24 may 2014

Quillabamba - 5 La amada inmortal


      - Señores pasajeros, ajústense los cinturones, el vuelo 1721 con destino a Lima está por despegar.
         Un año lejos de mi familia.  Un año de intenso trabajo en el valle de la Convención, del Cuzco.  Construcción de puentes, carreteras, viviendas, dotaciones de agua.  Expediciones a la selva en busca de tierras para colonizar.  Días cargados de experiencias nuevas, de aventuras.
- Volaremos a 18,000 pies de altura con una velocidad crucero de 300 millas por hora y estaremos llegando a Lima a las 10 horas y 30 minutos.
Sentí un escalofrío.  Estaba rompiendo mi destierro, voluntario pero duro.  Tres años tratando de olvidar, de no pensar, pero lo vivido ya formaba parte de mí.  Estaba clavado como una espina en mi mente, en mis sentimientos, pero tenía que enfrentarlo.
- A la derecha podemos ver por las ventanillas el nevado Salkantay de 6271 metros sobre el nivel del mar, en la cordillera de Vilcabamba…
Cerré los ojos y empecé a recordar, mi barrio, mis padres y hermanos, mis amistades, Edgardo…
Edgardo era mi mejor amigo, antiguo compañero de carpeta en el colegio; el estudiaba para abogado y yo para ingeniero, pero nos juntábamos con la “patota” del barrio todos los fines de semana.  Un día me buscó, estaba muy nervioso:
- Juan, te voy a contar un secreto, pero no se lo cuentes a nadie, ¿ya?
- Por supuesto, Edgardo.  Dime qué te pasa, estás muy alterado.
- ¿Alterado?  No te imaginas cómo.  Lo que pasa es que estoy súper templado pero mi amiga no me da bola.
- ¡Ah, vaya!  Creía que era algo serio.
- ¡Claro que es serio!  Pienso en ella noche y día, no puedo concentrarme en las clases.  Cuando comienzo a estudiar mi mente me lleva a ella, es la mujer de mi vida.  Estoy completamente seguro, pero cuando quiero declararme, ella siempre me manda al desvío.  Quiero tu consejo.
- ¿Cómo te voy a aconsejar yo?   Tú sabes que nunca he tenido enamorada.
- Pero tú tienes más labia, sabes hablar, eres muy inteligente, en el colegio escribías para el periódico escolar y también ganaste un premio de poesía.  Por favor, aconséjame como puedo caerle.
- Tendría que inventar algo, todavía no me imagino qué.  Mejor buscas  otro pata con más experiencia.
- No, tienes que ser tú; eres mi mejor amigo y el que más me conoce, ¡por favor…!
- Me pones entre la espada y la pared.  Ya, está bien, haré lo posible por ayudarte, ¿qué es lo que quieres que haga?
- Vamos a un lugar tranquilo, al parque, donde nadie nos interrumpa: quiero que me escribas una carta donde le diga cuanto la quiero.
- Pero tienes que contarme cómo es, qué es lo que sientes por ella, qué te ocurre cuando está a tu lado, qué es lo que te gusta de ella, que serías capaz de hacer para que te acepte, qué harías si no te acepta, etcétera, etcétera.
- Ella es dulce, cariñosa, alegre, muy inteligente, le gusta la poesía, la música, conversar sobre temas de la vida, de religión, de política.  Tiene unos ojos negros, profundos: cuando me mira parece que se mete en mi alma, cuando me habla todo el resto desaparece, cuando calla ni respiro para contemplarla mejor.  Siento que quiero besarla, abrazarla, que no mire a nadie, que no converse con nadie más que conmigo.  Quiero ser su dueño, pero me siento como su esclavo.  Tenerla tan cerca y tan lejos me hace sufrir, soy capaz de cualquier cosa para conquistarla y no sé hasta cuando voy a seguir con este sufrimiento.
- Oye Edgardo, te pasaste, el amor te ha hecho poeta.  ¿Por qué no le dices todo lo que me has dicho?
