Un año lejos de mi familia. Un año de intenso trabajo en el valle de la
Convención, del Cuzco. Construcción de
puentes, carreteras, viviendas, dotaciones de agua. Expediciones a la selva en busca de tierras
para colonizar. Días cargados de
experiencias nuevas, de aventuras.
- Volaremos a 18,000 pies de altura con una velocidad
crucero de 300 millas por hora y estaremos llegando a Lima a las 10 horas y 30
minutos.
Sentí
un escalofrío. Estaba rompiendo mi
destierro, voluntario pero duro. Tres
años tratando de olvidar, de no pensar, pero lo vivido ya formaba parte de
mí. Estaba clavado como una espina en mi
mente, en mis sentimientos, pero tenía que enfrentarlo.
- A la derecha podemos ver por las ventanillas el nevado
Salkantay de 6271 metros sobre el nivel del mar, en la cordillera de
Vilcabamba…
Cerré
los ojos y empecé a recordar, mi barrio, mis padres y hermanos, mis amistades,
Edgardo…
Edgardo era mi mejor amigo, antiguo compañero de carpeta
en el colegio; el estudiaba para abogado y yo para ingeniero, pero nos
juntábamos con la “patota” del barrio todos los fines de semana. Un día me buscó, estaba muy nervioso:
-
Juan, te voy a contar un secreto, pero no se lo cuentes a nadie, ¿ya?
- Por
supuesto, Edgardo. Dime qué te pasa,
estás muy alterado.
- ¿Alterado? No te imaginas cómo. Lo que pasa es que estoy súper templado pero
mi amiga no me da bola.
- ¡Ah,
vaya! Creía que era algo serio.
- ¡Claro
que es serio! Pienso en ella noche y
día, no puedo concentrarme en las clases.
Cuando comienzo a estudiar mi mente me lleva a ella, es la mujer de mi
vida. Estoy completamente seguro, pero
cuando quiero declararme, ella siempre me manda al desvío. Quiero tu consejo.
- ¿Cómo
te voy a aconsejar yo? Tú sabes que
nunca he tenido enamorada.
- Pero
tú tienes más labia, sabes hablar, eres muy inteligente, en el colegio
escribías para el periódico escolar y también ganaste un premio de poesía. Por favor, aconséjame como puedo caerle.
- Tendría
que inventar algo, todavía no me imagino qué.
Mejor buscas otro pata con más
experiencia.
- No,
tienes que ser tú; eres mi mejor amigo y el que más me conoce, ¡por favor…!
- Me
pones entre la espada y la pared. Ya,
está bien, haré lo posible por ayudarte, ¿qué es lo que quieres que haga?
- Vamos
a un lugar tranquilo, al parque, donde nadie nos interrumpa: quiero que me
escribas una carta donde le diga cuanto la quiero.
- Pero
tienes que contarme cómo es, qué es lo que sientes por ella, qué te ocurre
cuando está a tu lado, qué es lo que te gusta de ella, que serías capaz de
hacer para que te acepte, qué harías si no te acepta, etcétera, etcétera.
- Ella
es dulce, cariñosa, alegre, muy inteligente, le gusta la poesía, la música,
conversar sobre temas de la vida, de religión, de política. Tiene unos ojos negros, profundos: cuando me
mira parece que se mete en mi alma, cuando me habla todo el resto desaparece,
cuando calla ni respiro para contemplarla mejor. Siento que quiero besarla, abrazarla, que no
mire a nadie, que no converse con nadie más que conmigo. Quiero ser su dueño, pero me siento como su
esclavo. Tenerla tan cerca y tan lejos
me hace sufrir, soy capaz de cualquier cosa para conquistarla y no sé hasta
cuando voy a seguir con este sufrimiento.
- Oye
Edgardo, te pasaste, el amor te ha hecho poeta.
¿Por qué no le dices todo lo que me has dicho?
- No
puedo, cuando estoy a su lado se me traba la lengua, se me pone la mente en
blanco. A veces vengo acá, al parque,
tratando de olvidarla, pero la belleza del cielo y las estrellas me hacen
pensar en ella.
