El “K’ala” del Álamo
En
1964 estábamos a inicios del primer gobierno de Fernando Belaunde. La revolución cubana seguía ganando
adeptos. El levantamiento de Hugo Blanco
en el valle de la Convención, en el Cusco y las guerrillas de De la Puente
Uceda fueron el motivo que presionó a los políticos a aprobar unas primeras
normas legales sobre reforma agraria.
Llegué
Quillabamba a trabajar como Ingeniero Civil, a realizar los levantamientos de
los planos de las haciendas de La Convención
y Benjamín, mi jefe, el director de la Oficina Nacional de Reforma
Agraria – ONRA, me había enviado a levantar los planos de la hacienda Putucusi,
cerca de Quellouno. Las presiones de las organizaciones campesinas del Cuzco,
habían causado tal preocupación al Gobierno que creó la ONRA para realizar la
titulación de las tierras ocupadas por los feudatarios (arrendires y
allegados). Nuestra labor de ingeniería
era levantar los planos de las haciendas y de los lotes de los feudatarios para
realizar las expropiaciones y adjudicaciones correspondientes. Todo de acuerdo
a Ley. Campesinos incrédulos y
propietarios indignados, ese era nuestro medio.
Por tal causa, para tranquilizar a los agricultores, realizábamos a lo
largo de todo el valle, obras civiles como construcción de carreteras, puentes,
centros comunales, instalaciones de riego, asesoría en construcción de
viviendas, asistencia social, educación familiar y otras.
Tenía
una brigada topográfica a mi mando, mis hombres ponían estacas en los linderos,
sostenían una mira estadia (regla de distancias) para que yo, con mi teodolito,
hiciera las mediciones para elaborar los planos. En eso estaba ocupado cuando oí el silbido de
una bala y el impacto muy cercano a mis pies.
Alerta, volteé la cabeza para ver al agresor y me encontré con un joven
de mi edad - 24 años – con la escopeta en la mano. Nos miramos largamente, me pareció conocerlo…
- ¡Juanacho! ¿qué haces
por acá? – me dijo, reconociéndome.
La
última vez que lo había visto fue en Lima. Hacía 10 años, a 1000 kilómetros de
distancia. Legó de Cuzco a estudiar en
mi colegio, el Mariano Melgar donde fue mi compañero de clases. Era muy buen futbolista, un día estaba yo jugando de arquero y recibí
un potente pelotazo en el bajo vientre, tan fuerte que perdí el conocimiento. Cuando abrí los ojos vi al causante del
golpe; Alberto del Álamo, el cuzqueño recién llegado, más asustado que yo. Nos hicimos amigos.
-
¡Alberto del Álamo! Me rindo, no me mates…
-
¡Cómo se te ocurre, huaiquey! (hermano).
-
¡Qué pasó con tu pelo? Estás medio
pelado…
-
Sí hombre, por eso por acá me llaman el k’ala, pelado, en quechua. Después te contaré. Pero antes dime ¿qué estás haciendo acá?
-
¿Te acuerdas que yo me cambié del colegio después del tercer año? Me fui a estudiar en un nuevo colegio cercano
a mi casa. Luego entré a la Universidad,
me recibí de Ingeniero Civil y estoy trabajando para la ONRA apoyando en los
levantamientos topográficos de las haciendas y feudatarios.
- ¿O sea que estás con los
cholos que nos quieren quitar las tierras?
-
Mira hermano, yo solo hago mi trabajo.
Soy un profesional que trabajo para el Gobierno. Soy amigo de muchos
hacendados y sus familias, como los Hermoza, los Luna, los Monteagudo…
-
Si Huaiquey, ya sé que tú no tienes la culpa, pero te juro que a mí no me van a
quitar mis tierras. Mira, ya es mediodía,
¿porqué no nos vamos a Quellouno, que está aquicito nomás. Yo tengo allí una comadre que cocina muy
rico. Allí seguiremos contándonos
nuestras cosas. Además quiero que veas
algo especial.
Caminamos
bajo el calor agobiante de esta ceja de selva exuberante, de olores intensos a
tierra húmeda y vegetación exótica.
Atravesamos cocales y cafetales, escuchando los gritos guturales de
paucares, loros y manacaracos, hasta llegas al fondo del valles, a la pequeña
aldea de Quellouno al borde del río del mismo nombre.
- ¿Por
qué se llama Quellouno este río? – le pregunté.