- No puedo, cuando estoy a su lado se me traba la lengua, se me pone la mente en blanco.  A veces vengo acá, al parque, tratando de olvidarla, pero la belleza del cielo y las estrellas me hacen pensar en ella.
- Está bien.  Comencemos: ¿cómo se llama?
- No quiero que sepas su nombre todavía, después, si me acepta, te doy la sorpresa.
- Bien, comencemos:
“Porque eres dulce, cariñosa, sensible, inteligente,
“porque cuando me miras, tus ojos negros dejan a mi alma en tinieblas,
“porque cuando sonríes sale el sol y siento al fin la belleza del mundo,
“porque cuando te apenas tengo que contenerme para no abrazarte y acariciar tu pelo,
“porque cuando callas me incitas al beso,
“por esto y por mil cosas, estoy enamorado de ti.
“Es más que eso: TE AMO
“Quisiera ser tu esclavo y que tú seas mi esclava, yo tu dueño y tú mi dueña.
“Si me aceptas te juro que pondré el mundo a tus pies y mi único destino será hacerte feliz,
“quiero que seas mi enamorada,
“dime que sí por que no aceptaré otra respuesta, insistiré, insistiré, insistiré…
“Tuyo:
“Edgardo
- Gracias Juan, esta romántica carta de amor expresa exactamente lo que siento y lo que quiero.
- Tonto, tú eres el romántico.  Yo solo he escrito lo que tú me dices que sientes.  Yo soy el “escribidor”.  Ni siquiera me imagino quién es ella, ha de ser una súper chica para producirte esas emociones.  Eso sí, apréndetela de memoria y no le digas que otro lo escribió.  Solo di: “es la expresión de lo que siento por ti y está escrita sólo para ti, lo juro.”   Así no mentirás.
Edgardo, mi querido amigo: después de algunas cartas más (con mi ayuda), la chica lo aceptó y fue el hombre más feliz del mundo. Dejé de verlo porque los fines de semana visitaba a su enamorada que vivía en el barrio del Claretiano, a unas diez cuadras del parque. 
Dos meses después, en una reunión del grupo de Acción Católica, en la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, frente al parque de Magdalena, Carlos me invitó a su casa desafiándome a una partida de ajedrez.  Él vivía a tres cuadras de la Iglesia del Claretiano.
Comenzamos una partida muy interesante: los dos éramos buenos jugadores. Llegaron dos de sus hermanos y dos amigos y comenzaron a comentar el juego y terminamos jugando un torneo de todos contra todos, a las 11 de la noche.
Ese fue el comienzo de reuniones sabatinas (a veces también a media semana) donde incorporamos al juego la música clásica y las conversaciones típicas de nuestra edad: socialismo, religión, moral y sexo, arte, etc.  A la segunda reunión, un miércoles,  se incorporaron Susana y Beatriz, hermanas de Carlos, así como Pedro, esposo de Beatriz.  Susana me impactó: era una muchachita bella, sencilla, dulce pero briosa, inteligente, alegre.  Conversé mucho con ella, comentamos sobre la música, el arte, la poesía: me deslumbró.  Esa noche pensé mucho en ella, me había conquistado. Esperé con ansia la llegada del sábado, cuando la volvería a ver.
El sábado me llevé una sorpresa, llegué temprano y estaba Edgardo.
- Hola, Juan, qué haces por aquí.
- Hola pata, Carlos me invitó para jugarnos unas partiditas de ajedrez.  Y tú, ¿no sabía que conocías a Carlos?
- Claro que lo conozco, es hermano de mi enamorada, Susana.
Sentí que el mundo me caía encima.  Fue un chorro de agua helada.  En ese momento entraron Susana y Beatriz.  Edgardo se acercó y se dieron un beso en la mejilla.  La llevó donde estaba yo.
- Juan, te quiero presentar a mi enamorada.  Susana, este es Juan, por mucho, mi mejor amigo y quiero que lo sea tuyo, también.
