31 dic 2010

La otra cara

Un golpe en la nuca y cayó inconsciente. Rápidamente los malhechores lo metieron a la cajuela de un BMW y emprendieron la fuga. Dos horas después abrió los ojos sintiendo un fuerte dolor de cabeza. Estaba atado a una silla con una luz potente frente a él, mientras unos tipos reían en las sombras. Me van a interrogar, pensó, por eso me encandilan con la luz y no se dejan ver, pero ¿qué diablos…? Su reflexión fue interrumpida por la llegada de otro personaje.
- Mire jefe, aquí lo traemos. ¿Qué le parece?
- ¡No lo puedo creer, los felicito! Buen trabajo, muchachos.
- ¿Ahora qué, jefe?
- Bien, como de costumbre. Le quitan todo el billete, lo liquidan y lo tiran por un barranco de la Costa Verde. Pero esta vez, que no caiga al mar. Luego dan el soplo a la policía para que encuentren el cuerpo.
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- Sargento, infórmame como ocurrió el hecho.
- Recibimos una llamada anónima, mi comandante. Encontramos el cuerpo en un barranco de San Isidro. Parece que lo arrojaron pero se atascó en una roca saliente y no llegó a caer al mar. El interfecto tenía todo el cuerpo lacerado por la caída, múltiples heridas en la cara y, además, tres heridas de bala. Lo llevamos moribundo al Hospital de Policía, donde está internado.
- ¿Lo identificaron?
- Sí, mi comandante. Le robaron su dinero, pero dejaron la billetera con su DNI.
- - ¿Quién es la víctima?
- Es el Doctor Eduardo Rocha, avisamos a su señora, quien en estos momentos lo acompaña en el hospital.
- ¡Vaya suerte del tipo! Lo han podido secuestrar y pedir rescate, ¡con el dinero que tiene…!
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Fui notificada por la policía. Llamé a mi mamá para que se quede a cuidar a Paloma, mi hijita de siete años, que estaba con un fuerte resfrío y algo de fiebre. Me dirigí al hospital. Estaban operando a Eduardo y me senté a esperar. Empecé a reflexionar sobre mi vida. ¡Qué momento más inoportuno! Justo cuando iba a pedirle el divorcio.
¿Cómo pude ser tan tonta? Eduardo me había seducido con palabras bonitas, supo enamorarme; no, engatusarme y caí mansamente. Me embarazó y, por supuesto, tuvimos que casarnos.
Lo típico: yo, una rica heredera y él, un pelagatos. El braguetazo y ¡ya está! Solucionado su problema de por vida. No pasó mucho tiempo para que se quitara la careta. Cuando nació Paloma, aproveché para volcar en ella todo mi cariño viviendo mi vida en función de ella. Con Eduardo quedó un acuerdo tácito: tú no te metes en mi vida y yo no me meto en la tuya.
Paloma adora a su padre, aunque él no le presta mucha atención, pero en fin, la soporta y le hace cariños de vez en cuando. Lo que más me hiere es el escándalo. Mis amigas saben que Eduardo tiene sus amantes y lo disimulan cuando están conmigo, pero este último año se puso muy descarado.
Cuando le pedí que no se mostrara en público con sus queridas, perdió el control y me golpeó salvajemente. Quise denunciarlo al a policía y dejarlo pero me rogó, me lloró para que no lo hiciera, por el escándalo, por la niña, y yo, estúpidamente, cedí.
El tiene sus ingresos propios como abogado, pero además tenemos una cuenta común con cien mil dólares provista por mí, para gastos familiares, como las vacaciones y las fiestas, y para emergencias. El no abusaba de esta cuenta, y, si bien retira mensualmente tres o cuatro mil dólares, mi fortuna no se resiente por esto.
Hace dos días me enteré. Le ha comprado un auto de lujo a su querida de turno. Entré en sospechas y pedí mi saldo de la cuenta mancomunada. ¡Diez dólares! Justo para que no la cierre. El infeliz está agasajando a su querida con mi dinero.
