31 jul 2011

La amada inmortal



Señores pasajeros, ajústense los cinturones, el vuelo 1721 con destino a Lima está por despegar.
 Tres años lejos de mi familia.  Tres años de intenso trabajo en el valle de la Convención, del Cuzco.  Construcción de puentes, carreteras, viviendas, dotaciones de agua.  Expediciones a la selva en busca de tierras para colonizar.  Días cargados de experiencias nuevas, de aventuras, amigos, amigas, amantes.
-               Volaremos a 18,000 pies de altura con una velocidad crucero de 300 millas por hora y estaremos llegando a Lima a las 10 horas y 30 minutos.
Sentí un escalofrío.  Estaba rompiendo mi destierro, voluntario pero duro.  Tres años tratando de olvidar, de no pensar, pero lo vivido ya formaba parte de mí.  Estaba clavado como una espina en mi mente, en mis sentimientos, pero tenía que enfrentarlo.
-               A la derecha podemos ver por las ventanillas el nevado Salkantay de 6271 metros sobre el nivel del mar, en la cordillera de Vilcabamba…
Cerré los ojos y empecé a recordar, mi barrio, mis padres y hermanos, mis amistades, Edgardo…
Edgardo era mi mejor amigo, antiguo compañero de carpeta en el colegio; el estudiaba para abogado y yo para ingeniero, pero nos juntábamos con la “patota” del barrio todos los fines de semana.  Un día me buscó, estaba muy nervioso:
-                Alex, te voy a contar un secreto, pero no se lo cuentes a nadie, ¿ya?
-               Por supuesto, Edgardo.  Dime qué te pasa, estás muy alterado.
-               ¿Alterado?  No te imaginas cómo.  Lo que pasa es que estoy súper templado pero mi amiga no me da bola.
-               ¡Ah, vaya!  Creía que era algo serio.
-               ¡Claro que es serio!  Pienso en ella noche y día, no puedo concentrarme en las clases.  Cuando comienzo a estudiar mi mente me lleva a ella, es la mujer de mi vida.  Estoy completamente seguro, pero cuando quiero declararme, ella siempre me manda al desvío.  Quiero tu consejo.
-               ¿Cómo te voy a aconsejar yo?   Tú sabes que nunca he tenido enamorada.
-               Pero tú tienes más labia, sabes hablar, eres muy inteligente, en el colegio escribías para el periódico escolar y también ganaste un premio de poesía.  Por favor, aconséjame como puedo caerle.
-               Tendría que inventar algo, todavía no me imagino qué.  Mejor buscas  otro pata con más experiencia.
-               No, tienes que ser tú; eres mi mejor amigo y el que más me conoce, ¡por favor…!
-               Me pones entre la espada y la pared.  Ya, está bien, haré lo posible por ayudarte, ¿qué es lo que quieres que haga?
-               Vamos a un lugar tranquilo, al parque, donde nadie nos interrumpa: quiero que me escribas una carta donde le diga cuanto la quiero.
-               Pero tienes que contarme cómo es, qué es lo que sientes por ella, qué te ocurre cuando está a tu lado, qué es lo que te gusta de ella, que serías capaz de hacer para que te acepte, qué harías si no te acepta, etcétera, etcétera.
-               Ella es dulce, cariñosa, alegre, muy inteligente, le gusta la poesía, la música, conversar sobre temas de la vida, de religión, de política.  Tiene unos ojos negros, profundos: cuando me mira parece que se mete en mi alma, cuando me habla todo el resto desaparece, cuando calla ni respiro para contemplarla mejor.  Siento que quiero besarla, abrazarla, que no mire a nadie, que no converse con nadie más que conmigo.  Quiero ser su dueño, pero me siento como su esclavo.  Tenerla tan cerca y tan lejos me hace sufrir, soy capaz de cualquier cosa para conquistarla y no sé hasta cuando voy a seguir con este sufrimiento.
-               Oye Edgardo, te pasaste, el amor te ha hecho poeta.  ¿Por qué no le dices todo lo que me has dicho?
-               No puedo, cuando estoy a su lado se me traba la lengua, se me pone la mente en blanco.  A veces vengo acá, al parque, tratando de olvidarla, pero la belleza del cielo y las estrellas me hacen pensar en ella.
-               Está bien.  Comencemos: ¿cómo se llama?
-               No quiero que sepas su nombre todavía, después, si me acepta, te doy la sorpresa.