-Ya nos conocimos el miércoles pasado que no viniste.  Hola, Juan, ¿escuchaste Los Preludios de Liszt?
- Hola, sí, solemnes, majestuosos.  Una música que te lleva a otro mundo.  Es hermosa, me emocionó.  Y tú, conseguiste escuchar “Canción sin palabras de Mussorgsky?
- ¡Qué bella, qué tierna, qué dulce! Ya está entre mis preferidas.  Pero quiero conversar contigo sobre la Quinta Sinfonía de Beethoven, me tiene intrigada, ¡qué dramática es esa música!  No me imagino que sentimientos pudieron impulsar a Beethoven.
Edgardo, sonriente, contento de la buena relación de Susana conmigo, se fue a discutir con Carlos sobre el socialismo en su nueva versión que se estaba incubando en la Universidad de Huamanga, en Ayacucho.  Susana, notándome serio, intentó alegrarme, y lo consiguió.
- Yo sí, algo he leído sobre él. Beethoven, en su vida tuvo un gran amor, una bella mujer que para su desdicha, estaba casada con un noble.  Se veían a escondidas, hasta que no pudieron soportar la situación y decidieron fugarse.  Se citaron en una aldea que estaba bastante lejos de la ciudad donde vivían; se encontrarían al la tarde del lunes en la hostería del pueblo, llevando cada uno todo su equipaje para comenzar una nueva vida en una ciudad lejana.  Ella llegó pero Beethoven, no.  Lo esperó un día y luego se marchó con el corazón destrozado.  No se supo más de ella.  Mientras tanto, Beethoven estaba aislado por una tormenta e inundación que habían cortado los caminos y hacía El destino los separó de esta forma y esa música retrata su dolor y desesperación.  Por supuesto, cuando llegó a la hostería no la encontró y nunca la volvió a ver.  En la historia solo quedó una carta que escribió a su “amada inmortal” pero que nunca envió.
- ¡Qué historia!  Vamos a la sala, quiero escuchar de nuevo la sinfonía del destino.
Beatriz y Pedro, eran una familia muy especial: hicieron gran amistad conmigo.  Varias veces me invitaron a almorzar a su casa, donde también iba Susana.  Tomábamos un café delicioso, jugábamos Ruta, Monopolio, Scrabble, conversábamos y reíamos mucho, éramos un grupo feliz.
Yo estaba cada vez más enamorado de Susana, pero, por supuesto, nunca se lo dije ni se lo insinué.  Me sentía muy desdichado.  Mis dos mejores amigos eran Edgardo y Susana, sin embargo presentía que Susana también me quería.  Éramos un trío que nos queríamos, pero nuestros intereses chocaban terriblemente.  En ese año me recibí de Ingeniero Civil y al poco tiempo recibí una propuesta de trabajo en La Convención, la selva del Cuzco, lugar alejado y de difícil acceso.  Acepté pensando que la distancia nos haría (a mí y a Susana) olvidar esa atracción mutua que sentíamos.
En la Convención encontré mi vocación verdadera.  Trabajaba en un programa de desarrollo rural: Construir caminos, puentes, casas rurales, bocatomas y canales, centros comunales.  Recibir las demandas de grupos de campesinos, gente humilde y esforzada. Convocar a cientos de ellos con sus palas y picos, las mujeres con sus alforjas para llevar tierra, sus ollas, los niños llevando agua y alimentos, yo con mi teodolito haciendo el trazo de la carretera que uniría por primera vez su aldea en lo alto de los cerros con la carretera principal y las ciudades del valles, seguido por un tractor que rompía el cerro y dejaba la plataforma del camino, mientras los campesinos, con lampas y picos daban forma a los taludes, preparaban la cuneta y afinaban la plataforma de la vía.    Comenzábamos al amanecer y trabajábamos sin descanso todo el día, al anochecer entraba a la plaza de la aldea manejando la camioneta: primer vehículo que llegaba, ya tenían como sacar sus productos.  Todos felices, muchos llorando, mientras muros de cajas cerveza (subidas sobre sus espaldas) nos esperaban para la celebración.
