Godínez
- Hola,
Juan. Dime qué está pasando. En la oficina de al lado he visto a un hombre
llorando, rodeado de tus amigos.
- ¡Hola!...
¡Ah! Es Godínez y le acaban de comunicar
que su mujer ha muerto.
- ¡Pobre
hombre! La de haber querido mucho… ¡si
vieras cómo llora!
- Es una
historia extraña. Siéntate, tomaremos un
café mientras te la cuento.
Llamé a la
secretaria quién inmediatamente nos preparó sus famosos “nescafés batidos”, su
especialidad. Nos acomodamos, di un
sorbo al café y comencé el relato.
- Godínez es
un colega, compañero de la Universidad, de la promo del 60, hace 30 años de
esto. Es un buen amigo, nacido en
Iquitos, medio chamán, cree en la brujería y ciencias ocultas. Pero tiene un defecto, una enfermedad diría
yo: es un avaro.
- Bueno,
mucha gente es ahorrativa, avara, pero
se justifica porque lo hacen por el porvenir suyo y de su familia…
- ¡Nada que
ver! Lo de Godínez es patológico. Te voy
a contar. Muy joven se casó con una
mujer rica, creo que lo hizo por el dinero que heredaría de sus suegros. Desde allí comienza su historia de
calamidades. Se convirtió en el tipo más
“salado” de la tierra. La mala suerte lo
perseguía. ¡Imagínate! Su suegro perdió
toda su fortuna, sus propiedades, quedó tan pobre que la mujer de Godínez tuvo
que trabajar para ayudar a sus padres.
- Como dice
el refrán: “No te cases con fea, por la moneda.
La moneda se acaba y la fea queda”.
- ¡No, no es
así! Su mujer era buena y hermosa y Godínez
le dio una vida miserable con su avaricia.
Te voy a contar una historia: En una oportunidad, Godínez y yo
conseguimos un buen contrato de trabajo en Venezuela. Tres meses ganando en
dólares en una empresa de mucho prestigio. Yo me alojé en un buen hotel y Godínez,
que viajó con su mujer, tomó una pensión a una cuadra de mi hotel. A las 7 de
la mañana, bajaba al comedor a tomar mi desayuno y allí me esperaba Godínez, para
que le invite a desayunar. Al terminar,
sacaba una bolsa de papel y se llevaba el pan, mermelada, mantequilla sobrante
para su mujer. Un día lo acompañé a su
pensión. Un cuartito pequeño, baño
común. Su mujer hirviendo agua en una
cocinita a kerosén, (se cocinaba en el cuarto), un solo catre de fierro de
plaza y media. Esto lo hacía para
ahorrar y la pobre tenía que sufrirlo callada.
-
¡Pobrecitos!
- Lo trágico
fue cuando terminó nuestro trabajo, a los 3 meses. Tomé mi desayuno como todos los días y me
acompañaron Godínez y su esposa. Luego
pedí la cuenta del hotel y mis consumos.
- No tiene
por qué preocuparse, – me dijo el mozo – nosotros trabajamos con su empresa que
paga el consumo de sus trabajadores. Ya
todo está facturado y pagado por su empresa.
- ¡Malditos,
Malditos…! – Bramaba Godínez - ¿Por qué no me avisaron? ¡Yo me he sacrificado y gastado por tres
meses sin saber que la empresa pagaba nuestros gastos… ¿Malditos, Malditos…!
- ¡Qué tal
chasco! – comentó mi amigo.
- ¿No te
dije que estaba “salado”?… Te sigo contando.
En su casa
vivían controlando la luz y el agua. ¡Y
los alimentos! Vivian en Orrantia, cerca
al mar, y los sábados y domingos mandaba a sus tres hijos a pescar borrachos,
tramboyos, pejerreyes, lornas… lo que picara, para armar las comidas. Pero era mi amigo. Nos queríamos. A veces lo aconsejaba, pero… genio y figura,
hasta la sepultura. Cierta vez que
estuvo solo en su casa me invitó a almorzar.
Conociéndolo, yo llevé unas empanadas para llenar el estómago, y un
vinito.
- Te voy a
invitar una sopa deliciosa – me dijo.
Puso a hervir agua en una olla, luego sacó del congelador un pocillo con
una masa de fideos cocidos, vertió los fideos en el agua hirviendo hasta que se
hizo una sopa lechosa, una cucharadita de sal, una pizca de saborizante y una
cuchara de avena. Luego coló la sopa
quedando los fideos en el pocillo que luego guardó en el congelador, para otro
futuro uso. La verdad que la sopa estaba
muy rica y con las empanadas, el vino y la conversación, tuvimos un almuerzo
muy agradable.
- ¿Y de qué
conversaban?
- Del
trabajo, sus problemas con los hijos y su mujer, de esoterismo, brujería. El era muy creyente. Otra vez nos invitó a sus compañeros de
oficina a una fiesta celebrando los 21 años, la mayoría de edad de su hijo.
- ¿Como
dices que era avaro? Seguro gasto sus
buenos cobres en la fiesta.
- Ni
creas. Como los conocíamos, nos pusimos
de acuerdo para llevar trago y bocaditos. Pero deja que te cuente. Cuando estaba por dar las 12 de la noche,
paró la música y Godínez bajó con una maleta en la mano y ante el silencio y
asombro de los presentes, se dirigió a su hijo y le dio un pequeño discurso:
- Hijo, en
estos momentos eres mayor de edad, termina mi responsabilidad contigo. Te he cuidado, alimentado, educado,
conseguido trabajo y ahora estás listo para hacer tu vida independiente. Lo acompañó a la puerta, lo abrazó, le dio la
maleta con sus cosas, lo hizo salir y cerró la puerta.
- ¡Qué
desgraciado!
- A nosotros
nos asombró y disgustó el hecho, pero pensándolo mejor, cuando lo conversamos,
acordamos que estaba en lo correcto. Sus
hijos, criados entre privaciones, se hicieron fuertes y supieron afrontar la
vida con éxito. Vamos, te lo voy a
presentar.
Godínez
estaba en una oficina cercana, rodeado de algunos amigos, y seguía
lamentándose.
- Alfredo,
mira, te presento a Manuel, un buen amigo.
- Señor Godínez,
me he enterado de la muerte de su esposa y le doy mi más sentido pésame. Estoy segu…
- ¡Maldita, maldita!
– estalló Godínez. ¡Cómo me hace
esto! ¡Hace un año que estoy gastando
mis ahorros en divorciarme de ella, se quedó con la mitad de mis cosas, ayer el
juez firmó la resolución de divorcio y hoy a la maldita se le ocurre
morirse! ¡Esperó joderme antes de
morirse! ¿Por qué no se murió antes la
desgraciada? ¡Maldita, maldita!
Pobre Godínez, la mala suerte lo persiguió hasta el fin. Años después, un día sus hijos lo encontraron muerto en la austera y pequeña habitación donde vivía. Sin embargo dejó un edificio, una casa y mucho dinero en el banco. Pasó tanto tiempo ahorrando que no le alcanzó la vida para gastar lo ganado.
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