-               Bien, comencemos:
“Porque eres dulce, cariñosa, sensible, inteligente,
“porque cuando me miras, tus ojos negros dejan a mi alma en tinieblas,
“porque cuando sonríes sale el sol y siento al fin la belleza del mundo,
“porque cuando te apenas tengo que contenerme para no abrazarte y acariciar tu pelo,
“porque cuando callas me incitas al beso,
“por esto y por mil cosas, estoy enamorado de ti.
“Es más que eso: TE AMO
“Quisiera ser tu esclavo y que tú seas mi esclava, yo tu dueño y tú mi dueña.
“Si me aceptas te juro que pondré el mundo a tus pies y mi único destino será hacerte feliz,
“quiero que seas mi enamorada,
“dime que sí por que no aceptaré otra respuesta, insistiré, insistiré, insistiré…
“Tuyo:
“Edgardo
-               Gracias Alex, esta romántica carta de amor expresa exactamente lo que siento y lo que quiero.
-               Tonto, tú eres el romántico.  Yo solo he escrito lo que tú me dices que sientes.  Yo soy el “escribidor”.  Ni siquiera me imagino quién es ella, ha de ser una súper chica para producirte esas emociones.  Eso sí, apréndetela de memoria y no le digas que otro lo escribió.  Solo di: “es la expresión de lo que siento por ti y está escrita sólo para ti, lo juro.”   Así no mentirás.
Edgardo, mi querido amigo: después de algunas cartas más (con mi ayuda), la chica lo aceptó y fue el hombre más feliz del mundo. Dejé de verlo porque los fines de semana visitaba a su enamorada, que vivía en el barrio del Claretiano, a unas diez cuadras del parque.  Dos meses después, en una reunión del grupo de Acción Católica, en la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, frente al parque, Carlos me invitó a su casa desafiándome a una partida de ajedrez.  Él vivía a tres cuadras de la Iglesia del Claretiano.
Comenzamos una partida muy interesante: los dos éramos buenos jugadores. Llegaron dos de sus hermanos y dos amigos y comenzaron a comentar el juego, terminamos jugando un torneo de todos contra todos, a las 11 de la noche.
Ese fue el comienzo de reuniones sabatinas (a veces también a media semana) donde incorporamos al juego la música clásica y las conversaciones típicas de nuestra edad: socialismo, religión, moral y sexo, arte, etc.  A la segunda reunión, un miércoles,  se incorporaron Susana y Beatriz, hermanas de Carlos, así como Pedro, esposo de Beatriz.  Susana me impactó: era una muchachita bella, sencilla, dulce pero briosa, inteligente, alegre.  Conversé mucho con ella, comentamos sobre la música, el arte, la poesía: me deslumbró.  Esa noche pensé mucho en ella, me había conquistado. Esperé con ansia la llegada del sábado, cuando la volvería a ver.
El sábado me llevé una sorpresa, llegué temprano y estaba Edgardo.
-               Hola, Alex, qué haces por aquí.
-               Hola pata, Carlos me invitó para jugarnos unas partiditas de ajedrez.  Y tú, ¿no sabía que conocías a Carlos?
-               Claro que lo conozco, es hermano de mi enamorada, Susana.
Sentí que el mundo me caía encima.  Fue un chorro de agua helada.  En ese momento entraron Susana y Beatriz.  Edgardo se acercó y se dieron un beso en la mejilla.  La llevó donde estaba yo.
-                Alex, te quiero presentar a mi enamorada.  Susana, este es Alex, por mucho, mi mejor amigo y quiero que lo sea tuyo, también.
-               Ya nos conocimos el sábado pasado que no viniste.  Hola, Alex, ¿escuchaste Los Preludios de Liszt?
-               -Hola, sí, solemnes, majestuosos.  Una música que te lleva a otro mundo.  Es hermosa, me emocionó.  Y tú, conseguiste escuchar “Canción sin palabras de Mussorgsky?
-               ¡Qué bella, qué tierna, qué dulce! Ya está entre mis preferidas.  Pero quiero conversar contigo sobre la Quinta Sinfonía de Beethoven, me tiene intrigada, ¡qué dramática es esa música!  No me imagino que sentimientos pudieron impulsar a Beethoven.
Edgardo, sonriente, contento de la buena relación de Susana conmigo, se fue a discutir con Carlos sobre el socialismo en su nueva versión que se estaba incubando en la Universidad de Huamanga, en Ayacucho.  Susana, notándome serio intentó alegrarme, y lo consiguió.