Llegó de madrugada a la casa, le pedí que me dé explicaciones. Lo que me dio fue una paliza terrible, pero sabe pegar el desgraciado. Pasé todo el día sin moverme, en la cama. Tengo todo el cuerpo moreteado, pero no la cara. Me levanté cuando llegó mamá a visitarme. Medias oscuras, blusa de cuello alto y mangas largas. ¿Por qué tan abrigada con este calor? – me preguntó mamá, - es que estoy con escalofríos, me quiere dar la gripe.
Tocaron el timbre, pensé que era Eduardo, porque había puesto cerrojo a la puerta. Le iba a comunicar que al día siguiente iba a pedir el divorcio y sentar la denuncia de la golpiza a la policía. Contesté el intercomunicador.
- ¿Eres tú, Eduardo?
- No señora, somos la policía y le traemos malas noticias. Su esposo tuvo un accidente y está internado en el hospital. Le sugerimos que vaya a verlo, si gusta venga con nosotros, porque su estado es de gravedad.
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- ¿Cómo está, doctor?
- Señora, su marido tiene una suerte increíble. Lo operamos, extrajimos tres balas que no afectaron con gravedad los órganos internos. Las demás heridas son laceraciones que ya están siendo tratadas. Una herida en la tráquea puede afectar su voz pero no es de peligro. Unos meses de descanso y quedará como nuevo.
Cuando se recuperó de la anestesia, nos miraba a todos, - médicos, enfermeras, yo, con extrañeza y temor. No podía hablar, era alimentado por sonda. Esperamos la recuperación, sobre todo yo, para pedirle el divorcio. Así pasaron dos semanas. Yo, para cubrir las apariencias, lo visitaba diariamente por un cuarto de hora.
- Señora, soy el doctor Martínez.
- ¿Cómo está doctor? ¿Qué novedades?
- Hoy le quitamos las vendas, pero le tengo malas noticias. Parece que su esposo ha perdido la memoria. No podemos saber la gravedad de su afección, es muy probable que, poco a poco, vaya recuperando la memoria, depende mucho de usted, de su dedicación y cariño con que lo trate.
¡Lo que faltaba! Tener que convertirme en su ángel guardián.
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El gran cambio era que Eduardo estaba todo el tiempo en casa, en silla de ruedas, recuperándose. Tenía que hablar con él.
- Eduardo, quiero que esto quede bien claro. Te soporto en esta casa porque aún estamos casados. Una vez que te recuperes nos divorciamos. Ni pienses que vas a tocarme, en ninguna forma, y te advierto: no se te ocurra hacer sufrir a Paloma porque te mato, ¿entiendes?
- No sé quién eres. Tampoco sé quién soy. ¿Por qué me han traído aquí? ¿Por qué me hablas con dureza? Parece que me odias.
- Lo que pasa es que has perdido la memoria. Poco a poco vas a recordar a tus queridas y las palizas que me dabas; entonces te marcharás de mi vida para siempre.
Era verano y fueron a pasar la temporada a casa de sus padres, en las playas de San Bartolo. Diariamente venía una terapista y poco a poco pudo andar y moverse con más soltura. Paloma estaba feliz. Eduardo se mostraba muy tierno con ella y respetuoso con Noemí, su suegra, quien lo animaba y mimaba. Su suegro jugaba interminables partidas de ajedrez con él, tomaban su coñac, conversaban de las noticias, eran amigos. Carmen estaba asombrada por el cambio, ese no era el Eduardo que ella conocía. Sin darse cuenta, le fue tomando afecto.
Así fue pasando el tiempo. Jugaban en la playa, Eduardo les enseño a pescar a Carmen y Paloma; en las tardes, jugaban Misterio o Monopolio en la terraza, paseaban por el malecón y a las seis se sentaban en la terraza a ver las puestas de sol, escuchando música clásica.
