante que tiene que salvar a su dama de las garras de un dragón.
- Ningún dragón.  Es mi marido, al que amo tanto.  ¡Nooo…! Al que odio.
- No amiga, usted no es de las que saben odiar.
- Pues nunca es tarde para aprender.  Le voy a contar lo que me ha pasado.
Quizá por el coñac, quizá por el desencanto o por la confianza que le inspiraba le contó lo sucedido en ese negro día.  La escuchaba con atención.  La catarsis fue saludable.
- ¿Sigues odiándolo?
- A ti te lo puedo decir (sin darse cuenta ya se tuteaban).  Jamás odié a nadie, siempre fui una mujer ejemplar, me casé con mi primer y único amor, ahora creo que también el último,  pero me traicionó y nunca podré perdonarlo.  Mañana mismo me voy con mis hijos donde mis padres.
- Te voy a decir una cosa, tú también tienes la culpa.  Te casaste con él para estar siempre juntos, en las buenas y en las malas.  ¿Te vas a rendir a la primera “mala”?
- Es que me ha traicionado, me es infiel.  Imposible perdonarlo.
- Comprendo.  Como eres “doña perfecta” nadie puede fallarte porque no sería digno de ti.  Dime, ¿con cuántos otros hombres has estado, además de tu marido?-
- ¡Con ninguno, por supuesto!, hasta la pregunta ofende. - Pídeme otro coñac..
- ¡Mozo, dos coñac!... - ¿Pero, has tenido tentaciones?
- ¡Claro!  Pero he sabido comportarme, he sido fuerte.
- Amiga.  Primera lección.  Tú no eres fuerte.  Te has derrumbado por una pequeñez.  ¡Shhh...!  No protestes, escucha.  No confundas la virtud con la cobardía.  Por lo que me has contado tú tienes una enfermedad que llamaría “biofobia”.  Tienes miedo de vivir.  Miedo a la aventura, al peligro, al dolor, al placer, a equivocarte, a descubrirte a ti misma y desenterrar tu “mujer biológica”.
Se sintió herida.  Reconocía la verdad en lo que le dijo y sentía una rabia e impotencia que la hizo apretar los dientes.  No, lo seguía odiando, nunca perdonaría su infidelidad. ¿Con cuantas mujeres habría estado mientras ella permanecía en casa, como una estúpida mirando sus telenovelas?  Cerró los ojos con fuerza mientras se decía: “me voy a vengar, en la primera oportunidad voy a devolverle ese golpe bajo, si… lo haré”.
Pasaron unos minutos de reflexión calentando el coñac entre las manos y saboreándolo sorbo a sorbo.  Abrió los ojos y el caballero de ojos verdes la estaba mirando. ¡Qué guapo es! pensó, y  luego en voz baja:
- Ya sé lo que voy a hacer.
- ¿Qué dices…?
- Que quiero que me hagas el amor.
- ¡Queeeé…!
- ¡QUIERO QUE ME HAGAS EL AMOR! – gritó.
Todos los presentes voltearon a mirar.  Los dos se miraron asustados, sorprendidos, luego avergonzados, mientras la gente aplaudía.  Él, sonrojado, dejó un par de billetes en la mesa, la tomó de la mano y la sacó apurado del bar, entre sonrisas cómplices, felicitaciones y silbidos.
No se volvieron a dirigir la palabra para nada, todo estaba sobreentendido.  La llevó a su departamento, a oscuras, la desvistió lentamente, luego la besó suave, dulcemente, y empezó a acariciarla.  Ella se dejaba hacer mientras su cuerpo se estremecía por este placer prohibido. Temerosa primero, tierna luego y de pronto se desató la pasión.  Seguían acariciándose, su cuerpo ruborizado se endurecía, se estremecía y se tornaba cálido, extrañas pero gratas sensaciones la invadían, y todo eso era nuevo para ella.  Terminó palpitante, rígida, con las uñas clavadas en la espalda de su pareja, ambos agitados, hasta llegar al clímax: sí, era la pequeña muerte.  Luego, el reposo del guerrero, descansar sobre su velludo pecho en una paz absoluta.  Cinco minutos de silencio.
- Hola, ¿qué tal?
- Hola, gusto de conocerte.
- ¿Cómo te llamas?
- No me llamo, me llaman “el mago”.
- ¿Porqué mago?
- Porque hago milagros, no milagros, magia: creo personajes, fabrico paisajes, convierto lo malo en bueno y lo feo en bonito, hago emocionar, llorar o reír a la gente.
- ¿Por qué me quieres engañar?  Dime la verdad.
- Es la verdad, soy escritor, director de teatro… y también actor.
- Te faltó algo, también eres el amante perfecto.  Eres un mago de verdad.  Con un pase has convertido mi pena en gozo, mi tortura en paz.
- No me has dicho tu nombre, ¿cómo te llamas?
- No tengo nombre. Yo soy nadie.
- Bonito nombre, “Nadie”, como Ulises.  Dime Nadie, ¿sigues odiando a tu marido?
- Eres un maldito.  ¿Cómo lo sabes?  Ya no lo odio, lo amo lo extraño. ¿Qué me ha pasado? ¿Porqué, Dios mío, porqué?!!!
- Bienvenida al club de los pecadores.  Recién ahora puedes ser tan humilde como para conocerte a ti misma.  Para poder perdonar primero hay que conocer el pecado.
- ¡Pecadora! ¡Bravo, por fin he pecado…!  Pero dime, ¿por qué no estoy arrepentida?
- Bienvenida al club del amor.  Porque hemos tenido sexo con humanidad, ternura y cariño.
-  ¡Pero si yo amo a mi marido!
- Y a mí.
- ¡Mentira, eso no puede ser! No se puede amar a dos hombres a la vez.