- Yo sí, algo he leído sobre él. Beethoven, en su vida tuvo un gran amor correspondido pero imposible: él era plebeyo, ella era noble y para el colmo de males casada.  Se veían a escondidas, hasta que no pudieron soportar la situación y decidieron fugarse.  Se citaron en una aldea que estaba bastante lejos de la ciudad donde vivían; se encontrarían al la tarde del lunes en la hostería del pueblo, llevando cada uno todo su equipaje para comenzar una nueva vida en una ciudad lejana.  Ella llegó pero Beethoven, no.  Lo esperó un día y luego se marchó con el corazón destrozado.  No se supo más de ella.  Mientras tanto, Beethoven estaba aislado por una tormenta e inundación que habían cortado los caminos y hacía imposible su viaje.  El destino los separó de esta forma y esa música retrata su dolor y desesperación.  Por supuesto, cuando llegó a la hostería no la encontró y nunca la volvió a ver.  En la historia solo quedó una carta que escribió a su “amada inmortal” pero que nunca envió.
- ¡Qué historia!  Vamos a la sala, quiero escucharla de nuevo.
Beatriz y Pedro, eran una familia muy especial: hicieron gran amistad conmigo.  Varias veces me invitaron a almorzar a su casa, donde también iba Susana.  Tomábamos un café delicioso, jugábamos Ruta, Monopolio, Scrabble, conversábamos y reíamos mucho, éramos un grupo feliz.
Yo estaba cada vez más enamorado de Susana, pero, por supuesto, nunca se lo dije ni se lo insinué.  Me sentía muy desdichado.  Mis dos mejores amigos eran Edgardo y Susana, presentía que Susana también me quería.  Éramos un trío que nos queríamos, pero nuestros intereses chocaban terriblemente.  En ese año me recibí de Ingeniero Civil y al poco tiempo recibí una propuesta de trabajo en La Convención, la selva del Cuzco, lugar alejado y de difícil acceso.  Acepté pensando que la distancia nos hiciera (a mí y a Susana) olvidar esa atracción que sentíamos.
En la Convención encontré mi vocación verdadera.  Trabajaba en un programa de desarrollo rural: Construir caminos, puentes, casas rurales, bocatomas y canales, centros comunales.  Recibir las demandas de grupos de campesinos, gente humilde y esforzada. Convocar a cientos de ellos con sus palas y picos, las mujeres con sus alforjas para llevar tierra, sus ollas, los niños llevando agua y alimentos, yo con mi teodolito haciendo el trazo de la carretera que uniría por primera vez su aldea en lo alto de los cerros con la carretera principal y las ciudades del valles, seguido por un tractor que rompía el cerro y dejaba la plataforma del camino, mientras los campesinos, con lampas y picos daban forma a los taludes, preparaban la cuneta y afinaban la plataforma de la vía.  Comenzábamos al amanecer y trabajábamos sin descanso todo el día, al anochecer entraba a la plaza de la aldea manejando la camioneta: primer vehículo que llegaba, ya tenían como sacar sus productos.  Todos felices, muchos llorando, mientras muros de cajas cerveza (subidas sobre sus espaldas) nos esperaban para la celebración.
Mezclar mis sentimientos con los de esa gente humilde y generosa, era ese el mejor pago que podía recibir.  Y pensar en la labor del día siguiente: construir una escuela, nivelar un campo deportivo, trazar y construir un canal para regar terrenos eriazos, diseñar viviendas y enseñar a construirlas.  Pueden pensar que este emborracharme de trabajo me haría olvidar, pero en las noches, escuchando los Preludios, la Pastoral, mirando las estrellas y descubriendo en ellas la mirada tierna de Susana, me dolía, sí, me dolía.
Al año regresé a Lima para ver una maquinaria que pensábamos adquirir para el proyecto.  Llamé a Beatriz para saludarla y me invitó a tomar el té de las 5 de la tarde (Pedro era muy inglés). Por supuesto, acepté.
Cuando llegué a su casa, también estaba Susana  y al verla sentí que se rompían mis defensas y desbordaba todo mi sentimiento por ella.  Tomamos el té con pastelillos, escuchamos música y conversamos como lo hacíamos antes, les conté sobre mi nueva vida de ingeniero y la ilusión que me provocaba mi trabajo.
A las 6 llegó Pedro entusiasmado: había conseguido dos entradas para ver la zarzuela Los Gavilanes que comenzaba a la 7 así que Beatriz se cambió de ropa rápidamente y se fueron, dejándonos solos.