- Por
su color. En Quechua “Quello” es
amarillo, “uno” es agua, agua–amarilla.
- Pero
el agua del río es media marrón, media verdosa, y cuando está limpia, es casi
incolora.
- No
en esta época. Espera, vas a ver. Vamos
al puente.
Llegamos
a la carretera y me llevó al puente, donde me esperaba un espectáculo
increíble. Miles de peces – boquichicos,
me dijo – estaban cursando el río aguas arriba. Sus lomos de color
amarillo-dorado parecían un gran manto que se deslizaba casi a flor de
superficie. Efectivamente, era un río
amarillo. Un espectáculo maravilloso,
quedamos mirando largo rato en silencio el pasar de los peces bajo el puente.
Los
peces suben a las alturas a desovar, luego, tras ese esfuerzo tan grande, se debilitan y
mueren. Sus crías van cursando el río
aguas abajo mientras se desarrollan, hasta que en su madurez, surcan nuevamente
el río repitiendo así este ciclo.
Mi
brigada tomó un descanso mientras almorzábamos un sabroso caldo blanco de
gallina, con cecina, yuca y moraya, y arroz con frijoles acompañados por unos
boquichicos a la brasa.

-
Juanacho, ¿has pescado con dinamita? – me preguntó.
-
No nunca.
-
Te voy a enseñar. Mira como es y
aprende.
Abrió
su maletín y sacó un cartucho de dinamita. Con su navaja suiza lo partió en dos
por la mitad. Sacó un rollo de mecha y
midió una cuarta con su mano abierta y cortó una porción de mecha, luego cortó
esta en dos partes iguales de aproximadamente 10 centímetros.
-
¿Sabes contar en segundos exactos? – preguntó.
-
No, ¿Cómo es eso?
-
Para que el conteo sea siempre igual y los tiempos correspondan a un
segundo. Se hace así.
Sacó un encendedor Zipo y encendió uno de los trozos de mecha por uno de sus
extremos. La mecha empezó a arder con su
ruido característico y un chisporroteo en la punta mientras se consumía. Simultáneamente el K’ala comenzó a contar;
uno Quillabamba, dos Quillabamba, tres Quillabamba, cuatro Quillabamba, cinco
Quillabamba, seis Quillabamba, siete Quillabamba, ocho Quillabamba, nueve
Quillabamba, diez Quillabamba. A la cuenta de diez la mecha terminó de arder.
-
Esto es por seguridad – dijo. – Muchos se han volado la mano por no hacer las
cosas bien. Significa que desde que
prendes la mecha hasta que explota la dinamita tienes 10 segundos, ¿entiendes?
A
continuación sacó un pequeño tubo metálico, de unos 2 centímetros – es el
fulminante – dijo. Luego, cuidadosamente, introdujo la mecha dentro del
fulminante ajustándola bien al fondo.
Después mordió el fulminante de manera que ajustara a la mecha y se asegurara al fulminante. Luego introdujo
cuidadosamente la mecha y fulminante dentro de una de las mitades del cartucho
de dinamita y la aseguró con un cordel a una piedra del tamaño de su puño.
-
Esto es muy importante. He contado 10
segundos que tarda en explotar. Después
de prender la mecha, comenzaré a contar calculando los tiempos que voy a
demorar en ponerme en posición, en estirar el brazo, en lanzar la piedra con la
dinamita, en llegar al agua y hundirse, de manera que explote si es posible
antes de llegar al fondo. Si te apuras
mucho, los peces huyen con el ruido de la piedra al hundirse, si te demoras mucho
te vuelas la mano, ¿me has escuchado?
-
Fuerte y claro, pero estás loco si crees que yo voy a lanzar la dinamita.
Soltamos
la carcajada, luego el K’ala se concentró, tomó el Zipo en una mano y la
dinamita en la otra, empezó a contar; uno Quillabamba, dos Quillabamba,… Cuando
llegó a seis, parsimoniosamente estiró el brazo hacia atrás, apuntó
cuidadosamente y lanzó la dinamita al centro de la poza. Un instante después se escuchó el ruido seco
de una explosión y brotó un chorro de agua en el lugar de la explosión. Milagrosamente empezaron a brotar muchos,
muchos, peces y quedaron flotando con sus panzas blancas hacia arriba. Nos metimos inmediatamente al agua y
empezamos la “pesca”; cogíamos los peces uno a uno y los arrojábamos a la
playa, antes que la corriente los llevara río abajo. Terminamos la pesca y empezamos a contarlos.
