31 ene 2012

24 horas





24 horas


Miró el reloj: las 6 de la tarde.

¡Click!
- Aló, si…?
-  Aló, señora, usted no me conoce.  Me apena pero tengo que contarle que su marido la engaña.  Hoy, dentro de una hora, a las siete de la noche, se va a encontrar con su amante en el bar de la esquina de su oficina.  Le cuento esto por su bien.  Adiós.
Algo se quebró en ella. Se miró en el espejo. ¿Hace cuanto tiempo que no iba a la peluquería, o se hacía la manicure, o se maquillaba? ¿Cómo así había desatendido a su marido? Estaba tan dedicada a sus dos pequeños que había descuidado la relación con su esposo. Pero no lo podía creer, tendría que verlo con sus propios ojos. 
Le dijo a la empleada que no se preocupen por ella porque iba a llegar tarde.  Dio un beso a sus hijos y los dejó jugando, salió de casa y tomó un taxi.
- Señor, estacione su taxi cerca de ese bar. Vamos a esperar.
- Pero señora…
- Tome cien soles por dos horas ¿está bien?

- Claro, “con la plata baila el mono”, no hay problema.
Esperaron diez minutos antes de que llegue el carro de su marido.  Ella se escondió para ver sin que la vieran.  Estacionó en la puerta del bar, dio la vuelta al carro para abrir la puerta a una rubia muy sexy, claro… ¡su secretaria! - ¡Desgraciado, a mí nunca me abres la puerta…! - pensó. Siguieron esperando. A la media hora se abrieron las puertas y salieron tomados de la man y subieron al auto.
- Sígalos, no los pierda de vista.
- Usted ordena patrona.
Un motel en una calle solitaria.  El carro de los amantes ingresó por el portón y ella se quedó en la soledad más completa.  Desde que le pasaron el chisme su rostro había quedado impasible.
- Regrese al mismo bar, por favor.
- Como no.  Señora, déjeme decirle que lo lamento, yo…
- Gracias, comprendo, no se preocupe.
Se sentó en la barra y pidió un coñac.  Un elegante caballero a su lado, la miró intrigado. ¿Qué podría estar haciendo en la barra de un bar esa ama de casa (era la impresión que daba y no se equivocaba) frente a un trago de hombres?
Apuró el coñac, sintió el impacto y se estremeció.  De repente la decepción, el dolor, la vergüenza rompieron el dique de su educada elegancia y estalló en sollozos incontrolables.  El caballero sorprendido le dio su pañuelo para que se enjugase las lágrimas y la cogió por los hombros.  Ella pegó su rostro a su pecho pero siguió sollozando silenciosamente.  Él hizo una señal al mozo y entre ambos la llevaron a una mesa aislada.  Él pidió dos cafés expresos dobles y esperó que se calme.
- Señor, estoy desolada, avergonzada.  ¿Cómo pude…?
- Ni vergüenzas ni nada. Solo serénese.
- Es que…
- Mire, tome su café que se enfría.  Después hablamos.
Pasó un rato largo hasta que ella tímidamente levantó la vista. La estaba mirando con una leve sonrisa.  Le devolvió la sonrisa.  Ahora estaba calmada, pero enfurecida.  Primera vez en su vida que sentía esa ira, ganas de golpear, de herir y ser herida.
- No sé como…
- Lo sé.
- En realidad, me ha sucedido algo que…
- Lo sé.
- Tengo que decirle…
- Nada.  No tiene que decirme nada, pero si quiere contarme su drama soy su escucha.
- Pero usted no me conoce.
- La conozco.  La vi llorar.  ¿Usted, porque está hablando conmigo?
- No sé.  Me inspira confianza.
- Pues bien, usted hace que me sienta bueno.  Me hace sentir como un caballero andante que tiene que salvar a su dama de las garras de un dragón.