Un ataque al corazón mientras dormía. El padre de Carmen pasó así del sueño a la eternidad, sencillamente, sin sentirlo. En el velorio, Carmen recibía las condolencias serenamente. A su derecha estaba Eduardo. Carmen soportaba estoicamente su pena, hasta que Eduardo la abrazó tiernamente. Solo entonces, rompió en sollozos apretándose contra él. Él, tomó su cara entre las manos y secó sus lágrimas con sus besos. La cogió de la mano y la llevó a sentarse al lado de su madre y de Paloma.
Dormían en cuartos separados, pero esa la noche Eduardo la escucho llorar. Entró a su cuarto y se echo a su lado. Carmen se acunó en sus brazos y poco a poco dejó de llorar y se durmió. Eduardo se levantó con delicadeza. Al despertar estaba sola.
La siguiente noche, Eduardo estaba cogiendo el sueño y sintió que Carmen levantaba las sábanas y se acurrucaba a su espalda. Volteó, le acarició el rostro y la besó dulcemente en los labios. No se dijeron palabra. Hicieron el amor como un ritual, sin apuros, paso a paso, caminando del cero al infinito, unidos en un solo cuerpo, como si no quisieran separarse nunca, hasta que la pequeña muerte se convirtió en un pacífico y feliz sueño. Al despertar Carmen pensaba, recién conozco el amor. ¡Qué poco significa el sexo, cuánto significa la ternura!, siento que recién he perdido la virginidad, y mi nuevo Eduardo, ¡Oh, cómo lo amo! Y siento que él también me ama.
Vivieron su nueva luna de miel. Paloma lo adoraba. Tenían que regresar a Lima, empezaban los estudios de Paloma y Eduardo quería buscar un trabajo: de la abogacía no recordaba nada. Pasó un año, un año feliz. Eduardo mostró una capacidad excepcional para los negocios y dirigía brillantemente las empresas de la familia, Carmen descubrió sus dotes de pintora y estaba preparando una pequeña exposición de sus cuadros, cuando algo sucedió.
- Querido, ya llegué.
Salió Eduardo y Carmen le dio un ligero beso en los labios. Eduardo no correspondió. Carmen lo miró y lo notó extraño, esa mirada dura, esa sonrisa cínica no era de su Eduardo - ¡oh, había recobrado la memoria y era el maldito de antes!
La cogió por los cabellos y la arrastró por la sala. Carmen estaba aterrorizada,. Se sujetaba a los muebles, a los filos de las paredes. Al pasar por el Control de Seguridad, presionó el botón de Pánico, la empresa le había asegurado que, al presionarlo, los alertaría y llegaría la policía en menos de cinco minutos. Lo tuvo presionado por varios segundos, hasta que un tirón más fuerte de los cabellos la hizo desprenderse del control. La llevó al dormitorio y la arrojó al suelo. Un hombre yacía amordazado y atado a su lado
- ¡Eduardo, cariño! .
- ¡Ja, ja, ja!, no Carmen, ¡Eduardo soy yo!
- Pero si son idénticos.
- Claro, por eso lo escogí.
- No entiendo nada.
- Tú ni lo imaginabas pero yo estaba haciendo una fortuna, no como abogado sino dirigiendo una banda de secuestradores. La policía nos seguía los pasos, se acercaba, y no podía arriesgarme. Uno de mis compinches me dijo un día que había visto un hombre idéntico a mí desembarcando en el aeropuerto. Lo siguió y sabía dónde estaba alojado. Se me ocurrió un plan: simular mi muerte, recoger todo mi dinero y del tuyo y desaparecer. Me iría al extranjero con la identidad del tipo que se me parecía. Lo hice raptar y matar, cambié documentos de identidad con el muerto, “Oscar, ingeniero, viudo”. Nadie lo iba a extrañar. Pero eres una cualquiera, ahora que regreso te encuentro viviendo con mi sosías.
Comenzó a golpearla, invadido por una furia asesina. Oscar, atado en el piso, se retorcía desesperado, impotente. Eduardo la tiró al suelo, y empezó a cachetearla. Ella cerró los labios con fuerza, no profería ni un gemido. Esto enfureció más a Eduardo, quien saco su pistola, introduciendo a la fuerza el cañón en la boca de Carmen. Sonó un disparo y la escena se congeló. Eduardo cayó lentamente, con una mancha de sangre en la sien.