- Tonta.  Si amas a un solo hombre eso es posesión, egoísmo.  El que siente el verdadero amor ama a todos.  La moral, o sea las costumbres, te pide que tengas sexo solo con tu cónyuge, pero amas a tus padres, a tus hermanos, a tu esposo, a tus hijos, a tus amigos…
- Pero contigo, ¿Qué es lo que siento?
- Que me amas como amigo.  Nuestro sexo es pasajero. Hoy vas a regresar con tu esposo, lo vas a perdonar…
- ¡Ya lo perdoné!
- … y vas a cambiar tu vida.
- Si, te lo juro.  Pero, por favor, quiero más…
- Yo también, pero cierra los ojos…
Se dejó hacer.  Sin apuros, lentamente como si no quisieran que acabara el bíblico “tiempo para amar”.  Se conocieron.  Para ella, era nueva esa entrega total,  esa comunión en el placer.  Él era un tierno artista que interpretaba obras maestras tocando su cuerpo como un cálido instrumento.  Sin apuros recorrió sus valles y montañas aprendiendo ambos la geografía del placer, entre gemidos y sonrisas.  Se amaron una y otra vez hasta caer rendidos entre risas cómplices y besos tiernos y sin separarse - ¡ni se te ocurra! - y a la sombra del humo de un  cigarrillo, libres de vergüenzas y pudores, se contaron sus historias.
Por primera vez vio todo claro. Sí, ella, educada por las monjas, era la pacata, era culpable. Pero ahora había cambiado completamente, se sentía; una mujer nueva, diferente, opuesta, libre, en paz, feliz.
       Se acomodó en sus brazos meditando.  Sí, lo quería ¿Cómo era posible que en un par de horas supiera tanto de este hombre y él de ella? La Biblia tiene razón, cuando dice “David conoció a Betsabé” en vez de decir “hizo el amor con”.
- ¿Pero como hago para recuperar su cariño?
- Tú eres hermosa y no lo aprovechas, vístete sexy, maquíllate, excítalo, provócalo, sé sensual, atrevida, coqueta, juega con él.   Vivan aventuras juntos.  Que sus vidas se renueven día a día.  Huye de la rutina.
- ¿Podré hacer todo lo que pides?  Me siento tan inútil.
- Ahora soy tu amante pero siempre seré tu amigo, y como amigo, me tienes a tu disposición.  Vamos a pensar en algo, pero antes, déjame despedirme de tu cuerpo.
- También yo lo estaba deseando.  Son seis veces y yo nunca antes... ¿No seré ninfómana?
- No, querida, solo eres una bella durmiente que ha despertado con un beso sincero y has despertado con unas ganas terribles, creo.  Y yo me siento el sapo convertido en príncipe con tu primer beso.
La bella durmiente y el sapo se rieron como ríen los niños inocentes de cualquier tontería.  Ella le hacía cosquillas y él le correspondía, hasta que las risas se fueron convirtiendo en gemidos, susurros, y tiernas caricias.  Lentamente, solemnemente, dulcemente, volvieron a “conocerse”  y descorrieron el séptimo velo.
Llegó a casa en la madrugada.  Él dormía profundamente. Despacito, se acostó a su lado, le dio un tierno beso en la mejilla y se durmió como un bebé.
Despertó sobresaltada, era las ocho de la mañana del sábado y los Bancos abren a las nueve.  Su esposo estaba en el baño.
- Hola, amor, anoche llegué un poco tarde.
- Sí querida, en la madrugada. La chica me avisó que ibas a ir a una fiesta de tus amigas. ¿Te divertiste?
- No te imaginas cuanto.  Tengo que ir al banco a sacar dos mil dólares para cancelar mis cuentas de las tarjetas.  ¿Me acompañas?
- Pensaba jugar tenis en el club…
- No seas malo, mira que no me gusta caminar con tanto dinero en la cartera, me pueden asaltar.
- Bueno, tomamos desayuno y salimos.
Estacionó su Volvo en el segundo sótano del centro comercial, fueron al banco y ella sacó dos mil dólares.  Regresaron al vehículo y él metió las manos al bolsillo para sacar las llaves.  De repente, él sintió que bruscamente le torcieron el brazo tras la espalda y le pusieron una pistola en la sien.
- ¡Silencio mierda!, ¡no se muevan o los quemo, no volteen, de cara contra la pared!
- Querida, hazle caso,  no grites, tranquilízate, no va pasar nada.
No pudo seguir hablando, un pañuelo con cloroformo en su cara y perdió el conocimiento.  
No sabía cuánto tiempo había transcurrido cuando despertó. Negrura absoluta, estaba atado de pies y manos, se movió y sintió otro cuerpo cálido pegado al suyo ¡Estaban en la maletera de un auto!  En la oscuridad reconoció el perfume de su mujer.
- Querida, ¿Cómo estás, que te han hecho?
- Estoy asustada.  Nos han secuestrado.  Me quitaron los dos mil dólares y mi tarjeta Master Card.  El tipo me amenazó con matarte y he tenido que darle la clave de la tarjeta de crédito, pero amor, con el susto me confundí y le di la clave de la tarjeta Visa.  Tengo mucho miedo amor, cuando regrese nos va a matar.
- Tienes que ser valiente cariño. ¿Sabes dónde estamos?
- Creo que hemos viajado más de una hora y se siente el sonido del mar. Debe ser alguna playa del sur.  Hace diez minutos que se fue, tenemos como una hora antes que regrese.
Intentaron desatarse pero fue en vano.  Estaban atados frente a frente, cabeza con cabeza.  Él presentía lo peor y quiso contarle todo.  Es más fácil confesarse en la oscuridad. La beso dulcemente y le dijo:
- Cariño, quizá sea esta la última oportunidad de hablar solos.  Voy a decirte algunas cosas que tú no conoces.  ¿Recuerdas la Universidad?  Yo estaba en quinto año de Ingeniería Civil y tú estabas en segundo año de Arquitectura.