- Ningún dragón.  Es mi marido, al que amo tanto.  ¡Nooo…! Al que odio.
- No amiga, usted no es de las que saben odiar.
- Pues nunca es tarde para aprender.  Le voy a contar lo que me ha pasado.
Quizá por el coñac, quizá por el desencanto o por la confianza que le inspiraba le contó lo sucedido en ese negro día.  La escuchaba con atención.  La catarsis fue saludable.
- ¿Sigues odiándolo?
- A ti te lo puedo decir (sin darse cuenta ya se tuteaban).  Jamás odié a nadie, siempre fui una mujer ejemplar, me casé con mi primer y único amor, ahora creo que también el último,  pero me traicionó y nunca podré perdonarlo.  Mañana mismo me voy con mis hijos donde mis padres.
- Te voy a decir una cosa, tú también tienes la culpa.  Te casaste con él para estar siempre juntos, en las buenas y en las malas.  ¿Te vas a rendir a la primera “mala”?
- Es que me ha traicionado, me es infiel.  Imposible perdonarlo.
- Comprendo.  Como eres “doña perfecta” nadie puede fallarte porque no sería digno de ti.  Dime, ¿con cuántos otros hombres has estado, además de tu marido?-
- ¡Con ninguno, por supuesto!, hasta la pregunta ofende. - Pídeme otro coñac..
- ¡Mozo, dos coñac!... - ¿Pero, has tenido tentaciones?
- ¡Claro!  Pero he sabido comportarme, he sido fuerte.
- Amiga.  Primera lección.  Tú no eres fuerte.  Te has derrumbado por una pequeñez.  ¡Shhh...!  No protestes, escucha.  No confundas la virtud con la cobardía.  Por lo que me has contado tú tienes una enfermedad que llamaría “biofobia”.  Tienes miedo de vivir.  Miedo a la aventura, al peligro, al dolor, al placer, a equivocarte, a descubrirte a ti misma y desenterrar tu “mujer biológica”.
Se sintió herida.  Reconocía la verdad en lo que le dijo y sentía una rabia e impotencia que la hizo apretar los dientes.  No, lo seguía odiando, nunca perdonaría su infidelidad. ¿Con cuantas mujeres habría estado mientras ella permanecía en casa, como una estúpida mirando sus telenovelas?  Cerró los ojos con fuerza mientras se decía: “me voy a vengar, en la primera oportunidad voy a devolverle ese golpe bajo, si… lo haré”.
Pasaron unos minutos de reflexión calentando el coñac entre las manos y saboreándolo sorbo a sorbo.  Abrió los ojos y el caballero de ojos verdes la estaba mirando. ¡Qué guapo es! pensó, y  luego en voz baja:
- Ya sé lo que voy a hacer.
- ¿Qué dices…?
- Que quiero que me hagas el amor.
- ¡Queeeé…!
- ¡QUIERO QUE ME HAGAS EL AMOR! – gritó.
Todos los presentes voltearon a mirar.  Los dos se miraron asustados, sorprendidos, luego avergonzados, mientras la gente aplaudía.  Él, sonrojado, dejó un par de billetes en la mesa, la tomó de la mano y la sacó apurado del bar, entre sonrisas cómplices, felicitaciones y silbidos.
No se volvieron a dirigir la palabra para nada, todo estaba sobreentendido.  La llevó a su departamento, a oscuras, la desvistió lentamente, luego la besó suave, dulcemente, y empezó a acariciarla.  Ella se dejaba hacer mientras su cuerpo se estremecía por este placer prohibido. Temerosa primero, tierna luego y de pronto se desató la pasión.  Seguían acariciándose, su cuerpo ruborizado se endurecía, se estremecía y se tornaba cálido, extrañas pero gratas sensaciones la invadían, y todo eso era nuevo para ella.  Terminó palpitante, rígida, con las uñas clavadas en la espalda de su pareja, ambos agitados, hasta llegar al clímax: sí, era la pequeña muerte.  Luego, el reposo del guerrero, descansar sobre su velludo pecho en una paz absoluta.  Cinco minutos de silencio.
