24 horas
Miró
el reloj: las 6 de la tarde.
¡Click!
- Aló, si…?
- Aló, señora, usted no me
conoce. Me apena pero tengo que contarle
que su marido la engaña. Hoy, dentro de
una hora, a las siete de la noche, se va a encontrar con su amante en el bar de
la esquina de su oficina. Le cuento esto
por su bien. Adiós.
Algo se quebró en ella. Se miró en el espejo. ¿Hace cuanto tiempo
que no iba a la peluquería, o se hacía la manicure, o se maquillaba? ¿Cómo así
había desatendido a su marido? Estaba tan dedicada a sus dos pequeños que había
descuidado la relación con su esposo. Pero no lo podía creer, tendría que verlo
con sus propios ojos.
Le dijo a la empleada que no se
preocupen por ella porque iba a llegar tarde. Dio un beso a sus hijos y los dejó jugando,
salió de casa y tomó un taxi.
- Señor, estacione su taxi cerca de
ese bar. Vamos a esperar.
- Pero señora…
- Tome cien soles por dos horas ¿está bien?
- Claro, “con la plata baila el
mono”, no hay problema.
Esperaron diez minutos antes de que
llegue el carro de su marido. Ella se
escondió para ver sin que la vieran. Estacionó
en la puerta del bar, dio la vuelta al carro para abrir la puerta a una rubia muy
sexy, claro… ¡su secretaria! - ¡Desgraciado, a mí nunca me abres la puerta…! -
pensó. Siguieron esperando. A la media hora se abrieron las puertas y salieron
tomados de la man y subieron al auto.
- Sígalos, no los pierda de vista.
- Usted ordena patrona.
Un motel en una calle solitaria. El carro de los amantes ingresó por el portón
y ella se quedó en la soledad más completa. Desde que le pasaron el chisme su rostro había
quedado impasible.
- Regrese al mismo bar, por favor.
- Como no. Señora, déjeme decirle que lo lamento, yo…
- Gracias, comprendo, no se
preocupe.
Se sentó en la barra y pidió un
coñac. Un elegante caballero a su lado,
la miró intrigado. ¿Qué podría estar haciendo en la barra de un bar esa ama de
casa (era la impresión que daba y no se equivocaba) frente a un trago de hombres?
Apuró el coñac, sintió el impacto y
se estremeció. De repente la decepción,
el dolor, la vergüenza rompieron el dique de su educada elegancia y estalló en
sollozos incontrolables. El caballero
sorprendido le dio su pañuelo para que se enjugase las lágrimas y la cogió por
los hombros. Ella pegó su rostro a su
pecho pero siguió sollozando silenciosamente. Él hizo una señal al mozo y entre ambos la
llevaron a una mesa aislada. Él pidió
dos cafés expresos dobles y esperó que se calme.
- Señor, estoy desolada,
avergonzada. ¿Cómo pude…?
- Ni vergüenzas ni nada. Solo
serénese.
- Es que…
- Mire, tome su café que se enfría. Después hablamos.
Pasó un rato largo hasta que ella
tímidamente levantó la vista. La estaba mirando con una leve sonrisa. Le devolvió la sonrisa. Ahora estaba calmada, pero enfurecida. Primera vez en su vida que sentía esa ira,
ganas de golpear, de herir y ser herida.
- No sé como…
- Lo sé.
- En realidad, me ha sucedido algo
que…
- Lo sé.
- Tengo que decirle…
- Nada. No tiene que decirme nada, pero si quiere
contarme su drama soy su escucha.
- Pero usted no me conoce.
- La conozco. La vi llorar. ¿Usted, porque está hablando conmigo?
- No sé. Me inspira confianza.
- Pues bien, usted hace que me
sienta bueno. Me hace sentir como un
caballero andante que tiene que salvar a su dama de las garras de un dragón.
- Ningún dragón. Es mi marido, al que amo tanto. ¡Nooo…! Al que odio.