- Está
bien. Comencemos: ¿cómo se llama?
- No
quiero que sepas su nombre todavía, después, si me acepta, te doy la sorpresa.
- Bien,
comencemos:
“Porque eres dulce, cariñosa, sensible, inteligente,
“porque cuando me miras, tus ojos negros dejan a mi alma
en tinieblas,
“porque cuando sonríes sale el sol y siento al fin la
belleza del mundo,
“porque cuando te apenas tengo que contenerme para no
abrazarte y acariciar tu pelo,
“porque cuando callas me incitas al beso,
“por esto y por mil cosas, estoy enamorado de ti.
“Es más que eso: TE AMO
“Quisiera ser tu esclavo y que tú seas mi esclava, yo tu
dueño y tú mi dueña.
“Si me aceptas te juro que pondré el mundo a tus pies y
mi único destino será hacerte feliz,
“quiero que seas mi enamorada,
“dime que sí por que no aceptaré otra respuesta,
insistiré, insistiré, insistiré…
“Tuyo:
“Edgardo
- Gracias
Juan, esta romántica carta de amor expresa exactamente lo que siento y lo que
quiero.
- Tonto,
tú eres el romántico. Yo solo he escrito
lo que tú me dices que sientes. Yo soy
el “escribidor”. Ni siquiera me imagino
quién es ella, ha de ser una súper chica para producirte esas emociones. Eso sí, apréndetela de memoria y no le digas
que otro lo escribió. Solo di: “es la
expresión de lo que siento por ti y está escrita sólo para ti, lo juro.” Así no mentirás.
Edgardo,
mi querido amigo: después de algunas cartas más (con mi ayuda), la chica lo
aceptó y fue el hombre más feliz del mundo. Dejé de verlo porque los fines de
semana visitaba a su enamorada que vivía en el barrio del Claretiano, a unas
diez cuadras del parque.
Dos
meses después, en una reunión del grupo de Acción Católica, en la parroquia del
Sagrado Corazón de Jesús, frente al parque de Magdalena, Carlos me invitó a su
casa desafiándome a una partida de ajedrez.
Él vivía a tres cuadras de la Iglesia del Claretiano.
Comenzamos
una partida muy interesante: los dos éramos buenos jugadores. Llegaron dos de
sus hermanos y dos amigos y comenzaron a comentar el juego y terminamos jugando
un torneo de todos contra todos, a las 11 de la noche.
Ese
fue el comienzo de reuniones sabatinas (a veces también a media semana) donde
incorporamos al juego la música clásica y las conversaciones típicas de nuestra
edad: socialismo, religión, moral y sexo, arte, etc. A la segunda reunión, un miércoles, se incorporaron Susana y Beatriz, hermanas de
Carlos, así como Pedro, esposo de Beatriz.
Susana me impactó: era una muchachita bella, sencilla, dulce pero
briosa, inteligente, alegre. Conversé
mucho con ella, comentamos sobre la música, el arte, la poesía: me
deslumbró. Esa noche pensé mucho en
ella, me había conquistado. Esperé con ansia la llegada del sábado, cuando la
volvería a ver.
El sábado me llevé una sorpresa, llegué temprano y estaba
Edgardo.
- Hola,
Juan, qué haces por aquí.
- Hola
pata, Carlos me invitó para jugarnos unas partiditas de ajedrez. Y tú, ¿no sabía que conocías a Carlos?
- Claro
que lo conozco, es hermano de mi enamorada, Susana.
Sentí que el mundo me caía encima. Fue un chorro de agua helada. En ese momento entraron Susana y
Beatriz. Edgardo se acercó y se dieron
un beso en la mejilla. La llevó donde
estaba yo.
-
Juan, te quiero presentar a mi enamorada.
Susana, este es Juan, por mucho, mi mejor amigo y quiero que lo sea
tuyo, también.
-Ya
nos conocimos el miércoles pasado que no viniste. Hola, Juan, ¿escuchaste Los Preludios de
Liszt?