Sorprendidos por esa nueva situación, solos, tardamos varios minutos en tranquilizarnos y retomar la conversación: la música ayudó, terminó Sherezade de Korsakov, Susana comentó:
-               ¡Qué música más romántica!  Nunca he sabido separar bien el romanticismo, la ilusión, el enamoramiento, el amor, el cariño, la ternura, el deseo, la pasión.
-               ¿Qué pasa Susana?  ¿No estás enamorada de Edgardo?
-               Ese es el problema.  Sí, lo quiero.  Al principio me asediaba y me escribió unas cartas románticas, muy bonitas; por eso lo acepté.  Cuando lo conocí mejor comprendí que él no las había escrito y terminó mi ilusión pero comenzó mi cariño: es tan bueno, tan cariñoso, tan amable.  ¿Es eso amor?
-               Tú lo dijiste: “cuando lo conocí”.  Creo que el verdadero amor crece en el conocimiento.  Tú conoces a tus padres, tus hermanos, tus amigos y los amas, a eso llamaría el amor “consciente”, tomas a un niño en tus brazos y sientes ternura, podría ser el amor “sentimental”, compartes tus ideas y tus ideales,  sería el amor “intelectual”, sientes deseo por el cuerpo de otra persona, sería la pasión.  El estar enamorado creo que es una ilusión de la persona que “quiere” inconscientemente encontrar todo esto en otra persona; cuando termina el enamoramiento lo que queda (si queda), es el amor.
Como música de fondo: la Pastoral. Susana quedó silenciosa, pensativa.  Recliné la cabeza y cerré los ojos para acallar mis deseos de decirle lo que sentía por ella.  Trataba de pensar en Edgardo, nuestra gran amistad y cariño, para tapar ese volcán que quería explotar dentro de mí cuando sentí unos labios sobre los míos.  Cálidos, dulces, tiernos.  Nos miramos a los ojos.  No necesitábamos hablarnos, habíamos comprendido que nos amábamos y nuestros cuerpos comenzaron a conocerse, al principio sin apuros, con tímidas caricias hasta que nos invadió la pasión y el mundo desapareció para nosotros.
Cuando resucitamos, descansaba como una paloma dormida en mis brazos.  Después de un rato de silencio, muy seria, me miró a los ojos y me dijo:
-               Alexi, te tengo que contar algo: Estoy comprometida con Edgardo.  Nos casamos dentro de quince días.  Hoy te iba a dar el parte de matrimonio; sus padres nos han dado un departamento y mis padres lo han amoblado, pero yo…
Mi mundo se vino abajo, mejor dicho: aterricé.  Edgardo, hijo único de una familia adinerada, con muy buena educación, profesional (abogado), muy buena persona, muy buen partido, mi mejor amigo.  Con él Susana tenía la felicidad asegurada.  Yo, ingeniero que recién comenzaba su carrera, sin otros bienes que ofrecerle más que mi cariño y una vida azarosa en la selva, lejos de su familia y las comodidades a las que estaba acostumbrada.
-               …, pero yo estoy dispuesta a enfrentarme con mis padres, pedirle perdón a Edgardo e irme contigo.  Ya soy mayor de edad y Beatriz, que te quiere mucho, nos apoyará en todo.  Pero tú tienes que decidirlo, yo te quiero y haré lo que tú me pidas.
Quedamos abrazados, pensando.  Nos conocíamos tan bien que hasta adivinábamos nuestros pensamientos, pero este caso era muy delicado.  Se hacía tarde y ya estaban por regresar Beatriz con Pedro de la zarzuela.
-               Tenemos que pensarlo cuidadosamente, otras personas pueden salir heridas y nosotros podríamos perder un tesoro recién descubierto.  Viajaría, o viajaríamos pasado mañana de regreso a la montaña, a mi trabajo…
-               Mañana nos encontramos a las 9 de la noche en la puerta de la Iglesia del Sagrado Corazón…
-               A las 9 de la noche, la Iglesia del Sagrado Corazón.  Si no vienes sabré comprenderlo…
-               Si no vienes tú, yo también sabré comprenderlo y, por favor, no me busques.
Un beso tierno, largo.  Después bebí sus lágrimas.  Sin decir una palabra, la abracé fuerte y la dejé.  Afuera estaba lloviendo, hasta el cielo estaba triste y lleno de malos presentimientos.