- No amiga, usted no es de las que
saben odiar.
- Pues nunca es tarde para aprender.
Le voy a contar lo que me ha pasado.
Quizá por el coñac, quizá por el
desencanto o por la confianza que le inspiraba le contó lo sucedido en ese
negro día. La escuchaba con atención. La catarsis fue saludable.
- ¿Sigues odiándolo?
- A ti te lo puedo decir (sin darse
cuenta ya se tuteaban). Jamás odié a
nadie, siempre fui una mujer ejemplar, me casé con mi primer y único amor, ahora
creo que también el último, pero me traicionó
y nunca podré perdonarlo. Mañana mismo
me voy con mis hijos donde mis padres.
- Te voy a decir una cosa, tú también
tienes la culpa. Te casaste con él para
estar siempre juntos, en las buenas y en las malas. ¿Te vas a rendir a la primera “mala”?
- Es que me ha traicionado, me es
infiel. Imposible perdonarlo.
- Comprendo. Como eres “doña perfecta” nadie puede fallarte
porque no sería digno de ti. Dime, ¿con
cuántos otros hombres has estado, además de tu marido?-
- ¡Con ninguno, por supuesto!, hasta
la pregunta ofende. - Pídeme otro coñac..
- ¡Mozo, dos coñac!... - ¿Pero, has
tenido tentaciones?
- ¡Claro! Pero he sabido comportarme, he sido fuerte.
- Amiga. Primera lección. Tú no eres fuerte. Te has derrumbado por una pequeñez. ¡Shhh...! No protestes, escucha. No confundas la virtud con la cobardía. Por lo que me has contado tú tienes una
enfermedad que llamaría “biofobia”. Tienes
miedo de vivir. Miedo a la aventura, al
peligro, al dolor, al placer, a equivocarte, a descubrirte a ti misma y
desenterrar tu “mujer biológica”.
Se sintió herida. Reconocía la verdad en lo que le dijo y sentía
una rabia e impotencia que la hizo apretar los dientes. No, lo seguía odiando, nunca perdonaría su
infidelidad. ¿Con cuantas mujeres habría estado mientras ella permanecía en
casa, como una estúpida mirando sus telenovelas? Cerró los ojos con fuerza mientras se decía: “me
voy a vengar, en la primera oportunidad voy a devolverle ese golpe bajo, si… lo
haré”.
Pasaron unos minutos de reflexión calentando
el coñac entre las manos y saboreándolo sorbo a sorbo. Abrió los ojos y el caballero de ojos verdes
la estaba mirando. ¡Qué guapo es! pensó, y luego en voz baja:
- Ya sé lo que voy a hacer.
- ¿Qué dices…?
- Que quiero que me hagas el amor.
- ¡Queeeé…!
- ¡QUIERO QUE ME HAGAS EL AMOR! –
gritó.
Todos los presentes voltearon a
mirar. Los dos se miraron asustados,
sorprendidos, luego avergonzados, mientras la gente aplaudía. Él, sonrojado, dejó un par de billetes en la
mesa, la tomó de la mano y la sacó apurado del bar, entre sonrisas cómplices,
felicitaciones y silbidos.
No se volvieron a dirigir la palabra
para nada, todo estaba sobreentendido. La
llevó a su departamento, a oscuras, la desvistió lentamente, luego la besó
suave, dulcemente, y empezó a acariciarla. Ella se dejaba hacer mientras su cuerpo se
estremecía por este placer prohibido. Temerosa primero, tierna luego y de
pronto se desató la pasión. Seguían
acariciándose, su cuerpo ruborizado se endurecía, se estremecía y se tornaba
cálido, extrañas pero gratas sensaciones la invadían, y todo eso era nuevo para
ella. Terminó palpitante, rígida, con
las uñas clavadas en la espalda de su pareja, ambos agitados, hasta llegar al
clímax: sí, era la pequeña muerte. Luego, el reposo del guerrero, descansar sobre
su velludo pecho en una paz absoluta. Cinco minutos de silencio.
