14 jul 2011

Pacasmayo


Pacasmayo

Pacasmayo es una playa frecuentada en la temporada de verano por familias de Chiclayo y Cajamarca. Grupos de jóvenes caminaban charlando y riendo por la arena, algunos de ellos, en pareja, tomados de la mano. En una noche fresca de verano, César y  Lita estaban sentados en la arena, pensativos, contemplando su fogata.
- ¿Podemos sentarnos aquí? – preguntó una muchacha.
- Cómo no, – contestó – yo soy  César, ella es Estela, Lita para nuestros amigos, es mi esposa.
El atávico llamado del fuego hizo efecto.  Poco a poco los jóvenes se agruparon alrededor de la fogata, colaborando con leños recogidos de la orilla. Comenzaron las presentaciones, las conversaciones se generalizaban, la reunión se fue animando, comenzaron los juegos. “Simón dijo…”, el killer, la botella.
Estaba llegando la media noche.
-       Y ahora ¿qué hacemos? – pregunto una joven.
-      Contemos cuentos de terror – replicó  otra.
De repente, una estrella fugaz cruzó los cielos.
-      Ha pasado un ángel.
-      Es un meteorito.
-      Es el alma de una niña que murió de amor.
Los comentarios provocaron risas que se calmaron poco a poco hasta que un silencio tierno los invadió. La joven, dulcemente preguntó:
- ¿Por qué no cuentan una historia de amor? - La propuesta fue aceptada por aclamación. 
- ¡Que la cuente César,  el dueño de la fogata!
– ¡Sí - contestaron al unísono – que la cuente César, que la cuente César, que la cuente César…!
Ante tanta insistencia, a regañadientes, ante la mirada cómplice de Lita, aceptó.
– Bueno, - dijo – la estrella fugaz que pasó por aquí me hace recordar la historia de una chica que hace veinte años, también pasó por aquí.
Las parejas se abrazaron, todos se acercaron al fuego y César, sonriendo y mirando pícaramente a los ojos a Lita, comenzó la narración.
Era el primer domingo de enero, prácticamente comienzo de estación. Rafael, un niño de nueve años, era el cuarto de los diez hijos de una familia de pescadores artesanales. Todos los días, en la madrugada,  salía a pescar con su padre,  en “Santa Lucía”, una lancha vieja que a duras penas se sostenía sobre el agua. A las ocho de la mañana llegaban al muelle y vendían lo que la suerte les había deparado. A veces lo ganado no alcanzaba para pasar el día.
A las nueve, tomado su desayuno, se tendía bajo los rayos tibios del sol, a completar su sueño de niño. Un día abrió los ojos y quedó deslumbrado por una aparición. Una niña de siete años, blanca como la nieve, hermosa como el sol, lo miraba sonriente.
– Hola, soy Paola, - le dijo - ¿me puedes acompañar a conocer las rocas?.  Las rocas estaban a unos cien metros, al extremo de la playa sur. Formaban parte de un acantilado que daba a la playa de piedras. Era un buen sitio para pescar y mariscar, además había cuevas en el cerro y se contaba que en una de ellas - la Cueva de los Piratas - estos  habían enterrado sus tesoros. Rafael la llevó.
-¿De dónde eres?
– Soy de Chiclayo, ¿y tú?
- Yo nací aquí, ¿cómo te llamas?
- Paola, ¿y tú?
- Yo soy Rafael, ¿cuántos años tienes?
- Seis, pero el otro mes cumplo siete.
- Yo nueve años.
-¿Tienes hermanos?
– Sí, nueve, siete hombres y dos mujeres.
- ¡Nueve!, yo no tengo hermanos, ¿quieres ser mi amigo?
- ¿Amigo… cómo es eso?
– Cuando quieres jugar o conversar me buscas y yo también te busco, así es ser amigos. Además los amigos se cuidan ente ellos.
– Ya, si quiero.
– Toma mi mano, palmas arriba, escúpela. Dame tu mano y deja que yo la escupa. Así. Pon tu mano en mi frente que yo pongo la mía en tu frente. Ahora repito conmigo: Yo Rafael…
- Yo Rafael…
- Juro ser tu amigo …
– Juro ser tu amigo …
– Hasta que la muerte nos separe.
– Hasta que la muerte nos separe.
– Yo Paola, juro ser tu amiga, hasta que la muerte nos separe. ¿Ves, ahora somos amigos para siempre?