¡65 boquichicos! Pescados de 40 a 60
centímetros. Guardamos los pescados en
costalillos y separamos algunos para comer.
Mientras yo los abría y limpiaba al borde del río, ellos se encargaron
de encender una fogata y preparar pequeñas lanzas de madera dura para
atravesarlos y asarlos sobre las brasas.
El boquichico es un pescado con muchas espinas, pero cuando están bien
dorados, se comen con espinas y todo: Crujientes, deliciosos.
Todavía
no era mediodía cuando llegamos de regreso a Quillabamba. Me dejó en casa mientras con su amigo
llevaban el resto de la pesca milagrosa donde una comadre para que les haga el
servicio de salarlos o ahumarlos.
Tiempo después, en Quillabamba, le dimos una jalada en la camioneta de la ONRA hasta Echarate y en el trayecto me contó sobre la etapa de gran agitación sindical que
había sufrido en su hacienda. Me dijo que llegó a informarse de la fecha en que
sus arrendires habían decidido invadir su hacienda. Al saber esta noticia
compró armamento para defenderse y evitar la invasión. En el día marcado se
atrincheró en su caserío y los piquetes comenzaron a dar vueltas gritando
consignas. Él pensó que lo iban sacar del caserío a la fuerza y botarlo a la
carretera, pero lo curioso del caso es que los piquetes marcharon toda la noche
por los terrenos de la hacienda pero no hicieron nada por invadir el caserío.
"No me dieron bola los cholos”.
Otro día nos
encontramos con amigos comunes tomando café en “La Esquina”, punto de
reuniones sociales y agradables momentos de tertulia. Éramos jóvenes pletóricos de vida y los sábados
acostumbrábamos a ir a tomar unas cervezas al bar “Mi Casa”. Fue allí donde nos dirigimos después del
café, nos sentamos en una mesa retirada, pedimos unas cervezas y comenzamos una
larga conversación. El K’ala era un tipo tenso, bastante hablador y lógicamente
en contra de la Reforma Agraria, sin embargo era mi amigo y me mostró su
confianza.
-
Mira, huaiquey, me traes gratos recuerdos del Colegio, en Lima.
-
Tú llegaste al tercer año de Media, ¿donde estudiaste antes?
-
En el Colegio de Ciencias, en Cuzco. Don
Agustín, mi padre me mandó a terminar mis estudios en Lima porque me bocharon.
-
Y ¿a qué te dedicas ahora?
-
Me casé y administro la Hacienda Putucusi, de mi padre. Pero te voy a contar un secreto. Tú como eres ingenieros quizá puedas
ayudarme.
-
Tú dirás…
-
Hace más de un año, me fui solo de cacería por las alturas de Chaullay y me
encontré con un indio con el que me pegué una buena borrachera. Entre copas me contó que había sido guía de
unos científicos de una Junta de Control de Energía Atómica que estaban
realizando estudios en la zona. Habían
encontrado una fuerte radiación en Paucarpata, que es un cerro difícil de subir pero uno de ellos enfermó y tuvieron que retirarse. Dijeron que iban a volver pero nunca más
volvieron. Le di 20 soles al indio y me enseñó el
lugar.
-
Radiación hay en todas partes, ¿como sabes que hay una mina?
-
Porque no me quedé con la curiosidad.
Casualmente tenía que ir a Lima así que aproveché para comprarme un
contador Géiger. Son unos aparatitos muy sencillos, baratos y fáciles de usar.
-
¿Y cómo sabes que el contador encontró una mina?
-
Cuando compré el contador Géiger, me enseñaron su uso y la frecuencia que
corresponde a un conteo normal y a una mina de buena concentración.
-
No me digas que encontraste algo.
-
Claro Juanacho, encontré una mina de uranio.
Está en un lugar bien escondido, casi inaccesible. Tengo que hacer el denuncio, dentro de 3
meses viajo a Lima, pero no tengo el plano de ubicación que piden. Por eso necesito tu ayuda, que me levantes tú
el plano.
-
Encantado, K’ala. Mira, dentro de mes y
medio salgo de vacaciones. Alli te busco
para ir contigo a tu mina y hacer las mediciones.
Cuando
salí de vacaciones lo busqué. En su
hacienda me contaron que estaba enfermo y había ido al Cuzco para hacerse ver
con un especialista.
Un
mes después, en la oficina había novedades.