- Hola,
sí, solemnes, majestuosos. Una música
que te lleva a otro mundo. Es hermosa,
me emocionó. Y tú, conseguiste escuchar
“Canción sin palabras de Mussorgsky?
- ¡Qué
bella, qué tierna, qué dulce! Ya está entre mis preferidas. Pero quiero conversar contigo sobre la Quinta
Sinfonía de Beethoven, me tiene intrigada, ¡qué dramática es esa música! No me imagino que sentimientos pudieron
impulsar a Beethoven.
Edgardo,
sonriente, contento de la buena relación de Susana conmigo, se fue a discutir
con Carlos sobre el socialismo en su nueva versión que se estaba incubando en
la Universidad de Huamanga, en Ayacucho.
Susana, notándome serio, intentó alegrarme, y lo consiguió.
-
Yo sí, algo he leído sobre él. Beethoven, en su vida tuvo un gran amor, una
bella mujer que para su desdicha, estaba casada con un noble. Se veían a escondidas, hasta que no pudieron
soportar la situación y decidieron fugarse.
Se citaron en una aldea que estaba bastante lejos de la ciudad donde
vivían; se encontrarían al la tarde del lunes en la hostería del pueblo,
llevando cada uno todo su equipaje para comenzar una nueva vida en una ciudad
lejana. Ella llegó pero Beethoven,
no. Lo esperó un día y luego se marchó con el corazón destrozado. No
se supo más de ella. Mientras tanto,
Beethoven estaba aislado por una tormenta e inundación que habían cortado los
caminos y hacía El destino los separó de esta forma y esa música retrata su
dolor y desesperación. Por supuesto,
cuando llegó a la hostería no la encontró y nunca la volvió a ver. En la historia solo quedó una carta que
escribió a su “amada inmortal” pero que nunca envió.
-
¡Qué historia! Vamos a la sala, quiero
escuchar de nuevo la sinfonía del destino.
Beatriz
y Pedro, eran una familia muy especial: hicieron gran amistad conmigo. Varias veces me invitaron a almorzar a su
casa, donde también iba Susana.
Tomábamos un café delicioso, jugábamos Ruta, Monopolio, Scrabble, conversábamos
y reíamos mucho, éramos un grupo feliz.
Yo
estaba cada vez más enamorado de Susana, pero, por supuesto, nunca se lo dije
ni se lo insinué. Me sentía muy
desdichado. Mis dos mejores amigos eran
Edgardo y Susana, sin embargo presentía que Susana también me quería. Éramos un trío que nos queríamos, pero
nuestros intereses chocaban terriblemente.
En ese año me recibí de Ingeniero Civil y al poco tiempo recibí una
propuesta de trabajo en La Convención, la selva del Cuzco, lugar alejado y de
difícil acceso. Acepté pensando que la
distancia nos haría (a mí y a Susana) olvidar esa atracción mutua que
sentíamos.
En
la Convención encontré mi vocación verdadera.
Trabajaba en un programa de desarrollo rural: Construir caminos,
puentes, casas rurales, bocatomas y canales, centros comunales. Recibir las demandas de grupos de campesinos,
gente humilde y esforzada. Convocar a cientos de ellos con sus palas y picos,
las mujeres con sus alforjas para llevar tierra, sus ollas, los niños llevando
agua y alimentos, yo con mi teodolito haciendo el trazo de la carretera que
uniría por primera vez su aldea en lo alto de los cerros con la carretera
principal y las ciudades del valles, seguido por un tractor que rompía el cerro
y dejaba la plataforma del camino, mientras los campesinos, con lampas y picos
daban forma a los taludes, preparaban la cuneta y afinaban la plataforma de la
vía. Comenzábamos
al amanecer y trabajábamos sin descanso todo el día, al anochecer entraba a la
plaza de la aldea manejando la camioneta: primer vehículo que llegaba, ya
tenían como sacar sus productos. Todos
felices, muchos llorando, mientras muros de cajas cerveza (subidas sobre sus
espaldas) nos esperaban para la celebración.
