16 dic 2010

Roberto

- ¿Has visto a Roberto?
- No, ya no viene por aquí.
Cierta vez estaba conduciendo mi auto acompañado por un amigo. La esquina de Riva Agüero con La Mar, tras la Plaza San Miguel, bordeando un parque con una pequeña pirámide (no sé qué significa). El tráfico era intenso, parada obligatoria en el semáforo donde el uno es asediado por vendedores ambulantes, mujeres con un bebe en brazos y niños mendigos.
Se acercó un pequeño de unos siete u ocho años, cabizbajo, con la mano extendida pidiendo limosna. Rápidamente busqué en mis bolsillos una “quina” - cincuenta centavos - para darle y mi acompañante me interrumpió:
- No le des nada - me dijo - estos mendigos nos engañan. Mientras uno suda para ganar unos centavos, estos ganan más de mil soles al mes. Imagínate sacando treinta soles diarios, cuánto ganarían. Y esas madrecitas tienen bebes alquilados. Esto es una estafa. ¡No le des nada, te engaña!
Dudé. Por un momento tuve vergüenza de mi debilidad. La luz cambió a verde y arranqué. Volteé como disculpándome y vi su carita sucia: una lágrima resbalando en su mejilla, un rictus en los labios apretados y una cara de vergüenza y tristeza infinita. Ya estaba en marcha, quise enmendar mi error pero era tarde. Un coro de cláxones me obligó a continuar la marcha.
- Quizá, - le dije - pero puede necesitarlo de verdad.
La imagen del pequeño quedó grabada en mi mente y me perseguía un sentimiento de culpa, vergüenza y dolor al recordarlo. Decidí buscarlo.
Al día siguiente dejé mi carro en un estacionamiento de Plaza San Miguel y fui a buscarlo. Un viejo limpiando parabrisas, una vendedora de películas grabadas, otro pequeño pidiendo limosna, pero no estaba él. Le pregunté por su compañero.
- ¡Ah, Roberto! No sé donde está. Hoy día no ha venido.
- Pero tú lo conoces, sabes quién es, ¿sabes donde vive?
- Hace recién una semana que viene. Me contó que se escapó de su casa porque su padrastro le pegaba y hacía sexo con él. Su madre se drogaba y ya no le daba de comer y tenía que salir a la calle a pedir. Además tosía mucho, estaba enfermo…
- ¿Sabes donde vive?
- En la calle, pues, nosotros no tenemos casa. El dormía aquí, en el parque, detrás de la pirámide. Mire, allí están los trapos y periódicos con los que se tapaba.
Roberto no regresó. Hasta ahora lo sigo buscando y sé que lo buscaré toda la vida para que perdone mi dureza de corazón y cobardía. Ahora, cada niño que se acerca con la mano extendida, es un Roberto.
- Te engañan - me dicen.
- Puede ser, pero prefiero ser engañado a perder la oportunidad de dar la mano a un Cristo pobre.

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