Mezclar mis sentimientos con los de esa gente humilde y generosa, era ese el mejor pago que podía recibir.  Y pensar en la labor del día siguiente: construir una escuela, nivelar un campo deportivo, trazar y construir un canal para regar terrenos eriazos, diseñar viviendas y enseñar a construirlas. 
Pueden pensar que este emborracharme de trabajo me haría olvidar, pero en las noches, escuchando los Preludios, la Pastoral, mirando las estrellas y descubriendo en ellas la mirada tierna de Susana, me dolía, sí, me dolía.
Al año regresé a Lima para ver una maquinaria que pensábamos adquirir para el proyecto.  Llamé a Beatriz para saludarla y me invitó a tomar el té de las 5 de la tarde (Pedro era muy inglés). Por supuesto, acepté.
Cuando llegué a su casa, también estaba Susana  y al verla sentí que se rompían mis defensas y desbordaba todo mi sentimiento por ella.  Tomamos el té con pastelillos, escuchamos música y conversamos como lo hacíamos antes, les conté sobre mi nueva vida de ingeniero y la ilusión que me provocaba mi trabajo.
A las 6 llegó Pedro entusiasmado: había conseguido dos entradas para ver la zarzuela Los Gavilanes que comenzaba a la 7 así que Beatriz se cambió de ropa rápidamente y se fueron, dejándonos solos.
Sorprendidos por esa nueva situación, solos, tardamos varios minutos en tranquilizarnos y retomar la conversación: la música ayudó, terminó Sherezade de Korsakov, Susana comentó:
- ¡Qué música más romántica!  Nunca he sabido separar bien el romanticismo, la ilusión, el enamoramiento, el amor, el cariño, la ternura, el deseo, la pasión.
- ¿Qué pasa Susana?  ¿No estás enamorada de Edgardo?
- Ese es el problema.  Sí, lo quiero.  Al principio me asediaba y me escribió unas cartas románticas, muy bonitas; por eso lo acepté.  Cuando lo conocí mejor comprendí que él no las había escrito.  Terminó mi ilusión pero comenzó mi cariño: es tan bueno, tan cariñoso, tan amable.  ¿Es eso amor?
- Tú lo dijiste: “cuando lo conocí”.  Creo que el verdadero amor crece en el conocimiento.  Tú conoces a tus padres, tus hermanos, tus amigos y los amas, a eso llamaría el amor “consciente”, tomas a un niño en tus brazos y sientes ternura, podría ser el amor “sentimental”, compartes tus ideas y tus ideales,  sería el amor “intelectual”, sientes deseo por el cuerpo de otra persona, sería la pasión.  El estar enamorado creo que es una ilusión de la persona que “quiere” inconscientemente encontrar todo esto en otra persona; cuando termina el enamoramiento lo que queda - si queda - es el amor.
Como música de fondo: la Pastoral. Susana quedó silenciosa, pensativa.  Recliné la cabeza y cerré los ojos para acallar mis deseos de decirle lo que sentía por ella.  Trataba de pensar en Edgardo, nuestra gran amistad y cariño, para tapar ese volcán que quería explotar dentro de mí cuando sentí posarse unos labios sobre los míos.  Cálidos, dulces, tiernos.  Nos miramos a los ojos.  No necesitábamos hablarnos, habíamos comprendido que nos amábamos y nuestros cuerpos comenzaron a conocerse, al principio sin apuros, con tímidas caricias hasta que nos invadió la pasión y el mundo desapareció para nosotros.
Cuando resucitamos, descansaba como una paloma dormida en mis brazos.  Después de un rato de silencio, muy seria, me miró a los ojos y me dijo:
- Juani, te tengo que contar algo: Estoy comprometida con Edgardo.  Nos casamos dentro de quince días.  Hoy te iba a dar el parte de matrimonio; sus padres nos han dado un departamento y mis padres lo han amoblado, pero yo…
Mi mundo se vino abajo, mejor dicho: aterricé.  Edgardo, hijo único de una familia adinerada, con muy buena educación, profesional (abogado), muy buena persona, muy buen partido, mi mejor amigo.  Con él Susana tenía la felicidad asegurada.  Yo, ingeniero que recién comenzaba su carrera, sin otros bienes que ofrecerle más que mi cariño y una vida azarosa en la selva, lejos de su familia y las comodidades a las que estaba acostumbrada.