Mezclar
mis sentimientos con los de esa gente humilde y generosa, era ese el mejor pago
que podía recibir. Y pensar en la labor
del día siguiente: construir una escuela, nivelar un campo deportivo, trazar y
construir un canal para regar terrenos eriazos, diseñar viviendas y enseñar a
construirlas.
Pueden pensar que este emborracharme de trabajo me haría olvidar, pero en
las noches, escuchando los Preludios, la Pastoral, mirando las estrellas y
descubriendo en ellas la mirada tierna de Susana, me dolía, sí, me dolía.
Al
año regresé a Lima para ver una maquinaria que pensábamos adquirir para el
proyecto. Llamé a Beatriz para saludarla
y me invitó a tomar el té de las 5 de la tarde (Pedro era muy inglés). Por
supuesto, acepté.
Cuando
llegué a su casa, también estaba Susana
y al verla sentí que se rompían mis defensas y desbordaba todo mi
sentimiento por ella. Tomamos el té con
pastelillos, escuchamos música y conversamos como lo hacíamos antes, les conté
sobre mi nueva vida de ingeniero y la ilusión que me provocaba mi trabajo.
A
las 6 llegó Pedro entusiasmado: había conseguido dos entradas para ver la
zarzuela Los Gavilanes que comenzaba a la 7 así que Beatriz se cambió de ropa
rápidamente y se fueron, dejándonos solos.
Sorprendidos por esa nueva situación, solos, tardamos
varios minutos en tranquilizarnos y retomar la conversación: la música ayudó,
terminó Sherezade de Korsakov, Susana comentó:
- ¡Qué
música más romántica! Nunca he sabido
separar bien el romanticismo, la ilusión, el enamoramiento, el amor, el cariño,
la ternura, el deseo, la pasión.
- ¿Qué
pasa Susana? ¿No estás enamorada de
Edgardo?
- Ese
es el problema. Sí, lo quiero. Al principio me asediaba y me escribió unas
cartas románticas, muy bonitas; por eso lo acepté. Cuando lo conocí mejor comprendí que él no
las había escrito. Terminó mi ilusión pero
comenzó mi cariño: es tan bueno, tan cariñoso, tan amable. ¿Es eso amor?
- Tú
lo dijiste: “cuando lo conocí”. Creo que
el verdadero amor crece en el conocimiento.
Tú conoces a tus padres, tus hermanos, tus amigos y los amas, a eso
llamaría el amor “consciente”, tomas a un niño en tus brazos y sientes ternura,
podría ser el amor “sentimental”, compartes tus ideas y tus ideales, sería el amor “intelectual”, sientes deseo
por el cuerpo de otra persona, sería la pasión.
El estar enamorado creo que es una ilusión de la persona que “quiere”
inconscientemente encontrar todo esto en otra persona; cuando termina el
enamoramiento lo que queda - si queda - es el amor.
Como
música de fondo: la Pastoral. Susana quedó silenciosa, pensativa. Recliné la cabeza y cerré los ojos para
acallar mis deseos de decirle lo que sentía por ella. Trataba de pensar en Edgardo, nuestra gran
amistad y cariño, para tapar ese volcán que quería explotar dentro de mí cuando
sentí posarse unos labios sobre los míos.
Cálidos, dulces, tiernos. Nos
miramos a los ojos. No necesitábamos
hablarnos, habíamos comprendido que nos amábamos y nuestros cuerpos comenzaron
a conocerse, al principio sin apuros, con tímidas caricias hasta que nos
invadió la pasión y el mundo desapareció para nosotros.
Cuando
resucitamos, descansaba como una paloma dormida en mis brazos. Después de un rato de silencio, muy seria, me
miró a los ojos y me dijo:
- Juani,
te tengo que contar algo: Estoy comprometida con Edgardo. Nos casamos dentro de quince días. Hoy te iba a dar el parte de matrimonio; sus
padres nos han dado un departamento y mis padres lo han amoblado, pero yo…
Mi
mundo se vino abajo, mejor dicho: aterricé.