- Hola, ¿qué tal?
- Hola, gusto de conocerte.
- ¿Cómo te llamas?
- No me llamo, me llaman “el mago”.
- ¿Porqué mago?
- Porque hago milagros, no milagros, magia: creo personajes, fabrico paisajes, convierto lo malo en bueno y lo feo en bonito, hago emocionar, llorar o reír a la gente.
- ¿Por qué me quieres engañar?  Dime la verdad.
- Es la verdad, soy escritor, director de teatro… y también actor.
- Te faltó algo, también eres el amante perfecto.  Eres un mago de verdad.  Con un pase has convertido mi pena en gozo, mi tortura en paz.
- No me has dicho tu nombre, ¿cómo te llamas?
- No tengo nombre. Yo soy nadie.
- Bonito nombre, “Nadie”, como Ulises.  Dime Nadie, ¿sigues odiando a tu marido?
- Eres un maldito.  ¿Cómo lo sabes?  Ya no lo odio, lo amo lo extraño. ¿Qué me ha pasado? ¿Porqué, Dios mío, porqué?!!!
- Bienvenida al club de los pecadores.  Recién ahora puedes ser tan humilde como para conocerte a ti misma.  Para poder perdonar primero hay que conocer el pecado.
- ¡Pecadora! ¡Bravo, por fin he pecado…!  Pero dime, ¿por qué no estoy arrepentida?
- Bienvenida al club del amor.  Porque hemos tenido sexo con humanidad, ternura y cariño.
-  ¡Pero si yo amo a mi marido!
- Y a mí.
- ¡Mentira, eso no puede ser! No se puede amar a dos hombres a la vez.
- Tonta.  Si amas a un solo hombre eso es posesión, egoísmo.  El que siente el verdadero amor ama a todos.  La moral, o sea las costumbres, te pide que tengas sexo solo con tu cónyuge, pero amas a tus padres, a tus hermanos, a tu esposo, a tus hijos, a tus amigos…
- Pero contigo, ¿Qué es lo que siento?
- Que me amas como amigo.  Nuestro sexo es pasajero. Hoy vas a regresar con tu esposo, lo vas a perdonar…
- ¡Ya lo perdoné!
- … y vas a cambiar tu vida.
- Si, te lo juro.  Pero, por favor, quiero más…
- Yo también, pero cierra los ojos…
Se dejó hacer.  Sin apuros, lentamente como si no quisieran que acabara el bíblico “tiempo para amar”.  Se conocieron.  Para ella, era nueva esa entrega total,  esa comunión en el placer.  Él era un tierno artista que interpretaba obras maestras tocando su cuerpo como un cálido instrumento.  Sin apuros recorrió sus valles y montañas aprendiendo ambos la geografía del placer, entre gemidos y sonrisas.  Se amaron una y otra vez hasta caer rendidos entre risas cómplices y besos tiernos y sin separarse - ¡ni se te ocurra! - y a la sombra del humo de un  cigarrillo, libres de vergüenzas y pudores, se contaron sus historias.
Por primera vez vio todo claro. Sí, ella, educada por las monjas, era la pacata, era culpable. Pero ahora había cambiado completamente, se sentía; una mujer nueva, diferente, opuesta, libre, en paz, feliz.
       Se acomodó en sus brazos meditando.  Sí, lo quería ¿Cómo era posible que en un par de horas supiera tanto de este hombre y él de ella? La Biblia tiene razón, cuando dice “David conoció a Betsabé” en vez de decir “hizo el amor con”.
- ¿Pero como hago para recuperar su cariño?
- Tú eres hermosa y no lo aprovechas, vístete sexy, maquíllate, excítalo, provócalo, sé sensual, atrevida, coqueta, juega con él.   Vivan aventuras juntos.  Que sus vidas se renueven día a día.  Huye de la rutina.
- ¿Podré hacer todo lo que pides?  Me siento tan inútil.
- Ahora soy tu amante pero siempre seré tu amigo, y como amigo, me tienes a tu disposición.  Vamos a pensar en algo, pero antes, déjame despedirme de tu cuerpo.
