24 dic 2010

El cementerio

- Está haciendo frío esta noche, compadre José. Acérquese más a la fogata que no se va a quemar. Si está muy alejado un almita en pena le puede jalar el poncho.
- ¡Guá compadre! Este cholo no le tiene miedo a las ánimas del purgatorio.
- Pero Griseldo dice que ha visto un fuego en el cementerio, frente a la tumba de don Tomás, ¿No es cierto Griseldo?
- Verdad don José, la otra noche que me iba a mi rancho, al pasar por cerca del cementerio, vi como unas sombras blancas y después una llama frente a la tumba de don Tomás.
- Esas son cojudeces Griseldo. Las ánimas no existen, son inventos de los curas.
- ¡Claro! Es fácil ser valiente de lejos. Ya quisiera verlo en el cementerio a media noche, que es la hora donde salen las animitas de sus tumbas.
- Griseldo, no desafíes a mi compadre José.
- No me defienda compadre. Yo iría al cementerio, pero ¿pa qué me voy a molestar? ¿Pa que Griseldo esté contento?
- Don José, delante de su compadre, yo lo desafío con una tinaja de clarito que no entra al cementerio esta noche, ya mismito.
- Acepto el desafío, ¿Pero cómo van a saber ustedes que estuve en el cementerio?
- Fácil compadre, tenga esta estaca que está bien puntiaguda y clávela frente a la tumba de don Tomás.
- Vale la apuesta, Griseldo, anda sacando tu tinajón de clarito.
- ¡Guá? Si regresa puede estar seguro que entre los tres le daremos buena cuenta.
Era una noche oscura y tenebrosa. El silencio del cementerio era imponente, quebrado solamente por el ulular de las lechuzas. El temor lo sobrecogía. Paso a paso se acercó a la tumba, se arrodilló y se dispuso a clavar la estaca.
Empezó a silbar el viento, entonces le pareció escuchar pasos, rumores, miró hacia atrás y las sombras que proyectaban los guayabos parecían figuras de fantasmas que se movían. Lo invadió el pánico, desesperado, mirando hacia atrás, clavó la estaca dispuesto a salir rápidamente.
Quiso pararse y sintió que le jalaban el poncho y no lo dejaban levantarse, dio un grito penetrante y su corazón no resistió la impresión y cayó muerto.
Al día siguiente, su compadre y Griseldo lo encontraron al pié de la tumba de Tomás. En la oscuridad y cegado por el temor, había clavado el poncho al suelo con la estaca.
- ¡Pobre compadre José! Creyó que lo jalaban y murió de susto. ¡Valiente bruto!

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