- Hola, ¿qué tal?
- Hola, gusto de conocerte.
- ¿Cómo te llamas?
- No me llamo, me llaman “el mago”.
- ¿Porqué mago?
- Porque hago milagros, no milagros,
magia: creo personajes, fabrico paisajes, convierto lo malo en bueno y lo feo
en bonito, hago emocionar, llorar o reír a la gente.
- ¿Por qué me quieres engañar? Dime la verdad.
- Es la verdad, soy escritor,
director de teatro… y también actor.
- Te faltó algo, también eres el
amante perfecto. Eres un mago de verdad.
Con un pase has convertido mi pena en gozo,
mi tortura en paz.
- No me has dicho tu nombre, ¿cómo
te llamas?
- No tengo nombre. Yo soy nadie.
- Bonito nombre, “Nadie”, como
Ulises. Dime Nadie, ¿sigues odiando a tu
marido?
- Eres un maldito. ¿Cómo lo sabes? Ya no lo odio, lo amo lo extraño. ¿Qué me ha
pasado? ¿Porqué, Dios mío, porqué?!!!
- Bienvenida al club de los
pecadores. Recién ahora puedes ser tan
humilde como para conocerte a ti misma. Para poder perdonar primero hay que conocer el
pecado.
- ¡Pecadora! ¡Bravo, por fin he
pecado…! Pero dime, ¿por qué no estoy
arrepentida?
- Bienvenida al club del amor. Porque hemos tenido sexo con humanidad,
ternura y cariño.
-
¡Pero si yo amo a mi marido!
- Y a mí.
- ¡Mentira, eso no puede ser! No se
puede amar a dos hombres a la vez.
- Tonta. Si amas a un solo hombre eso es posesión,
egoísmo. El que siente el verdadero amor
ama a todos. La moral, o sea las
costumbres, te pide que tengas sexo solo con tu cónyuge, pero amas a tus
padres, a tus hermanos, a tu esposo, a tus hijos, a tus amigos…
- Pero contigo, ¿Qué es lo que
siento?
- Que me amas como amigo. Nuestro sexo es pasajero. Hoy vas a regresar con
tu esposo, lo vas a perdonar…
- ¡Ya lo perdoné!
- … y vas a cambiar tu vida.
- Si, te lo juro. Pero, por favor, quiero más…
- Yo también, pero cierra los ojos…
Se dejó hacer. Sin apuros, lentamente como si no quisieran
que acabara el bíblico “tiempo para amar”. Se conocieron. Para ella, era nueva esa entrega total, esa comunión en el placer. Él era un tierno artista que interpretaba
obras maestras tocando su cuerpo como un cálido instrumento. Sin apuros recorrió sus valles y montañas
aprendiendo ambos la geografía del placer, entre gemidos y sonrisas. Se amaron una y otra vez hasta caer rendidos
entre risas cómplices y besos tiernos y sin separarse - ¡ni se te ocurra!
- y a la sombra del humo de un cigarrillo,
libres de vergüenzas y pudores, se contaron sus historias.
Por primera vez vio todo claro. Sí,
ella, educada por las monjas, era la pacata, era culpable. Pero ahora había
cambiado completamente, se sentía; una mujer nueva, diferente, opuesta, libre,
en paz, feliz.
Se
acomodó en sus brazos meditando. Sí, lo
quería ¿Cómo era posible que en un par de horas supiera tanto de este hombre y él
de ella? La Biblia tiene razón, cuando dice “David conoció a Betsabé” en vez de
decir “hizo el amor con”.
- ¿Pero como hago para recuperar su
cariño?
- Tú eres hermosa y no lo
aprovechas, vístete sexy, maquíllate, excítalo, provócalo, sé sensual, atrevida,
coqueta, juega con él. Vivan aventuras juntos.
Que sus vidas se renueven día a día. Huye de la rutina.
- ¿Podré hacer todo lo que
pides? Me siento tan inútil.