- Sí, pero ya nos conocíamos como amigos de barrio, tú no me dabas bola.
- No te molestes pero en esa época no eras una muchacha agraciada. Tenías una nariz ganchuda, que afeaba tu cara.  Yo estaba enamorado de una rubia compañera tuya que cuando me declaré se rió de mí y me mandó a rodar.  Conversando de mujeres con mi collera alguien se acordó de ti, decían que no ibas a encontrar a nadie que te soporte.  Yo te estimaba y eso me dolió y protesté.  Me desafiaron y me apostaron un chifa que yo no me declaraba a ti.  De pura cólera acepté.  ¿Recuerdas como te pedí que fueras mi enamorada?  Tenía la esperanza de que no aceptes, pero dijiste que sí.
- Yo estaba enamorada de ti en el barrio desde los nueve años.  Ese fue el momento más emocionante de mi vida.  Lo que menos esperaba y lo que más deseaba, sucedió.
- Tuve que besarte maniobrando para no chocar con tu nariz ganchuda. Me agradaba tu compañía, me acostumbré a ti, pero no pensaba casarme contigo.  Eras mi cómoda amiga-novia.  Tú no pedías nada y me soportabas todo.  ¿Qué más podía pedir?
- Entonces, ¿por qué terminaste conmigo aquella vez?  Eso me destrozó.
- Me enamoré de otra chica, era una belleza.  No era del barrio.  Estuve con ella unos meses y la encontré muy vacía, tonta.  Ella me encontró muy exigente, muy vivo y peleamos. Hasta ahora no sé quién dejó a quién.  Después tuve vergüenza de regresar contigo.
- Pero volviste. ¿Por qué te casaste conmigo?
- Esto es lo más duro: un día me llamó tu padre, me dijo que tú estabas destrozada por mi ausencia. Me rogó que regrese contigo, que tú me amabas, que me daría trabajo en su empresa, me pidió que me casara contigo.
- Lo sé.  Estaba escuchando tras la puerta.  ¿Y por qué aceptaste si no me querías?
- No sé.  Te quería pero como a una hermanita menor.  Además estaba decepcionado: dos enamoradas me habían rechazado, ya había presentado mi tesis y obtenido el título de ingeniero y estaba sin trabajo.  Además tú me querías.
- ¿Y por qué has dejado de quererme?  ¿Qué hay con tu secretaria?
- ¿Quéeee?!!! ¿Cómo? ¿Cómo sabes…? Yo…, bueno, te voy a contar todo.
Antes de casarnos te operaste de la nariz y te convertiste de patito feo en bello cisne.  Me impresionaste, pero nuestra luna de miel fue casi un fracaso ¿recuerdas?
- Para mí fue muy doloroso para mí la primera vez.  Además no estaba preparada para eso, ni las monjas ni mamá me contaron lo que iba a suceder.
- Cuando llegaron los niños todo cambió, me robaron el corazón.  Tú fuiste una madre perfecta y aprendí a admirarte.  Día a día te quería más y estaba más orgulloso de ti.  Tú en cambio te distanciabas, volcabas todo tu amor en los chicos y no quedaba nada para mí.   Muchas veces quería estar contigo y me rehuías.
- Y por eso te fuiste con tu secretaria.  ¿Desde cuándo estás con ella?
- Querida, no te puedo negar que he estado inquieto y pensado en otras mujeres.  No sé si es la “picazón del séptimo año”, tu indiferencia a mi deseo o ambas cosas, pero te juro que nunca te he sacado la vuelta. Mi secretaria viene insinuándose hace tiempo y ayer me sedujo.  Yo caí como un estúpido y te pido perdón por eso.  La llevé a un motel pero a la hora de la verdad no pude hacerlo, mi cuerpo no respondía, yo sólo pensaba en ti.  Mi secre quedó despechada, creo que con eso ya está curada.  Imagínate, cree que soy maricón.
-¿No me mientes?
- ¡Te lo juro por nuestros hijos, y tú sabes cuánto los quiero!
- Te creo, amor, pero bésame que siento ruidos.  Está estacionando su carro, ya ha regresado.  Tengo miedo…
- Se valiente querida, tenemos que estar preparados para lo peor, pero si salimos de esta te juro que viajamos de inmediato a algún lado solos tú y yo.
El secuestrador entró al garaje dando un portazo y gritando groserías.   Los sacó de la maletera del Volvo y, tirándolos al suelo, los  pateó.
- ¡Perra desgraciada! ¡Me has engañado. Puta, puta, puta, te voy a enseñar a mentir!
- ¡No, no, no,  perdóneme señor, me equivoqué de número, perdón, perdón!!
- ¡Qué perdón ni qué carajo!  ¡Ahora vas a ver!
Sacó su pistola, liberó sus manos y pies de las cuerdas, la levantó del suelo, y encañonándola con el arma, la abrazó y comenzó a besarla en el cuello, en la cara.  Ella rehuía, se retorcía, trataba de quitar su boca, gritaba.
- ¡No, por favor, no, no, nooo…!
- ¡Conchetumadre! ¡Hijoeputa! ¡Deja a mi mujer! Yo te daré todo la plata que tengo, pero suéltela maldito!
Él, riéndose le abrió la blusa de un titón,  le bajó el sostén y empezó a besarle los senos y acariciar su trasero.  Le puso la pistola en el pecho mientras ceñía su cintura con el brazo libre, apretándola contra sí.  Ella gritaba, su marido blasfemaba y sollozaba retorciéndose en el suelo.  Ella quiso liberarse y en medio del forcejeo sonó un disparo.  