Al día siguiente, a las 9 de la noche, estaba sentado en una banca del parque de Magdalena, frente a las puertas de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, con el alma en un hilo.  Recién comprendía el dicho “matar un ruiseñor”: para pasar a la madurez hay que comprender que a veces hay que tomar una decisión que puede ser cruel, herir a otras personas, buscando quizás un “mal menor”.  En este caso sufrirían Edgardo y quizá la familia de Susana, y ella misma, a cambio de lograr el amor que habíamos descubierto, pero ese sufrimiento era pasajero y la felicidad a lograr, muy grande: me llevaría a Susana, si era necesario raptándola para casarme con ella.  La haría feliz, estaba seguro.
Ella no vino y en las tres horas de torturante espera reflexioné sobre mi egoísmo.  Susana, sabiamente, había decidido por los dos.  Sin embargo estaba quebrado por dentro.
La mañana siguiente tomé el vuelo que me llevaría lejos por mucho tiempo, tiempo que me haría olvidar.  Vana presunción, lo que se ha vivido con tanta intensidad queda grabado a fuego en nuestra alma, conciencia, cuerpo, para toda la vida.
-               Señores, dentro de breves minutos estaremos llegando a la ciudad de Lima. Cielo despejado, temperatura media de 23 grados centígrados. Por favor, abróchense los cinturones y no se muevan de sus asientos hasta que se detenga el avión.  No se olviden…
Tres años después, estaba de regreso.  Mis padres y hermanos me esperaban alborozados en el aeropuerto.  Besos, abrazos, pregustas van y vienen, hasta que por fin, hogar, dulce hogar.  El pino del jardín había crecido y las brevas llenaban la higuera, Boby, mi fox-terrier engreído, ladraba loco de contento, como cuando me sentía llegar del colegio.
Ese día no salí de casa, recibiendo a amigos y parientes que avisados de mi regreso venían a saludarme.  En la noche, caí rendido a la cama y me dormí inmediatamente.
Al día siguiente me levanté a las 10 de la mañana, decidido a recorrer el barrio y buscar a mis amigos.  Mi madre solícita me sirvió un suculento desayuno y distraídamente pasé la vista por el periódico.  Grandes titulares: “TERCER ANIVERSARIO DE LA TRAGEDIA”.  Miré la fecha: 24 de mayo de 1967. Sentí una opresión en el pecho: ese mismo día, hace tres años, mientras esperaba que llegue Susana a nuestra cita, me enteré de la muerte de más de 300 personas en el estadio nacional, aplastadas por la gente que pugnaba por salir, escapar de los gases lacrimógenos que algunos aturdidos policías arrojaron a las tribunas que reclamaban contra un fallo injusto anulando un gol peruano en el partido de futbol entre las selecciones de Perú y Argentina: las puertas del estadio estaban cerradas.
Necesitaba aire fresco.  Salí a caminar.
Mis pasos me llevaron al parque, frente a la iglesia, y me senté en el mismo banco donde pase horas atormentado por una espera infructuosa. Incliné la cabeza recordando los maravillosos momentos de amor pasados con Susana, cuando sentí que una voz me llamaba del otro lado de la calle.
-               ¡Alex, Alex..!  ¿De verdad eres tú…?
Era su hermana Beatriz,   que cruzó corriendo la calle y me abrazó y besó regocijada. Conversamos largo y tendido, su hogar, sus hijos, Pedro, nuestros amigos.  Mi trabajo,  mis experiencias, mi vida en la Montaña... hasta que por fin, la pregunta obligada:
-               Cuéntame Alex, ¿qué te pasó?  Yo tenía la esperanza de que fueras mi cuñadito.  
    Le conté todo, desde las cartas de amor que le escribía para Edgardo, mi frustración al darme cuenta que había entregado a la mujer de mis sueños a los brazos de mi mejor amigo, mi primer escape a la montaña para olvidar, mi regreso y la explosión de amor, la entrega y pasión con Susana, el compromiso  y la cita. Beatriz lloraba silenciosamente.
-               ¿Por qué no acudiste a la cita?
-               Claro que acudí a la cita.  A las 9 de la noche, frente a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.  Mira, estuve sentado en esta misma banca por tres horas y no llegó.
Palideció.  Me quedó mirando asustada y soltó un sollozo, me contestó con voz entrecortada:
-               Susana si asistió, yo la acompañé.  Estuvimos dos horas paradas frente a la iglesia del Sagrado Corazón… de María, es nuestra iglesia, frente al colegio Claretiano.  ¡Qué terrible confusión!  Nosotros conocemos a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús como la iglesia del parque y ustedes a la iglesia del Sagrado Corazón de María como la iglesia del Claretiano.