- También yo lo estaba deseando.  Son seis veces y yo nunca antes... ¿No seré ninfómana?
- No, querida, solo eres una bella durmiente que ha despertado con un beso sincero y has despertado con unas ganas terribles, creo.  Y yo me siento el sapo convertido en príncipe con tu primer beso.
La bella durmiente y el sapo se rieron como ríen los niños inocentes de cualquier tontería.  Ella le hacía cosquillas y él le correspondía, hasta que las risas se fueron convirtiendo en gemidos, susurros, y tiernas caricias.  Lentamente, solemnemente, dulcemente, volvieron a “conocerse”  y descorrieron el séptimo velo.
Llegó a casa en la madrugada.  Él dormía profundamente. Despacito, se acostó a su lado, le dio un tierno beso en la mejilla y se durmió como un bebé.
Despertó sobresaltada, era las ocho de la mañana del sábado y los Bancos abren a las nueve.  Su esposo estaba en el baño.
- Hola, amor, anoche llegué un poco tarde.
- Sí querida, en la madrugada. La chica me avisó que ibas a ir a una fiesta de tus amigas. ¿Te divertiste?
- No te imaginas cuanto.  Tengo que ir al banco a sacar dos mil dólares para cancelar mis cuentas de las tarjetas.  ¿Me acompañas?
- Pensaba jugar tenis en el club…
- No seas malo, mira que no me gusta caminar con tanto dinero en la cartera, me pueden asaltar.
- Bueno, tomamos desayuno y salimos.
Estacionó su Volvo en el segundo sótano del centro comercial, fueron al banco y ella sacó dos mil dólares.  Regresaron al vehículo y él metió las manos al bolsillo para sacar las llaves.  De repente, él sintió que bruscamente le torcieron el brazo tras la espalda y le pusieron una pistola en la sien.
- ¡Silencio mierda!, ¡no se muevan o los quemo, no volteen, de cara contra la pared!
- Querida, hazle caso,  no grites, tranquilízate, no va pasar nada.
No pudo seguir hablando, un pañuelo con cloroformo en su cara y perdió el conocimiento.  
No sabía cuánto tiempo había transcurrido cuando despertó. Negrura absoluta, estaba atado de pies y manos, se movió y sintió otro cuerpo cálido pegado al suyo ¡Estaban en la maletera de un auto!  En la oscuridad reconoció el perfume de su mujer.
- Querida, ¿Cómo estás, que te han hecho?
- Estoy asustada.  Nos han secuestrado.  Me quitaron los dos mil dólares y mi tarjeta Master Card.  El tipo me amenazó con matarte y he tenido que darle la clave de la tarjeta de crédito, pero amor, con el susto me confundí y le di la clave de la tarjeta Visa.  Tengo mucho miedo amor, cuando regrese nos va a matar.
- Tienes que ser valiente cariño. ¿Sabes dónde estamos?
- Creo que hemos viajado más de una hora y se siente el sonido del mar. Debe ser alguna playa del sur.  Hace diez minutos que se fue, tenemos como una hora antes que regrese.
Intentaron desatarse pero fue en vano.  Estaban atados frente a frente, cabeza con cabeza.  Él presentía lo peor y quiso contarle todo.  Es más fácil confesarse en la oscuridad. La beso dulcemente y le dijo:
- Cariño, quizá sea esta la última oportunidad de hablar solos.  Voy a decirte algunas cosas que tú no conoces.  ¿Recuerdas la Universidad?  Yo estaba en quinto año de Ingeniería Civil y tú estabas en segundo año de Arquitectura.
- Sí, pero ya nos conocíamos como amigos de barrio, tú no me dabas bola.