Por los vidrios rotos de la ventana que daba al jardín, apareció un policía, apuntando aún, con su pistola humeante.

- Señora no se asuste, ya todo pasó. -
En efecto, entraron policías pistola en mano, desataron a Oscar. Miraron desconcertados al muerto: era idéntico. Carmen aún no salía de su asombro, pero reaccionó para decir:
- No se preocupen, yo les voy a explicar lo que pasó. Y, abrazando a su amado: - ¡Qué miedo he tenido, Eduardo!, no, Oscar, no, Eduardo. ¡Oh querido!, ¿cómo te voy a llamar?
- Oscar, querida, Oscar
- ¿Desde cuando recobraste la memoria?
- Hace cerca de un año, pero...
- ¡¿O sea que he estado haciendo el amor con un extraño?! ¿Por qué no me lo dijiste antes?
- Tuve miedo, miedo de que al saber la verdad me votes del paraíso.
- ¡No te lo perdoneré nunca! A no ser que...
- Dime qué debo hacer...
- A no ser que te cases conmigo.
- Claro que sí, pero tu sabes que no es necesario, yo te amo.
-...Es que tengo miedo de perderte..

24 dic 2010

El Tunche

- Bienvenido forastero a Santa María, nuestro pueblito es pequeño pero los estamos recibiendo con mucho cariño. La parroquia no tiene comodidades, así que la familia Pérez Vidaurre les va a dar alojamiento y comida. ¿Por cuánto tiempo se van a quedar?
- Gracias Padre. Solo por tres días. Estamos filmando una novela para la televisión y buscamos algunos escenarios. Nos dijeron en Yurimaguas que por esta parte hay unas cascadas muy hermosas.
- ¡Ah! La cascada del diablo. Queda a media jornada, por el norte, pero no van a encontrar quien los acompañe. La gente es muy supersticiosa y creen que por allí pasea el “Tunche”.
- No hay problema Padrecito, ya encontraremos quien nos guíe.
……………………………………………………………………
- Padre, ¿me puede contar qué está pasando? Nadie del pueblo me quiere acompañar a la cascada.
- Ah, hijo, eso tiene su historia. ¿Ves a esa señora que pasa acompañada por un muchachito?
- ¿Con el loquito que va silbando y saltando y que parece ser el chico más feliz de la tierra?
- ¡Ajá!. Su nombre es Jesús y antes no era así, era un niño huraño que se peleaba con todos sus compañeros, era cruel con los animales, no obedecía nunca a su madre (que es madre soltera). Un día Estela, su madre, vino a rogarme que oficiara una “misa de petición” a la Virgen para pedirle que hiciera el milagro de que su hijo cambiara. Asistieron todas sus amigas, que son muchas, y oraron fervorosamente.
- ¿Y sucedió un milagro? ¿no?
- Espera, hijo. Al día siguiente, Jesús discutió con su madre y le pegó, luego se internó en el monte, en dirección a la cascada. Al siguiente día lo encontraron delirando, casi muerto, a la entrada del pueblo. Solo silbaba y silbaba y decía, el Tunche, el Tunche… A duras penas pudieron hacer que cuente lo ocurrido.
“Me metí al en el monte y en la noche empezaron los problemas. Vi una luz, como de una fogata y caminé para allá apartando las ramas y lianas con los brazos y cuando creía haber llegado al lugar vi la luz a unos cincuenta metros a la izquierda. Fui en esa dirección y me di cuenta que no estaba la luz, la busqué y estaba atrás mío. Entonces me asusté de verdad. Me acordé del Tunche, que aparecía a veces como una luz que perseguía a la gente hasta que la alcanzaba y la mataba. Desde entonces estoy escapando, cuando llegó el día no se veía la luz pero escuchaba un silbido que se hacía cada vez más fuerte y el demonio se me acercaba como una nube - Yo, desesperado, cuando me iba a atrapar silbé, porque me acordé que así se lo podía detener. Así he estado corriendo y silbando, escuchando silbar al Tunche y escapando de la nube en forma de calavera que me seguía.”
- Después de contarlo, se desmayo. Su madre lo llevó con todo cariño a su casa, acompañada por los vecinos, y lo lavó y acostó. Recién al día siguiente despertó, sonriente, feliz. Pero ha perdido la razón, no dice ni una palabra, solo sabe silbar. Si le conversas, entiende, pero te contesta silbando, ha perdido la razón.
- ¡Qué terrible! Su madre debió sufrir mucho. Tan joven y demente.
- ¡No, qué va! Su madre es la mujer más feliz de la tierra. Y nosotros también. Jesusito recuperó la inocencia y es querido por todo el pueblo. Es bueno y vive encariñado con su madre. ¡Imagínese! Una semana después los vecinos mandaron celebrar una misa de agradecimiento por el milagro que había obrado el Señor por intermedio de María Santísima.
- Padre, no me va a decir que usted cree en el Tunche.
- (Susurrando) No se lo cuentes a nadie, hijo, pero sí, creo.