Paola llegó al comienzo de la temporada de verano con una de las familias de Chiclayo que alquilaban por tres meses ranchos cercanos a la playa. Familias con niños que no bien llegaban, guardaban los zapatos en una caja de cartón hasta marzo.
Correr y jugar a pies desnudos por la playa, pescar, mariscar, explorar playas cercanas, El Milagro, Jequetepeque, pescar lifes en el puente de fierro, robar frutas en las chacras cercanas, huaquear, en las noches fogatas y cuentos de terror, probar su valentía visitando el cementerio en las afueras del pueblo, mirar las estrellas en “El Peñón” (acantilado donde contaban que se suicidaban los amantes despechados), y otras tantas otras cosas formaban el mundo mágico de estas temporadas de verano.
Al final de temporada se despidieron con una sonrisa y la promesa de escribirse, que por supuesto no cumplieron.  
Pasaron muchos veranos y muchas aventuras. La entrada a la pubertad matizó de sonrojos y situaciones embarazosas su amistad que no se resintió por esto ni por las discusiones y peleas propias de sus juegos, sin embargo, con la llegada de la adolescencia, los jóvenes se separaron, ellos formaron grupos, así como las chicas.  Sus encuentros eran en caminatas por la playa, bailes de verano en el Club Social, los carnavales, paseos por el malecón y el efecto fue los romances de verano, muchos de ellos fugaces, otros, como el de Rafael y Paola, se fortalecidos con el tiempo.
Rafael, a los veinte años,  había hecho algo de dinero con la pesca: tenía dos lanchas que le producían ingreso regular con la pesca artesanal y los paseos a turistas. Paola era muy amiga de sus hermanas y querida por sus padres.
Lo que tenía que llegar, llegó. Sus padres conocían su romance con Rafael pero pensaban que era una cosa pasajera, no era lo que esperaban para su hija. Cuando les contó que pensaba casarse con él, se escandalizaron y pusieron el grito en el cielo. Por supuesto, le prohibieron que lo siguiera viendo. Su padre montó en cólera y decidió regresar con su familia a Chiclayo.
– ¡Te juro, por lo más sagrado, que nunca permitiré que te cases con ese pobre diablo!
Paola, desesperada explotó en llanto. Su madre, en vez de consolarla, le dijo:
- No te reconozco como mi hija. Después que te hemos dado la mejor educación posible, vienes a enamorarte de un pueblerino inculto. No más regresaremos aquí, y nunca más lo volverás a ver.
En la tarde, Paola salió a escondidas para verse con Rafael. Este, al conocer lo que había sucedido, la abrazo tiernamente: estaba consternado. Luego, conversaron largamente y se despidieron con un beso y una promesa de amor eterno.
Paola regresó a su casa muy entrada la noche y se encerró en su cuarto sin comer. Sus padres ni siquiera le dirigieron la palabra. Al día siguiente fue la madre a llamarla para el desayuno y no recibió respuesta tras la puerta cerrada. Sospechando algo malo, desesperada, forzó la puerta y encontró el cuarto vacío y la ventana abierta de par en par. Sobre la cama había una nota.
“Queridos padres. Sé que no me van a comprender pero amo a Rafael con todo mi ser y no podría vivir sin él. Voy a entregar mi vida a este mar que tanto quiero, no me busquen, sería en vano. Los amo, los amo. Perdónenme, los amo.”
   La noticia envolvió a todo el pueblo. Los padres estaban desesperados. Rafael hundió la cabeza en el pecho y cerró la boca en un gesto duro, sin querer hablar con nadie. Todos buscaron. La policía investigó casa por casa. En el puesto de la guardia civil, a la entrada del pueblo, no registraron la salida de alguien durante la noche.
Voy a entregar mi vida a este mar “. Por supuesto, “El Peñón”. Bajaron al mar por el acantilado. Las lanchas peinaron la playa norte y sur, siguieron las corrientes, buscaron y buscaron. Pero todo fue inútil, al tercer día abandonaron la búsqueda.
El último día, Rafael se encerró en su cuarto y no quiso ver a nadie. Al día siguiente la historia volvió a repetirse. Rafael no contestó a las llamadas, al ingresar a su cuarto encontraron, sobre la cama tendida, una nota que decía:
“Lo siento padres, hermanos, pero no puedo seguir así. Ustedes saben cuánto la quiero. Sigo sus pasos, voy a reunirme con ella, y esta vez para siempre. Papá, mamá, yo sé cómo se aman y sé que ustedes comprenden. Los quiero. Adiós.”