- …, pero yo estoy dispuesta a enfrentarme con mis padres, pedirle perdón a Edgardo e irme contigo. Beatriz, que te quiere mucho, nos apoyará en todo.  Pero tú tienes que decidirlo, yo te quiero y haré lo que tú me pidas.
Quedamos abrazados, pensando.  Nos conocíamos tan bien que hasta adivinábamos nuestros pensamientos, pero este caso era muy delicado.  Se hacía tarde y ya estaban por regresar Beatriz con Pedro de la zarzuela.
-Tenemos que pensarlo cuidadosamente, otras personas pueden salir heridas y nosotros podríamos perder un tesoro recién descubierto.  Anularía mi viaje o viajaría pasado mañana, de regreso a la montaña, a mi trabajo…
- Mañana nos encontramos a las 9 de la noche en la puerta de la Iglesia del Sagrado Corazón…
- A las 9 de la noche, la Iglesia del Sagrado Corazón.  Si no vienes sabré comprenderlo…
- Si no vienes tú, yo también sabré comprenderlo y, por favor, no me busques.
Un beso tierno, largo.  Después bebí sus lágrimas.  Sin decir una palabra, la abracé fuerte y la dejé.  Afuera estaba lloviendo, hasta el cielo estaba triste y lleno de malos presentimientos.
Al día siguiente, a las 9 de la noche, estaba sentado en una banca del parque de Magdalena, frente a las puertas de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, con el alma en un hilo.  Recién comprendía el dicho “matar un ruiseñor”: para pasar a la madurez hay que comprender que a veces hay que tomar una decisión que puede ser cruel, herir a otras personas, buscando quizás un “mal menor”.  En este caso sufrirían Edgardo y quizá la familia de Susana, y ella misma, a cambio de lograr el amor que habíamos descubierto, pero ese sufrimiento era pasajero y la felicidad a lograr, muy grande: me llevaría a Susana, si era necesario raptándola para casarme con ella.  La haría feliz, estaba seguro.
Ella no vino y en las tres horas de torturante espera reflexioné sobre mi egoísmo.  Susana, sabiamente, había decidido por los dos.  Sin embargo estaba quebrado por dentro.
La mañana siguiente tomé el vuelo que me llevaría lejos por mucho tiempo, tiempo que me haría olvidar.  Vana presunción, lo que se ha vivido con tanta intensidad queda grabado a fuego en nuestra alma, conciencia, cuerpo, para toda la vida.
- Señores, dentro de breves minutos estaremos llegando a la ciudad de Lima. Cielo despejado, temperatura media de 23 grados centígrados. Por favor, abróchense los cinturones y no se muevan de sus asientos hasta que se detenga el avión.  No se olviden…
Tres años después, estaba de regreso.  Mis padres y hermanos me esperaban alborozados en el aeropuerto.  Besos, abrazos, preguntas van y vienen, hasta que por fin, hogar, dulce hogar.  El pino del jardín había crecido y las brevas llenaban la higuera, Boby, mi fox-terrier engreído, ladraba loco de contento, como cuando me sentía llegar del colegio.
Ese día no salí de casa, recibiendo a amigos y parientes que avisados de mi regreso venían a saludarme.  En la noche, caí rendido a la cama y me dormí inmediatamente.