Se hizo la quietud y el silencio, ella con la boca abierta, una mueca de asombro y terror en la cara, sacó de entre ambos la mano ensangrentada.  El marido dio un grito espeluznante de dolor.  
El secuestrador lentamente, dobló las rodillas y cayó al suelo, con la camisa manchada de sangre y una mueca de horror e incredulidad en el rostro y así quedó.  Ella consternada gritaba: ¡Lo maté, lo maté, lo maté…!
Se acercó y puso sus dedos en el cuello buscándole el pulso, cogió un trapo del suelo y le tapó el rostro.
- ¡Está muerto!
- Calma querida, desátame que yo me encargo. No toques nada, voy a limpiar tus huellas.
Ella buscó en sus bolsillos recuperando la tarjeta de crédito y los dos mil dólares.  No tenía nada más.  Se arregló la ropa, recogió su cartera.  
Revisaron el lugar, era un rancho de playa vacío.  Su Volvo fiel los esperaba con las llaves puestas. Afuera estaba el auto del secuestrador, no había un alma en los alrededores: una trocha de cien metros y la Panamericana.
Llegaron a casa a las cuatro de la tarde. La abuela los esperaba con la comida servida caliente. Abrazaron a los niños y los dejaron jugando al cuidado de su nana.    
- ¡Gracias, mamá! – dijo ella – enseguida nos vamos a dar un duchazo y luego nos vamos a Punta Sal, ¿puedes quedarte por una semana con los niños?  
- Compraré los boletos por Internet.  Apúrate que son las cinco y el vuelo es a las siete.

- Anda preparando tu maleta, luego haré la mía rápido, mientras subo por mi cartera y doy un telefonazo.

Era una segunda luna de miel (¿o tercera, considerando la de anoche?).  Era el comienzo de un nuevo capítulo en su vida, pero antes tenía que cerrar el anterior.
- Aló,…
- Aló, ¿Nadie?
- ¡Maldito, me asustaste, creí que te había matado de verdad!
- Te lo dije, soy buen actor, buen director de escena y además un mago.
- Todo bien, no puedo hablar mucho porque él me está esperando. Eres un verdadero amigo y maestro.  Te quiero.  Gracias, adiós, y hasta nunca.
- También te quiero, amiga, pero jamás digas nunca... Adiós.
¡Click!

Miró el reloj: las 6 de la tarde.



29 ene 2012

La llorona


La Llorona
¿Tienen vida propia mis manos,?
Pese a mis 17 años, mis manos tenían el dorso arrugado, curtido por la sal y el sol, cubierto de cicatrices.  Había estado observando las manos de mis amigos y todas ellas eran lisas, delicadas. 
Sin embargo, me gustaban mis manos.  Sensibles para la pesca al cordel, para la búsqueda de peces, cangrejos y pulpos  escondidos bajo las rocas.  Yo era un “avis raris” en mi grupo de jóvenes que veníamos año tras año a vacacionar a las playas de Tortugas.  A diferencia de ellos, me gustaba la soledad de las largas caminatas por las playas vecinas, de las esperas sentado en las rocas o en el muelle, mar afuera, pescando,  en la caza de pulpos y cangrejos.  En los atardeceres, amistosos pero furiosos partidos de fútbol, en las noches lánguidas conversaciones en grupos de chicos y chicas, caminando en la playa o sentados alrededor de fogatas.
Esta mañana había encontrado una gran roca a pocos metros de la orilla y decidí buscar peces, cangrejos y eventualmente pulpos escondidos en sus oquedades. Me sumergí y empecé la búsqueda.  De pronto me encontré con un enorme pulpo alojado en una grieta, a metro y medio bajo el agua. El pulpo estaba en posición de caza, cuatro tentáculos con las ventosas mostrándose agresivas, dispuestas a pegarse a cualquier objeto al primer roce y rodearlo, abrazarlo, atraerlo hacia el centro de los tentáculos  donde estaba su boca provista de un duro pico con el que cortaba e ingería pedazo por pedazo a sus víctimas.
Dejé atrapar mi mano, ofreciendo poca resistencia, la suficiente para que no llegue a su boca.  Con la otra mano comencé a despegar los tentáculos y la lucha cobró forma: el pulpo comenzó a jalar con más fuerza y yo a resistirme mientras trataba de despegar los tentáculos que lo sostenían a la roca.  Poco a poco iba ganándole la batalla.  Cuando el pulpo se sintió perdido, soltó su tinta oscureciendo las aguas para poder huir. En el momento que se soltó para escapar nadando, lo cogí por la cabeza que tiene un pliegue donde metí mi mano, quedando a mi merced.  Salí del agua, sin embargo sus largos tentáculos seguían adheridos a mis brazos, a mi pecho, pero liberando una mano pude poco a poco desprenderlos todos. 
Procedí a golpear al pulpo contra la superficie del mar; era un hermoso ejemplar de un metro.  Con los golpes, fue perdiendo fuerzas hasta quedar, lacio, moribundo.  Abrí mi bolsa de mariscos y lo deposité.  Me lave la sustancia gelatinosa de los brazos y pecho con agua marina, me senté en una roca, y quedé mirando mis manos heridas en la lucha por las rocas.  La sal cicatrizaba los cortes, diplomas de mi cacería.
¿Piensan mis manos? Las sentía agradecidas, felices de entrar en acción, adoloridas pero contentas.
- ¿Estás enamorado de tus manos?
Era Lida, la hija del alcalde, a sus 20 años la naturaleza la había dotado de un rostro bello y su bien torneado cuerpecito la había convertido en el personaje de nuestros sueños eróticos.  Sin embargo la mirábamos de lejos y en nuestras reuniones de playa, era motivo de conversación de los chicos y celos rabiosos de las chicas.
