Decisiones
A mis 70 años gozo del privilegio de ser viejo. Eso dice la gente: viejo, pero para poder
creerlo tengo que mirarme en el espejo.
No es así como me siento, todo lo contrario. Después de más de medio siglo de vivir
siguiendo las reglas, oprimido por la educación y el qué dirán, ahora me siento libre para pensar y obrar sin
límites. La gente no me teme, todo me
permite y me disculpa por la edad. Por
eso me gusta observar lo que sucede a mi alrededor, mirar a la gente y tratar
de comprenderla.
Estando en la sala de espera
del consultorio para mi chequeo médico, llegó una joven de unos 20 años, con un
rostro inexpresivo y la mirada perdida y sin verme, se sentó a mi lado. Poco después llegó una señora de mi edad, de
la mano de un hombre cincuentón que la increpaba casi gritando:
- Mamá, esto es el colmo.
¿Cuántas veces tengo que decirte que éste médico no te conviene? Lo que tú tienes debe que verlo un médico
cardiólogo, no uno de medicina general, ¿por qué eres tan dura para comprender?
- Primero tengo que ver al
doctor Orellana - contestó la madre, apretando los dientes.
- No seas terca madre, no voy
a permitir que gastes tu dinero en consultas que no necesitas.
- Es mi dinero y yo necesito
ver al doctor Orellana, él es mi médico de cabecera.
- Es la última vez que te
acompaño al médico, tú eres la mujer más obstinada que conozco.
- Este doctor me comprende,
siempre que me atiende mejora mi salud.
Le tengo mucha fe.
- Lo que pasa es que estás
vieja y chocha. Debes hacerme caso, yo
soy tu hijo.
- Si no deseas acompañarme,
vete. Yo puedo ir sola.
-¡Claro! ¡Cómo, no puedes caminar sola sin caerte o
perderte, abusas de mí, de mi paciencia!
Había 12 pacientes esperando
turno y todos estábamos indignados por el duro trato de ese hijo desconsiderado. Tuve que intervenir:
- Y pensar la paciencia que
tuvimos que gastar los padres para criar a nuestros hijos, como deprime ver a
un hijo desagradecido que no tiene paciencia con su madre…
Un joven sentado a mi lado se
paró cediendo el asiento a la mamá, que estaba avergonzada, con la mirada baja.
El hijo salió avergonzado de
la habitación, mascullando furibundo.
- No te apenes, amiga, - le
dije, apretando sus manos entre las mías. -
La vida de ahora hace a la gente muy violenta. Estoy seguro de que tu hijo se va a disculpar
contigo. Le acaricié el pelo y ella
levantó la cabeza y contestó con una sonrisa agradecida.
Los otros pacientes comentaban
aún lo sucedido cuando regresó el hijo, con cara de arrepentimiento, se acercó
a su madre y le dio un beso en la frente, parándose luego a esperar a su lado. Pasaron unos minutos y fueron llamados a
consulta por la enfermera.
- Fue muy tierno de su parte.
Quien me hablaba era la joven
taciturna sentada a mi lado. La miré
sorprendido y le contesté:
- No podía hacer menos. Tanto el hijo como la madre estaban
desubicados en sus vidas. La madre pensando
que su hijo no la quería y el hijo dejándose llevar por la impaciencia y
olvidando las consideraciones que debería tener con su madre anciana. Sin embargo, viste como recapacitaron y todo
volvió a lo correcto. Muchas veces
perdemos la noción de lo que somos y lo que nos rodea y nos dejamos llevar por
la ira, el miedo, la depresión, la desesperanza, la desilusión, sin ver que la
vida y la felicidad están frente a nosotros, esperando que las tomemos con
alegría y optimismo.
- Eso lo dice usted porque a
su edad no tiene que enfrentar mayores problemas y su vida transcurre sin
sobresaltos.
- Eso lo digo yo porque en los
70 años que tengo he tenido que enfrentar a miles de situaciones y
problemas, algunos gravísimos y desesperados, pero siempre he visto la luz tras
el muro. Cuando entraste vi la angustia
y preocupación en tu rostro. Te aseguro
que tú puedes convertir tu sufrimiento en una sonrisa, si te animas a enfrentar
tu problema y tomar una decisión justa.
- Usted no sabe lo que
dice. Si supiera lo que me pasa no
pensaría como piensa.
- Te aseguro que en mi vida he
conocido a mucha gente que ha pasado por situaciones, probablemente semejantes
a lo que te pasa a ti. Algunas han
tomado decisiones sabias y han continuado felizmente con sus vidas. Otras han tomado decisiones erradas y las ha
seguido acompañando el pesar y el arrepentimiento. Si conoces la decisión justa a tus problemas
y tienes el valor de tomarla, la depresión, dolor, tristeza y pesimismo
desaparecerán y podrás ser una chica feliz.
