20 may 2013

Gasolinear


Gasolinear 

Un bobo es un individuo que se deja engañar fácilmente.
Si tuviera que hacer una estatua a un bobo haría una persona con una sonrisa tonta en los labios, la mano en alto despidiendo con asombro y simpatía al individuo que lo ha engañado y se aleja.
Yo no soy bobo, soy “mosca”,  “smart”.  Por eso conseguí este trabajito por tres meses en Caracas, con un buen sueldo en dólares. Llegué en febrero de 1983, y el 18, el “viernes negro” ocurrió lo impensable: del gobierno decretó una devaluación traumática del bolívar del 46.5 %.  Por supuesto que, para mi sorpresa y satisfacción, el poder adquisitivo del dólar subió en consecuencia.
Cumplí un mes de trabajo y con mis dólares en el bolsillo me sentí un potentado. 
Fui donde mi amigo que vendía un carrito de segunda mano.  Este era un Volkswagen convertible, parecido al carrito del Pato Donald.  600 dólares y trato hecho.  Lo llevé al grifo y pedí tanque lleno.  El muchacho de servicio me miró extrañado.  Un peruano en Venezuela tiene que ir conociendo los usos y costumbres de esa tierra.  La gasolina era tan barata que todo el mundo, pagaba un dólar y le llenaban el tánque sin hacer preguntas.

Los sifrinos[1] tenían un dicho:  “vamos a gasolinear”, esto es gastar gasolina, van dos o tres parejas “mandibuleando”, comiendo arepas, recorriendo bares, cafeterías, plazas, playas… gastando el dinero que llegaba tan fácilmente a sus manos y sintiendo el placer de vivir en una tierra tan rica y próspera.
La gente era alegre, gustaba del canto, del baile, de la buena comida y bebida.  Los hombres se preciaban mucho de su “cultura alcohólica” (amplio conocimiento de bebidas espirituosas, vinos, whiskys, vodkas, rones, etc.), las mujeres se ufanaban de su belleza, de su sensualidad, de sus ganas de vivir y gozar, de dar y recibir placer.  Un pueblo libre y feliz.
Un muchacho sin carro era casi un minusválido, y con él, era un pachá.  Por eso me sentí todo un conquistador mientras manejaba despacio bordeando la vereda.  Fue entonces que la vi: una hermosa muchacha, una sifrina de no más de 20 años, todo curvas ella, morena de ojos verdes, sonriente, sensual, hechicera.  Estaba en la sombra de un parador esperando el bus.  Casi en trance, estacioné mi carrito y me dirigía a ella.
- Amiguita, el fiscal de tránsito debería multarte.  Con esas curvas tan peligrosas puedes ocasionar muchos accidentes.
Me miró coqueta, sonriente.
- Me parece que eres muy atrevido, gafo[2] – contestó.
- Es que eres la flor más bella que he visto en estas tierras.
- Tienes dejo de peruano.
- Si.  Recién llevo un mes acá y necesito una guía que me haga conocer este hermoso país. ¿Qué estás haciendo?  ¿No te gustaría ser mi guía?
- Estaba esperando el bus para ir a visitar a una amiga.
- Te propongo una cosa.  Te llevo donde tu amiga, nos juntamos un grupito y nos vamos a “gasolinear”.  Yo corro con todos los gastos.  Podemos ir a tomar unos tragos, a darnos un buen baño en Coro y pasear por las dunas, quedarnos a dormir en la playa haciendo fogatas…
- Pero yo no te conozco, tú no me conoces. 
- Mira, mientras llegamos a la casa de tu amiga conversamos y  nos conocemos.
Después de un momento de indecisión, se iluminó el rostro y subió al carro.
- Vamos, vale[3] – dijo.
Alegre, intenté arrancar el carro, una, dos… tres veces.  Me acordé que había estado guardado más de un mes por lo que la batería estaba baja.
- No te asustes – le dije – es la batería que está descargada.  Es que ha estado sin uso más de un mes.  Basta con un empujoncito y arranca, luego se carga sola.  ¿Sabes manejar?
- Desde los 10 años – contestó – la duda ofende.
- Ya sabes.  Enciende el motor, pon en segunda, yo empujo y cuando cobre velocidad sacas el pié del embrague y…
- ¿Qué te crees?  ¿Qué soy una pendeja?[4]  ¡Empuja nomás que yo sé que hacer!
Empujé el carro.  Felizmente la pendiente nos favorecía y rápidamente cobró velocidad.  Arrancó el carro y ella lo corrió unos 20 metros y se detuvo con el motor prendido, acelerando en neutro.  Me paré en medio de la pista, limpiándome las manos y ella, volteó sonriente, me dio un beso volado como diciendo ¡triunfamos!  Ella se acomodó en el asiento y partió. 
- ¡Chao, Pato Donald! – me gritó levantando el brazo haciéndome adiós.
Yo sonriente levanté la mano correspondiendo a su adiós. 
¡Sí… partió! 
Aceleró, perdiéndose poco a poco en la distancia  mientras yo, como una estatua en medio de la pista,  ponía cara de estúpido, de estúpido sonriente, haciendo adiós a la bella ladronzuela que acababa de robarme el auto.
¡Bobo!





[1] Sifrinos, pitucos, tipo de chicos que se creen gran cosa tengan o no tengan dinero, que solo hablan de moda, de autos de lujo, celulares y todas esas babosadas. Reconoces a un sifrino por su manera de hablar, "mandibuleo"; mueven mucho la "quijada" y utilizan un tono donde las frases "las dejan caer" y tuercen el "pico" y generalmente terminan sus frases con un "osea", “pucha”, o un "obvio".
[2] Gafo: tonto, torpe.
[3] Vale: cuate, amigo
[4] Pendeja; tonta

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