Y la historia se repitió, la misma búsqueda y el mismo resultado, y al final, un nombre que aún permanece: “El peñón de los amantes”. Si miran hacia el sur, lo verán a mil metros de aquí hay un acantilado donde las olas revientan contra las rocas. Esta tarde estuve allí con Lita.
El silencio se hizo entre los jóvenes, algunas de ellas trataban de contener una furtiva lágrima.
- ¡Así no vale! - exclamó una joven - ¿Por qué las historias de amor tienen que terminar en tragedia?              .
- Porque una historia romántica que tiene un “happy end” no tiene gracia -contestó su pareja, – pero tienes razón, César, ¿no sabes de alguna historia que acabe bien?
- Yo no, pero Lita tiene un pequeño cuento que los puede hacer sonreír de nuevo.
- ¡Que lo cuente, que lo cuente! – corearon los jóvenes.
- Nooo… - dijo ella dirigiendo una pícara mirada a su pareja - se acerca la media noche y tengo una cita muy importante con César, y la tengo que cumplir aunque me muera de miedo.
- ¡Que lo cuente, que lo cuente! –insistieron los jóvenes.
- Bueno, bueno. Pero este cuento va a ser cortito. En realidad, es mi historia, y dice así:
Yo soy de Yurimaguas, que es un pueblo de la selva, muy difícil de llegar a él. Precisamente César es ingeniero y llegó hace seis meses con una empresa para construir una nueva carretera que nos una con Tarapoto. Yo trabajaba como guía turística en el hostal “El Refugio”, de mis padres, donde se alojaron los ingenieros. Las chicas del pueblo empezaron a visitar hostal con diversos pretextos para ver si conquistaban algún ingeniero y por supuesto ellos estaban felices de conseguir fácilmente algún plancito. Esto me disgustó, y más aún cuando estos pretendían conquistarme. Sobre todo por César, al que yo ya le había echado el ojo.
Entre los paquetes turísticos estaba la visita a la cascada “La Viuda”, hermosa caída de agua a un estanque natural. En uno de estos viajes tuve oportunidad de conocer más a César. Conversamos en el trayecto y nos hicimos patas. El era serio y yo una chica muy alegre y extrovertida, a mí me gustaba hablar y a él escuchar. Al pasar los días, nuestra amistad se estaba acabando para ser reemplazada por el amor, pero él no se decidía a declararse.
Un domingo, en el paseo a “La Viuda” (que César no se perdía por nada), después de llegar, tomarnos fotos y disfrutar de un ligero refrigerio, César me invitó a pasear por las orillas del río, aguas abajo. La pendiente aumentaba por lo que el río se hacía cada vez más rápido.
Descubrimos en la otra orilla una hermosa playa de blanca arena y como estábamos en ropa de baño, decidimos cruzar el río. Para mí no era problema, desde niña he lidiado con peores torrenteras, pero César no pudo cruzar; resbaló y fue arrastrado por las aguas. Yo me lancé tras él pero el río se hacía cada vez más torrentoso, fue cogido por un rápido que lo llevó a una olla, un remolino. Tras él fui yo.
Conseguí tomarlo por el pelo, luego me abracé a él, que luchaba desesperado no dejándose rescatar con tanto movimiento. El río nos hundía y luego nos sacaba a la superficie, llegó un momento en que abandoné toda esperanza y perdí el conocimiento.
Cuando desperté sentí que me estaban apretando el pecho, luego una boca sobre la mía que me soplaba. Me di cuenta de la situación y la disfruté por algunos minutos.
El río nos había arrojado sobre una pequeña playa, casi oculta entre los árboles y César trataba desesperadamente de revivirme. Casi sin darme cuenta, cogí su cabeza y lo abracé, y la respiración boca a boca se convirtió primero en un tímido beso, después en un tierno beso y luego...
No les cuento el resto porque supongo que lo están imaginando. Sí, sí y sí.
Retomamos el sendero de regreso tomados de la mano. No conversamos mucho. Nos mirábamos embobados. Un gesto vale más que mil palabras. Allí lo confirmé. Para entonces ya sabía quién tenía que ser el padre de mis hijos.