- Ahora soy tu amante pero siempre
seré tu amigo, y como amigo, me tienes a tu disposición. Vamos a pensar en algo, pero antes, déjame
despedirme de tu cuerpo.
- También yo lo estaba deseando. Son seis veces y yo nunca antes... ¿No seré
ninfómana?
- No, querida, solo eres una bella
durmiente que ha despertado con un beso sincero y has despertado con unas ganas
terribles, creo. Y yo me siento el sapo
convertido en príncipe con tu primer beso.
La bella durmiente y el sapo se
rieron como ríen los niños inocentes de cualquier tontería. Ella le hacía cosquillas y él le correspondía,
hasta que las risas se fueron convirtiendo en gemidos, susurros, y tiernas
caricias. Lentamente, solemnemente,
dulcemente, volvieron a “conocerse” y
descorrieron el séptimo velo.
Llegó a casa en la madrugada. Él dormía profundamente. Despacito, se acostó
a su lado, le dio un tierno beso en la mejilla y se durmió como un bebé.
Despertó sobresaltada, era las ocho
de la mañana del sábado y los Bancos abren a las nueve. Su esposo estaba en el baño.
- Hola, amor, anoche llegué un poco
tarde.
- Sí querida, en la madrugada. La
chica me avisó que ibas a ir a una fiesta de tus amigas. ¿Te divertiste?
- No te imaginas cuanto. Tengo que ir al banco a sacar dos mil dólares
para cancelar mis cuentas de las tarjetas. ¿Me acompañas?
- Pensaba jugar tenis en el club…
- No seas malo, mira que no me gusta
caminar con tanto dinero en la cartera, me pueden asaltar.
- Bueno, tomamos desayuno y salimos.
Estacionó su Volvo en el segundo
sótano del centro comercial, fueron al banco y ella sacó dos mil dólares. Regresaron al vehículo y él metió las manos al
bolsillo para sacar las llaves. De
repente, él sintió que bruscamente le torcieron el brazo tras la espalda y le
pusieron una pistola en la sien.
- ¡Silencio mierda!, ¡no se muevan o
los quemo, no volteen, de cara contra la pared!
- Querida, hazle caso, no grites, tranquilízate, no va pasar nada.
No pudo seguir hablando, un pañuelo
con cloroformo en su cara y perdió el conocimiento.
No sabía cuánto tiempo había
transcurrido cuando despertó. Negrura absoluta, estaba atado de pies y manos,
se movió y sintió otro cuerpo cálido pegado al suyo ¡Estaban en la maletera de
un auto! En la oscuridad reconoció el
perfume de su mujer.
- Querida, ¿Cómo estás, que te han
hecho?
- Estoy asustada. Nos han secuestrado. Me quitaron los dos mil dólares y mi tarjeta
Master Card. El tipo me amenazó con
matarte y he tenido que darle la clave de la tarjeta de crédito, pero amor, con
el susto me confundí y le di la clave de la tarjeta Visa. Tengo mucho miedo amor, cuando regrese nos va
a matar.
- Tienes que ser valiente cariño.
¿Sabes dónde estamos?
- Creo que hemos viajado más de una
hora y se siente el sonido del mar. Debe ser alguna playa del sur. Hace diez minutos que se fue, tenemos como una
hora antes que regrese.
Intentaron desatarse pero fue en
vano. Estaban atados frente a frente,
cabeza con cabeza. Él presentía lo peor
y quiso contarle todo. Es más fácil
confesarse en la oscuridad. La beso dulcemente y le dijo:
- Cariño, quizá sea esta la última
oportunidad de hablar solos. Voy a
decirte algunas cosas que tú no conoces. ¿Recuerdas la Universidad? Yo estaba en quinto año de Ingeniería Civil y
tú estabas en segundo año de Arquitectura.
- Sí, pero ya nos conocíamos como
amigos de barrio, tú no me dabas bola.
