31 dic 2010

La otra cara

Un golpe en la nuca y cayó inconsciente. Rápidamente los malhechores lo metieron a la cajuela de un BMW y emprendieron la fuga. Dos horas después abrió los ojos sintiendo un fuerte dolor de cabeza. Estaba atado a una silla con una luz potente frente a él, mientras unos tipos reían en las sombras. Me van a interrogar, pensó, por eso me encandilan con la luz y no se dejan ver, pero ¿qué diablos…? Su reflexión fue interrumpida por la llegada de otro personaje.
- Mire jefe, aquí lo traemos. ¿Qué le parece?
- ¡No lo puedo creer, los felicito! Buen trabajo, muchachos.
- ¿Ahora qué, jefe?
- Bien, como de costumbre. Le quitan todo el billete, lo liquidan y lo tiran por un barranco de la Costa Verde. Pero esta vez, que no caiga al mar. Luego dan el soplo a la policía para que encuentren el cuerpo.
------------------------------------------------
- Sargento, infórmame como ocurrió el hecho.
- Recibimos una llamada anónima, mi comandante. Encontramos el cuerpo en un barranco de San Isidro. Parece que lo arrojaron pero se atascó en una roca saliente y no llegó a caer al mar. El interfecto tenía todo el cuerpo lacerado por la caída, múltiples heridas en la cara y, además, tres heridas de bala. Lo llevamos moribundo al Hospital de Policía, donde está internado.
- ¿Lo identificaron?
- Sí, mi comandante. Le robaron su dinero, pero dejaron la billetera con su DNI.
- - ¿Quién es la víctima?
- Es el Doctor Eduardo Rocha, avisamos a su señora, quien en estos momentos lo acompaña en el hospital.
- ¡Vaya suerte del tipo! Lo han podido secuestrar y pedir rescate, ¡con el dinero que tiene…!
------------------------------------------------
Fui notificada por la policía. Llamé a mi mamá para que se quede a cuidar a Paloma, mi hijita de siete años, que estaba con un fuerte resfrío y algo de fiebre. Me dirigí al hospital. Estaban operando a Eduardo y me senté a esperar. Empecé a reflexionar sobre mi vida. ¡Qué momento más inoportuno! Justo cuando iba a pedirle el divorcio.
¿Cómo pude ser tan tonta? Eduardo me había seducido con palabras bonitas, supo enamorarme; no, engatusarme y caí mansamente. Me embarazó y, por supuesto, tuvimos que casarnos.
Lo típico: yo, una rica heredera y él, un pelagatos. El braguetazo y ¡ya está! Solucionado su problema de por vida. No pasó mucho tiempo para que se quitara la careta. Cuando nació Paloma, aproveché para volcar en ella todo mi cariño viviendo mi vida en función de ella. Con Eduardo quedó un acuerdo tácito: tú no te metes en mi vida y yo no me meto en la tuya.
Paloma adora a su padre, aunque él no le presta mucha atención, pero en fin, la soporta y le hace cariños de vez en cuando. Lo que más me hiere es el escándalo. Mis amigas saben que Eduardo tiene sus amantes y lo disimulan cuando están conmigo, pero este último año se puso muy descarado.
Cuando le pedí que no se mostrara en público con sus queridas, perdió el control y me golpeó salvajemente. Quise denunciarlo al a policía y dejarlo pero me rogó, me lloró para que no lo hiciera, por el escándalo, por la niña, y yo, estúpidamente, cedí.
El tiene sus ingresos propios como abogado, pero además tenemos una cuenta común con cien mil dólares provista por mí, para gastos familiares, como las vacaciones y las fiestas, y para emergencias. El no abusaba de esta cuenta, y, si bien retira mensualmente tres o cuatro mil dólares, mi fortuna no se resiente por esto.
Hace dos días me enteré. Le ha comprado un auto de lujo a su querida de turno. Entré en sospechas y pedí mi saldo de la cuenta mancomunada. ¡Diez dólares! Justo para que no la cierre. El infeliz está agasajando a su querida con mi dinero.
Llegó de madrugada a la casa, le pedí que me dé explicaciones. Lo que me dio fue una paliza terrible, pero sabe pegar el desgraciado. Pasé todo el día sin moverme, en la cama. Tengo todo el cuerpo moreteado, pero no la cara. Me levanté cuando llegó mamá a visitarme. Medias oscuras, blusa de cuello alto y mangas largas. ¿Por qué tan abrigada con este calor? – me preguntó mamá, - es que estoy con escalofríos, me quiere dar la gripe.