- No te molestes pero en esa época no eras una muchacha agraciada. Tenías una nariz ganchuda, que afeaba tu cara.  Yo estaba enamorado de una rubia compañera tuya que cuando me declaré se rió de mí y me mandó a rodar.  Conversando de mujeres con mi collera alguien se acordó de ti, decían que no ibas a encontrar a nadie que te soporte.  Yo te estimaba y eso me dolió y protesté.  Me desafiaron y me apostaron un chifa que yo no me declaraba a ti.  De pura cólera acepté.  ¿Recuerdas como te pedí que fueras mi enamorada?  Tenía la esperanza de que no aceptes, pero dijiste que sí.
- Yo estaba enamorada de ti en el barrio desde los nueve años.  Ese fue el momento más emocionante de mi vida.  Lo que menos esperaba y lo que más deseaba, sucedió.
- Tuve que besarte maniobrando para no chocar con tu nariz ganchuda. Me agradaba tu compañía, me acostumbré a ti, pero no pensaba casarme contigo.  Eras mi cómoda amiga-novia.  Tú no pedías nada y me soportabas todo.  ¿Qué más podía pedir?
- Entonces, ¿por qué terminaste conmigo aquella vez?  Eso me destrozó.
- Me enamoré de otra chica, era una belleza.  No era del barrio.  Estuve con ella unos meses y la encontré muy vacía, tonta.  Ella me encontró muy exigente, muy vivo y peleamos. Hasta ahora no sé quién dejó a quién.  Después tuve vergüenza de regresar contigo.
- Pero volviste. ¿Por qué te casaste conmigo?
- Esto es lo más duro: un día me llamó tu padre, me dijo que tú estabas destrozada por mi ausencia. Me rogó que regrese contigo, que tú me amabas, que me daría trabajo en su empresa, me pidió que me casara contigo.
- Lo sé.  Estaba escuchando tras la puerta.  ¿Y por qué aceptaste si no me querías?
- No sé.  Te quería pero como a una hermanita menor.  Además estaba decepcionado: dos enamoradas me habían rechazado, ya había presentado mi tesis y obtenido el título de ingeniero y estaba sin trabajo.  Además tú me querías.
- ¿Y por qué has dejado de quererme?  ¿Qué hay con tu secretaria?
- ¿Quéeee?!!! ¿Cómo? ¿Cómo sabes…? Yo…, bueno, te voy a contar todo.
Antes de casarnos te operaste de la nariz y te convertiste de patito feo en bello cisne.  Me impresionaste, pero nuestra luna de miel fue casi un fracaso ¿recuerdas?
- Para mí fue muy doloroso para mí la primera vez.  Además no estaba preparada para eso, ni las monjas ni mamá me contaron lo que iba a suceder.
- Cuando llegaron los niños todo cambió, me robaron el corazón.  Tú fuiste una madre perfecta y aprendí a admirarte.  Día a día te quería más y estaba más orgulloso de ti.  Tú en cambio te distanciabas, volcabas todo tu amor en los chicos y no quedaba nada para mí.   Muchas veces quería estar contigo y me rehuías.
- Y por eso te fuiste con tu secretaria.  ¿Desde cuándo estás con ella?
- Querida, no te puedo negar que he estado inquieto y pensado en otras mujeres.  No sé si es la “picazón del séptimo año”, tu indiferencia a mi deseo o ambas cosas, pero te juro que nunca te he sacado la vuelta. Mi secretaria viene insinuándose hace tiempo y ayer me sedujo.  Yo caí como un estúpido y te pido perdón por eso.  La llevé a un motel pero a la hora de la verdad no pude hacerlo, mi cuerpo no respondía, yo sólo pensaba en ti.  Mi secre quedó despechada, creo que con eso ya está curada.  Imagínate, cree que soy maricón.
-¿No me mientes?
- ¡Te lo juro por nuestros hijos, y tú sabes cuánto los quiero!
- Te creo, amor, pero bésame que siento ruidos.  Está estacionando su carro, ya ha regresado.  Tengo miedo…
- Se valiente querida, tenemos que estar preparados para lo peor, pero si salimos de esta te juro que viajamos de inmediato a algún lado solos tú y yo.