- No te molestes pero en esa época
no eras una muchacha agraciada. Tenías una nariz ganchuda, que afeaba tu cara. Yo estaba enamorado de una rubia compañera
tuya que cuando me declaré se rió de mí y me mandó a rodar. Conversando de mujeres con mi collera alguien
se acordó de ti, decían que no ibas a encontrar a nadie que te soporte. Yo te estimaba y eso me dolió y protesté. Me desafiaron y me apostaron un chifa que yo
no me declaraba a ti. De pura cólera
acepté. ¿Recuerdas como te pedí que
fueras mi enamorada? Tenía la esperanza
de que no aceptes, pero dijiste que sí.
- Yo estaba enamorada de ti en el
barrio desde los nueve años. Ese fue el
momento más emocionante de mi vida. Lo
que menos esperaba y lo que más deseaba, sucedió.
- Tuve que besarte maniobrando para
no chocar con tu nariz ganchuda. Me agradaba tu compañía, me acostumbré a ti,
pero no pensaba casarme contigo. Eras mi
cómoda amiga-novia. Tú no pedías nada y
me soportabas todo. ¿Qué más podía pedir?
- Entonces, ¿por qué terminaste conmigo
aquella vez? Eso me destrozó.
- Me enamoré de otra chica, era una
belleza. No era del barrio. Estuve con ella unos meses y la encontré muy
vacía, tonta. Ella me encontró muy
exigente, muy vivo y peleamos. Hasta ahora no sé quién dejó a quién. Después tuve vergüenza de regresar contigo.
- Pero volviste. ¿Por qué te casaste
conmigo?
- Esto es lo más duro: un día me
llamó tu padre, me dijo que tú estabas destrozada por mi ausencia. Me rogó que
regrese contigo, que tú me amabas, que me daría trabajo en su empresa, me pidió
que me casara contigo.
- Lo sé. Estaba escuchando tras la puerta. ¿Y por qué aceptaste si no me querías?
- No sé. Te quería pero como a una hermanita menor. Además estaba decepcionado: dos enamoradas me
habían rechazado, ya había presentado mi tesis y obtenido el título de
ingeniero y estaba sin trabajo. Además
tú me querías.
- ¿Y por qué has dejado de quererme?
¿Qué hay con tu secretaria?
- ¿Quéeee?!!! ¿Cómo? ¿Cómo sabes…? Yo…,
bueno, te voy a contar todo.
Antes de casarnos te operaste de la
nariz y te convertiste de patito feo en bello cisne. Me impresionaste, pero nuestra luna de miel
fue casi un fracaso ¿recuerdas?
- Para mí fue muy doloroso para mí
la primera vez. Además no estaba preparada
para eso, ni las monjas ni mamá me contaron lo que iba a suceder.
- Cuando llegaron los niños todo
cambió, me robaron el corazón. Tú fuiste
una madre perfecta y aprendí a admirarte. Día a día te quería más y estaba más orgulloso
de ti. Tú en cambio te distanciabas,
volcabas todo tu amor en los chicos y no quedaba nada para mí. Muchas veces quería estar contigo y me
rehuías.
- Y por eso te fuiste con tu
secretaria. ¿Desde cuándo estás con
ella?
- Querida, no te puedo negar que he
estado inquieto y pensado en otras mujeres. No sé si es la “picazón del séptimo año”, tu
indiferencia a mi deseo o ambas cosas, pero te juro que nunca te he sacado la
vuelta. Mi secretaria viene insinuándose hace tiempo y ayer me sedujo. Yo caí como un estúpido y te pido perdón por
eso. La llevé a un motel pero a la hora
de la verdad no pude hacerlo, mi cuerpo no respondía, yo sólo pensaba en ti. Mi secre quedó despechada, creo que con eso ya
está curada. Imagínate, cree que soy
maricón.
-¿No me mientes?
- ¡Te lo juro por nuestros hijos, y
tú sabes cuánto los quiero!
