17 may 2014

Quillabamba - 12 Las Siguairas


Las Siguairas

El siguairo es un  roedor parecido a un cerdo, de unos cincuenta centímetros de largo, de carne muy sabrosa. Se alimenta de raíces y es perseguido  por los campesinos porque destrozan sus sembríos y para gozar de su carne, deliciosa cuando se sabe preparar. Es una especie de cerdito de monte. A los muchachos díscolos y huraños se les dice siguairos.
En una de las haciendas del camino vivían “las siguairas”, dos jovencitas, tan bonitas como salvajes. Para llegar a mi estación de trabajo tenía que atravesar su fundo. Muchas veces me sentía observado pero cuando volteaba solo veía ramas moviéndose. Suponiendo que eran las siguairas, no me preocupaba.
 Una tarde, regresando al campamento, escuché un fuerte golpe y un grito, dentro del bosque. Corrí para ver lo sucedido y encontré a una bonita muchacha aprisionada por el tronco de un árbol caído, gimiendo de dolor y miedo. Corrí a auxiliarla pero un disparo cerca a mis pies me detuvo en seco. Entre los árboles apareció otra chica y me apuntaba con una escopeta. Las Siguairas.
Quise explicarle que solo quería ayudar, pero me hizo callar con una seña. Sin dejar de apuntarme, intentó ayudar a la víctima que seguía quejándose. No me importó nada y me acerqué.
- Dispara si quieres, pero tú no vas a poder sacarla sola.
No me contestó y eso no me importó. Estaba aprisionada fuertemente, quise mover el tronco, la hermana me ayudó, pero era demasiado pesado. Con mi machete corte una gruesa rama y usándola como palanca logré levantar unos pocos centímetros el tronco lo que bastó para que la hermana la liberase.
Inmediatamente tomé el control de la situación. Tenía una pierna magullada a la altura del muslo. El pantalón estaba manchado de sangre. Temiendo un hueso roto, o algo peor, con mi cuchillo de caza corté su pantalón descubriendo una herida. Felizmente era superficial, pero el golpe había sido fuerte y se estaba formando un gran hematoma.
- No es nada grave – les dije – tú, lleva mi mochila y mi machete, la voy a llevar a tu casa.
Con delicadeza, la cargué sobre mis hombros y emprendimos la caminata. A los diez minutos llegamos a su casa.
- Llama a tu mamá, tu papá, a alguien que nos ayude.
- Estamos solas. Se han ido de compras al Cuzco y no regresan hasta dentro de dos semanas.
- Entonces tú. Prepárale una cama y sácale el pantalón para curarla.
- Tú no la vas a curar.
- Pues si tú no sabes curarla lo haré yo, no me importa que tengan vergüenza.  ¿Tienen botiquín de primeros auxilios? Calienta agua y busca unos trapos limpios.
Lavé la herida, la pinté con mercurio cromo, vendé su pierna. Las hermanitas me miraron agradecidas.
- ¿Quieres un café?
- Gracias. Lo necesito, y ustedes también.
Mientras preparaba el café, llevé cargada a la herida al comedor. Sacaron las tazas, mantequilla y pan y una esencia de café que llenó con su espeso aroma la habitación. Tenía que romper su hermetismo, hacerlas hablar, así que comencé:
- Todavía no nos conocemos, yo soy Juan, el ingeniero que va a trazar la carretera para llegar al poblado, ustedes, ¿cómo se llaman?
- Magdalena – dijo la herida.
- Yo soy Diana.
- ¡Qué curioso! A ti te conocí llorando y eres Magdalena y tú me disparaste y eres Diana, la cazadora.
- Yo no estaba llorando, solo me quejaba por el dolor. Y que tiene que ver mi nombre con eso.
- ¿Quién fue Diana la cazadora?
Les conté las historias de María Magdalena llorando ante el sepulcro vacío y de Diana, la Diosa griega. Les encantó. Comenzaron a hacerme preguntas de Lima, de mi familia, de mis viajes, pidieron que les cuente historias, en resumen; tres horas de café y de amena conversación. Me retiré  cuando ya había oscurecido: las Siguairas se estaban domesticando, y eran lindas chicas.
Se hizo costumbre, al regresar a mi campamento pasaba a su casa donde me esperaba un delicioso café y dos hermosas muchachas. Les gustaba cantar y conmigo aprendieron a bailar. Hasta que un día, les anuncié que al día siguiente terminaría mi trabajo y ya no podría visitarlas.
Al día siguiente, día de despedidas, me recibieron con caras tristes. Habían preparado un lechoncito al horno y tamales cuzqueños: un banquete. Yo había llevado una botella de anisado Nácar, delicioso trago corto. El café, la comida, el trago, fueron acompañados por bromas y risas, cuando, de repente, un trueno ensordecedor fue el anuncio de un diluvio: una lluvia de selva, que no dejaba ver a dos metros de distancia. Yo no podía salir, y la lluvia no cesaba. Aprovechamos para encender el fuego de la chimenea, bailar y escuchar música y contarnos cuentos de horror frente al fuego. Se hizo tarde y la tormenta no calmaba; ante lo inevitable, me prepararon el cuarto de huéspedes. Nos despedimos y cada uno se fue a dormir.
Ya había cogido el sueño cuando sentí que alguien había entrado a mi cama. A la luz de un relámpago vi la carita de Magdalena que me sonreía con temor y deseo. La besé con ternura (era tan dulce) y ella se dejó hacer, acariciándome y gimiendo (¿porqué siempre que la recuerdo está gimiendo?).  Fue una hora gloriosa, romántica y salvaje, hasta que quedamos dormidos abrazados.

Algo me despertó: Magdalena ya no estaba conmigo pero la puerta se iba abriendo y a la luz de una vela entraba Diana. Mudo de asombro la vi acercarse a mi cama y sin decir palabra se echó a mi lado y me abrazó. Si Magdalena me dio una dulce primavera, Diana me dio un verano ardiente, salvaje, apasionado, una y otra vez, sin una sola palabra. Terminamos exhaustos mirándonos los ojos, sonrientes, cómplices.

Cuando desperté me lavé y vestí.  Estaba solo.  no había nadie en la casa pero sobre la mesa de la cocina estaba mi café y mis panes con lechón. Comprendí. Volvían a ser las siguairas. Me puse la mochila al hombro y emprendí el regreso. 
En el camino sentí que me observaban sin dejarse ver. Era su manera de decirme adiós. Ahora, cuando las recuerdo, me siento agradecido a esas dos lindas chiquillas que me regalaron su amistad sin perjuicios, con alegría y ternura: eran tiernas pero salvajes. Deliciosamente salvajes.

2 comentarios:

  1. Un pasaje tierno que me dejo con ganas de saber que paso con las Siguairas luego. Seria bueno que vuelvas para contarnos mas de ellas.

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    1. ¿Has leído Yolanda y las hormigas, Elisa, Avelino Mar, Agua Dulce, Civilizados, El Hueco? Son del mismo paquete que Las Siguairas. Mis aventuras en el Cuzco, antes de conocerte...

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