Edgardo, hijo único de una familia adinerada, con muy buena educación,
profesional (abogado), muy buena persona, muy buen partido, mi mejor
amigo. Con él Susana tenía la felicidad
asegurada. Yo, ingeniero que recién
comenzaba su carrera, sin otros bienes que ofrecerle más que mi cariño y una
vida azarosa en la selva, lejos de su familia y las comodidades a las que
estaba acostumbrada.
- …,
pero yo estoy dispuesta a enfrentarme con mis padres, pedirle perdón a Edgardo
e irme contigo. Beatriz, que te quiere mucho, nos apoyará en todo. Pero tú tienes que decidirlo, yo te quiero y
haré lo que tú me pidas.
Quedamos
abrazados, pensando. Nos conocíamos tan
bien que hasta adivinábamos nuestros pensamientos, pero este caso era muy
delicado. Se hacía tarde y ya estaban
por regresar Beatriz con Pedro de la zarzuela.
-Tenemos
que pensarlo cuidadosamente, otras personas pueden salir heridas y nosotros
podríamos perder un tesoro recién descubierto.
Anularía mi viaje o viajaría pasado mañana, de regreso a la montaña, a
mi trabajo…
- Mañana
nos encontramos a las 9 de la noche en la puerta de la Iglesia del Sagrado
Corazón…
- A
las 9 de la noche, la Iglesia del Sagrado Corazón. Si no vienes sabré comprenderlo…
- Si
no vienes tú, yo también sabré comprenderlo y, por favor, no me busques.
Un
beso tierno, largo. Después bebí sus
lágrimas. Sin decir una palabra, la
abracé fuerte y la dejé. Afuera estaba
lloviendo, hasta el cielo estaba triste y lleno de malos presentimientos.
Al
día siguiente, a las 9 de la noche, estaba sentado en una banca del parque de
Magdalena, frente a las puertas de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, con
el alma en un hilo. Recién comprendía el
dicho “matar un ruiseñor”: para pasar a la madurez hay que comprender que a
veces hay que tomar una decisión que puede ser cruel, herir a otras personas,
buscando quizás un “mal menor”. En este
caso sufrirían Edgardo y quizá la familia de Susana, y ella misma, a cambio de
lograr el amor que habíamos descubierto, pero ese sufrimiento era pasajero y la
felicidad a lograr, muy grande: me llevaría a Susana, si era necesario raptándola
para casarme con ella. La haría feliz,
estaba seguro.
Ella
no vino y en las tres horas de torturante espera reflexioné sobre mi
egoísmo. Susana, sabiamente, había
decidido por los dos. Sin embargo estaba
quebrado por dentro.
La
mañana siguiente tomé el vuelo que me llevaría lejos por mucho tiempo, tiempo
que me haría olvidar. Vana presunción,
lo que se ha vivido con tanta intensidad queda grabado a fuego en nuestra alma,
conciencia, cuerpo, para toda la vida.
- Señores, dentro de breves minutos estaremos llegando a
la ciudad de Lima. Cielo despejado, temperatura media de 23 grados centígrados.
Por favor, abróchense los cinturones y no se muevan de sus asientos hasta que
se detenga el avión. No se olviden…
Tres
años después, estaba de regreso. Mis
padres y hermanos me esperaban alborozados en el aeropuerto. Besos, abrazos, preguntas van y vienen, hasta
que por fin, hogar, dulce hogar. El pino
del jardín había crecido y las brevas llenaban la higuera, Boby, mi fox-terrier
engreído, ladraba loco de contento, como cuando me sentía llegar del colegio.
Ese
día no salí de casa, recibiendo a amigos y parientes que avisados de mi regreso
venían a saludarme. En la noche, caí
rendido a la cama y me dormí inmediatamente.