El cementerio

- Está haciendo frío esta noche, compadre José. Acérquese más a la fogata que no se va a quemar. Si está muy alejado un almita en pena le puede jalar el poncho.
- ¡Guá compadre! Este cholo no le tiene miedo a las ánimas del purgatorio.
- Pero Griseldo dice que ha visto un fuego en el cementerio, frente a la tumba de don Tomás, ¿No es cierto Griseldo?
- Verdad don José, la otra noche que me iba a mi rancho, al pasar por cerca del cementerio, vi como unas sombras blancas y después una llama frente a la tumba de don Tomás.
- Esas son cojudeces Griseldo. Las ánimas no existen, son inventos de los curas.
- ¡Claro! Es fácil ser valiente de lejos. Ya quisiera verlo en el cementerio a media noche, que es la hora donde salen las animitas de sus tumbas.
- Griseldo, no desafíes a mi compadre José.
- No me defienda compadre. Yo iría al cementerio, pero ¿pa qué me voy a molestar? ¿Pa que Griseldo esté contento?
- Don José, delante de su compadre, yo lo desafío con una tinaja de clarito que no entra al cementerio esta noche, ya mismito.
- Acepto el desafío, ¿Pero cómo van a saber ustedes que estuve en el cementerio?
- Fácil compadre, tenga esta estaca que está bien puntiaguda y clávela frente a la tumba de don Tomás.
- Vale la apuesta, Griseldo, anda sacando tu tinajón de clarito.
- ¡Guá? Si regresa puede estar seguro que entre los tres le daremos buena cuenta.
Era una noche oscura y tenebrosa. El silencio del cementerio era imponente, quebrado solamente por el ulular de las lechuzas. El temor lo sobrecogía. Paso a paso se acercó a la tumba, se arrodilló y se dispuso a clavar la estaca.
Empezó a silbar el viento, entonces le pareció escuchar pasos, rumores, miró hacia atrás y las sombras que proyectaban los guayabos parecían figuras de fantasmas que se movían. Lo invadió el pánico, desesperado, mirando hacia atrás, clavó la estaca dispuesto a salir rápidamente.
Quiso pararse y sintió que le jalaban el poncho y no lo dejaban levantarse, dio un grito penetrante y su corazón no resistió la impresión y cayó muerto.
Al día siguiente, su compadre y Griseldo lo encontraron al pié de la tumba de Tomás. En la oscuridad y cegado por el temor, había clavado el poncho al suelo con la estaca.
- ¡Pobre compadre José! Creyó que lo jalaban y murió de susto. ¡Valiente bruto!

