Caminito de Huancayo
“Caminito de Huancayo
bordeadito de retamas,
cuántas veces he llorado
bajo la sombra de tu ramas.
Tú dirás que estoy llorando,
tú dirás que estoy sufriendo,
no lloro ni tengo pena
mejor vida estoy pasando.
(Huayno regional)
En Agosto 1954, con mis frescos 16 años, me di
un paseo por Huancayo con Carlos, amigo del colegio. Estudiantes de cuarto año de secundaria,
habíamos ahorrado nuestras propinas para conocer la famosa “Feria de Huancayo”
y las “Fiestas de Santiago” donde los campesinos ataban cintas de colores a las
orejas de sus animales.
El viaje en tren,
increíble, pasar de la costa a la sierra en tres horas, de 0 a 5000 metros de altitud,
en un ferrocarril que pasaba 57 túneles y 67 puentes, entre ellos el puente del
Infiernillo, caminar en la nieve, conocer Ticlio, la estación ferroviaria más
alta del mundo, a 4900 msnm. y llegar a un amplísimo valle interandino, el
Mantaro.
La feria
impresionante: en la calle
Real se ubicaban los campesinos con sus productos de pan
llevar, tejidos, mates burilados, retablos, el mote, el puspu, los choclos, las
truchas. Variedad de variedades.
La Feria había
sido itinerante, un día en cada pueblo y el domingo en Huancayo. Seguir la Feria nos permitió conocer Concepción,
su convento y observatorio, participar en tumbamontes, probar las pachamancas, ver la
famosa pelea de cóndor/toro, sentarnos alrededor de fogatas calentándonos con
“el quemadito” y escuchando las leyendas populares en boca de los más ancianos de
la aldea, matizado todo esto con huaynos de la región como el Huarancayo de mis
penas, de Junín soy por vida, Lunarejita, Caminito de Huancayo, Picaflor
Tarmeño…
Fue la víspera del
regreso cuando viajamos a Chupaca - un sol el pasaje - sobre un maltrecho
camioncito que se parecía al tren macho (sale cuando quiere, llega cuando
puede), como si fuéramos ganado. Al
llegar al puente de la Mejorada, tuvimos que bajar porque no soportaba el peso
de un camión; caminamos la media legua restante.
En Chupaca, la feria
estaba en todo su apogeo, bailes típicos, concurso de orquestas folclóricas,
pachamancas, ríos de cerveza y chicha y, al final, salimos disparados para
agarrar sitio para ver las corridas de
toros. Conseguí un lugarcito en una
esquina y perdí de vista a mi amigo. Un
torero traído de Lima dio su espectáculo, muy aplaudido por el público, luego
el gran carnaval.
Soltaron becerros
bravos y saltaron los valientes toreros espontáneos a la arena (bien
licoreados). Improvisaban capotes con
sus ponchos para hacer lances inverosímiles o escenas cómicas, eran arrastrados
colgados de la cola de los becerros o escapaban a los burladeros perseguidos
por los toros. Algunos eran cogidos, sin
consecuencias: las astas estaban limadas. El jolgorio era general. Me encontré con Carlos y decidimos que ya era
hora de regresar a Huancayo.

Pasé por una choza
donde había cuatro hombres bebiendo chicha y riendo estruendosamente. Mientras pasaba de reojo, vi a uno que
se levantaba y salía caminando tras de mí. Comencé a preocuparme, recordé que me habían
contado de asaltos a turistas y recomendado que nunca camine solo. Y, por desgracia, tenía en mi bolsillo todo mi
dinero.
Mi preocupación se
convirtió en miedo cuando vi de reojo, entre los árboles y arbustos, que el hombre me estaba adelantando por un
sendero paralelo al camino principal.
Poco después vi al mismo hombre, que me había sobrepasado,
caminando amenazadoramente en mi dirección. Cobré valor y con la mirada en alto me acerqué
a él y le supliqué:
- Señor, por favor. He perdido toda mi plata y no tengo un centavo
para regresar a Huancayo. ¿No me podría
hacer el favor de regalarme un solcito? Dios
se lo pagará.
El tipo soltó una
exclamación de disgusto y mascullando palabras en quechua, se alejó hacia su
choza. Después de serenarme –me
temblaban las piernas- corrí hasta encontrar al grupo.
- ¿Dónde te habías metido? Me estabas preocupando, ya iba a regresar a
buscarte.
- No, es que me demoré comiendo unos nísperos. Apura, el camión nos estará esperando.
-o0*0o-
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