14 dic 2010

La tía Marina “viejita”

En 1945 existían en Lima los “chalets”, casas de un solo piso, con amplios jardines. La casa de la bisabuela Rosa María era un chalet de Breña. Con mis siete añitos quedé deslumbrado por el chalet: desde la entrada, pasando la reja de madera, estaba invadido por macetas con las flores más insólitas y bonitas que hubiera conocido.
- ¿Cómo se llama tu loro?
- No es un loro, es un papagayo y se llama Lorenzo.
- ¡Cuántas flores tienes!
- Esta es la Camelia, este es el Caballero de la Noche porque a las 6 de la tarde se abren sus flores y dan un perfume intenso, esta es la Sensitiva, mira rózala con los dedos,… ¿ves como cierra sus hojitas?, esas del frente son Bromelias, éste es el Jazmín del Cabo, ésta…
La sala estaba decorada al estilo Emperador; un barroco exuberante en los muebles, las paredes, los cuadros, los adornos. Sin embargo se notaba el buen gusto y la elegancia. Sentadas en cómodos sillones nos acogieron la bisabuela, y sus hermanas: la tía Marina y la tía Virginia. Todas pasaban largamente los ochenta años.
Rosa María y Virginia eran viudas, pero la más hermosa de ellas, Marina, era soltera.
- Papá, ¿por qué la tía “Marina viejita” (así le decíamos para distinguirla de otra tía Marina) no se casó, si era la más bonita de las tres hermanas?
- Ah, la leyenda de la tía Marina. Ella es una mujer de mucho carácter, te voy a contar su historia.
Marina, por los años 20, era una de las damitas más hermosas de la sociedad limeña. Además era una persona muy culta, intelectual. Escribía poesías y novelas, cosa que era considerada en esa época una rareza en una mujer, algo inadecuado. Sin embargo, la calidad de su obra era tal que era respetada en los círculos literarios de Lima.
José Olivares de la Vega, un joven de mucho abolengo y una de las primeras fortunas de Lima, muy pagado de sí mismo, era el soltero más codiciado quien, por supuesto, buscó a la dama más admirada para esposa. La enamoró bajo la vigilancia de las típicas “escopetas” (damas de compañía que vigilaban para que los jóvenes no se excedieran en sus relaciones) y se comprometieron para la boda.
El día de la boda Marina estaba terminando con sus preparativos para la ceremonia, buscando sus guantes sobre la mesa cuando rozó con el puño un frasco un fino licor que cayó al suelo rompiéndose, ante la sorpresa de sus amigos presentes. José, que estaba presente, con una sonrisa de desprecio dijo: - ¡Qué bruta!
Marina fingió no haber escuchado y continuó con los preparativos.
Llegó la hora de la ceremonia, de gran pompa, con asistencia de las personas notables de la ciudad, iglesia llena. El sacerdote celebró una misa solemne después de la cual, tras los prolegómenos de costumbre llegó a la parte del ritual donde se consagra el matrimonio y preguntó:
- José, aceptas ¿acepta como esposa a Marina Marengo, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?
- Sí, acepto.
- Marina, ¿acepta como esposo a José Olivares, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?
- No padre, no acepto.
Recogió la cola de su vestido, dio media vuelta, sin mirar al novio - que estaba estupefacto y haciendo el ridículo - con la frente en alto, se retiró de la iglesia.

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