Chupe de Piedras

- Mamacha, no tendrás comidita caliente para este pobre viajero. Bajo de la puna y estoy chiri-chiri (frío-frío).
- No taitay (papito), aquí todos somos muy pobres, ya ni pa comer alcanza. Más bien allacito nomás istá la Ruperta qui te puede dar comidita, taitay.
- La Ruperta no ha querido darme nada, mamacha. Voy a tener que prepararme solito un chupe de piedras. Por lo menos préstame tu ollita y tu candelita. ¿Tienes agua?
- ¿Chupe de piedras? ¡Ay, caray! Las cosas qui inventan estos mistis. ¿Dime puis como lo priparas?
- ¡Nooo, mamacha! Ese es un secretito de mi difunta madrecita y juré no contárselo a nadie.
- ¡Anda pé! Déjame qui ti ayude a hacer tu chupecito.
- Ya, pero mientras prendo bien la candela, anda a la pirka (muro) y busca tres piedras bien redonditas, una grandecita como tu maqui (mano), que sea blanca, una medianita que sea pinta-pintitas y otra chiquita, negra. Me las lavas bien lavaditas, mamacha.
- Aquí tienes, taytay, ¿Quí más li pones?
- El agua está hirviendo, ¿tienes un poquito de sal? ¿a lo mejor unas papitas pa darle sabor?
- Toma, taytay, piro, ¿no quidaría mijor con unas habitas, zapallito y arrocito pa darle cuerpo?
- Claro mamita, ponle. Mientras ibas por la sal ya le puse mi secreto al chupecito. Ahora consígueme unas ramitas de ichu joven, del que crece no en la pampa sino en el cerrito.
- Orita te lo traigo taita.
- Ya está hirviendo, que no se consuma mucho. Trae los platos.
……………………………………………………………
- ¡Uy! Riquito estaba tu chupe de piedras. Mi tienes qui dar tu secretito taitay. Mira que ti has tragado dos platos llenos.
- ¡Claro mamacha! Antes de irme te lo digo (¡Las cosas que tengo que hacer para comer! ¿Qué secretito le inventaré a esta cholita…?)

17 dic 2010

Mas pobre que un pobre

Yo soy un tipo bueno, o al menos eso creía. Mi vida estaba resuelta: una pensión de por vida, además un buen sueldo. Nunca solicité trabajo, siempre me solicitaron, ¿Qué más podía pedir?
Caminando por la calle Conde de Superunda, de la Plaza de Armas a la avenida Tacna, frente a la Casa de Osambela, encontré en el suelo un bulto liado por un pañuelo. Sorprendido me incliné y miré: era un gran puñado de billetes de diferentes valores, a la vista una buena suma. ¿Quién lo perdería? Seguramente un comerciante de la zona. Miré alrededor y no había un alma a cincuenta metros a la redonda.
Esto es una broma del cielo - me dije – Acabo de cobrar mi pensión, luego mi sueldo y ahora esto, que no lo necesito. Voy a buscar al pobre más pobre y se lo voy a dar.
Avancé cien metros hasta una panadería. Llegaba gente modesta – era las 8 de la mañana hora de comprar para el desayuno – cuando vi llegar a una viejita de unos 80 años, con la ropa gastada, encorvada y cara de gran preocupación, sacó diez centavos y compró un solo pan, guardándolo en una bolsa de papel.
Un jugo, dos huevos fritos con tocino, una gran taza de café con leche. Ese había sido mi desayuno, y ahora veía el “pan-con-té”, desayuno de pobres. Me impactó.
- Señora, por favor…
- ¿Qué desea, jovencito?
- Mire, parece que a alguien de allá arriba – señalé el cielo – se le ha caído este paquetito de dinero, y no es para mí. Creo que es para usted.

La viejita se arrodilló en el suelo, con lágrimas en los ojos, diciendo:

- ¡Gracias San Martincito, por haber atendido mis oraciones, gracias, gracias…!
Quiso besarme las manos, yo las retiré prontamente.
- Nuestros ancianitos del asilo “San Martín de Porres” no han comido anoche y no tenemos un centavo para su desayuno de hoy. San Martincito ha escuchado mis oraciones y lo ha mandado a usted. ¡Gracias, gracias!
Balbuceando escusas, me retiré unos metros mientras la viejita entraba nuevamente a la panadería. Reflexioné: No da limosna el que da lo que le sobra sino el que da aun lo que necesita. Recordé la parábola de “La vida es un sueño” donde un pobre se queja de su pobreza porque tenía que alimentarse de lo que sobraba a los ricos y cuando miró hacia atrás vio a otro pobre más pobre que él que recogía lo que el botaba. Recién comprendí a Nietzsche cuando dijo “no soy tan pobre como para dar limosna”.
La viejita salió apurada con bolsas de pan, leche, quesos, jamón y ¡qué sé yo! Cuantas cosas más para “sus pobrecitos”. La ayudé a cargar hasta la puerta del asilo, a unos cincuenta metros de la esquina. Mientras llamaba a sus pobrecitos, me retiré sin hacerme notar.
No me sentí muy bien. Estaba en deuda con el mundo. Pero valía la pena vivir.