Tocaron el timbre, pensé que era Eduardo, porque había puesto cerrojo a la puerta. Le iba a comunicar que al día siguiente iba a pedir el divorcio y sentar la denuncia de la golpiza a la policía. Contesté el intercomunicador.
- ¿Eres tú, Eduardo?
- No señora, somos la policía y le traemos malas noticias. Su esposo tuvo un accidente y está internado en el hospital. Le sugerimos que vaya a verlo, si gusta venga con nosotros, porque su estado es de gravedad.
------------------------------------------------
- ¿Cómo está, doctor?
- Señora, su marido tiene una suerte increíble. Lo operamos, extrajimos tres balas que no afectaron con gravedad los órganos internos. Las demás heridas son laceraciones que ya están siendo tratadas. Una herida en la tráquea puede afectar su voz pero no es de peligro. Unos meses de descanso y quedará como nuevo.
Cuando se recuperó de la anestesia, nos miraba a todos, - médicos, enfermeras, yo, con extrañeza y temor. No podía hablar, era alimentado por sonda. Esperamos la recuperación, sobre todo yo, para pedirle el divorcio. Así pasaron dos semanas. Yo, para cubrir las apariencias, lo visitaba diariamente por un cuarto de hora.
- Señora, soy el doctor Martínez.
- ¿Cómo está doctor? ¿Qué novedades?
- Hoy le quitamos las vendas, pero le tengo malas noticias. Parece que su esposo ha perdido la memoria. No podemos saber la gravedad de su afección, es muy probable que, poco a poco, vaya recuperando la memoria, depende mucho de usted, de su dedicación y cariño con que lo trate.
¡Lo que faltaba! Tener que convertirme en su ángel guardián.
------------------------------------------------
El gran cambio era que Eduardo estaba todo el tiempo en casa, en silla de ruedas, recuperándose. Tenía que hablar con él.
- Eduardo, quiero que esto quede bien claro. Te soporto en esta casa porque aún estamos casados. Una vez que te recuperes nos divorciamos. Ni pienses que vas a tocarme, en ninguna forma, y te advierto: no se te ocurra hacer sufrir a Paloma porque te mato, ¿entiendes?
- No sé quién eres. Tampoco sé quién soy. ¿Por qué me han traído aquí? ¿Por qué me hablas con dureza? Parece que me odias.
- Lo que pasa es que has perdido la memoria. Poco a poco vas a recordar a tus queridas y las palizas que me dabas; entonces te marcharás de mi vida para siempre.
Era verano y fueron a pasar la temporada a casa de sus padres, en las playas de San Bartolo. Diariamente venía una terapista y poco a poco pudo andar y moverse con más soltura. Paloma estaba feliz. Eduardo se mostraba muy tierno con ella y respetuoso con Noemí, su suegra, quien lo animaba y mimaba. Su suegro jugaba interminables partidas de ajedrez con él, tomaban su coñac, conversaban de las noticias, eran amigos. Carmen estaba asombrada por el cambio, ese no era el Eduardo que ella conocía. Sin darse cuenta, le fue tomando afecto.
Así fue pasando el tiempo. Jugaban en la playa, Eduardo les enseño a pescar a Carmen y Paloma; en las tardes, jugaban Misterio o Monopolio en la terraza, paseaban por el malecón y a las seis se sentaban en la terraza a ver las puestas de sol, escuchando música clásica.
Un ataque al corazón mientras dormía. El padre de Carmen pasó así del sueño a la eternidad, sencillamente, sin sentirlo. En el velorio, Carmen recibía las condolencias serenamente. A su derecha estaba Eduardo. Carmen soportaba estoicamente su pena, hasta que Eduardo la abrazó tiernamente. Solo entonces, rompió en sollozos apretándose contra él. Él, tomó su cara entre las manos y secó sus lágrimas con sus besos. La cogió de la mano y la llevó a sentarse al lado de su madre y de Paloma.
Dormían en cuartos separados, pero esa la noche Eduardo la escucho llorar. Entró a su cuarto y se echo a su lado. Carmen se acunó en sus brazos y poco a poco dejó de llorar y se durmió. Eduardo se levantó con delicadeza. Al despertar estaba sola.
