17 dic 2010

Mas pobre que un pobre

Yo soy un tipo bueno, o al menos eso creía. Mi vida estaba resuelta: una pensión de por vida, además un buen sueldo. Nunca solicité trabajo, siempre me solicitaron, ¿Qué más podía pedir?
Caminando por la calle Conde de Superunda, de la Plaza de Armas a la avenida Tacna, frente a la Casa de Osambela, encontré en el suelo un bulto liado por un pañuelo. Sorprendido me incliné y miré: era un gran puñado de billetes de diferentes valores, a la vista una buena suma. ¿Quién lo perdería? Seguramente un comerciante de la zona. Miré alrededor y no había un alma a cincuenta metros a la redonda.
Esto es una broma del cielo - me dije – Acabo de cobrar mi pensión, luego mi sueldo y ahora esto, que no lo necesito. Voy a buscar al pobre más pobre y se lo voy a dar.
Avancé cien metros hasta una panadería. Llegaba gente modesta – era las 8 de la mañana hora de comprar para el desayuno – cuando vi llegar a una viejita de unos 80 años, con la ropa gastada, encorvada y cara de gran preocupación, sacó diez centavos y compró un solo pan, guardándolo en una bolsa de papel.
Un jugo, dos huevos fritos con tocino, una gran taza de café con leche. Ese había sido mi desayuno, y ahora veía el “pan-con-té”, desayuno de pobres. Me impactó.
- Señora, por favor…
- ¿Qué desea, jovencito?
- Mire, parece que a alguien de allá arriba – señalé el cielo – se le ha caído este paquetito de dinero, y no es para mí. Creo que es para usted.

La viejita se arrodilló en el suelo, con lágrimas en los ojos, diciendo:

- ¡Gracias San Martincito, por haber atendido mis oraciones, gracias, gracias…!
Quiso besarme las manos, yo las retiré prontamente.
- Nuestros ancianitos del asilo “San Martín de Porres” no han comido anoche y no tenemos un centavo para su desayuno de hoy. San Martincito ha escuchado mis oraciones y lo ha mandado a usted. ¡Gracias, gracias!
Balbuceando escusas, me retiré unos metros mientras la viejita entraba nuevamente a la panadería. Reflexioné: No da limosna el que da lo que le sobra sino el que da aun lo que necesita. Recordé la parábola de “La vida es un sueño” donde un pobre se queja de su pobreza porque tenía que alimentarse de lo que sobraba a los ricos y cuando miró hacia atrás vio a otro pobre más pobre que él que recogía lo que el botaba. Recién comprendí a Nietzsche cuando dijo “no soy tan pobre como para dar limosna”.
La viejita salió apurada con bolsas de pan, leche, quesos, jamón y ¡qué sé yo! Cuantas cosas más para “sus pobrecitos”. La ayudé a cargar hasta la puerta del asilo, a unos cincuenta metros de la esquina. Mientras llamaba a sus pobrecitos, me retiré sin hacerme notar.
No me sentí muy bien. Estaba en deuda con el mundo. Pero valía la pena vivir.

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