16 dic 2010

Roberto

- ¿Has visto a Roberto?
- No, ya no viene por aquí.
Cierta vez estaba conduciendo mi auto acompañado por un amigo. La esquina de Riva Agüero con La Mar, tras la Plaza San Miguel, bordeando un parque con una pequeña pirámide (no sé qué significa). El tráfico era intenso, parada obligatoria en el semáforo donde el uno es asediado por vendedores ambulantes, mujeres con un bebe en brazos y niños mendigos.
Se acercó un pequeño de unos siete u ocho años, cabizbajo, con la mano extendida pidiendo limosna. Rápidamente busqué en mis bolsillos una “quina” - cincuenta centavos - para darle y mi acompañante me interrumpió:
- No le des nada - me dijo - estos mendigos nos engañan. Mientras uno suda para ganar unos centavos, estos ganan más de mil soles al mes. Imagínate sacando treinta soles diarios, cuánto ganarían. Y esas madrecitas tienen bebes alquilados. Esto es una estafa. ¡No le des nada, te engaña!
Dudé. Por un momento tuve vergüenza de mi debilidad. La luz cambió a verde y arranqué. Volteé como disculpándome y vi su carita sucia: una lágrima resbalando en su mejilla, un rictus en los labios apretados y una cara de vergüenza y tristeza infinita. Ya estaba en marcha, quise enmendar mi error pero era tarde. Un coro de cláxones me obligó a continuar la marcha.
- Quizá, - le dije - pero puede necesitarlo de verdad.
La imagen del pequeño quedó grabada en mi mente y me perseguía un sentimiento de culpa, vergüenza y dolor al recordarlo. Decidí buscarlo.
Al día siguiente dejé mi carro en un estacionamiento de Plaza San Miguel y fui a buscarlo. Un viejo limpiando parabrisas, una vendedora de películas grabadas, otro pequeño pidiendo limosna, pero no estaba él. Le pregunté por su compañero.
- ¡Ah, Roberto! No sé donde está. Hoy día no ha venido.
- Pero tú lo conoces, sabes quién es, ¿sabes donde vive?
- Hace recién una semana que viene. Me contó que se escapó de su casa porque su padrastro le pegaba y hacía sexo con él. Su madre se drogaba y ya no le daba de comer y tenía que salir a la calle a pedir. Además tosía mucho, estaba enfermo…
- ¿Sabes donde vive?
- En la calle, pues, nosotros no tenemos casa. El dormía aquí, en el parque, detrás de la pirámide. Mire, allí están los trapos y periódicos con los que se tapaba.
Roberto no regresó. Hasta ahora lo sigo buscando y sé que lo buscaré toda la vida para que perdone mi dureza de corazón y cobardía. Ahora, cada niño que se acerca con la mano extendida, es un Roberto.
- Te engañan - me dicen.
- Puede ser, pero prefiero ser engañado a perder la oportunidad de dar la mano a un Cristo pobre.