- Te creo, amor, pero bésame que
siento ruidos. Está estacionando su
carro, ya ha regresado. Tengo miedo…
- Se valiente querida, tenemos que
estar preparados para lo peor, pero si salimos de esta te juro que viajamos de
inmediato a algún lado solos tú y yo.
El secuestrador entró al garaje
dando un portazo y gritando groserías. Los sacó de la maletera del Volvo y, tirándolos
al suelo, los pateó.
- ¡Perra desgraciada! ¡Me has
engañado. Puta, puta, puta, te voy a enseñar a mentir!
- ¡No, no, no, perdóneme señor, me equivoqué de número,
perdón, perdón!!
- ¡Qué perdón ni qué carajo! ¡Ahora vas a ver!
Sacó su pistola, liberó sus manos y
pies de las cuerdas, la levantó del suelo, y encañonándola con el arma, la
abrazó y comenzó a besarla en el cuello, en la cara. Ella rehuía, se retorcía, trataba de quitar su
boca, gritaba.
- ¡No, por favor, no, no, nooo…!
- ¡Conchetumadre! ¡Hijoeputa! ¡Deja
a mi mujer! Yo te daré todo la plata que tengo, pero suéltela maldito!
Él, riéndose le abrió la blusa de un
titón, le bajó el sostén y empezó a
besarle los senos y acariciar su trasero. Le puso la pistola en el pecho mientras ceñía
su cintura con el brazo libre, apretándola contra sí. Ella gritaba, su marido blasfemaba y sollozaba
retorciéndose en el suelo. Ella quiso
liberarse y en medio del forcejeo sonó un disparo.
Se hizo la quietud y el silencio, ella
con la boca abierta, una mueca de asombro y terror en la cara, sacó de entre
ambos la mano ensangrentada. El marido
dio un grito espeluznante de dolor.
El secuestrador lentamente, dobló
las rodillas y cayó al suelo, con la camisa manchada de sangre y una mueca de
horror e incredulidad en el rostro y así quedó. Ella consternada gritaba: ¡Lo maté, lo maté,
lo maté…!
Se acercó y puso sus dedos en el
cuello buscándole el pulso, cogió un trapo del suelo y le tapó el rostro.
- ¡Está muerto!
- Calma querida, desátame que yo me
encargo. No toques nada, voy a limpiar tus huellas.
Ella buscó en sus bolsillos
recuperando la tarjeta de crédito y los dos mil dólares. No tenía nada más. Se arregló la ropa, recogió su cartera.
Revisaron el lugar, era un rancho de
playa vacío. Su Volvo fiel los esperaba
con las llaves puestas. Afuera estaba el auto del secuestrador, no había un
alma en los alrededores: una trocha de cien metros y la Panamericana.
Llegaron a casa a las cuatro de la
tarde. La abuela los esperaba con la comida servida caliente. Abrazaron a los
niños y los dejaron jugando al cuidado de su nana.
- ¡Gracias, mamá! – dijo ella – enseguida
nos vamos a dar un duchazo y luego nos vamos a Punta Sal, ¿puedes quedarte por
una semana con los niños?
- Compraré los boletos por Internet.
Apúrate que son las cinco y el vuelo es
a las siete.
- Anda preparando tu maleta, luego haré la mía rápido, mientras
subo por mi cartera y doy un telefonazo.
Era una segunda luna de miel (¿o
tercera, considerando la de anoche?). Era
el comienzo de un nuevo capítulo en su vida, pero antes tenía que cerrar el anterior.
- Aló,…
- Aló, ¿Nadie?
- ¡Maldito, me asustaste, creí que
te había matado de verdad!
- Te lo dije, soy buen actor, buen
director de escena y además un mago.
- Todo bien, no puedo hablar mucho
porque él me está esperando. Eres un verdadero amigo y maestro. Te quiero. Gracias, adiós, y hasta nunca.
- También te quiero, amiga, pero jamás
digas nunca... Adiós.
¡Click!
Miró el reloj: las 6 de la tarde.