La Bomba
1986. Mi
jefe, el Contralor, me había dado un permiso excepcional en atención a un
pedido de la OEA, para un trabajo en Venezuela y regresé, luego de trabajar por
3 meses como consultor en el apoyo del OEA al Gobierno Venezolano. A mi regreso, con los dólares ganados en el
bolsillo, me compré dos cosas que estaba queriendo desde hace mucho tiempo: un
piano de cuarto de cola y una camioneta Hillman Station Wagon. La equipé con
una radio Blaupunk antigua comprada en nuestro mercado de pulgas limeño:
Tacora. Con Pepe, mi cuñado, éramos
amantes de las antigüedades y frecuentábamos Tacora y la Casa de Remates en
amigable competencia, en busca de gangas.
Vivir en la Lima de
1986 no era fácil. Los atentados terroristas como voladuras de torres de
transmisión de energía, provocaban frecuentes apagones en Lima. En julio, en
vísperas de fiestas patrias, explotaron bombas incendiarias en los hoteles
Sheraton, Crillón y Bolívar. Bombas en agencias bancarias y establecimientos
comerciales, atentados en casas de funcionarios, y otros actos terroristas que
cobraron muchas vidas. Se estableció el estado de emergencia y el toque de
queda. A las 20:00 horas todo el mundo
se retiraba a sus hogares, prohibida la circulación por las calles. En emergencias se salía con la luz interior
del auto prendida y una bandera blanca por la ventana. Había una sicosis colectiva. En las noches, a veces se escuchaban los
bombazos lejanos y rogábamos para que ningún conocida hubiera sufrido daño.
Sin embargo, la vida
continuaba. Mi trabajo como sub-gerente
de Informática en la Contraloría General de la República me daba muchas
satisfacciones. Si trabajas en lo que te
gusta, este se siente como una gratificación, no como una carga.
La primera semana de
Agosto viajé a la oficina luciendo mi flamante camioneta. En el camino encendí mi hermosa radio alemana
Blaupunk para escuchar las noticias: “en los centros
penitenciario de Lurigancho y de la Isla “El Frontón”, más de 200 internos acusados o sentenciados
por terrorismo perdieron la vida durante los motines del mes de por el uso
deliberado y excesivo de la fuerza
contra los reclusos, que una vez
rendidos y controlados fueron ejecutados extrajudicialmente por agentes del Estado.”
Llegué al edificio
del banco Continental en el Jirón Lampa, donde estaban las oficinas del banco
en los cuatro primeros pisos y la Contraloría en los pisos altos. Ya era cerca las 08:00 horas, estaba llegando
un poco tarde y tuve que soportar la espera, bocinazos y algarabía por todos
los automovilistas que queríamos estacionar en los sótanos. Mi sitio reservado estaba en el tercer sótano
así que demoré en estacionarlo. Cerré la
puerta del auto con llave y subí apresurado al décimo piso, donde trabajaba.
Yo estaba absorto revisando
unos papeles, cuando sentí que me tocaban el hombro. Era el Contralor acompañado por un Capitán de
la policía, ambos muy serios.
- Juan – el Capitán Rodríguez te necesita, ve
con él.
- Mucho gusto Capitán, ¿para qué soy útil?
- Ingeniero, necesito hablarle, acompáñeme.
Salimos del edificio
y me sorprendió ver unas 100 personas en la acera del frente, conversando
animadamente, mientras más gente salía del Banco.
- ¿Qué está sucediendo? – le pregunté.
El
Capitán me hizo entrar y sentarme con él en su camioneta y me respondió.
- Estamos haciendo un simulacro de sismo para
sacar a la gente del edificio. Lo que
sucede que tenemos una alarma de bomba y
estamos esperando al Teniente Lizárraga, nuestro experto en desactivación de
artefactos explosivos. En la Comandancia
están muy preocupados, este sería el quinto
atentado a Bancos en menos de dos semanas. No sé cómo se nos logra filtrar
tantos terrucos.
- ¿Y qué tengo que ver yo en este asunto? –
pregunté.
- ¿Tú tienes un Hillman blanco en el tercer
sótano, nó?
- Sí…
- Pues le han clavado una bomba. Te llamamos para que nos abras el carro y nos
ayudes buscando el artefacto. Tu conocen bien tu carro.