-               ¡Y la cita fue frente a la iglesia del Sagrado Corazón!  ¡Los dos cumplimos…! pero…
-               Susana quedó destrozada, llamó a Edgardo y le contó todo para romper con él, pero Edgardo dijo que sabía que ella y tú se querían (¡claro, si todos nos dábamos cuenta!) y que él la haría olvidarte.  A los quince días se casaron.
-               Y Susana, ¿Es feliz…?
-               Sí, Edgardo la adora y ya tienen dos hijos: Alex e Irene.  Y tú, Alex, ¿Eres feliz?
    Quedé pensativo por un rato.  ¡Susana era feliz...! Sentí que de pronto se borraban todas mis dudas y pesares.  Me sentí liberado, en paz, increíblemente contento.  El saber la felicidad de Susana y Edgardo borraba todo el remordimiento, la frustración que tenía.  Y su hijo se llamaba Alex.  Me sentí orgulloso, como incorporado a su familia. Sabía que nunca me olvidarían y seguiríamos queriéndonos los tres, como en los viejos tiempos.
-               No te imaginas lo que siento, Beatriz, el saber que son felices, me hace feliz.  Los dos son mis amigos, mis mejores amigos y los sigo queriendo como antes.
Seguimos conversando un rato hasta que nos tranquilizamos.  Nos despedimos con un largo abrazo,  y le dije al oído:
-               Por favor, Beatriz, no le cuentes a Susana lo que pasó.  Es mejor que no lo sepa jamás.
-               Señores pasajeros, ajústense los cinturones, el vuelo 1720 con destino a Cuzco está por despegar…

29 jul 2011

¡Papá!



¡Papá!

De mi padre Manuel tengo muy malos recuerdos. Tarambana, mujeriego (“soy un hombre fiel con cada una de mis mujeres” – decía), un día salió a sembrar más hijos por el mundo, dejando a mi madre con tres criaturas y sólo pudo subsistir con la ayuda de mis abuelos. Ahora es diferente, mi hermano Manuel, el mayor, consiguió un buen trabajo y con su ayuda  mi otro hermano estaba por recibirse de médico y yo estudiaba en la Escuela Militar de Chorrillos. Mi padre hace tres años que no se aparecía por casa.
Gonzalo era mi cuate. Compañero de clase en el Colegio Militar, éramos inseparables los fines de semanas hasta que consiguió una enamorada “firme”. Los cadetes éramos irresistibles.  Ese fin de semana, a insistencia suya lo acompañé a ver a su gila: le había dicho que su papá le dio permiso para salir con él solo si la acompañaba Martha, su mejor amiga y yo era el “cuarto obligado”. Al principio me negué ante el peligro de que me presentaran a una “mostrita”, pero era mi “pata” y no le podía fallar así que acepté.
Marthita era una belleza. Sobre el pucho nos hicimos amigos. Los cuatro, dos a dos, fuimos a comer helados y luego al cine. Está demás el decir que hicimos parejas: cada “cuál con su cada cuala”. Fuimos a la vermut, ni me acuerdo qué película vimos (¿vimos?). Después del cine era obligado llevarlas a “La Pera del Amor”, un parque de Magdalena con frente al mar, paraíso de los enamorados. Allí nos separamos de Gonzalo y su enamorada.
Buscamos un lugar apartado y comenzamos a practicar nuestro recién inaugurado “enamoramiento”. Marthita era algo muy especial: dulce, tierna, pero ardiente. En lo más interesante de nuestro intercambio de besos y caricias, de repente, un individuo se plantó bruscamente frente a nosotros, que volteamos sorprendidos a mirarlo.


-         ¡Papá! – exclamamos simultáneamente Marthita y yo. Luego nos miramos los tres. Los tres con la boca abierta por la sorpresa.
La cogí de la mano y la llevé lejos corriendo, riendo los dos a carcajadas. Agitados nos sentamos en el pasto y nos besamos suavemente, con cariño, sin pasión.
-         Hola hermanita.
- -        Hola hermanito, te quiero...


-o0*0o-

21 jul 2011

Decisiones





Decisiones

A mis 70 años gozo del privilegio de ser viejo.  Eso dice la gente: viejo, pero para poder creerlo tengo que mirarme en el espejo.  No es así como me siento, todo lo contrario.  Después de más de medio siglo de vivir siguiendo las reglas, oprimido por la educación y el qué dirán,  ahora me siento libre para pensar y obrar sin límites.  La gente no me teme, todo me permite y me disculpa por la edad.  Por eso me gusta observar lo que sucede a mi alrededor, mirar a la gente y tratar de comprenderla.  