El secuestrador entró al garaje dando un portazo y gritando groserías.   Los sacó de la maletera del Volvo y, tirándolos al suelo, los  pateó.
- ¡Perra desgraciada! ¡Me has engañado. Puta, puta, puta, te voy a enseñar a mentir!
- ¡No, no, no,  perdóneme señor, me equivoqué de número, perdón, perdón!!
- ¡Qué perdón ni qué carajo!  ¡Ahora vas a ver!
Sacó su pistola, liberó sus manos y pies de las cuerdas, la levantó del suelo, y encañonándola con el arma, la abrazó y comenzó a besarla en el cuello, en la cara.  Ella rehuía, se retorcía, trataba de quitar su boca, gritaba.
- ¡No, por favor, no, no, nooo…!
- ¡Conchetumadre! ¡Hijoeputa! ¡Deja a mi mujer! Yo te daré todo la plata que tengo, pero suéltela maldito!
Él, riéndose le abrió la blusa de un titón,  le bajó el sostén y empezó a besarle los senos y acariciar su trasero.  Le puso la pistola en el pecho mientras ceñía su cintura con el brazo libre, apretándola contra sí.  Ella gritaba, su marido blasfemaba y sollozaba retorciéndose en el suelo.  Ella quiso liberarse y en medio del forcejeo sonó un disparo.  
Se hizo la quietud y el silencio, ella con la boca abierta, una mueca de asombro y terror en la cara, sacó de entre ambos la mano ensangrentada.  El marido dio un grito espeluznante de dolor.  
El secuestrador lentamente, dobló las rodillas y cayó al suelo, con la camisa manchada de sangre y una mueca de horror e incredulidad en el rostro y así quedó.  Ella consternada gritaba: ¡Lo maté, lo maté, lo maté…!
Se acercó y puso sus dedos en el cuello buscándole el pulso, cogió un trapo del suelo y le tapó el rostro.
- ¡Está muerto!
- Calma querida, desátame que yo me encargo. No toques nada, voy a limpiar tus huellas.
Ella buscó en sus bolsillos recuperando la tarjeta de crédito y los dos mil dólares.  No tenía nada más.  Se arregló la ropa, recogió su cartera.  
Revisaron el lugar, era un rancho de playa vacío.  Su Volvo fiel los esperaba con las llaves puestas. Afuera estaba el auto del secuestrador, no había un alma en los alrededores: una trocha de cien metros y la Panamericana.
Llegaron a casa a las cuatro de la tarde. La abuela los esperaba con la comida servida caliente. Abrazaron a los niños y los dejaron jugando al cuidado de su nana.    
- ¡Gracias, mamá! – dijo ella – enseguida nos vamos a dar un duchazo y luego nos vamos a Punta Sal, ¿puedes quedarte por una semana con los niños?  
- Compraré los boletos por Internet.  Apúrate que son las cinco y el vuelo es a las siete.

- Anda preparando tu maleta, luego haré la mía rápido, mientras subo por mi cartera y doy un telefonazo.

Era una segunda luna de miel (¿o tercera, considerando la de anoche?).  Era el comienzo de un nuevo capítulo en su vida, pero antes tenía que cerrar el anterior.
- Aló,…
- Aló, ¿Nadie?
- ¡Maldito, me asustaste, creí que te había matado de verdad!
- Te lo dije, soy buen actor, buen director de escena y además un mago.
- Todo bien, no puedo hablar mucho porque él me está esperando. Eres un verdadero amigo y maestro.  Te quiero.  Gracias, adiós, y hasta nunca.
- También te quiero, amiga, pero jamás digas nunca... Adiós.
¡Click!

Miró el reloj: las 6 de la tarde.



1 comentario:

  1. Excelente relato Juan, muy bien llevado hasta el final se mantuvo la intriga.
    Un abrazo

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