- Hola, eres Lida, ¿no?
- Sí, y tu ¿cómo te llamas?
- César.
- Te vi mientras cazabas tu pulpo.  Ya me iba a pedir ayuda; has estado más de 2 minutos sumergido, creí que te habías ahogado.
- No, lo que pasó es que me tocó un pulpo difícil.  Grande y combativo.
- Todavía tienes marcado las huellas de sus tentáculos en el pecho y los brazos. ¿Es que no tienes miedo?
- Cuando sentí que me succionó con los tentáculos, me dio algo de temor, pero cuando acepté el desafío, todo se borró.  Solo quedamos el y yo en el universo, era una pelea de vida o muerte.
- ¿Y porqué practicas algo tan peligroso?
- No sé.  Será porque me gusta.
- Tienes heridas en las manos, ¿no te duelen?
- Es del roce con las rocas en la pelea.  No me duelen, aunque afeen mis manos.
- A mí me gustan tus manos.
- Son feas, Arrugadas, toscas, llenas de cicatrices.
- Son hermosas.  Están llenas de vida, no son cicatrices, son medallas al valor.
- Para tener valor hay que tener miedo y vencerlo, y yo no tengo miedo.
- ¿No te asusta la oscuridad? ¿Lo desconocido?
- La oscuridad, no.  Lo desconocido me atrae.
- ¿Y los fantasmas, los espíritus?
- Tendría que verlos.
- ¿No te asusta “la llorona”
Pegada al mar, había una franja de unos 300 metros de largo, ocupada por el antiguo cementerio del pueblo.  Contaban que desde 3 meses atrás, habían visto los viernes en la noche a una dama de blanco paseando por el cementerio, llamando con lamentos a los que se acercaban.  Contaban que a todos los que la habían visto les había ocurrido una desgracia, por lo que nadie se acercaba a esos lugares en esos días. 
- No creo que exista, en todo caso, no me asusta.
- Te la das de valiente.  Hoy es viernes, te apuesto que no eres capaz de pasar a las 12 de la noche por el cementerio viejo.
- ¿Por qué  lo habría de hacer?
- Por un premio.  Te doy un premio si ganas y me das un premio si pierdes.
- Acepto.  Esta noche iré.
- ¿Palabra de honor?
- Te doy mi palabra.
Nos despedimos con un apretón de manos sellando la apuesta.
Llevé mi presa a casa donde mamá preparó un delicioso “Pulpo al Olivo” disfrutado por toda la familia.  En la tarde fútbol, en la noche fogata con cuentos de horror.  Por supuesto no faltó la mención de “la llorona”.  Estaba un poco inquieto.  No creía en el “daño”, malojo o mala suerte que pudiera darme el ver a la llorona, pero tenía un poco de temor y mucho de curiosidad.
Cercana la media noche, me puso una chompa y me dirigí al cementerio antiguo.  Fui por la playa hasta un sendero que subía unos metros a la pequeña loma donde estaba el cementerio y me escondí tras una tapia para esperar la medianoche.
La luna estaba en cuarto menguante y negros nubarrones oscurecían el cielo, dejando el cementerio casi en tinieblas.  Me puse a meditar aspirando profundamente el agradable aroma de la fresca brisa marina. De pronto, entre las tumbas apareció una figura cubierta hasta los pies con una tela blanca, caminando de un lado a otro del cementerio y dando leves gemidos.
Un escalofrío recorrió mi espalda, respiré hondo para tranquilizarme.  No era un espíritu, el porte y la voz era de una mujer, pero ¿qué sentido tenía todo esto?
Seguí oculto tratando de entender, cuando un ruido distrajo mi atención.  Un bote a remos, con hombres y bultos  estaba llegando a la playa.   Comprendí de golpe: ¡Contrabando!
De una cueva cercana, a unos 50 metros de donde yo estaba, salieron 2 hombres y ayudaron a desembarcar la mercadería y llevarla a la cueva. Terminando, los hombres subieron al bote y se alejaron de la orilla, hasta que la oscuridad los cubrió.
La llorona era “la campana” que avisaba si alguien venía y a la vez aprovechando la credulidad de los sencillos pobladores, los asustaba para que no se acerquen al lugar.  Pasó cerca a mí, que seguía oculto, bajó a la playa y entró a la cueva. 3 hombres salieron de la cueva cargando bultos, seguramente cigarrillos y licores.  Pasaron por mi lado y se alejaron.  Esperé que saliera la llorona, hasta que no pudiendo más con la curiosidad, me acerqué cautelosamente y entré.  Me encontré frente a frente con ella.
Cayó su manto y apareció bella, majestuosa, sensual… ¡la hija del alcalde!
- ¡Lida!
- Sabía que vendrías, te estaba esperando.
Sonriendo se acercó a mí y me beso.  La besé.
- Ganaste tu regalo - se abrazó a mí y con una sonrisa pícara, dijo:
- ¿No lo desenvuelves…??

25 ene 2012

Y pensar que 20 años no es nada...



Y pensar que 20 años no es nada…

Como dice el tango, volver.  Volver a San Ramón, pequeño pueblo de ceja de selva, sencillo y amigable, cuna de colonos y aventureros, convertido ahora en un emporio, centro comercial de los valles cercanos.
Viví allí hace 2 décadas, como jefe de la Oficina de Tierras de Montaña.  Me encontré con colonos de la sierra que escapaban de las comunidades superpobladas y del abuso de las empresas mineras que los esclavizaban para botarlos, enfermos de los pulmones, de la sangre, por los efluvios minerales tóxicos. Colonos citadinos buscando el dorado, tierras ubérrimas en las cuales hacer crecer su riqueza, hombres con sus sueños a cuestas. 
