17 may 2013

Godínez



Godínez

- Hola, Juan.  Dime qué está pasando.  En la oficina de al lado he visto a un hombre llorando, rodeado de tus amigos.
- ¡Hola!... ¡Ah!  Es Godínez y le acaban de comunicar que su mujer ha muerto.
- ¡Pobre hombre!  La de haber querido mucho… ¡si vieras cómo llora!
- Es una historia extraña.  Siéntate, tomaremos un café mientras te la cuento.
Llamé a la secretaria quién inmediatamente nos preparó sus famosos “nescafés batidos”, su especialidad.  Nos acomodamos, di un sorbo al café y comencé el relato.
- Godínez es un colega, compañero de la Universidad, de la promo del 60, hace 30 años de esto.  Es un buen amigo, nacido en Iquitos, medio chamán, cree en la brujería y ciencias ocultas.  Pero tiene un defecto, una enfermedad diría yo: es un avaro.
- Bueno, mucha gente es ahorrativa, avara,  pero se justifica porque lo hacen por el porvenir suyo y de su familia…
- ¡Nada que ver!  Lo de Godínez es patológico. Te voy a contar.  Muy joven se casó con una mujer rica, creo que lo hizo por el dinero que heredaría de sus suegros.  Desde allí comienza su historia de calamidades.  Se convirtió en el tipo más “salado” de la tierra.  La mala suerte lo perseguía. ¡Imagínate!  Su suegro perdió toda su fortuna, sus propiedades, quedó tan pobre que la mujer de Godínez tuvo que trabajar para ayudar a sus padres.
- Como dice el refrán: “No te cases con fea, por la moneda.  La moneda se acaba y la fea queda”.
- ¡No, no es así!  Su mujer era buena y hermosa y Godínez le dio una vida miserable con su avaricia.  Te voy a contar una historia: En una oportunidad, Godínez y yo conseguimos un buen contrato de trabajo en Venezuela. Tres meses ganando en dólares en una empresa de mucho prestigio. Yo me alojé en un buen hotel y Godínez, que viajó con su mujer, tomó una pensión a una cuadra de mi hotel. A las 7 de la mañana, bajaba al comedor a tomar mi desayuno y allí me esperaba Godínez, para que le invite a desayunar.  Al terminar, sacaba una bolsa de papel y se llevaba el pan, mermelada, mantequilla sobrante para su mujer.  Un día lo acompañé a su pensión.  Un cuartito pequeño, baño común.  Su mujer hirviendo agua en una cocinita a kerosén, (se cocinaba en el cuarto), un solo catre de fierro de plaza y media.  Esto lo hacía para ahorrar y la pobre tenía que sufrirlo callada.
- ¡Pobrecitos!
- Lo trágico fue cuando terminó nuestro trabajo, a los 3 meses.  Tomé mi desayuno como todos los días y me acompañaron Godínez y su esposa.  Luego pedí la cuenta del hotel y mis consumos.
- No tiene por qué preocuparse, – me dijo el mozo – nosotros trabajamos con su empresa que paga el consumo de sus trabajadores.  Ya todo está facturado y pagado por su empresa.
- ¡Malditos, Malditos…! – Bramaba Godínez - ¿Por qué no me avisaron?  ¡Yo me he sacrificado y gastado por tres meses sin saber que la empresa pagaba nuestros gastos… ¿Malditos, Malditos…!
- ¡Qué tal chasco! – comentó mi amigo.
- ¿No te dije que estaba “salado”?… Te sigo contando.
En su casa vivían controlando la luz y el agua.  ¡Y los alimentos!  Vivian en Orrantia, cerca al mar, y los sábados y domingos mandaba a sus tres hijos a pescar borrachos, tramboyos, pejerreyes, lornas… lo que picara, para armar las comidas.  Pero era mi amigo.  Nos queríamos.  A veces lo aconsejaba, pero… genio y figura, hasta la sepultura.  Cierta vez que estuvo solo en su casa me invitó a almorzar.  Conociéndolo, yo llevé unas empanadas para llenar el estómago, y un vinito. 
- Te voy a invitar una sopa deliciosa – me dijo.  Puso a hervir agua en una olla, luego sacó del congelador un pocillo con una masa de fideos cocidos, vertió los fideos en el agua hirviendo hasta que se hizo una sopa lechosa, una cucharadita de sal, una pizca de saborizante y una cuchara de avena.  Luego coló la sopa quedando los fideos en el pocillo que luego guardó en el congelador, para otro futuro uso.  La verdad que la sopa estaba muy rica y con las empanadas, el vino y la conversación, tuvimos un almuerzo muy agradable.
- ¿Y de qué conversaban?
- Del trabajo, sus problemas con los hijos y su mujer, de esoterismo, brujería.  El era muy creyente.  Otra vez nos invitó a sus compañeros de oficina a una fiesta celebrando los 21 años, la mayoría de edad de su hijo.
- ¿Como dices que era avaro?  Seguro gasto sus buenos cobres en la fiesta.
- Ni creas.  Como los conocíamos, nos pusimos de acuerdo para llevar trago y bocaditos. Pero deja que te cuente.  Cuando estaba por dar las 12 de la noche, paró la música y Godínez bajó con una maleta en la mano y ante el silencio y asombro de los presentes, se dirigió a su hijo y le dio un pequeño discurso:
- Hijo, en estos momentos eres mayor de edad, termina mi responsabilidad contigo.  Te he cuidado, alimentado, educado, conseguido trabajo y ahora estás listo para hacer tu vida independiente.  Lo acompañó a la puerta, lo abrazó, le dio la maleta con sus cosas, lo hizo salir y cerró la puerta.
- ¡Qué desgraciado!
- A nosotros nos asombró y disgustó el hecho, pero pensándolo mejor, cuando lo conversamos, acordamos que estaba en lo correcto.  Sus hijos, criados entre privaciones, se hicieron fuertes y supieron afrontar la vida con éxito.  Vamos, te lo voy a presentar.
Godínez estaba en una oficina cercana, rodeado de algunos amigos, y seguía lamentándose.
- Alfredo, mira, te presento a Manuel, un buen amigo.
- Señor Godínez, me he enterado de la muerte de su esposa y le doy mi más sentido pésame.  Estoy segu…
- ¡Maldita, maldita! – estalló Godínez.  ¡Cómo me hace esto!  ¡Hace un año que estoy gastando mis ahorros en divorciarme de ella, se quedó con la mitad de mis cosas, ayer el juez firmó la resolución de divorcio y hoy a la maldita se le ocurre morirse!  ¡Esperó joderme antes de morirse!  ¿Por qué no se murió antes la desgraciada?  ¡Maldita, maldita!
Pobre Godínez, la mala suerte lo persiguió hasta el fin. Años después, un día sus hijos lo encontraron muerto en la austera y pequeña habitación donde vivía. Sin embargo dejó un edificio, una casa y mucho dinero en el banco. Pasó tanto tiempo ahorrando que no le alcanzó la vida para gastar lo ganado.

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