Al
día siguiente me levanté a las 10 de la mañana, decidido a recorrer el barrio y
buscar a mis amigos. Mi madre solícita
me sirvió un suculento desayuno y distraídamente pasé la vista por el
periódico. Grandes titulares: “TERCER
ANIVERSARIO DE LA TRAGEDIA”. Miré la
fecha: 24 de mayo de 1967. Sentí una opresión en el pecho: ese mismo día, hace
tres años, mientras esperaba que llegue Susana a nuestra cita, me enteré de la
muerte de más de 300 personas en el estadio nacional, aplastadas por la gente que
pugnaba por salir, escapar de los gases lacrimógenos que algunos aturdidos
policías arrojaron a las tribunas que reclamaban contra un fallo injusto
anulando un gol peruano en el partido de futbol entre las selecciones de Perú y
Argentina: las puertas del estadio estaban cerradas.
Necesitaba
aire fresco. Salí a caminar.
Mis
pasos me llevaron al parque, frente a la iglesia, y me senté en el mismo banco
donde pasé horas atormentado por una espera infructuosa. Incliné la cabeza
recordando los maravillosos momentos de amor pasados con Susana, cuando sentí
que una voz me llamaba del otro lado de la calle.
- ¡Juan,
Juan..! ¿De verdad eres tú…?
Era
su hermana Beatriz, que cruzó corriendo
la calle y me abrazó y besó regocijada. Conversamos largo y tendido, su hogar,
sus hijos, Pedro, nuestros amigos. Mi
trabajo, mis experiencias, mi vida en la
montaña... hasta que por fin, la pregunta obligada:
- Cuéntame
Juan, ¿qué te pasó? Yo tenía la
esperanza de que fueras mi cuñadito.
Le
conté todo, desde las cartas de amor que le escribía para Edgardo, mi
frustración al darme cuenta que había entregado a la mujer de mis sueños a los
brazos de mi mejor amigo, mi primer escape a la montaña para olvidar, mi
regreso y la explosión de amor, la entrega y pasión con Susana, el
compromiso y la cita. Beatriz lloraba
silenciosamente.
- ¿Por
qué no acudiste a la cita?
- Claro
que acudí a la cita. A las 9 de la
noche, frente a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Mira, estuve sentado en esta misma banca por
tres horas y no llegó.
-Palideció. Me quedó mirando asustada y soltó un sollozo,
me contestó con voz entrecortada:
- Susana
si asistió, yo la acompañé. Estuvimos
dos horas paradas frente a la iglesia del Sagrado Corazón… ¡de María! Es nuestra iglesia, frente al colegio
Claretiano. ¡Qué terrible
confusión! Nosotros conocemos a la
iglesia del Sagrado Corazón de Jesús como la iglesia del parque y ustedes a la
iglesia del Sagrado Corazón de María como la iglesia del Claretiano.
- ¡Y
la cita fue frente a la iglesia del Sagrado Corazón! ¡Los dos cumplimos…! pero…
- Susana
quedó destrozada, llamó a Edgardo y le contó todo para romper con él, pero
Edgardo dijo que sabía que ella y tú se querían - ¡claro, si todos nos dábamos
cuenta! - y que él la haría olvidarte. A
los quince días se casaron.
- Y
Susana, ¿Es feliz…?
- Sí,
Edgardo la adora y ya tienen dos hijos: Juan e Irene. Y tú, Juan, ¿Eres feliz?
Quedé
pensativo por un rato. ¡Susana era
feliz...! Sentí que de pronto se borraban todas mis dudas y pesares. Me sentí liberado, en paz, increíblemente
contento. El saber la felicidad de
Susana y Edgardo borraba todo el remordimiento, la frustración que tenía. Y su hijo se llamaba Juan. Me sentí orgulloso, como incorporado a su
familia. Sabía que nunca me olvidarían y seguiríamos queriéndonos los tres,
como en los viejos tiempos.
- No
te imaginas lo que siento, Beatriz, el saber que son felices, me hace
feliz. Los dos son mis amigos, mis
mejores amigos y los sigo queriendo como antes.
Seguimos
conversando un rato hasta que nos tranquilizamos. Nos despedimos con un largo abrazo, y le dije al oído:
- Por
favor, Beatriz, no le cuentes a Susana lo que pasó. Es mejor que no lo sepa jamás.
- Señores pasajeros, ajústense los cinturones, el
vuelo 1720 con destino a Cuzco está por despegar…
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