En la noche, en el Hotel, mis padres celebraban la cena en una mesa grande. Estaban presentes mi madre, mi padre, mis dos hermanos, César, dos ingenieros compañeros de él y una pareja de turistas. César era muy ceremonioso.
- Señor, señora...
La cena había terminado, estábamos tomando el café de rigor y las palabras de César pidiendo la atención de mis padres creó un suspenso.
- Respetuosamente, quiero pedirles permiso para cortejar a su hija Estela.
En la selva, el amor es salvaje. Las mujeres somos completamente liberadas y los padres nunca se meten en los romances de sus hijos. Sin embargo mis padres, que eran costeños, sonrieron complacidos.
- Ingeniero. Me da gusto que tenga la delicadeza de dirigirse a nosotros para hacernos conocer sus intenciones. Mi hija goza de toda mi confianza. Es una personita alegre, con mucha personalidad, buena y cariñosa. Mi voluntad está hecha a sus deseos. Lita, ¿tú qué dices?
- Papá, mamá. Miren bien la cara de este guapo. Así van a ser vuestros nietos.
Así transcurrieron los meses, hasta que un día, César llegó corriendo al Hotel.
- Estela, me acaban de comunicar que tengo que irme. El jefe de ingenieros de la División Norte, en Chiclayo, ha renunciado. La Gerencia de la Empresa me ha nombrado  en ese puesto y ha enviado una avioneta por mí. Tengo que embarcarme a las cinco de la tarde. Tenemos que decidir qué hacer.
Mamá estaba presente y llamó a mi padre.
- Papá, ya hablé con César. Me voy con él esta tarde.
- ¿Así no más?
- Sí papá. César me va a raptar.
- ¡Hijita! – mi padre sonrió.
- Lita, - replicó mamá – no repitas nuestra historia.
- ¡Un momento! – interrumpió papá - César, ¿tú amas a mi hija?
- ¡Sí, por supuesto!  Después me voy a casar con ella.
- ¿Por qué después?  Cásate ahora.
- Pero, los permisos, los anuncios, los exámenes..
Mi padre era muy querido y conocido en Yurimaguas. Sus amigos, las autoridades civiles y religiosas no pusieron ninguna objeción. A las doce el alcalde, sí, acepto. A la una el párroco, sí prometo. A las dos comida familiar. El vuelo era a las cinco.
Por supuesto que abundaron las lágrimas, la alegría, las promesas, pero tenía un diablillo que me aguijoneaba.
- Mamá, quiero que seas sincera conmigo. Confiesa. ¿Cuándo dije que César me iba a raptar, ¿qué quisiste decir con “no repitas nuestra historia”?
- Ay, Lita, se me escapó. En realidad…
- No, Paola. Ya es hora que nuestros hijos conozcan la historia verdadera. Cuéntale como te rapté.
- Mira Lita, nosotros estábamos en Pacasmayo donde vivía Rafael y mi familia pasaba el verano; llevábamos enamorados varios años y de pronto mis padres, al saber que iba en serio,  nos prohibieron vernos.  Me iban a llevar al día siguiente a Chiclayo y luego enviar donde una tía en España para que olvidara a Rafael. Esa noche nos pusimos de acuerdo; yo escribí una carta dando a entender que me iba a suicidar y escapé. Rafael me ocultó y por tres días todo el pueblo me buscó, después, también fingió suicidarse. Al cuarto día, en la madrugada, con la ropa que teníamos puesta, unos pocos soles que a Rafael le dio su padre y sus ahorros, salimos a la carretera y tras muchas dificultades logramos llegar a Yurimaguas, donde nos asentamos. A los nueve meses, naciste tú.
- Lita, tu madre fue muy valiente. Son tres días y tres noches que estuvo escondida.
- Pero mamita. ¿Dónde se escondieron tan bien?
- En el único sitio que no se les ocurrió buscar: el cementerio. Fueron tres días de amor y terror. Rafael me traía agua y comida en las noches y dormíamos en una tumba vacía. Allí fuiste concebida.
Así me lo contaron mis padres ayer y así se los cuento. Ahora tengo que cumplir con algo que les prometí entonces. César, ponte tu mochila, ya son las doce. Vamos.
- ¡A donde van?
- ¿Cómo, no se lo imaginan?  Al cementerio.  ¡Adiós muchachos…!
- ¡Oooh…!

No hay comentarios:

Publicar un comentario