Llegué con mi esposa, compañera de viaje en esta vida aventurera, y la llevé al mejor restaurante que encontré, en la plaza principal.  Nos sentamos a esperar atención.
Se  acercó con la carta una hermosa mujer, me pareció conocida.  Me miró a los ojos, y empecé a recordarla.  Me puse de pié.
Sin decir palabra, me abrazó fuertemente. Un abrazo largo y silencioso.  Después acercó mi cabeza a la suya y me besó en la mejilla.  Se retiró con lágrimas en los ojos, sin decir palabra.
Mi esposa me miraba sonriente. 
- ¡Caramba! - me dijo - Parece que tienes algo que contarme, ¿no?
Yo estaba emocionado mirando a la mujer que habló con dos muchachas, muy parecidas a ella, probablemente sus hijas, y luego se retiró a la cocina.
- Sí, muñeca – así le decía por cariño -  después te cuento.
Sonrió comprensiva mientras yo, mirando nada, me hundía en mis recuerdos.
En San Ramón, el Alcalde, el Comisario y yo, éramos las autoridades locales.  Reuniones casi diarias en La Oficina, pequeño y acogedor café-bar, donde comentábamos las ocurrencias locales: las aventuras del Padre Sergio  y su mujer la profesora de Pampa Walley,  el gringo Larry y el infarto volando su avioneta, Damián, el español, civilizado por los campas, el turista que desapareció en el Convento (burdel del pueblo), la Gata, pequeña y arisca prostituta que los muchachos llevaban al río…
- Señor, mi mamá les invita esta cena.  Está preparando algo especial para ustedes.
Una de las muchachas se había acercado, preparando la mesa.
- Muñeca, te voy a contar algunas cosas de este pueblo. Primero, el romance del Padre Sergio y Pamela.
- ¿Cómo, un cura con mujer?
- Sergio y Pamela eran algo más que eso.  Pamela era maestra en la escuela, pero también era enfermera.  Cuando llegó el cólera al pueblo, ellos organizaron un pequeño hospital y atendieron con mucho sacrificio a los enfermos hasta que pasó la epidemia. También establecieron y atendían un pequeño asilo de ancianos y un comedor para pobres.  Pamela era la maestra más querida en la escuela y Sergio un sacerdote muy respetado y querido por sus feligreses. Cuando Pamela se fue a vivir con Sergio, el pueblo lo aceptó, y se puede decir que se alegró por ambos.  Cuando la Curia envió a un sacerdote para reemplazar al Padre Sergio, el pueblo se opuso en masa, a tal punto que la Curia tuvo que cerrar los ojos y dejar las cosas como estaban.
- Pero… La Iglesia es muy exigente en eso…
- Te equivocas. En el mundo rural, es muy común ver casos como este. La iglesia, simplemente, cierra los ojos ante una realidad que no puede cambiar.  Como el caso de Damián.
- ¿Quién es Damián?
- Un colono español, amigo muy querido.  Compró una hacienda poblada por nativos campas, con el afán de civilizarlos y convertirlos al cristianismo.
- ¿Y cómo lo hizo?
- No lo hizo.  Fue conquistado por la cultura de los Ashaninkas campas, adquirió sus usos y costumbres, respetó sus creencias y terminó tomando a una campa como compañera.
- Me suena como alguien muy primitivo.
- Todo lo contrario.  Era de una familia noble en España, ingeniero químico, luego oficial de la Marina, aventurero en Brasil y terminó acá como colono.  Teníamos gustos comunes, como la buena lectura, la música clásica, la filosofía…
- Me gustaría saber más de él, parece que tuvo una vida fascinante.
- La primera vez que lo vi fue cuando fui a inspeccionar su predio.  El gringo Larry me llevó en avioneta hasta Puerto Bermúdez.  A medio vuelo, a Larry le dio un infarto, aterrizamos de milagro.
- ¿Murió?
- No, descansó por 3 meses y siguió dando servicio.  Era un norteamericano embrujado, enamorado de la selva.  Quería morir aquí.
- Llegamos a la hacienda de Damián, y allí estaban Sergio y Pamela curando a unos enfermos.  Esa pareja iba donde la necesitaran, eran apóstoles dedicados a desparecer la maldad, la ignorancia, las enfermedades.
- ¡Tienes que llevarme a su hacienda!
- En el pueblo, había un minusválido. Le decían el Peludo.  Era oligofrénico y rengo. Su facha era desastrosa; sucio, mal vestido y con el pelo largo mal afeitado. Pero como zapatero era excelente.  Había heredado el puesto de su padre y aprendido a confeccionar y componer zapatos.  Como era medio tonto, la gente abusaba y le pagaba lo que quería.
También había en el pueblo una chiquilla huérfana, sin hogar que dormía donde encontrara abrigo y comía de limosnas o los centavos que les daban sus abusadores. Le decían la Gata, porque se erizaba como una gata cuando alguien se le acercaba.
- ¿Cómo, era prostituta?
- Los muchachos del pueblo, la llevaban al río y abusaban de ella.  Nadie decía nada, porque eran hijos de gente notable, pero un día, un vecino entró a buscar al Peludo en su casa y lo encontró encima de la Gata, y armó un escándalo.
- ¿Y qué le hicieron?
- Lo sacó a golpes a la calle llamando a otros vecinos. Lo corrieron hasta que llegó frente a mi casa, tropezó y cayó tendido en el suelo.  Allí empezaron a patearlo y tirarle piedras, gritando ¡violador, abusador de niñas!...
-¿Tú que hiciste?
- Corrí a defenderlo.  Lo recogí sangrante, increpé a la gente por su odio. Lo llevé a mi casa y lo tendí en mi cama.  El pobrecillo balbuceaba aterrado, mientras yo fui a buscar ayuda.
