29 ene 2012

La llorona


La Llorona
¿Tienen vida propia mis manos,?
Pese a mis 17 años, mis manos tenían el dorso arrugado, curtido por la sal y el sol, cubierto de cicatrices.  Había estado observando las manos de mis amigos y todas ellas eran lisas, delicadas. 
Sin embargo, me gustaban mis manos.  Sensibles para la pesca al cordel, para la búsqueda de peces, cangrejos y pulpos  escondidos bajo las rocas.  Yo era un “avis raris” en mi grupo de jóvenes que veníamos año tras año a vacacionar a las playas de Tortugas.  A diferencia de ellos, me gustaba la soledad de las largas caminatas por las playas vecinas, de las esperas sentado en las rocas o en el muelle, mar afuera, pescando,  en la caza de pulpos y cangrejos.  En los atardeceres, amistosos pero furiosos partidos de fútbol, en las noches lánguidas conversaciones en grupos de chicos y chicas, caminando en la playa o sentados alrededor de fogatas.
Esta mañana había encontrado una gran roca a pocos metros de la orilla y decidí buscar peces, cangrejos y eventualmente pulpos escondidos en sus oquedades. Me sumergí y empecé la búsqueda.  De pronto me encontré con un enorme pulpo alojado en una grieta, a metro y medio bajo el agua. El pulpo estaba en posición de caza, cuatro tentáculos con las ventosas mostrándose agresivas, dispuestas a pegarse a cualquier objeto al primer roce y rodearlo, abrazarlo, atraerlo hacia el centro de los tentáculos  donde estaba su boca provista de un duro pico con el que cortaba e ingería pedazo por pedazo a sus víctimas.
Dejé atrapar mi mano, ofreciendo poca resistencia, la suficiente para que no llegue a su boca.  Con la otra mano comencé a despegar los tentáculos y la lucha cobró forma: el pulpo comenzó a jalar con más fuerza y yo a resistirme mientras trataba de despegar los tentáculos que lo sostenían a la roca.  Poco a poco iba ganándole la batalla.  Cuando el pulpo se sintió perdido, soltó su tinta oscureciendo las aguas para poder huir. En el momento que se soltó para escapar nadando, lo cogí por la cabeza que tiene un pliegue donde metí mi mano, quedando a mi merced.  Salí del agua, sin embargo sus largos tentáculos seguían adheridos a mis brazos, a mi pecho, pero liberando una mano pude poco a poco desprenderlos todos. 
Procedí a golpear al pulpo contra la superficie del mar; era un hermoso ejemplar de un metro.  Con los golpes, fue perdiendo fuerzas hasta quedar, lacio, moribundo.  Abrí mi bolsa de mariscos y lo deposité.  Me lave la sustancia gelatinosa de los brazos y pecho con agua marina, me senté en una roca, y quedé mirando mis manos heridas en la lucha por las rocas.  La sal cicatrizaba los cortes, diplomas de mi cacería.
¿Piensan mis manos? Las sentía agradecidas, felices de entrar en acción, adoloridas pero contentas.
- ¿Estás enamorado de tus manos?
Era Lida, la hija del alcalde, a sus 20 años la naturaleza la había dotado de un rostro bello y su bien torneado cuerpecito la había convertido en el personaje de nuestros sueños eróticos.  Sin embargo la mirábamos de lejos y en nuestras reuniones de playa, era motivo de conversación de los chicos y celos rabiosos de las chicas.
- Hola, eres Lida, ¿no?
- Sí, y tu ¿cómo te llamas?
- César.
- Te vi mientras cazabas tu pulpo.  Ya me iba a pedir ayuda; has estado más de 2 minutos sumergido, creí que te habías ahogado.
- No, lo que pasó es que me tocó un pulpo difícil.  Grande y combativo.
- Todavía tienes marcado las huellas de sus tentáculos en el pecho y los brazos. ¿Es que no tienes miedo?
- Cuando sentí que me succionó con los tentáculos, me dio algo de temor, pero cuando acepté el desafío, todo se borró.  Solo quedamos el y yo en el universo, era una pelea de vida o muerte.
- ¿Y porqué practicas algo tan peligroso?
- No sé.  Será porque me gusta.