Al día siguiente me levanté a las 10 de la mañana, decidido a recorrer el barrio y buscar a mis amigos.  Mi madre solícita me sirvió un suculento desayuno y distraídamente pasé la vista por el periódico.  Grandes titulares: “TERCER ANIVERSARIO DE LA TRAGEDIA”.  Miré la fecha: 24 de mayo de 1967. Sentí una opresión en el pecho: ese mismo día, hace tres años, mientras esperaba que llegue Susana a nuestra cita, me enteré de la muerte de más de 300 personas en el estadio nacional, aplastadas por la gente que pugnaba por salir, escapar de los gases lacrimógenos que algunos aturdidos policías arrojaron a las tribunas que reclamaban contra un fallo injusto anulando un gol peruano en el partido de futbol entre las selecciones de Perú y Argentina: las puertas del estadio estaban cerradas.
Necesitaba aire fresco.  Salí a caminar.
Mis pasos me llevaron al parque, frente a la iglesia, y me senté en el mismo banco donde pasé horas atormentado por una espera infructuosa. Incliné la cabeza recordando los maravillosos momentos de amor pasados con Susana, cuando sentí que una voz me llamaba del otro lado de la calle.
- ¡Juan, Juan..!  ¿De verdad eres tú…?
Era su hermana Beatriz,   que cruzó corriendo la calle y me abrazó y besó regocijada. Conversamos largo y tendido, su hogar, sus hijos, Pedro, nuestros amigos.  Mi trabajo,  mis experiencias, mi vida en la montaña... hasta que por fin, la pregunta obligada:
- Cuéntame Juan, ¿qué te pasó?  Yo tenía la esperanza de que fueras mi cuñadito. 
Le conté todo, desde las cartas de amor que le escribía para Edgardo, mi frustración al darme cuenta que había entregado a la mujer de mis sueños a los brazos de mi mejor amigo, mi primer escape a la montaña para olvidar, mi regreso y la explosión de amor, la entrega y pasión con Susana, el compromiso  y la cita. Beatriz lloraba silenciosamente.
- ¿Por qué no acudiste a la cita?
- Claro que acudí a la cita.  A las 9 de la noche, frente a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.  Mira, estuve sentado en esta misma banca por tres horas y no llegó.
-Palideció.  Me quedó mirando asustada y soltó un sollozo, me contestó con voz entrecortada:
- Susana si asistió, yo la acompañé.  Estuvimos dos horas paradas frente a la iglesia del Sagrado Corazón… ¡de María!  Es nuestra iglesia, frente al colegio Claretiano.  ¡Qué terrible confusión!  Nosotros conocemos a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús como la iglesia del parque y ustedes a la iglesia del Sagrado Corazón de María como la iglesia del Claretiano.
- ¡Y la cita fue frente a la iglesia del Sagrado Corazón!  ¡Los dos cumplimos…! pero…
- Susana quedó destrozada, llamó a Edgardo y le contó todo para romper con él, pero Edgardo dijo que sabía que ella y tú se querían - ¡claro, si todos nos dábamos cuenta! - y que él la haría olvidarte.  A los quince días se casaron.
- Y Susana, ¿Es feliz…?
- Sí, Edgardo la adora y ya tienen dos hijos: Juan e Irene.  Y tú, Juan, ¿Eres feliz?
Quedé pensativo por un rato.  ¡Susana era feliz...! Sentí que de pronto se borraban todas mis dudas y pesares.  Me sentí liberado, en paz, increíblemente contento.  El saber la felicidad de Susana y Edgardo borraba todo el remordimiento, la frustración que tenía.  Y su hijo se llamaba Juan.  Me sentí orgulloso, como incorporado a su familia. Sabía que nunca me olvidarían y seguiríamos queriéndonos los tres, como en los viejos tiempos.
- No te imaginas lo que siento, Beatriz, el saber que son felices, me hace feliz.  Los dos son mis amigos, mis mejores amigos y los sigo queriendo como antes.
Seguimos conversando un rato hasta que nos tranquilizamos.  Nos despedimos con un largo abrazo,  y le dije al oído:
- Por favor, Beatriz, no le cuentes a Susana lo que pasó.  Es mejor que no lo sepa jamás.
- Señores pasajeros, ajústense los cinturones, el vuelo 1720 con destino a Cuzco está por despegar…


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