- ¿Quién te iba a ayudar en un caso así?
- Sergio y Pamela.  Les avisé y les di la llave de mi casa mientras buscaba al Comisario.  Encontré al comisario en el bar, tomando café con el Alcalde.  Les conté lo ocurrido y me siguieron a la casa.  Cuando llegamos, Sergio me esperaba en la puerta.  Había encontrado a la Gata lavando las heridas del Peludo (ni sus nombres sabíamos), se había introducido trepando la pared del patio trasero y lo estaba atendiendo con solicitud y cariño.
- Pamela está adentro con  la Gata curándole las heridas al Peludo - nos dijo.
- ¿Y que pensaban el Alcalde y el Comisario?
Nos quedamos conversando en la sala.  El Alcalde estaba indignado:
“Ya era hora de acabar con la prostitución callejera”,  el Comisario bufaba: “Hay que darles una lección a estos violadores”.
- ¿Tú que pensabas?
- Yo discrepaba de ambos.  Les dije: “Violadores son sus hijos, ¿es que no saben que es llevada al río por la fuerza y violada por pandillas donde están sus hijos. ¿Cómo que prostituta? La chiquilla no tiene más de 12 años, huérfana desamparada en un pueblo que no tiene compasión ni una autoridad que la ampare!  El Padre Sergio, que había estado escuchando, entró al dormitorio a ver a la víctima.
- Pero Sergio, tan buen cura, ¿no dijo nada?
- Saqué una botella de ron y serví tragos, y luego seguimos discutiendo.  A la media hora, regresó Sergio y nos habló:
- He estado conversando con nuestro zapatero, que se llama Fernando y con la pequeña, que es Carmen.  Fernando es un alma de Dios, fronterizo, oligofrénico, esto es con una inteligencia muy pobre.  También hablé con Carmen, niña huérfana que desde los 7 años ha vivido en la calle, víctima de borrachos y viciosos, alimentándose de limosnas.  Es una niña inteligente y de mucho carácter.  Su relación con Fernando ya es de semanas.  Los dos han confesado que se quieren.  Carmen me pidió que los case. Los he casado, ahora son marido y mujer, para los cuales pido respeto y protección.  Usted Comisario y usted Alcalde, tienen hijos que están en la pandilla del pueblo.  No quiero saber de un abuso más contra esta niña, digo señora, porque los denunciaré ante mis feligreses y sus superiores.
- ¡Fabuloso! ¿Qué pasó después?
- Todo cambió, cuando la gente se enteró de la historia, se encariñaron con la pareja.  Carmen se convirtió en toda una señora, mantenía limpio y bien presentado al marido, arregló su casa, aprendió a cocinar, puso un pequeño expendio de sánguches…  Estaban progresando cuando salí del pueblo.
- ¡Que historia más tierna, me gustaría conocerlos!
- Ya conoces a Carmen, ella es la que me abrazó… ¡No llores muñeca…!

20 ene 2012

La Bomba



La Bomba
1986.   Mi jefe, el Contralor, me había dado un permiso excepcional en atención a un pedido de la OEA, para un trabajo en Venezuela y regresé, luego de trabajar por 3 meses como consultor en el apoyo del OEA al Gobierno Venezolano.  A mi regreso, con los dólares ganados en el bolsillo, me compré dos cosas que estaba queriendo desde hace mucho tiempo: un piano de cuarto de cola y una camioneta Hillman Station Wagon. La equipé con una radio Blaupunk antigua comprada en nuestro mercado de pulgas limeño: Tacora.  Con Pepe, mi cuñado, éramos amantes de las antigüedades y frecuentábamos Tacora y la Casa de Remates en amigable competencia, en busca de gangas. 
Vivir en la Lima de 1986 no era fácil. Los atentados terroristas como voladuras de torres de transmisión de energía, provocaban frecuentes apagones en Lima. En julio, en vísperas de fiestas patrias, explotaron bombas incendiarias en los hoteles Sheraton, Crillón y Bolívar. Bombas en agencias bancarias y establecimientos comerciales, atentados en casas de funcionarios, y otros actos terroristas que cobraron muchas vidas. Se estableció el estado de emergencia y el toque de queda.  A las 20:00 horas todo el mundo se retiraba a sus hogares, prohibida la circulación por las calles.  En emergencias se salía con la luz interior del auto prendida y una bandera blanca por la ventana.  Había una sicosis colectiva.  En las noches, a veces se escuchaban los bombazos lejanos y rogábamos para que ningún conocida hubiera sufrido daño.
Sin embargo, la vida continuaba.  Mi trabajo como sub-gerente de Informática en la Contraloría General de la República me daba muchas satisfacciones.  Si trabajas en lo que te gusta, este se siente como una gratificación, no como una carga.
La primera semana de Agosto viajé a la oficina luciendo mi flamante camioneta.  En el camino encendí mi hermosa radio alemana Blaupunk para escuchar las noticias: “en los centros penitenciario de Lurigancho y de la Isla “El Frontón”,  más de 200 internos acusados o sentenciados por terrorismo perdieron la vida durante los motines del mes de por el uso deliberado y excesivo de la fuerza  contra  los reclusos, que una vez rendidos y controlados fueron ejecutados extrajudicialmente por agentes del Estado.”
Llegué al edificio del banco Continental en el Jirón Lampa, donde estaban las oficinas del banco en los cuatro primeros pisos y la Contraloría en los pisos altos.  Ya era cerca las 08:00 horas, estaba llegando un poco tarde y tuve que soportar la espera, bocinazos y algarabía por todos los automovilistas que queríamos estacionar en los sótanos.  Mi sitio reservado estaba en el tercer sótano así que demoré en estacionarlo.  Cerré la puerta del auto con llave y subí apresurado al décimo piso, donde trabajaba.