La siguiente noche, Eduardo estaba cogiendo el sueño y sintió que Carmen levantaba las sábanas y se acurrucaba a su espalda. Volteó, le acarició el rostro y la besó dulcemente en los labios. No se dijeron palabra. Hicieron el amor como un ritual, sin apuros, paso a paso, caminando del cero al infinito, unidos en un solo cuerpo, como si no quisieran separarse nunca, hasta que la pequeña muerte se convirtió en un pacífico y feliz sueño. Al despertar Carmen pensaba, recién conozco el amor. ¡Qué poco significa el sexo, cuánto significa la ternura!, siento que recién he perdido la virginidad, y mi nuevo Eduardo, ¡Oh, cómo lo amo! Y siento que él también me ama.
Vivieron su nueva luna de miel. Paloma lo adoraba. Tenían que regresar a Lima, empezaban los estudios de Paloma y Eduardo quería buscar un trabajo: de la abogacía no recordaba nada. Pasó un año, un año feliz. Eduardo mostró una capacidad excepcional para los negocios y dirigía brillantemente las empresas de la familia, Carmen descubrió sus dotes de pintora y estaba preparando una pequeña exposición de sus cuadros, cuando algo sucedió.
- Querido, ya llegué.
Salió Eduardo y Carmen le dio un ligero beso en los labios. Eduardo no correspondió. Carmen lo miró y lo notó extraño, esa mirada dura, esa sonrisa cínica no era de su Eduardo - ¡oh, había recobrado la memoria y era el maldito de antes!
La cogió por los cabellos y la arrastró por la sala. Carmen estaba aterrorizada,. Se sujetaba a los muebles, a los filos de las paredes. Al pasar por el Control de Seguridad, presionó el botón de Pánico, la empresa le había asegurado que, al presionarlo, los alertaría y llegaría la policía en menos de cinco minutos. Lo tuvo presionado por varios segundos, hasta que un tirón más fuerte de los cabellos la hizo desprenderse del control. La llevó al dormitorio y la arrojó al suelo. Un hombre yacía amordazado y atado a su lado
- ¡Eduardo, cariño! .
- ¡Ja, ja, ja!, no Carmen, ¡Eduardo soy yo!
- Pero si son idénticos.
- Claro, por eso lo escogí.
- No entiendo nada.
- Tú ni lo imaginabas pero yo estaba haciendo una fortuna, no como abogado sino dirigiendo una banda de secuestradores. La policía nos seguía los pasos, se acercaba, y no podía arriesgarme. Uno de mis compinches me dijo un día que había visto un hombre idéntico a mí desembarcando en el aeropuerto. Lo siguió y sabía dónde estaba alojado. Se me ocurrió un plan: simular mi muerte, recoger todo mi dinero y del tuyo y desaparecer. Me iría al extranjero con la identidad del tipo que se me parecía. Lo hice raptar y matar, cambié documentos de identidad con el muerto, “Oscar, ingeniero, viudo”. Nadie lo iba a extrañar. Pero eres una cualquiera, ahora que regreso te encuentro viviendo con mi sosías.
Comenzó a golpearla, invadido por una furia asesina. Oscar, atado en el piso, se retorcía desesperado, impotente. Eduardo la tiró al suelo, y empezó a cachetearla. Ella cerró los labios con fuerza, no profería ni un gemido. Esto enfureció más a Eduardo, quien saco su pistola, introduciendo a la fuerza el cañón en la boca de Carmen. Sonó un disparo y la escena se congeló. Eduardo cayó lentamente, con una mancha de sangre en la sien.

Por los vidrios rotos de la ventana que daba al jardín, apareció un policía, apuntando aún, con su pistola humeante.

- Señora no se asuste, ya todo pasó. -
En efecto, entraron policías pistola en mano, desataron a Oscar. Miraron desconcertados al muerto: era idéntico. Carmen aún no salía de su asombro, pero reaccionó para decir:
- No se preocupen, yo les voy a explicar lo que pasó. Y, abrazando a su amado: - ¡Qué miedo he tenido, Eduardo!, no, Oscar, no, Eduardo. ¡Oh querido!, ¿cómo te voy a llamar?
- Oscar, querida, Oscar
- ¿Desde cuando recobraste la memoria?
- Hace cerca de un año, pero...
- ¡¿O sea que he estado haciendo el amor con un extraño?! ¿Por qué no me lo dijiste antes?
- Tuve miedo, miedo de que al saber la verdad me votes del paraíso.
- ¡No te lo perdoneré nunca! A no ser que...
- Dime qué debo hacer...
- A no ser que te cases conmigo.
- Claro que sí, pero tu sabes que no es necesario, yo te amo.
-...Es que tengo miedo de perderte..

No hay comentarios:

Publicar un comentario