14 dic 2010

La tía Marina “viejita”

En 1945 existían en Lima los “chalets”, casas de un solo piso, con amplios jardines. La casa de la bisabuela Rosa María era un chalet de Breña. Con mis siete añitos quedé deslumbrado por el chalet: desde la entrada, pasando la reja de madera, estaba invadido por macetas con las flores más insólitas y bonitas que hubiera conocido.
- ¿Cómo se llama tu loro?
- No es un loro, es un papagayo y se llama Lorenzo.
- ¡Cuántas flores tienes!
- Esta es la Camelia, este es el Caballero de la Noche porque a las 6 de la tarde se abren sus flores y dan un perfume intenso, esta es la Sensitiva, mira rózala con los dedos,… ¿ves como cierra sus hojitas?, esas del frente son Bromelias, éste es el Jazmín del Cabo, ésta…
La sala estaba decorada al estilo Emperador; un barroco exuberante en los muebles, las paredes, los cuadros, los adornos. Sin embargo se notaba el buen gusto y la elegancia. Sentadas en cómodos sillones nos acogieron la bisabuela, y sus hermanas: la tía Marina y la tía Virginia. Todas pasaban largamente los ochenta años.
Rosa María y Virginia eran viudas, pero la más hermosa de ellas, Marina, era soltera.
- Papá, ¿por qué la tía “Marina viejita” (así le decíamos para distinguirla de otra tía Marina) no se casó, si era la más bonita de las tres hermanas?
- Ah, la leyenda de la tía Marina. Ella es una mujer de mucho carácter, te voy a contar su historia.
Marina, por los años 20, era una de las damitas más hermosas de la sociedad limeña. Además era una persona muy culta, intelectual. Escribía poesías y novelas, cosa que era considerada en esa época una rareza en una mujer, algo inadecuado. Sin embargo, la calidad de su obra era tal que era respetada en los círculos literarios de Lima.
José Olivares de la Vega, un joven de mucho abolengo y una de las primeras fortunas de Lima, muy pagado de sí mismo, era el soltero más codiciado quien, por supuesto, buscó a la dama más admirada para esposa. La enamoró bajo la vigilancia de las típicas “escopetas” (damas de compañía que vigilaban para que los jóvenes no se excedieran en sus relaciones) y se comprometieron para la boda.
El día de la boda Marina estaba terminando con sus preparativos para la ceremonia, buscando sus guantes sobre la mesa cuando rozó con el puño un frasco un fino licor que cayó al suelo rompiéndose, ante la sorpresa de sus amigos presentes. José, que estaba presente, con una sonrisa de desprecio dijo: - ¡Qué bruta!
Marina fingió no haber escuchado y continuó con los preparativos.
Llegó la hora de la ceremonia, de gran pompa, con asistencia de las personas notables de la ciudad, iglesia llena. El sacerdote celebró una misa solemne después de la cual, tras los prolegómenos de costumbre llegó a la parte del ritual donde se consagra el matrimonio y preguntó:
- José, aceptas ¿acepta como esposa a Marina Marengo, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?
- Sí, acepto.
- Marina, ¿acepta como esposo a José Olivares, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?
- No padre, no acepto.
Recogió la cola de su vestido, dio media vuelta, sin mirar al novio - que estaba estupefacto y haciendo el ridículo - con la frente en alto, se retiró de la iglesia.

11 dic 2010

Todos los gatos son grises

Era el fin de un día perfecto. Regresábamos al Cuzco de una excursión a Machu Picchu, después de haber admirado tanta belleza, llenos de energía y alegría, una veintena de jóvenes, hombres y mujeres de 18 a 25 años, conversando y cantando en el tren, casi todos parados porque habíamos conseguido muy pocos asientos. Mi enamorada estaba cerca a mí, pero apenas la veía en la penumbra de esa noche. Llegamos al túnel y se hizo la oscuridad total. En la algarabía que se formó, aproveché de los dos minutos de oscuridad que nos iba a proporcionar el túnel, avancé y tomé a mi enamorada por el talle y la besé, apresuradamente, antes de que llegue la luz. Ella correspondió con furia, pasión. Fueron el beso y las caricias más apasionados, como si en ese beso se condesara toda una vida. Estaba por terminar el túnel y me separé rápidamente dando un paso atrás, para disimular, al mismo tiempo escuché a lo lejos, al fondo del tren, la voz de mi chica.
- Juan, ¿Dónde te has metido? Ven…
¡¿Cómo, con quién me había besado??!!! Hasta ahora me lo pregunto. Total… de noche, todos los gatos son grises.