Yo estaba absorto revisando unos papeles, cuando sentí que me tocaban el hombro.  Era el Contralor acompañado por un Capitán de la policía, ambos muy serios.
-    Juan – el Capitán Rodríguez te necesita, ve con él.
-    Mucho gusto Capitán, ¿para qué soy útil?
-    Ingeniero, necesito hablarle, acompáñeme.
Salimos del edificio y me sorprendió ver unas 100 personas en la acera del frente, conversando animadamente, mientras más gente salía del Banco.
-    ¿Qué está sucediendo? – le pregunté.
El Capitán me hizo entrar y sentarme con él en su camioneta y me respondió.
-    Estamos haciendo un simulacro de sismo para sacar a la gente del edificio.  Lo que sucede que tenemos una alarma de bomba  y estamos esperando al Teniente Lizárraga, nuestro experto en desactivación de artefactos explosivos.  En la Comandancia están muy preocupados,  este sería el quinto atentado a Bancos en menos de dos semanas. No sé cómo se nos logra filtrar tantos terrucos.
-    ¿Y qué tengo que ver yo en este asunto? – pregunté.
-    ¿Tú tienes un Hillman blanco en el tercer sótano, nó?
-    Sí…
-    Pues le han clavado una bomba.  Te llamamos para que nos abras el carro y nos ayudes buscando el artefacto. Tu conocen bien tu carro.
En ese momento llegó corriendo el Teniente Lizárraga, se presentó ante nosotros y el Capitán lo puso al tanto del problema.  Nos encaminamos los tres al lugar del peligro.  Recién me di cuenta de la importancia del hecho al ver tantos policías; 10 en camino al tercer sótano y 20 dentro del sótano, con escudos protectores, escondidos tras los otros autos estacionados, todos mirando mi Hillman.  Una terrible sospecha acunó en mi mente. 

-    ¡Todos en silencio! – gritó el Capitán. - ¿pueden oír el reloj de la bomba?
-    Tac… tac… tac… tac
Los terroristas construían sus bombas caseras con dinamita o anfo y el dispositivo explosivo estaba conectado a un reloj despertado donde la manecilla, al llegar a determinada hora, hacía contacto eléctrico provocando la explosión.
-    Capitán, ¿qué le parece si acompaño al Teniente?
-    ¡Claro! Para eso lo traje. ¡Vayan de inmediato, apúrense que no sabemos cuánto tiempo nos queda!
En el camino conversé con el Teniente sobre mis sospechas.  Llegando al vehículo el teniente se deslizó boca arriba bajo la camioneta  para buscar la bomba.  Yo subí al carro y estuve pensando un minuto… El domingo había llevado en mi Hillman a mi familia a la playa La Herradura escuchando música por la radio.  Cuando pasamos por el túnel calló la música y solo se escuchaba: “Tac,… tac,… tac…”.  Mis hijos comenzaron a reírse de mi radio; tenía tan poca potencia el pobrecito.
Apagué la radio y cesó el ruido.  Se escucharon afuera los suspiros de alivio y aplausos de más de veinte soldados que habían pasado momentos de verdadera tensión.
-    Teniente Silva, corra y dígale al administrador que suspenda el simulacro de sismo.  Ya todo está arreglado. Se acercó a nosotros. Teniente Lizárraga, cuénteme como ha sido la cosa.
-    Falsa alarma capitán – (al oído y en voz baja) – El ingeniero había estado escuchando su radio y cuando bajó al tercer sótano, se perdió la señal pero quedó sonando ese tac, tac, tac que alertó a todos.  Es una radio antigua mi Capitán.  Cuando apagó la radio cesó el sonido.
-    ¡Mierda!
Bajó corriendo un policía para darle un mensaje al Capitán.
-    ¡Mi Capitán, el General Gómez lo está esperando al teléfono en la oficina del Administrador!
-    ¡Mierda!
Subimos y nos encerramos en la oficina mientras hablaban.
-    A sus órdenes mi General.
-    Capitán Martínez, ya el administrador del Banco me ha comunicado que se ha conjurado el peligro.  Lo felicito, ya me entrevistó la prensa y les he comunicado el éxito en la desactivación de la bomba.  Estábamos muy preocupados por tantos atentados del MRTA y Sendero Luminoso.  He ordenado que mi felicitación se incluya en las hojas de servicio de ustedes dos.  Ahora quiero que se venga a mi despacho sin dar declaraciones a la prensa… ¡Inmediatamente!
-    ¡Pero, mi General…!
-    ¡Sin peros!  Las órdenes se cumplen…
-    …sin dudas ni murmuraciones, mi General.
El Capitán quedó pensativo.  Estábamos conscientes de lo que había sucedido.  Estábamos en problemas, a no ser…
-    Teniente Lizárraga – dijo el Capitán.  Lo felicito por su maestría al haber desactivado esa bomba en el carro del Ingeniero.  Cuando lleguemos al cuartel quiero que entre al laboratorio y me escriba un informe completo, indicándome las características de la bomba, su alta peligrosidad y su gran potencia que podría haber volado medio edificio…
-    ¡Pero,…  cuál bomba mi Capitán…?
-    Sin peros Teniente.  Las órdenes se cumplen…
-    …sin dudas ni murmuraciones, mi Capitán.
-    Y usted Ingeniero, ¿supongo que no va a alterar mi historia?  Si lo hiciera podría ser acusado de ser colaborador de los terrucos…
-    ¡No Capitán!  Me gusta su historia…
Nos miramos serios, los tres, y de repente… soltamos una carcajada al unísono. 
Yo,… hasta ahora me estoy riendo.