- Tienes heridas en las manos, ¿no te duelen?
- Es del roce con las rocas en la pelea.  No me duelen, aunque afeen mis manos.
- A mí me gustan tus manos.
- Son feas, Arrugadas, toscas, llenas de cicatrices.
- Son hermosas.  Están llenas de vida, no son cicatrices, son medallas al valor.
- Para tener valor hay que tener miedo y vencerlo, y yo no tengo miedo.
- ¿No te asusta la oscuridad? ¿Lo desconocido?
- La oscuridad, no.  Lo desconocido me atrae.
- ¿Y los fantasmas, los espíritus?
- Tendría que verlos.
- ¿No te asusta “la llorona”
Pegada al mar, había una franja de unos 300 metros de largo, ocupada por el antiguo cementerio del pueblo.  Contaban que desde 3 meses atrás, habían visto los viernes en la noche a una dama de blanco paseando por el cementerio, llamando con lamentos a los que se acercaban.  Contaban que a todos los que la habían visto les había ocurrido una desgracia, por lo que nadie se acercaba a esos lugares en esos días. 
- No creo que exista, en todo caso, no me asusta.
- Te la das de valiente.  Hoy es viernes, te apuesto que no eres capaz de pasar a las 12 de la noche por el cementerio viejo.
- ¿Por qué  lo habría de hacer?
- Por un premio.  Te doy un premio si ganas y me das un premio si pierdes.
- Acepto.  Esta noche iré.
- ¿Palabra de honor?
- Te doy mi palabra.
Nos despedimos con un apretón de manos sellando la apuesta.
Llevé mi presa a casa donde mamá preparó un delicioso “Pulpo al Olivo” disfrutado por toda la familia.  En la tarde fútbol, en la noche fogata con cuentos de horror.  Por supuesto no faltó la mención de “la llorona”.  Estaba un poco inquieto.  No creía en el “daño”, malojo o mala suerte que pudiera darme el ver a la llorona, pero tenía un poco de temor y mucho de curiosidad.
Cercana la media noche, me puso una chompa y me dirigí al cementerio antiguo.  Fui por la playa hasta un sendero que subía unos metros a la pequeña loma donde estaba el cementerio y me escondí tras una tapia para esperar la medianoche.
La luna estaba en cuarto menguante y negros nubarrones oscurecían el cielo, dejando el cementerio casi en tinieblas.  Me puse a meditar aspirando profundamente el agradable aroma de la fresca brisa marina. De pronto, entre las tumbas apareció una figura cubierta hasta los pies con una tela blanca, caminando de un lado a otro del cementerio y dando leves gemidos.
Un escalofrío recorrió mi espalda, respiré hondo para tranquilizarme.  No era un espíritu, el porte y la voz era de una mujer, pero ¿qué sentido tenía todo esto?
Seguí oculto tratando de entender, cuando un ruido distrajo mi atención.  Un bote a remos, con hombres y bultos  estaba llegando a la playa.   Comprendí de golpe: ¡Contrabando!
De una cueva cercana, a unos 50 metros de donde yo estaba, salieron 2 hombres y ayudaron a desembarcar la mercadería y llevarla a la cueva. Terminando, los hombres subieron al bote y se alejaron de la orilla, hasta que la oscuridad los cubrió.
La llorona era “la campana” que avisaba si alguien venía y a la vez aprovechando la credulidad de los sencillos pobladores, los asustaba para que no se acerquen al lugar.  Pasó cerca a mí, que seguía oculto, bajó a la playa y entró a la cueva. 3 hombres salieron de la cueva cargando bultos, seguramente cigarrillos y licores.  Pasaron por mi lado y se alejaron.  Esperé que saliera la llorona, hasta que no pudiendo más con la curiosidad, me acerqué cautelosamente y entré.  Me encontré frente a frente con ella.
Cayó su manto y apareció bella, majestuosa, sensual… ¡la hija del alcalde!
- ¡Lida!
- Sabía que vendrías, te estaba esperando.
Sonriendo se acercó a mí y me beso.  La besé.
- Ganaste tu regalo - se abrazó a mí y con una sonrisa pícara, dijo:
- ¿No lo desenvuelves…??

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