Estando en la sala de espera del consultorio para mi chequeo médico, llegó una joven de unos 20 años, con un rostro inexpresivo y la mirada perdida y sin verme, se sentó a mi lado.  Poco después llegó una señora de mi edad, de la mano de un hombre cincuentón que la increpaba casi gritando:
- Mamá, esto es el colmo. ¿Cuántas veces tengo que decirte que éste médico no te conviene?  Lo que tú tienes debe que verlo un médico cardiólogo, no uno de medicina general, ¿por qué eres tan dura para comprender?
- Primero tengo que ver al doctor Orellana - contestó la madre, apretando los dientes.
- No seas terca madre, no voy a permitir que gastes tu dinero en consultas que no necesitas.
- Es mi dinero y yo necesito ver al doctor Orellana, él es mi médico de cabecera.
- Es la última vez que te acompaño al médico, tú eres la mujer más obstinada que conozco.
- Este doctor me comprende, siempre que me atiende mejora mi salud.  Le tengo mucha fe.
- Lo que pasa es que estás vieja y chocha.  Debes hacerme caso, yo soy tu hijo.
- Si no deseas acompañarme, vete.  Yo puedo ir sola.
-¡Claro!  ¡Cómo, no puedes caminar sola sin caerte o perderte, abusas de mí, de mi paciencia!
Había 12 pacientes esperando turno y todos estábamos indignados por el duro trato de ese hijo desconsiderado.  Tuve que intervenir:
- Y pensar la paciencia que tuvimos que gastar los padres para criar a nuestros hijos, como deprime ver a un hijo desagradecido que no tiene paciencia con su madre…
Un joven sentado a mi lado se paró cediendo el asiento a la mamá, que estaba avergonzada, con la mirada baja.
El hijo salió avergonzado de la habitación, mascullando furibundo.
- No te apenes, amiga, - le dije, apretando sus manos entre las mías. -  La vida de ahora hace a la gente muy violenta.  Estoy seguro de que tu hijo se va a disculpar contigo.  Le acaricié el pelo y ella levantó la cabeza y contestó con una sonrisa agradecida.
Los otros pacientes comentaban aún lo sucedido cuando regresó el hijo, con cara de arrepentimiento, se acercó a su madre y le dio un beso en la frente, parándose luego a esperar a su lado.  Pasaron unos minutos y fueron llamados a consulta por la enfermera.
- Fue muy tierno de su parte.
Quien me hablaba era la joven taciturna sentada a mi lado.  La miré sorprendido y le contesté:
- No podía hacer menos.  Tanto el hijo como la madre estaban desubicados en sus vidas.  La madre pensando que su hijo no la quería y el hijo dejándose llevar por la impaciencia y olvidando las consideraciones que debería tener con su madre anciana.  Sin embargo, viste como recapacitaron y todo volvió a lo correcto.  Muchas veces perdemos la noción de lo que somos y lo que nos rodea y nos dejamos llevar por la ira, el miedo, la depresión, la desesperanza, la desilusión, sin ver que la vida y la felicidad están frente a nosotros, esperando que las tomemos con alegría y optimismo.
- Eso lo dice usted porque a su edad no tiene que enfrentar mayores problemas y su vida transcurre sin sobresaltos.
- Eso lo digo yo porque en los 70 años que tengo he tenido que enfrentar a miles de situaciones y problemas, algunos gravísimos y desesperados, pero siempre he visto la luz tras el muro.  Cuando entraste vi la angustia y preocupación en tu rostro.  Te aseguro que tú puedes convertir tu sufrimiento en una sonrisa, si te animas a enfrentar tu problema y tomar una decisión justa.
- Usted no sabe lo que dice.  Si supiera lo que me pasa no pensaría como piensa.
- Te aseguro que en mi vida he conocido a mucha gente que ha pasado por situaciones, probablemente semejantes a lo que te pasa a ti.  Algunas han tomado decisiones sabias y han continuado felizmente con sus vidas.  Otras han tomado decisiones erradas y las ha seguido acompañando el pesar y el arrepentimiento.  Si conoces la decisión justa a tus problemas y tienes el valor de tomarla, la depresión, dolor, tristeza y pesimismo desaparecerán y podrás ser una chica feliz.  La felicidad es así, gratis.  Tómala o déjala.
