20 dic 2011

Caminito de Huancayo






Caminito de Huancayo

“Caminito de Huancayo 
bordeadito de retamas, 
cuántas veces he llorado 
bajo la sombra de tu ramas. 

Tú dirás que estoy llorando,
tú dirás que estoy sufriendo,
no lloro ni tengo pena
mejor vida estoy pasando.
(Huayno regional)


En  Agosto 1954, con mis frescos 16 años, me di un paseo por Huancayo con Carlos, amigo del colegio.  Estudiantes de cuarto año de secundaria, habíamos ahorrado nuestras propinas para conocer la famosa “Feria de Huancayo” y las “Fiestas de Santiago” donde los campesinos ataban cintas de colores a las orejas de sus animales.
El viaje en tren, increíble, pasar de la costa a la sierra en tres horas, de 0 a 5000 metros de altitud, en un ferrocarril que pasaba 57 túneles y 67 puentes, entre ellos el puente del Infiernillo, caminar en la nieve, conocer Ticlio, la estación ferroviaria más alta del mundo, a 4900 msnm. y llegar a un amplísimo valle interandino, el Mantaro.
La feria impresionante: en la calle Real se ubicaban los campesinos con sus productos de pan llevar, tejidos, mates burilados, retablos, el mote, el puspu, los choclos, las truchas.  Variedad de variedades.
La Feria había sido itinerante, un día en cada pueblo y el domingo en Huancayo.  Seguir la Feria nos permitió conocer Concepción, su convento y observatorio, participar en  tumbamontes, probar las pachamancas, ver la famosa pelea de cóndor/toro, sentarnos alrededor de fogatas calentándonos con “el quemadito” y escuchando las leyendas populares en boca de los más ancianos de la aldea, matizado todo esto con huaynos de la región como el Huarancayo de mis penas, de Junín soy por vida, Lunarejita, Caminito de Huancayo, Picaflor Tarmeño…
Fue la víspera del regreso cuando viajamos a Chupaca - un sol el pasaje - sobre un maltrecho camioncito que se parecía al tren macho (sale cuando quiere, llega cuando puede), como si fuéramos ganado.  Al llegar al puente de la Mejorada, tuvimos que bajar porque no soportaba el peso de un camión; caminamos la media legua restante. 

En Chupaca, la feria estaba en todo su apogeo, bailes típicos, concurso de orquestas folclóricas, pachamancas, ríos de cerveza y chicha y, al final, salimos disparados para agarrar sitio para ver  las corridas de toros.  Conseguí un lugarcito en una esquina y perdí de vista a mi amigo.  Un torero traído de Lima dio su espectáculo, muy aplaudido por el público, luego el gran carnaval.
Soltaron becerros bravos y saltaron los valientes toreros espontáneos a la arena (bien licoreados).  Improvisaban capotes con sus ponchos para hacer lances inverosímiles o escenas cómicas, eran arrastrados colgados de la cola de los becerros o escapaban a los burladeros perseguidos por los toros.  Algunos eran cogidos, sin consecuencias: las astas estaban limadas.  El jolgorio era general.  Me encontré con Carlos y decidimos que ya era hora de regresar a Huancayo.
Nos incorporamos a un grupo que estaba por salir y emprendimos el retorno.  Carlos se adelantó con el resto de la gente mientras yo me quedaba pañando nísperos en un árbol al borde del camino. Los nísperos estaban riquísimos y yo con un hambre canino, así que demore más de la cuenta.  Al terminar, me encontré solo en el camino y estaba oscureciendo; con un poco de temor, reemprendí la marcha.
Pasé por una choza donde había cuatro hombres bebiendo chicha y riendo estruendosamente.  Mientras pasaba de reojo, vi a uno que se levantaba y salía caminando tras de mí.  Comencé a preocuparme, recordé que me habían contado de asaltos a turistas y recomendado que nunca camine solo.  Y, por desgracia, tenía en mi bolsillo todo mi dinero.
Mi preocupación se convirtió en miedo cuando vi de reojo, entre los árboles y arbustos,  que el hombre me estaba adelantando por un sendero paralelo al camino principal.
 Poco después vi al mismo hombre, que me había sobrepasado, caminando  amenazadoramente  en mi dirección.  Cobré valor y con la mirada en alto me acerqué a él y le supliqué:
- Señor, por favor.  He perdido toda mi plata y no tengo un centavo para regresar a Huancayo.  ¿No me podría hacer el favor de regalarme un solcito?  Dios se lo pagará.
El tipo soltó una exclamación de disgusto y mascullando palabras en quechua, se alejó hacia su choza.  Después de serenarme –me temblaban las piernas- corrí hasta encontrar al grupo.
- ¿Dónde te habías metido?  Me estabas preocupando, ya iba a regresar a buscarte.
- No, es que me demoré comiendo unos nísperos.  Apura, el camión nos estará esperando.

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