En
ese momento llegó corriendo el Teniente Lizárraga, se presentó ante nosotros y
el Capitán lo puso al tanto del problema.
Nos encaminamos los tres al lugar del peligro. Recién me di cuenta de la importancia del
hecho al ver tantos policías; 10 en camino al tercer sótano y 20 dentro del
sótano, con escudos protectores, escondidos tras los otros autos estacionados,
todos mirando mi Hillman. Una terrible
sospecha acunó en mi mente.
- ¡Todos en silencio! – gritó el Capitán. - ¿pueden
oír el reloj de la bomba?
- Tac… tac… tac… tac
Los
terroristas construían sus bombas caseras con dinamita o anfo y el dispositivo
explosivo estaba conectado a un reloj despertado donde la manecilla, al llegar
a determinada hora, hacía contacto eléctrico provocando la explosión.
- Capitán, ¿qué le parece si acompaño al Teniente?
- ¡Claro! Para eso lo traje. ¡Vayan de inmediato,
apúrense que no sabemos cuánto tiempo nos queda!
En
el camino conversé con el Teniente sobre mis sospechas. Llegando al vehículo el teniente se deslizó
boca arriba bajo la camioneta para
buscar la bomba. Yo subí al carro y
estuve pensando un minuto… El domingo había llevado en mi Hillman a mi familia
a la playa La Herradura escuchando música por la radio. Cuando pasamos por el túnel calló la música y
solo se escuchaba: “Tac,… tac,… tac…”.
Mis hijos comenzaron a reírse de mi radio; tenía tan poca potencia el
pobrecito.
Apagué
la radio y cesó el ruido. Se escucharon
afuera los suspiros de alivio y aplausos de más de veinte soldados que habían
pasado momentos de verdadera tensión.
- Teniente Silva, corra y dígale al
administrador que suspenda el simulacro de sismo. Ya todo está arreglado. Se acercó a nosotros.
Teniente Lizárraga, cuénteme como ha sido la cosa.
- Falsa alarma capitán – (al oído y en voz
baja) – El ingeniero había estado escuchando su radio y cuando bajó al tercer
sótano, se perdió la señal pero quedó sonando ese tac, tac, tac que alertó a
todos. Es una radio antigua mi
Capitán. Cuando apagó la radio cesó el
sonido.
- ¡Mierda!
Bajó
corriendo un policía para darle un mensaje al Capitán.
- ¡Mi Capitán, el General Gómez lo está
esperando al teléfono en la oficina del Administrador!
- ¡Mierda!
Subimos
y nos encerramos en la oficina mientras hablaban.
- A sus órdenes mi General.
- Capitán Martínez, ya el administrador del
Banco me ha comunicado que se ha conjurado el peligro. Lo felicito, ya me entrevistó la prensa y les
he comunicado el éxito en la desactivación de la bomba. Estábamos muy preocupados por tantos
atentados del MRTA y Sendero Luminoso.
He ordenado que mi felicitación se incluya en las hojas de servicio de
ustedes dos. Ahora quiero que se venga a
mi despacho sin dar declaraciones a la prensa… ¡Inmediatamente!
- ¡Pero, mi General…!
- ¡Sin peros!
Las órdenes se cumplen…
- …sin dudas ni murmuraciones, mi General.
El
Capitán quedó pensativo. Estábamos
conscientes de lo que había sucedido.
Estábamos en problemas, a no ser…
- Teniente Lizárraga – dijo el Capitán. Lo felicito por su maestría al haber
desactivado esa bomba en el carro del Ingeniero. Cuando lleguemos al cuartel quiero que entre
al laboratorio y me escriba un informe completo, indicándome las
características de la bomba, su alta peligrosidad y su gran potencia que podría
haber volado medio edificio…
- ¡Pero,…
cuál bomba mi Capitán…?
- Sin peros Teniente. Las órdenes se cumplen…
- …sin dudas ni murmuraciones, mi Capitán.
- Y usted Ingeniero, ¿supongo que no va a
alterar mi historia? Si lo hiciera
podría ser acusado de ser colaborador de los terrucos…
- ¡No Capitán!
Me gusta su historia…
Nos miramos serios,
los tres, y de repente… soltamos una carcajada al unísono.
Yo,… hasta ahora me
estoy riendo.
Un capitulo mas , un trozo de vida.
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