- Usted todo lo hace parecer fácil.
- No es tan fácil, pero requiere el valor de decidirse y no dar marcha atrás.
- Si supiera lo que me pasa, no diría eso.
- Si tuvieras el valor de contármelo, ya estarías a la mitad del camino a la solución.  Pero como te dije: hay que tener valor.
La muchacha quedó pensativa.  Luego me enfrentó:
- ¿Quién es usted y que interés persigue?
- Soy un abuelo que está sentado ante una nieta huérfana de abuelos y que está pidiendo a gritos silenciosos un hombro para llorar y un amigo en quien confiar.
Me miró a los ojos enternecida, luego tomó mi mano y confesó:
- Estoy esperando un bebé.
- Te felicito…
- No me felicite, usted no comprende.  Mi enamorado se asustó y ha desaparecido.  No quiere saber nada conmigo.
- Sigue contándome, pero paso a paso.  ¿Tú quieres a tu enamorado? 
- Creí que lo quería.  Es apuesto e inteligente pero, a la vez, es egoísta y cobarde.  Me di cuenta de eso demasiado tarde.  Ahora lo desprecio.  No quiero saber nada de él.
- Y tus padres, ¿qué opinan?
- No saben nada, y son muy chapados a la antigua.  Me van a matar, soy su única hija y tienen muchas expectativas sobre mí.
- ¿Y tú, qué haces? ¿Estudias? ¿Trabajas?
- Estoy en la Universidad en tercer ciclo de Ingeniería Alimentaria, pero trabajo a medio turno en una ONG como secretaria.
- ¿Y has tomado alguna decisión?
- Sí, abortar. No quiero arruinar mi vida a los 20 años.  Por eso vine a consulta; me han dicho que este médico me puede indicar un lugar y medio seguro para hacerlo.
- Te vi una mirada triste.  ¿Seguro que es eso lo que quieres?
- ¡No!  Lo que quiero es tener una carrera, un hogar, una familia… Por eso es que voy a abortar, aunque me da mucho dolor perder a mi primer hijo así…
- Te dije que había visto muchos casos como el tuyo en mi vida.  De las que abortaron, algunas, por las condiciones del aborto, no pudieron procrear después.  Otras se casaron y tuvieron familia.  Muchas de ellas se divorciaron o las dejó su pareja.  Hubieron muchos casos que conozco, en que tuvieron sus hijos como madres solteras.  Te debo decir que no conozco ningún caso en que los abuelos no llegaran a querer, adorar a su nieto, inclusive ayudando en su crianza hasta que la madre termine sus estudios.  Entre las que tomaron la decisión de abortar, muchas, años después del aborto, buscaron a un hombre para que les siembre un hijo, pero rehuyeron cualquier relación seria posterior.
- Estas mujeres que abortaron no tenían más salidas…
- Sí, tener un hijo para darlo en adopción, pero lo que ocurre normalmente en estos casos es que una vez nacido el niño, se arrepienten y se quedan con él.  Además sí hay otra salida: tener el hijo.
- Y que hay con el interrumpir estudios, avergonzar a los padres, no poder criar adecuadamente al hijo, terminar con todas las expectativas en la vida para quedar como una madre soltera, esclava del trabajo y del hogar…
- Cuatro cosas: La primera, un hijo, en cualquier condición, no es un castigo; es un premio, un milagro, una bendición, un graduarse de mujer, un seguro de vida y de vejez, una alegría permanente.  Segundo, los nietos son la felicidad de los abuelos.  Tercero, la sociedad ha cambiado, ahora una madre soltera es considerada como una mujer valiente y digna del mayor respeto sobre todo si sabe esforzarse y sacrificarse en la crianza de su hijo.  Cuarto, sí se puede; se puede terminar los estudios, se puede encontrar una pareja adecuada, se puede construir un hogar con esposo y más hijos, se puede ser completamente feliz.  Claro que esto requiere valor, decisión y esfuerzo.
La joven quedó pensativa, meditando, hasta que llegó su turno y la enfermera la condujo a consulta.  Rato después salió, radiante, con una gran sonrisa en los labios, llegó hasta mí y me abrazó. 
- Voy a tener a mi hijo - me dijo - abráceme fuerte y deme valor, que se lo voy a decir a mis padres.
Me dio un beso en la mejilla.
- ¡Adiós, abuelito, gracias, muchas gracias…!
Y se fue, ligera como un ave, respirando coraje, feliz…
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