Comenzaron las notificaciones para la expropiación y adjudicación de
tierras a los feudatarios. A los
propietarios se les dejaba un área inafectable donde estaban sus propios
cultivos. Nuestro jefe, Benjamín, había
dejado la oficina a cargo de Javier.
Javier era un amigo de maneras delicadas, muy emotivo. Los empleados de la ONRA teníamos un comedor
donde después de la cena hacíamos una larga sobremesa. Doris, la secretaria del jefe, nos sorprendió con un
relato.
-
¿No saben lo que le pasó a Javier en la tarde?
-
No, cuéntanos.
-
Llegó Agustín del Álamo para hablar con Javier.
-
¡Ah! El K’ala Álamo, ¿y qué pasó?
-
Lo hice entrar y el K’ala dijo que le había llegado una notificación para
expropiarle su predio, que le explique.
El ingeniero Javier estaba nervioso y me hizo llamar al Ingeniero
Benjamín, que está en Cuzco, y asustado, empezó a contarle lo que estaba sucediendo. El K’ala se impacientó y sacó una pistola y
lo encañonó.
- ¡A mí nadie me va a quitar mi
hacienda! ¡Ni los cholos ni el Gobierno!– le gritó mientras loa apuntaba con el arma.
- Ingeniero, ingeniero – grito
Javier por teléfono – ¡Del Álamo me va a disparar con una pistola! ¡Dígame que
hago…!
- Tranquilo, Javier, cálmate. Ahora repite
conmigo: Padre nuestro, que estás en el cielo…
-
El K’ala “disparó con tan mala (¿o buena?) suerte que la pistola se atascó,
momento en que “aproveché para salir y llamar a los muchachos que sacaron al K’ala
a la fuerza. “Seguía gritando
furioso. Javier estaba casi
desmayado. Eso del Padre Nuestro me lo “contó
el Ingeniero Benjamín después, cuando me llamó para que le dé detalles del “incidente.
Al
día siguiente, Javier salió de Quillabamba para no regresar más. En la noche me encontré con el K’ala en el
café La Esquina y empezó a contarme sus pesares.
-
Mira huaiquey, estoy muy enfermo. Mareos. cólicos, diarreas que no me pasan.
-
¡Pero debes hacerte ver con el médico! El
Dr. Plaza es muy bueno, estudió en Alemania y…
-
Sí, ya me hice ver con Plaza, me mandó al Cuzco con un especialista y no te
imaginas que tengo… ¡estoy radioactivo!
-
¡Tu mina de uranio!
-
Sí, pero lo que me ha perjudicado es el Plutonio que existe en las minas de uranio, tengo demasiado plutonio en
el cuerpo. Me ha dado una dieta estricta
y dice que tome bastante agua, que me voy a curar naturalmente, sin hacer nada. Yo no le creí y mi mujer me recomendó la orinoterapia.
-
¡Qué! ¿Qué es eso!
-
Fuimos donde el curandero y me recetó tomar un vaso lleno de orines, en ayunas,
todos los días. Todos los días, al
levantarme, boto el primer chorro de orina y con el resto lleno el vaso. Cuando no me alcanza, llamo a mi mujer y ella
lo completa. Lo tomo antes del desayuno.
Fui destacado al Cuzco por un mes. Al
regreso, según costumbre, fui a tomar mi café amargo a La Esquina. En una mesa estaba sentado el doctor Plaza.
-
Buenas noches doctor, ¿puedo acompañarlo?
-
Encantado, ingeniero.
-
Pedí mi café, prendí un cigarrillo y nos pusimos a conversar. Recordé que estaba tratando al K’ala.
-
¿Cómo está su paciente, el K’ala Álamo?
-
¿No lo sabía? Murió hace una semana.
Se
me hizo un nudo en la garganta y quedamos en silencio unos minutos.
-
¡Por tonto! – exclamó – Murió por tonto.
-
Él me contó que le había recetado una dieta y tomar bastante agua y así se iba
a curar, sin otras medicinas.
-
Tenía una contaminación radioactiva por Polonio 210. Eso se elimina naturalmente por la orina,
pero el muy tonto se trató con un curandero que le hacía beberse sus orines, es
decir, regresar el Polonio a su cuerpo.
-
Pobre K’ala, lo vamos a extrañar.
ME GUSTA TRANSITAR TU ESPACIO, TAN NUTRIDO DE HISTORIA Y PERSONAJES.SALUDOS
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