Hotel Europa
Los 70. Chiclayo
es una ciudad fenicia donde se concentra el comercio para una basta región de
costa, sierra y selva. Debido a mi
trabajo visitaba la ciudad una o dos veces a la semana. Mis sitios preferidos
era el restaurante Roma donde almorzaba degustando un exquisito lomo fino
regado por una media botella de vino Tacama Fond de Cave cosecha 1956, y el
hotel Europa.
El hotel Europa era una antigua casona con la elegancia
aristocrática del siglo XIX, puertas y vigas talladas de madera, paredes
empapeladas, sillones de cuero, jardines internos, habitaciones pequeñas pero
acogedoras, con ventanas enrejadas a los jardines por donde penetraba el
delicioso aroma de jazmines.
Me registré, dejé mi maletín en mi habitación, metí mi llave
en el bolsillo y me ubiqué cómodamente en un sillón de cuero de la sala, donde
dejé pasar el tiempo tomando un café y leyendo el periódico local.
Llegó la hora de la cena
y pasamos los huéspedes al comedor, en la puerta le cedí el paso a una hermosa
mujer que me sonrió educadamente, agradeciendo el gesto. Nos ubicamos frente a
frente, en la gran mesa del comedor y durante la cena hicimos amistad. Ella era una mujer interesante, hermosa,
sensual, inteligente, y mantuvimos una amena conversación durante la cena, mientras
saboreábamos el menú familiar que nos ofrecía el hotel.
Terminada la cena, nos despedimos y ella se retiró a sus
habitaciones mientras yo me dirigí al salón donde jugué una interesante partida
de ajedrez con otro huésped, escuchando música suave y calentando el cuerpo con un Anís del Mono.
Luego, fui a mi habitación, la 123. Ingresé
cerrando la puerta tras de mí. Al voltear
quedé paralizado, con la boca abierta por la sorpresa: mi bella dama, compañera
de cena, estaba echada en la cama con un camisón semitransparente que destacaba
su sensual cuerpo. En la mano tenía un libro abierto y mostraba tanta sorpresa
como yo.
- ¿Qué
hace usted aquí? – preguntó asustada.
- Lo mismo le iba a decir
yo – contesté – Temo que usted se ha equivocado de habitación. Este cuarto es mío, mire mi ma… - ¡Mi
maletín! No estaba y en cambio había una maleta ajena.
- Este
es mi cuarto, el 123.
- No,
el 123 es mío – dije, mientras sacaba del bolsillo el llavero que me dio el
conserje del hotel, mostrándoselo, y ¡oh sorpresa! Era el número 132. Quedé
estupefacto, mientras ella se reía de mi turbación. Los colores subieron a mi rostro, no sabía
que decir…
- Le
ruego me perdone, soy un distraído, no quise ofenderla, me retiro…
- No
te preocupes – me dijo tuteándome – tu error es comprensible. Mira, estaba por tomar un café. ¿No quieres
acompañarme? Así acabaremos la
conversación tan interesante de la cena.
- ¡Claro
que sí! – contesté.
Conversamos, nos gustamos, intimamos, pero como soy un
caballero, me retiré de su alcoba… al día siguiente.
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