La felicidad es así, gratis.
Tómala o déjala.
- Usted todo lo hace parecer
fácil.
- No es tan fácil, pero
requiere el valor de decidirse y no dar marcha atrás.
- Si supiera lo que me pasa,
no diría eso.
- Si tuvieras el valor de
contármelo, ya estarías a la mitad del camino a la solución. Pero como te dije: hay que tener valor.
La muchacha quedó
pensativa. Luego me enfrentó:
- ¿Quién es usted y que
interés persigue?
- Soy un abuelo que está
sentado ante una nieta huérfana de abuelos y que está pidiendo a gritos
silenciosos un hombro para llorar y un amigo en quien confiar.
Me miró a los ojos
enternecida, luego tomó mi mano y confesó:
- Estoy esperando un bebé.
- Te felicito…
- No me felicite, usted no
comprende. Mi enamorado se asustó y ha desaparecido. No quiere saber nada conmigo.
- Sigue contándome, pero paso
a paso. ¿Tú quieres a tu enamorado?
- Creí que lo quería. Es apuesto e inteligente pero, a la vez, es
egoísta y cobarde. Me di cuenta de eso
demasiado tarde. Ahora lo desprecio. No quiero saber nada de él.
- Y tus padres, ¿qué opinan?
- No saben nada, y son muy
chapados a la antigua. Me van a matar,
soy su única hija y tienen muchas expectativas sobre mí.
- ¿Y tú, qué haces? ¿Estudias?
¿Trabajas?
- Estoy en la Universidad en
tercer ciclo de Ingeniería Alimentaria, pero trabajo a medio turno en una ONG
como secretaria.
- ¿Y has tomado alguna
decisión?
- Sí, abortar. No quiero
arruinar mi vida a los 20 años. Por eso
vine a consulta; me han dicho que este médico me puede indicar un lugar y medio
seguro para hacerlo.
- Te vi una mirada
triste. ¿Seguro que es eso lo que
quieres?
- ¡No! Lo que quiero es tener una carrera, un hogar,
una familia… Por eso es que voy a abortar, aunque me da mucho dolor perder a mi
primer hijo así…
- Te dije que había visto
muchos casos como el tuyo en mi vida. De
las que abortaron, algunas, por las condiciones del aborto, no pudieron
procrear después. Otras se casaron y
tuvieron familia. Muchas de ellas se
divorciaron o las dejó su pareja. Hubieron
muchos casos que conozco, en que tuvieron sus hijos como madres solteras. Te debo decir que no conozco ningún caso en
que los abuelos no llegaran a querer, adorar a su nieto, inclusive ayudando en
su crianza hasta que la madre termine sus estudios. Entre las que tomaron la decisión de abortar,
muchas, años después del aborto, buscaron a un hombre para que les siembre un
hijo, pero rehuyeron cualquier relación seria posterior.
- Estas mujeres que abortaron no
tenían más salidas…
- Sí, tener un hijo para darlo
en adopción, pero lo que ocurre normalmente en estos casos es que una vez
nacido el niño, se arrepienten y se quedan con él. Además sí hay otra salida: tener el hijo.
- Y que hay con el interrumpir
estudios, avergonzar a los padres, no poder criar adecuadamente al hijo,
terminar con todas las expectativas en la vida para quedar como una madre
soltera, esclava del trabajo y del hogar…
- Cuatro cosas: La primera, un
hijo, en cualquier condición, no es un castigo; es un premio, un milagro, una
bendición, un graduarse de mujer, un seguro de vida y de vejez, una alegría
permanente. Segundo, los nietos son la
felicidad de los abuelos. Tercero, la
sociedad ha cambiado, ahora una madre soltera es considerada como una mujer
valiente y digna del mayor respeto sobre todo si sabe esforzarse y sacrificarse
en la crianza de su hijo. Cuarto, sí se
puede; se puede terminar los estudios, se puede encontrar una pareja adecuada,
se puede construir un hogar con esposo y más hijos, se puede ser completamente
feliz. Claro que esto requiere valor, decisión
y esfuerzo.
La joven quedó pensativa,
meditando, hasta que llegó su turno y la enfermera la condujo a consulta. Rato después salió, radiante, con una gran
sonrisa en los labios, llegó hasta mí y me abrazó.
- Voy a tener a mi hijo - me
dijo - abráceme fuerte y deme valor, que se lo voy a decir a mis padres.
Me dio un beso en la mejilla.
- ¡Adiós, abuelito, gracias,
muchas gracias…!
Y se fue, ligera como un ave,
respirando coraje, feliz…
-o0*0o-
Un relato que emociona por lo intenso, real, cotidiano.Me has aguado los ojitos.
ResponderEliminarUn beso