9 may 2013

Hotel Europa





Hotel Europa

Los 70. Chiclayo es una ciudad fenicia donde se concentra el comercio para una basta región de costa, sierra y selva.  Debido a mi trabajo visitaba la ciudad una o dos veces a la semana. Mis sitios preferidos era el restaurante Roma donde almorzaba degustando un exquisito lomo fino regado por una media botella de vino Tacama Fond de Cave cosecha 1956, y el hotel Europa.
El hotel Europa era una antigua casona con la elegancia aristocrática del siglo XIX, puertas y vigas talladas de madera, paredes empapeladas, sillones de cuero, jardines internos, habitaciones pequeñas pero acogedoras, con ventanas enrejadas a los jardines por donde penetraba el delicioso aroma de jazmines. 
Me registré, dejé mi maletín en mi habitación, metí mi llave en el bolsillo y me ubiqué cómodamente en un sillón de cuero de la sala, donde dejé pasar el tiempo tomando un café y leyendo el periódico local.
Llegó la hora de la cena y pasamos los huéspedes al comedor, en la puerta le cedí el paso a una hermosa mujer que me sonrió educadamente, agradeciendo el gesto. Nos ubicamos frente a frente, en la gran mesa del comedor y durante la cena hicimos amistad.  Ella era una mujer interesante, hermosa, sensual, inteligente, y mantuvimos una amena conversación durante la cena, mientras saboreábamos el menú familiar que nos ofrecía el hotel. 
Terminada la cena, nos despedimos y ella se retiró a sus habitaciones mientras yo me dirigí al salón donde jugué una interesante partida de ajedrez con otro huésped, escuchando música suave y  calentando el cuerpo con un Anís del Mono. Luego, fui a mi habitación, la 123.  Ingresé cerrando la puerta tras de mí.  Al voltear quedé paralizado, con la boca abierta por la sorpresa: mi bella dama, compañera de cena, estaba echada en la cama con un camisón semitransparente que destacaba su sensual cuerpo. En la mano tenía un libro abierto y mostraba tanta sorpresa como yo.
¿Qué hace usted aquí? – preguntó asustada.
Lo mismo le iba a decir yo – contesté – Temo que usted se ha equivocado de habitación.  Este cuarto es mío, mire mi ma… - ¡Mi maletín! No estaba y en cambio había una maleta ajena.
Este es mi cuarto, el 123.
No, el 123 es mío – dije, mientras sacaba del bolsillo el llavero que me dio el conserje del hotel, mostrándoselo, y ¡oh sorpresa! Era el número 132. Quedé estupefacto, mientras ella se reía de mi turbación.  Los colores subieron a mi rostro, no sabía que decir…
Le ruego me perdone, soy un distraído, no quise ofenderla, me retiro…
No te preocupes – me dijo tuteándome – tu error es comprensible.  Mira, estaba por tomar un café. ¿No quieres acompañarme?  Así acabaremos la conversación tan interesante de la cena.
¡Claro que sí! – contesté.
Conversamos, nos gustamos, intimamos, pero como soy un caballero, me retiré de su alcoba… al día siguiente.

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